Juramento anti-modernista 2018

Está circulando la versión de que Jorge Mario Bergoglio estaría considerando exigir a la jerarquía eclesiástica mundial un «juramento de fidelidad a su magisterio».

Sea cierta o no dicha versión, semejante elucubración vendría a ser un proyecto descabellado, desproporcionado y narcisista. Diabólico y contradictorio, ya que el Papa Bergoglio hizo la sorprendente afirmación de que Jesús fundó la Iglesia con el Colegio Apostólico como su cabeza, y que el papel de San Pedro es sólo el de confirmar a los hermanos como un primus inter pares (el primero entre iguales).

Tal juramento de fidelidad al neomodernismo, sería la antítesis total de la profesión de fe católica.

I. San Pío X

A la muerte del Papa León XIII la Iglesia sufría el estallido del modernismo, el error más mortífero que había enfrentado en toda su historia.

El 4 de agosto de 1903, el cardenal Giuseppe Sarto, arzobispo de Venecia, muy a pesar suyo fue elegido 257º sucesor de San Pedro. Durante el desarrollo del crucial cónclave había pedido a los cardenales que no lo eligieran, y lo eligieron en contra de sus deseos: Que ese cáliz se aparte de mí. Sin embargo, que se haga la voluntad de Dios. Acepto, como una cruz.

El nuevo pontífice que tomó el nombre de Pío X, tenía miedo de ser elegido como responsable de la pureza de la Fe Católica, era muy consciente de esa colosal responsabilidad ante Dios.

El 3 de octubre Pío X publicaba su primera encíclica E supremi apostolatus cathedra con la que inauguraba su pontificado con la divisa de restaurar todas las cosas en Cristo.

Abre el Papa su carta encíclica recordando los temores que le angustiaron al ser elegido: Nuestro mundo sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han alejado de Dios, han prescindido de Él en el ordenamiento político y social. Todo lo demás son claras consecuencias de esa postura.

Pío se comprometió en su encíclica inaugural E Supremi, a, que el programa de su pontificado sería «restaurar todas las cosas en Cristo».

II. Principales figuras heterodoxas

Schleiermacher. Es el iniciador de todas las teorías heterodoxas modernas sobre el dogma. Es pietista, panteísta a lo Spinoza. Para él la religión es un sentimiento íntimo de la identidad del hombre con Dios.

Sabatier. Es símbolo-fideísta. La revelación divina se traduce en símbolos. Los más groseros se llaman mitos; los más rígidos dogmas. El conflicto de estos con las ciencias indica la fase crítica.

Tyrrell. Pragmatista. La revelación es una experiencia en que nosotros nos hablamos a nosotros mismos. El dogma es un reflejo en cada instante del desarrollo espiritual de la comunidad cristiana. Por tanto el credo habría de ser vivo y flexible.

Le Roy. Rechaza los conceptos abstractos. Sólo admite intuiciones inmediatas a lo Bergson. Para él los dogmas son recetas prácticas que dirigen la acción. Hemos de portarnos como si Cristo fuese Dios. El dogma no es inmutable, sino una colección de fórmulas de experiencia indefinidamente perfeccionadas como las hipótesis científicas.

Para los modernistas la emoción excita la piedad y ésta impone la fe y el dogma. De ahí que la verdad sea relativa.

III. La herejía modernista – «Pascendi» una encíclica cada día más actual

Las definiciones de la Iglesia son frecuentemente provocadas por el brotar de los errores. No indican pues una novedad en la fe de la Iglesia, sino más bien fuera de ella: en el campo oscuro de las negaciones y de las herejías.

Por eso cuando consta de la fe precedente de la Iglesia, la firmeza de la fe es tanto más evidente cuanto más tardías son las actuaciones del magisterio eclesiástico. La Iglesia, como es lógico, no condena los errores hasta que aparecen, ni define las cuestiones hasta que se discuten.[1]

La herejía –afirma el Padre José María Javierre- había envenenado el pasto de las ovejuelas de Cristo.

La lucha de Pío X contra el modernismo respondió a un plan muy madurado. El Papa conocía desde mucho tiempo la gravedad del asunto. Para comprender cabalmente la doctrina modernista, sutil, huidiza, basada en disimulados errores, pero gravísimos, y sumamente lógica en extraer de estos errores todas sus consecuencias, es preciso tener una noción clara de su primer elemento básico, al cual el Papa San Pío X, en la encíclica Pascendi da el nombre de agnosticismo.

De hecho, más que la doctrina, la postura que el modernismo llevaba consigo estaba planteando una verdadera crisis en la conciencia católica, aparecía como solución cómoda y sugestiva a largos tiempos de escepticismo. Los dogmas tendrían un valor no absoluto, sino relativo al tiempo y al sujeto para el cual se enunciaron, serían el producto de una elaboración de la subconsciencia religiosa, que plasmaría en ellos sus apetencias más sanas. Admitirían matices nuevos abriéndose a las condiciones sociales que el futuro pudiera ofrecer. Saciarían las aspiraciones humanas que el idealismo pretendiera ignorar. Dejaría, en fin, margen amplio a la síntesis evolucionista…

«El modernismo –decía el padre Tyrrel, campeón en Inglaterra del nuevo sistema- ofrecía las más apasionadas esperanzas. Cuando he aquí que llega Pío X con una piedra en una mano y un escorpión en la otra[2]

A lo largo de todo su fructífero pontificado, el Papa San Pío X condenó las proposiciones modernistas, así, el 11 de febrero de 1906, condenó la separación Iglesia-Estado como una tesis absolutamente falsa.[3]

San Pío X en 1907 lanzó su ataque la herejía del modernismo en el Decreto del Santo Oficio «Lamentabile sane exitu» (Lamentable), en el que denunció y condenó 65 proposiciones extraídas de los escritos modernistas, que reforzó con la publicación de la encíclica «Pascendi Dominici Gregis» (Apacentando el rebaño del Señor), en septiembre del mismo año, carta pontificia cada día más actual. En efecto, si los errores modernistas condenados por el magisterio pontificio se hallan hoy en día tan extendidos causando daños espantosos sobre las almas, se debe en parte a que los principios y condenaciones de la encíclica «Pascendi dominici gregis», así como de la «Ubi Arcano Dei» de Pío XI, y la de Pío XII «Humani Generis», fueron literalmente olvidados: «No hubiéramos llegado nunca a este estado de apostasía si a su vez los errores filosóficos no hubieran llegado a lo más profundo del pensamiento católico».[4]

En la Pascendi el modernismo es denunciado por Pío X como la síntesis de todas las herejías. El peligro, dijo Pío X, está en las mismas venas y el corazón de la Iglesia.

En la misma encíclica, el Romano Pontífice estableció el remedio efectivo para el modernismo: ordenó a todos los seminaristas y estudiantes de teología adherir firmemente a la filosofía y teología de Santo Tomás de Aquino: Queremos, y definitivamente mandamos, dijo Pío X que la filosofía escolástica se ponga por fundamento de los estudios sagrados. El tomismo es el remedio para el modernismo, ante las causas de la herejía condenada: orgullo, curiosidad e ignorancia.

En la misma encíclica, el Papa San Pío X, mandaba a los obispos lo siguiente:

  • la destitución de los seminarios y universidades de cualesquiera que de algún modo estuvieren imbuidos de modernismo.
  • vigilancia episcopal de todas las publicaciones para detectar cualesquier mancha de modernismo en ellas, y para no permitir que ningún libro infectado por la herejía modernista sea vendido en librerías católicas.

Le Sillon, promotor del modernismo social, precursor de la afirmación de que es posible construir «mejor» el mundo de una manera «interconfesional» en vez de insistir sobre el catolicismo como la única base del orden personal y social, fue condenado por el Papa San Pío X el 15 de agosto de 1910,[5] solo diecisiete días antes del famoso Juramento contra el Modernismo.[6]

IV. Sacrorum antistitum – El juramento antimodernista

En cierto sentido el más importante de los tres principales documentos antimodernistas emitidos por la Santa Sede durante el brillante reinado de San Pío X es el Motu proprio Sacrorum antistitum, que contiene el texto del famoso juramento antimodernista y las reglas que prescriben cuándo y quién debe tomar este juramento que pone de manifiesto los objetivos básicos, que San Pío X esperaba alcanzar mediante la toma del juramento. Estos objetivos, que también son los fines que San Pío X trabajó para lograr a través de la promulgación del motu proprio, se expresan muy claramente en la introducción y en la conclusión del documento.

Sacrorum Antistitum imponía al clero católico un juramento antimodernista, pensado como remedio radical de futuras contingencias. Y lo fue. Visto el conjunto de los episodios, puede decirse que con el juramento acabaron las zozobras internas dejadas a la Iglesia como lastre de un período de convivencia con el modernismo.

Como hechos recientes demuestran, nos encontramos en la misma situación predicha por el Apóstol cuando exhortó a su discípulo: Porque vendrá el tiempo en que no soportarán más la sana doctrina, antes bien con prurito de oír se amontonarán maestros con arreglo a sus concupiscencias. Apartarán de la verdad el oído, pero se volverán a las fábulas.[7]

Consecuentemente tanto la encíclica Pascendi, como Sacrorum Antistitum, dicho sea una vez más, son cada día más actuales y relevantes. Para aprovechar la ocasión, no sólo voy a incluir el juramento antimodernista, sino que como escritor católico voy a proclamarlo invitando a mis lectores a profesarlo, orgulloso del sagrado depósito de la fe, para gloria de Dios, confusión del demonio, crecimiento de la Iglesia y bien de las almas:

«Yo, ________ abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.

En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto.

En segundo lugar, admito y reconozco los argumentos externos de la revelación, es decir los hechos divinos, entre los cuales en primer lugar, los milagros y las profecías, como signos muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente.

En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e histórico, durante su vida entre nosotros, y creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.

En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación. Por esto rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio. Igualmente, repruebo todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido.

En quinto lugar: mantengo con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentido religioso ciego que surge de las profundidades del subconsciente, bajo el impulso del corazón y el movimiento de la voluntad moralmente informada, sino que un verdadero asentimiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente, asentimiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador y nuestro Señor. Más aún, con la debida reverencia, me someto y adhiero con todo mi corazón a las condenaciones, declaraciones y todas las prescripciones contenidas en la encíclica Pascendi y en el decreto Lamentabili, especialmente aquellas concernientes a lo que se conoce como la historia de los dogmas.

Rechazo asimismo el error de aquellos que dicen que la fe sostenida por la Iglesia contradice a la historia, y que los dogmas católicos, en el sentido en que ahora se entienden, son irreconciliables con una visión más realista de los orígenes de la religión cristiana.

Condeno y rechazo la opinión de aquellos que dicen que un cristiano bien educado asume una doble personalidad, la de un creyente y al mismo tiempo la de un historiador, como si fuera permisible para una historiador sostener cosas que contradigan la fe del creyente, o establecer premisas las cuales, provisto que no haya una negación directa de los dogmas, llevarían a la conclusión de que los dogmas son o bien falsos, o bien dudosos.

Repruebo también el método de juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que, apartándose de la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe, y las normas de la Sede Apostólica, abraza los errores de los racionalistas y licenciosamente y sin prudencia abrazan la crítica textual como la única y suprema norma.

Rechazo también la opinión de aquellos que sostienen que un profesor enseñando o escribiendo acerca de una materia histórico-teológica debiera primero poner a un costado cualquier opinión preconcebida acerca del origen sobrenatural de la tradición católica o acerca de la promesa divina de preservar por siempre toda la verdad revelada; y de que deberían interpretar los escritos de cada uno de los Padres solamente por medio de principios científicos, excluyendo toda autoridad sagrada, y con la misma libertad de juicio que es común en la investigación de todos los documentos históricos ordinarios.

Declaro estar completamente opuesto al error de los modernistas que sostienen que no hay nada divino en la sagrada tradición; o, lo que es mucho peor, decir que la hay, pero en un sentido panteísta, con el resultado de que no quedaría nada más que este simple hecho—uno a ser puesto a la par con los hechos ordinarios de la historia, a saber, el hecho de que un grupo de hombres por su propia labor, capacidad y talento han continuado durante las edades subsecuentes una escuela comenzada por Cristo y sus apóstoles.

Prometo que he de sostener todos estos artículos fiel, entera y sinceramente, y que he de guardarlos inviolados, sin desviarme de ellos en la enseñanza o en ninguna otra manera de escrito o de palabra. Esto prometo, esto juro, así me ayude Dios, y estos santos Evangelios».

Germán Mazuelo-Leytón

[1] Cf.: Fe católica, 4, pág. 92.

[2] JAVIERRE, JOSÉ MARÍA, Pío X.

[3] SAN PIO X, encíclica Vehementer Nos, párrafo 3.

[4] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, «La síntesis de todas las herejías», http://www.conoze.com/doc.php?doc=9642

[5] SAN PIO X, encíclica Notre Charge Apostolique.

[6] Motu proprio Sacrorum Antistitum, 1 de septiembre de 1010.

[7] 2 TIMOTEO 4, 3-4.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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