Queridos amigos:
Por lo que parece, el Gobierno nos ha permitido volver a Misa a partir del próximo 18 de mayo. Eso sí, con muchas precauciones: distanciamiento social de al menos un metro, todos con mascarilla, se les tomaría la temperatura a la entrada del templo y se les suministraría gel desinfectante; por su parte, el celebrante, con guantes, colocaría la Hostia consagrada en las manos de los comulgantes. Éstas son, entre otras, las medidas adoptadas en la normativa firmada en el palacio Chigi² por la Conferencia Episcopal y el primer ministro Conte. No discuto las medidas sanitarias tomadas sino en la medida en que puedan afectar a cualquier tema que tenga que ver con nuestra vida espiritual. Me detendré en uno en particular: la manera en que se recibirá la Sagrada Comunión. Según el documento, para distribuir la Comunión, «el celebrante deberá desinfectarse las manos y colocarse guantes y mascarilla, y procurará no tocar en ningún momento las manos de los fieles».
Sin embargo, no se impone la Comunión en la mano ni se excluye recibirla en la boca.
Conviene recordar que el rito actual de la Comunión en la mano no ha sido jamás costumbre de la Iglesia Católica, y como afirma monseñor Athanasius Schneider en su librito Dominus est, cuya lectura recomendamos encarecidamente, una de las causas principales de la presente crisis religiosa tiene precisamente su origen en la irreverentísima costumbre de recibir la Comunión en la mano. Una auténtica reforma de la Iglesia debería restablecer la práctica de comulgar en la boca y de rodillas, que durante más de un milenio ha rendido abundantes frutos espirituales.
Exhorto a los oyentes a rechazar la Sagrada Comunión en la mano y exigir que se la den en la boca, aunque se vean obligados a sacrificarse sin comulgar y tengan que hacer en cambio la Comunión espiritual. En las últimas semanas nuestros obispos nos han acostumbrado a recibir la Comunión espiritual en lugar de la física por motivos higiénicos, por razones que afectan a la salud del cuerpo. Pero mucho más graves son los motivos para no comulgar en la mano, porque más que la salud del cuerpo, y también de nuestra alma, perjudican a la gloria y el honor de Dios. No obstante, estoy convencido de que quienes estén motivados por este sincero espíritu de reverencia y devoción al sacramento de la Eucaristía no se quedarán sin comulgar. Con sus razones y su determinación lograrán convencer a su párroco. En caso contrario, la Divina Providencia los ayudará a encontrar un sacerdote tradicional dispuesto a darles la Comunión en la boca y arrodillados. Porque lógicamente la Comunión en la mano es incompatible con la liturgia tradicional, y de ceder en este mundo se derrumbaría todo el edificio litúrgico. Pero Dios permite estas pruebas para calibrar la intensidad de nuestra fe, y no dejará que nos falte jamás la gracia del tiempo presente.
¹El programa de radio aquí transcrito se refiere a la situación en Italia. Pero aunque varíe de un país a otro y por tanto no coincidan las fechas de apertura de las iglesias y las normas relativas a la Comunión, es indudable que los consejos del profesor son igual de valiosos y válidos en todas partes.
²Sede de la Presidencia del Gobierno italiano.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)