La condena política de Nuestro Señor

El único mérito de Caifás había sido el de ser “yerno”. Condición a la que se accede ya sea por la seducción – y entonces alguna “virtud” supone- o por vía de que la niña casamentera es completamente idiota y hay que asignarle un marido entre alguno de los herederos de los amigos que, sin ningún talento que lo tiente y lo saque de su quicio, garantice la estancia tranquila y confortable en la casa y en el puesto aportado por el suegro. Anás era “el suegro”, y había proporcionado al consorte un palacete a pocos metros del suyo. Para mantener el dominio del Sanhedrín se alternaba en la presidencia con el inútil (pero manso y bien parecido) marido de la retardada de su hija. Así fue como “aquel año” le tocaba a Caifás ejercer ese cargo superior de la asamblea – que otrora fuera la gloria de los israelitas más destacados – y que hacía ya tiempo estaba en completa decadencia, cayendo en manos de parvenús enriquecidos en el comercio. Imagino que cuando se vio venir la comitiva y su suegro no había llegado, muerto de susto mandó a alguien corriendo para pedir que primero Lo lleven con el papá de la idiota (la que probablemente tenía jaqueca y le estaba gritando que no ensucien la casa). Y así fue que fueron primero a lo de Anás. Pero no por el aviso de Caifás, que ni siquiera llegó el mandadero. Era un bobo como el amo. La verdad es que la comitiva que Lo apresó eran del servicio de la casa de Anás – al mando de Malco- y no pensaban hacer otra cosa que volver por la casa de su jefe. Teniendo – por otra parte – la firme costumbre de no tomar jamás en cuenta al cabrón del señorito.

Malco venía tocándose la oreja sin comprender bien que le había pasado ni qué actitud debía tomar con el Nazareno mientras los demás lo golpeaban y burlaban. Como buen perro no haría nada hasta que le indicara su dueño. A su lado iba Judas, nervioso; no podía salir volado como hubiera querido porque le faltaba cobrar y le picaba la mano. Él también iba derecho a lo de Anás que es quien pagaba. Este último se encargó de los asuntos, ordenó las cosas, pagó, y llevó a todo el mundo a lo del yerno previo avisarle que se vista bien pero no muy caro, pues debía rasgarse las vestiduras cuando él lo indicara con un gesto. Malco fue puesto en caja y entendió cuál era su papel; fue el sirviente que propinó la cachetada a Jesús (sí.. como escuchan, aun después de ser curado del tajo Petrino que por desgracia no le partió la cabeza). Y comenzó la anunciada, preopinada y prevaricada condena religiosa de Nuestro Señor Jesucristo. Con Anás moviendo los hilos.

¡Te conjuro por Dios Vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios!” Gritó emborrachado de despreciable poder el pontífice payaso. “Tú lo has dicho. Pero os digo que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre las nubes del cielo” Contestó mansamente el Verdadero Poder. (Mt 26, 63-64) . (¡Rasgate las vestiduras! ¡Zo penco!) “¡Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por hijo de Dios!” (Jn 19,7)

Hasta allí, todo sobre ruedas. Pero había que matarlo. Lo lógico es que a pesar de la prohibición al Sanhedrin de dictar penas de muerte (humillación impuesta por Roma a esta asamblea de mediocres) y siendo la pena que correspondía a la blasfemia la de lapidación, lo apedrearan un buen rato y muriera de las heridas sin que nadie se queje ni arme mucho lío (lo harían con San Esteban poco después y lo habían hecho con muchos otros antes, como pretendían con aquella adúltera que salvó Jesús). Pero no. ¡Corno de Belcebú! ¡Había que lograr la “condena política”! Y llevarle todo este problema a Pilato que estaba de lo más tranquilo fumando ¿Por qué? Y… porque los malos son así.

Sabemos la razón providencial que nos fuera expresamente revelada, que pareciendo simple nos asoma a la Verdad más inmensa y enternecedora. Y es que debía cumplirse la escritura con respecto a la forma de muerte: “Muerte de Cruz”. Y que de esa Cruz vendría toda salvación y todo entendimiento y que por Ella nosotros podemos hablar de todas estas cosas con sólo hacernos la señal de la Cruz.

Pero hay diferentes honduras del misterio que hay que penetrar: el Poder Político también debía pronunciarse, entrar en el asunto hasta los ijares, ensangrentarse, hacerse cómplice… mal que le pese.

Y le pesaba, ni lo duden. No quería hacerlo de ninguna manera. En general los políticos de todos los tiempos no quieren hacerlo, pero lo terminan haciendo, aun sin Odiarlo, sabiendo que es Inocente; tienen que Ejecutarlo, y se lavan las manos y lo hacen, a cada rato los muy … Lo cierto es que a casi ningún político de la historia le costó tanto llegar a esa condena como al pobre Pilato, siendo que todos los demás la han pronunciado sin tantos remilgos y de maneras mucho más viles (el matrimonio laico, el divorcio, el aborto, … por poner algunos ejemplos). Ha sido Pilato uno de los políticos que más hizo por evitar ser anticristiano, por evitar ser un “Anticristo”: “Hablóles nuevamente Pilato, con el deseo de liberar a Jesús… por tercera vez les dijo: ¿Pues qué mal ha hecho este? Yo no hallo en Él delito alguno de muerte; así que después de castigarle, le daré por libre” nos anota Lucas. “Desde aquel momento Pilato buscaba como libertarle” nos agrega Juan.

Pero los Judíos insistían. ¡Había que lograr la condena política! La política tenía que inmiscuirse en este asunto, tomar parte en el Crimen. No bastaba con una condena religiosa. Pues aunque sea la condena religiosa la que aporta las “razones”, es la condena política la que aporta la Cruz y los esbirros. Los efectos sociales concretos. Es absolutamente necesario que la política venga a ser cómplice del Deicidio, a avalar esas razones religiosas en los hechos, aunque sea sin pronunciarse, o hasta pronunciándose en contra, así, a disgusto. ¡¿Por qué?!

Tomemos a Pilato en la más plausible de sus actitudes políticas y supongamos que sorteaba la encerrona a fuerza de liberalismo clásico. El liberal sin encono. “Caballeros, no veo yo nada contrario en el cristianismo a los principios de una política que busca el derecho y la justicia. Este Hombre me habla de un Reino en las nubes. Bien me puedo entender. Vuestra discusión religiosa me tiene sin cuidado y no tengo porqué tomar partido alguno: “Yo me lavo – dijo el Juez- como Pilato los pies” (en Argentina se cita al Martín Fierro). En mi administración sostenemos el ecumenismo, todas las religiones son escuchables y ninguna condenable. Lo que aseguramos es el Romano Way of life, así que no me vengáis con este lío” Y bien… así pudo haber sido. Y si así hubiera sido, pues podríamos ser liberales, ya que el liberalismo no estaría manchado de complicidad deicida, no habría aportado la Cruz ni los esbirros y nuestro asunto sería un asunto estrictamente religioso.

O podría haber sido Pilato – y hay algunas tradiciones orientales que lo dejan pensar – un creyente, que hasta vio en Cristo su primacía espiritual. Un católico liberal. Y decirnos “Hermanos míos, yo busco el bien común natural, terrenal, soy político y me baso en la reflexión filosófica sobre el orden natural. El ámbito en que me ponéis las cosas de este Cristo es sublime, pero ajeno a mi jurisdicción. No dudo que es útil a muchos efectos sociales, pero es otro tipo de “realización”, otro plano. Si, sí, hasta superior, afirmo. Pero diferente. Carezco de argumentos en contra o a favor dentro de mi ciencia, pues estos deberían ser “revelados” y se me tiene proscripto utilizar tales medios. Así que no contéis conmigo para la faena de condenarlo”.

Poner a Pilato en esta posición no es forzar mucho los argumentos. El mismo San Agustín entiende que la pregunta por la Verdad que le hace a Cristo no es retórica ni escéptica, sino que queda lanzada desde una sincera curiosidad filosófica y hasta teológica, y no puede ser contestada porque la oportunidad es impedida en la premura de los acontecimientos que se superponen. Pilato no era un simplón, seguro había leído a Cicerón y más de alguna cosa de su contemporáneo Séneca; la temática sobre la Verdad no le era novedosa ni ajena. Es decir que el Buen Dios podría haber salvado la postura semi-naturalista de muchos buenos católicos que se entienden hasta “tradicionalistas”, permitiéndoles ejercer su gobierno laico, o hasta confesional (“si las tradiciones nacionales lo permitieran y justificaran”), pero sin necesidad de condenar a Cristo por una parte, ni de tener que reconocer la raíz y la finalidad teológica del origen, ejercicio y cumplimiento de lo político, por la otra. Pero no fue así; tuvo que condenar, y ejecutar a pesar de su buena disposición. Sin salida.

El que se aseguró que así no fuera, que no hubiera salida, fue Satanás. No los iba a dejar pasar indemnes de la canallada por él urdida. En todo el transcurso de la Pasión los mayores bienes nos vendrán por vía de las malas intenciones de los malditos. Caifás que era una porquería, incapaz de un pensamiento viril, sin embargo en su infamia se hizo profeta cuando dijo su peor bajeza. Con cara de astuto y comiendo una torta frita con mate, con la boca llena y revoleando los ojos lanzó una sentencia propia del Vizcacha… “¡Más vale que muera uno – aunque inocente – y no que todo el pueblo muera! ”. ¡¡¡Y siii… !!! ¡Botarate! ¡Pero justamente ESO era la Redención! ¡Es cierto! ¡Más Vale! ¡Idiota!

Y el otro estúpido, Satanás, con esta inquina de no dejar que el Poder Político – que Pilato – pudiera permanecer indiferente, ajeno, imparcial; sino obligándolo por retorcidos medios de terminar siendo cómplice de toda esta porquería, terminaba afirmando que todo poder que no toma partido decidido por Cristo, al pie del Altar, de rodillas en el Gólgota, por razones sobrenaturales… termina tarde o temprano, de una u otra manera, siendo su verdugo.

Cuando el Maldito le cierra la salida elegante a la política, la de poder cómodamente no tener que “mezclarse en las cosas de ese Justo” – como le pedía Claudia Prócula – y con un delicado aguamanil y una jarra de transparente agua pegarse una buena lavada de manos con respecto a Cristo, impulsa la Redención de la política y funda la Política Cristiana.

Dardo Juan Calderón
Dardo Juan Calderón
DARDO JUAN CALDERÓN, es abogado en ejercicio del foro en la Provincia de Mendoza, Argentina, donde nació en el año 1958. Titulado de la Universidad de Mendoza y padre de numerosa familia, alterna el ejercicio de la profesión con una profusa producción de artículos en medios gráficos y electrónicos de aquel país, de estilo polémico y crítico, adhiriendo al pensamiento Tradicional Católico.

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