La constitución Missale Romanum, una estafa providencial (A cincuenta años del Novus Ordo Missae I)

El primer domingo de Adviento de 1969, 30 de noviembre, hace exactamente 50 años, la constitución Missale Romanum entraba en vigencia, estableciendo el llamado Novus Ordo Missae  o, más oficialmente, el «misal romano reformado».

Aun hoy  existen bastantes dudas acerca de qué es lo que establece esencialmente esta constitución. Como en tantas otras circunstancias en estos últimos sesenta años, los errores gramaticales [1]en documentos oficiales de la Iglesia han sido cada vez más grotescos. Recordemos el error señalado por Romano Amerio en el motu proprio de la supuesta excomunión a monseñor Lefebvre: «hay un error de latín tan garrafal que bastaría, se dice en Roma, para suspender a un muchacho del bachillerato. El gazapo está en la parte central del documento, donde se pone en nominativo un clarísimo acusativo. El Vaticano se defiende aludiendo a la escasez de latinistas de que dispone, lo que, pese a todo, no ha evitado un pequeño y amable escándalo en torno al error» (Juan Arias, El País, 8 de agosto de 1988). Algunas malas lenguas latinistas aseguraban jocosamente en aquel tiempo que el cambio del acusativo por un nominativo en la parte esencial del documento podía ser interpretado como una excomunión del Papa por parte de los obispos sancionados, sancionada a la vez por el Papa, que la promulgaba al dar su firma al documento. Es decir, una autoexcomunión. Picardías aparte, los errores latinos en tiempos más recientes se hacen aún más siniestros y contribuyen a una confusión cada vez más monstruosa.

Sobre la constitución Missale Romanum, no nos detendremos sobre esa gigantesca manifestación de doblepensar orwelliano que es la siguiente afirmación: «No se debe pensar, sin embargo, que esta revisión del Misal Romano sea algo improvisado, ya que los progresos realizados por la ciencia litúrgica en los últimos cuatro siglos le han preparado el camino».  Recordemos que el Novus Ordo Missale que esta constitución supuestamente imponía, había sido ya señalado, por nada más ni nada menos que el pro-prefecto del Santo Oficio de aquel tiempo, máxima autoridad después del Papa en la doctrina de la fe, como lo más cercano, en el mejor de los casos, a una improvisación llena de errores  y, en el peor, a un intento vulgar de protestantizar la liturgia y doctrinas católicas. El mismo monseñor Bugnini, su factótum, no se había cansado de manifestar que, más que un fruto de los «progresos de la ciencia litúrgica», las reformas litúrgicas obedecían globalmente  al «deseo de hacer todo para facilitar a nuestros hermanos separados el camino de la unión, apartando toda piedra que pudiera constituir siquiera la sombra de un riesgo de escándalo o de disgusto» (Documentation Catholique, n. 1445, 1965). Por otro lado, tanto Bugnini como la comisión de ideólogos que la confeccionaron, conocían perfectamente el anecdotario artero de su fabricación, con criolladas como la composición, por obra de Louis Bouyer y de Dom Botte, de la plegaria eucarística II una tarde en la mesa de una trattoria romana. Así que, si alguna cosa bajo el sol fue alguna vez improvisada, se trató de esta liturgia, no por nada calificada aun por el mismo cardenal Ratzinger como «une fabrication, produit banal de l’instant»[2].

Pero el doblepensar no nos debe sorprender; es el signo de la Iglesia del Concilio, particularmente de aquellos que en ella se preciaban de ser «eclesiales» y «fieles»: «Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega… todo esto es indispensable»[3].

Claro está que el doblepensar ha llegado, como tantas otras cosas, a su exacerbación con Francisco y su corte de los milagros. Porque Francisco está despojado de cualesquiera atavismos o temperamentos vagamente católicos que de cierta forma aun conservaban algunos de sus antecesores conciliares. Y su verdadero mantra, como diría el ridículo Instrumentum del Sínodo Amazónico, no es todo-está-conectado, sino fuera-del-poder-todo-es-ilusión.  De ahí que su verdadera lengua sacra, luego del insulto, sea el doble-pensar, salpimentado, en ocasiones, de raptos de mentiras, ucases y gritos más maradonianamente sinceros.

Pero, volviendo hacia Missale Romanum, el contencioso sobre su texto latino –único oficial en cuanto único en aparecer en las Acta Apostolicae Sedis– y las variaciones presentes en las traducciones va más allá de una simple torpeza o una curiosidad filológica, como en los errores ya mencionados, porque compromete precisamente el  valor jurídico del texto al oscurecer la intención del legislador. Veamos lo que dice el texto latino original: «Ad extremum, ex iis quae hactenus de novo Missali Romano exposuimus quiddam nunc cogere et efficere placet», que, en la versión inglesa es: «In conclusion, we wish to give the force of law to all that we have set forth concerning the new Roman Missal» y en la española: «Para terminar, Nos queremos dar fuerza de ley a cuanto hemos expuesto hasta ahora acerca del nuevo Misal Romano». Así, el cogere et efficere placet sería «we wish to give the force of law» o «nos queremos dar fuerza de ley».

¿Pero en verdad cogere et efficere significaría eso?

Cogere et efficere era una expresión fija latina, de uso ciceroniano, y que, en el Pomarium latinitatis del padre François Antoine Pomey S. J, remite a «inferer, conclure une chose d’une autre», «inferir, concluir una cosa de otra»[4]. Otros sinónimos latinos ofrecidos de «efficere & cogere»  son también «aliud ex alio inferre (inferir algo de algo), concludere (concluir), inteligere (entender), consicere (hacer conciso, resumir), entre otros.  Entonces, la traducción correcta del documento oficial sería algo así como «Para terminar, nos queremos concluir concisamente de cuanto hemos expuesto hasta ahora acerca del nuevo Misal Romano…». Nada más lejos de «dar fuerza de ley».

Quizá alguien podría sostener que, a lo mejor, en algún sentido, quizá otorgado por el Google Translate del latín o alguna otra fuente, cogere et efficere podría significar «obligar» o «dar fuerza de ley». Pero revísese la versión italiana: «Infine, vogliamo qui riassumere efficacemente quanto abbiamo finora esposto sul nuovo Messale Romano»; es decir, nada más ni nada menos que: «Finalmente, aquí queremos resumir efectivamente lo que hemos expuesto hasta ahora en el nuevo Misal Romano». Y parece ser esa la traducción correcta

Media ciertamente una gran distancia entre «resumir efectivamente» y «dar fuerza de ley».

En conclusión: en el texto latino, único oficial, no se da fuerza de ley a la Nueva Misa, sino simplemente «se resume efectivamente lo que se ha expuesto hasta ahora», es decir, no  dice ni prescribe nada.

A lo sumo, como dicen los padres de Golburn a raíz del praescripsimus final añadido posteriormente, podría entenderse que se propone la Nueva Misa, no que se impone. El praescripsimus –literalmente «prescribíamos»- se refiere a la constitución, a que la constitución es la prescrita («Quae Constitutione hac Nostra praescripsimus vigere incipient a die XXX proximi mensis Novembris hoc anno, id est a Dominica I Adventus», en la versión italiana, al parecer la más fiel: «Le prescrizioni di questa Costituzione andranno in vigore il 30 novembre del corrente anno, prima Domenica di Avvento»). ¿Y qué son en resumen las «prescripciones» de esa constitución, sin el «damos fuerza de ley»?  Pues una mera descripción breve del Novus Ordo con interpretaciones discutibles y contingentes sobre su origen, sin ninguna obligación ni de celebrarlo ni de asistir a él nimucho menos bajo ningún concepto ni interpretación, reemplazar o abrogar  la Misa Tradicional[5].

Es menester revisar también el erudito y jugoso estudio del padre Paul Leonard , cuya conclusión es clarísima: la constitución Missale Romanum no solo no abroga la Misa Tradicional, sino que ni siquiera promulga la Nueva Misa[6]. Ante esto, la Sagrada Congregación del Culto Divino intenta volver a «promulgarla» con la edición típica del 26 de marzo  de 1970, pero «this decree in no way attempted  to abrogate the old rite, nor did it mandate the use of the new  rite, but it merely permitted the use of the new Missal», por la misma razón de que ni la Instrucciones de ese dicasterio de octubre de 1969 ni  de septiembre de 1970 ni de junio de 1971 lo hicieron: por su lenguaje también ambiguo y en algo antijurídico y, principalmente, porque «none of these documents bears the signature of the Pope. They are curial documents.  All of the curial legislation that would attempt to nullify Quo Primum is deficient, because no office, congregation, or commission can validly overrule the solemn decrees of a Supreme Pontiff». Lo único que podría haberlo hecho habría sido un documento papal del rango de la constitución Missale Romanum, que, como vimos, no lo hizo.

¿Cómo puede haber ocurrido tal engaño? ¿Cómo pueden querer hacernos comulgar con tamañas ruedas de molino con traducciones falsas? Pero de qué nos sorprendemos. Si la misma plegaria eucarística de la Nueva Misa, lo más sagrado de la liturgia, estuvo también falsificada en la mayoría de traducciones por más de cuarenta años

¿Qué tendrían en la mente estos hombres dolosos e inicuos? ¿Qué fue lo que les impidió imponer de manera menos chapucera y con apariencia más jurídica sus designios de desmantelar la liturgia católica?

Por sobre la estulticia y la maldad, parece percibirse la huella de la Providencia. Y este resquicio elocuente sirvió para que, en buena conciencia, los que resistiesen el desmantelamiento y protestantización litúrgicos se supieran jurídicamente respaldados, aun ante las fulminaciones y desprecios de los cultores del doblepensar.

Dios escribe derecho en renglones torcidos

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[1] Si incluso la doctrina ha sido expugnada, ¿cómo podría salvarse la pobre gramática?

[2] Joseph Ratzinger, «Klaus Gamber. L’intrepidité d’un vrai témoin», en Klaus Gamber, La Réforme liturgique en question, Éditions Sainte-Madeleine, Le Barroux, 1992, p. 8.  

[3] George Orwell, 1984, Salvat, Barcelona, 1970, p 163 

[4] François Antoine Pomey S. J, Pomarium latinitatis: elegantiori consitum cultu longeque peritiori descriptum manu, apud Antonium Molin, Lyon,  1672, p. 168, voz «Inferer». El Pomarium, cabe señalar, es un vergel  o diccionario latino-francés y de sinónimos latinos para estudiantes de latinidad.

[5] Por lo menos esto último ha terminado por ser reconocido por Benedicto XVI en Summorum Pontificum.

[6] «After the publication of Missale Romanum, someone in the Vatican noticed that Pope Paul’s promulgation was only an  approval for the text of the new book, and therefore someone  decided that the Missal for the New Mass needed to be promulgated  in such a manner that would authorize the use of the new Missal.  This is precisely what the bureaucrats did when on March 26, 1970, the Sacred Congregation for Divine Worship, by order of  Paul VI «promulgated» the new Missal. It acknowledges the fact  that Missale Romanum approved texts for the Missal (approbatis  textibus ad Missale Romanum pertinentibus per Constitutionem  Apostolicam Missale Romanum). The document allows the immediate  use of the Latin edition as soon as it is published and concedes  to the bishops’ conferences the authority to establish when the  vernacular editions may be used. This decree in no way attempted  to abrogate the old rite, nor did it mandate the use of the new  rite, but it merely permitted the use of the new Missal», R. P. Paul Leonard, The legal status of the Traditional Latin Mass.

César Félix Sánchez
César Félix Sánchez
Católico, apostólico y romano. Licenciado en literatura, diplomado en historia y magíster en filosofía. Profesor de diversas materias filosóficas e históricas en Arequipa, Perú. Ha escrito artículos en diversos medios digitales e impresos

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