Meditación para el domingo diecinueve

El evangelio es de San Mateo en el cap. 22, donde escribe una parábola o semejanza del reino de los cielos que predicó Cristo, diciendo que era semejante a un rey que celebró a su hijo las bodas, y no queriendo venir los convidados a ellas, hizo llamar a los pobres y desvalidos, los cuales vinieron luego, y llenaron las mesas del convite; mas entrando el rey a verlos, halló a uno sin ropas de bodas, y luego le mandó atar los pies y manos y lanzar en las tinieblas exteriores. Concluye Cristo diciendo que son muchos los llamados y pocos los escogidos.

Punto Primero: Considera como si Dios te llama, a convites, bodas y fiestas alegres, porque no hay alegría como la que tiene la buena conciencia, la cual como dice el Espíritu Santo [1]: es dulce y continuo convite; y por el contrario, la mala, una pena y hambre perpetua: los ricos, como dice David [2], padecen hambre, y a los justos nunca les falta el pan. Saca de aquí afectos y deseos de seguir a Dios, y obedecer a sus voces con todo el fervor de tu corazón, esperando en su bondad que te dará el consuelo, esperando en su bondad que te dará el consuelo y alegría que comunica a los que le sirven.

Punto II. Considera como Cristo compara el reino del cielo a un hombre rey, porque tiene la humanidad de hombre y la severidad de rey: como hombre es manso y fácil en perdonar, y como rey severo y resuelto a castigar. Pon los ojos en lo que pasa hoy en el evangelio, donde como hombre hizo convite y fiestas a los suyos, y los convido a regalos; y como rey castigo a los rebeldes y los abrasó con todas sus posesiones; a los pobres regalo y al que vino sin ropas de bodas, le condenó a las tinieblas y llamas exteriores. Saca de esta meditación dos cosas: la primera amarle por la piedad y temerle por la severidad, confiar en su clemencia, y temblar de su justicia, y andar siempre enfrenado para no ofenderle, y confiado de alcanzar misericordia de su benignidad; la segunda es imitarle, usando de la blandura con los buenos y del rigor con los malos a quien no aprovechare la piedad; porque ni ha de ser todo blandura ni todo rigor, sino mezclar ambas cosas, mostrándose ya hombre, ya rey, haciéndose amar y temer cuando convenga, como Dios; pídele su gracia y él te dará luz y prudencia para acertar en todo conforme a tu buena intención.

Punto III. Considera como este rey envió a sus criados a llamar a los convidados y no queriendo venir, los envió segunda vez y fueron maltratados, aunque no perdieron el premio de su obediencia; en que te da Cristo enseñanza de no cansarte, ni desmayar en llamar a tus hermanos para traerlos a Dios, aunque no quieran venir y no reciban tus palabras, ni que parezcas que haces fruto; porque no es pequeño hacer la causa de Dios y obedecer a su mandato: llama y da voces, insta y persevera, como dice el Apóstol [3], que Dios obrara con su palabra cuando fuere servido, y no perderás el mérito de tu obediencia, antes será mayor en el cielo, cuanto menos le tuvieres en la tierra.

Punto IV. Contempla a este rey en medio de este convite, mirando y examinando a los convidados y los manjares que comía, el modo como se portaban y el servicio de los criados, sin descuidar con ellos, aunque los tenía tan fieles; y saca de aquí el cuidado que debes tener de las personas  y cargos que Dios te ha encomendado, no fiando la carga a hombros ajenos, sino llevándola sobre los propios tuyos y visitando por tu persona tu ganado, de que te han de pedir estrecha cuenta. ¡oh Señor! Dame gracia, fuerzas y solicitud, para que yo la tenga de las cosas de vuestro servicio y de los que me habéis encargado, para que yo cuide con ellos, como vos cuidaste de mí, y como tengo obligación, sin perdonar a desvelo ni trabajo por cumplir mi obligación.

 Padre Alonso de Andrade, S.J

[1] Prov. 1.

[2] Psalm 35.

[3] 2 Ad Tomoth c.4.

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