La existencia del infierno es dogma de Fe (definida en el Concilio IV de Letrán)

Se ha desatado un gran revuelo a raíz de las últimas declaraciones del papa Francisco y el posterior desmentido de la Santa Sede. Reproducimos las palabras de la entrevista que desataron la polémica y el escándalo:

«Scalfari: Santidad, en nuestra reunión anterior me dijo que nuestra especie desaparecería en algún momento y que Dios, a partir de su fuerza creadora, crearía nuevas especies. Nunca me ha hablado de las almas que mueren en pecado e irán al infierno para sufrir allí por toda la eternidad. Sin embargo, sí que me ha hablado de que las almas buenas son admitidas a la contemplación de Dios. Pero ¿qué pasa con las almas malas? ¿Dónde son castigadas?

Papa Francisco: No son castigadas. Las que se arrepienten, reciben el perdón de Dios y entran a formar parte de las almas que lo contemplan, pero aquellas que no se arrepienten y, por lo tanto, no pueden ser perdonadas, desaparecen. No existe un infierno, existe la desaparición de las almas pecadoras».

El desmentido vaticano alega que no se trata de una «transcripción fiel» de las palabras de Francisco.

Ante este desconcierto y perplejidad aferrémonos a lo que la Iglesia ha enseñado siempre y en todo lugar.

Recordemos que la existencia del infierno es un dogma de fe definido por el Cuarto Concilio de Letrán. 

CIC 1035 «La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, ‘el fuego eterno’ (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira» (Catecismo de la Iglesia Católica 1035; ver también 1033-1037).

El infierno es el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Jesucristo habla en el Evangelio quince veces del infierno, y catorce veces dice que en el infierno hay fuego. Y en el Nuevo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego. Aunque este fuego es de características distintas del de la Tierra, pues atormenta los espíritus, Jesucristo no ha encontrado otra palabra que exprese mejor ese tormento del infierno, y por eso la repite.

En el infierno hay otro tormento que es el más terrible de todas las penas del infierno. Según San Juan Crisóstomo, es mil veces peor que el fuego (984). San Agustín dice que no conocemos un tormento que se le pueda comparar (985).

LA ENSEÑANZA DE SANTO TOMÁS DE AQUINO SOBRE EL INFIERNO Y SUS PENAS

Sigamos la enseñanza de Santo Tomás, de la mano del doctor Eudaldo Forment:

Se advierte claramente la gravedad del infierno en la sentencia que pronunciará Cristo Salvador y Juez nuestro a los malos castigados: «Apartaos de Mí, malditos. Id al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles» (Mat 25, 41)

Con la expresión «apartaos de Mí», se significa que se castiga con  lo que se llama «pena de daño», que es la mayor pena que se pueda recibir. En primer lugar, porque es estar arrojado de la vista de Dios a la mayor distancia. En segundo lugar, porque no se tiene el consuelo de la esperanza que pueda redimirse ni finalizar nunca. Por último, en tercer lugar, porque se carecerá eternamente de la luz y el calor de la vida divina.

Con la de «malditos», se entiende que les perseguirá la justicia divina con toda clase de maldiciones. Aumenta con ello su pesar y desconsuelo, porque al ser apartados de la presencia de Dios no se les ha considerado dignos de alguna cosa buena por la que merecieran una bendición. No pueden así esperar nada que alivie su aflicción y desgracia.

El otro castigo que sigue está significado con el mandato «id al fuego eterno». A este otro tipo de castigo se denominan «pena de sentido», porque se sufre con los sentidos. Entre todos los tormentos está el del fuego. A estos sumos dolores sentidos se suma además el mal de saber que durará eternamente.

Por último, de las palabras finales «que fue destinado para el diablo y sus ángeles» se infiere que el castigo eterno de los condenados incluirá toda clase de penas. La razón es porque tendrán que soportar a los demonios, una malísima compañía. No tendrán ni el consuelo que podían tener en su vida terrenal del alivio de alguna persona, que sufriera también la misma desventura y que fuera afable y caritativo con él.

VISIÓN DEL INFIERNO DE SANTA FAUSTINA KOWALSKA 

Santa Faustina Kowalska, en octubre de 1936, ella vio el abismo del infierno con varios de sus tormentos. Luego, escribió lo que se le permitió ver a pedido del mismo Cristo.

«Fui llevada por un Ángel al abismo del infierno. Es un sitio de gran tormento. ¡Cuán terriblemente grande y, extenso es! Las clases de torturas que vi: La primera es la privación de Dios; la segunda es el perpetuo remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; la cuarta es el fuego que penetra en el alma sin destruirla -un sufrimiento terrible, ya que es puramente fuego espiritual-, prendido por la ira de Dios», describió la santa.

Asimismo, señaló que la quinta tortura es una oscuridad continua con un terrible olor sofocante y que a pesar de la oscuridad, las almas de los condenados se ven entre ellas.

«La sexta es la compañía constante de Satanás; la séptima es una angustia horrible, odio a Dios, palabras indecentes y blasfemia. Estos son los tormentos que sufren los condenados, pero no es el fin de los sufrimientos. Existen tormentos especiales destinados para almas en particular. Estos son los tormentos de los sentidos. Cada alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionado con el tipo de pecado que ha cometido».

Por otro lado indicó que hay cavernas y fosas de tortura donde cada forma de agonía difiere de la otra. «Yo hubiera fallecido a cada vista de las torturas -explicó Santa Faustina- si la Omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido. Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma encuentre una excusa diciendo que no existe el infierno, o que nadie ha estado ahí y por lo tanto, nadie puede describirlo».

VISIÓN DE INFIERNO EN FÁTIMA

El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra Señora se apareció en Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora nunca sonrió. ¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños la visión del Infierno?

Ella dijo: “Oren, oren mucho porque muchas almas se van al Infierno”. Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños vieron un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres, consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía decía que los demonios tenían un aspecto horrible como de animales desconocidos. Los niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó. Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría. María dijo a los niños:

“Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando no se arrepienten”.“Al decir estas palabras, abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo (de luz que ellas irradiaban) parecía penetrar en la tierra y vimos un como mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fueran brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban – en el incendio llevadas por las llamas que salían de ellas mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados – semejante a la caída de pavesas en los grandes incendios – pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa”

La Virgen dijo a los pastorcitos:

Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: “¡Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!.

Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos como los meses anteriores. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todo los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debía ser a la vista de eso que di un “ay” que dicen haber oído.)

Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:

Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la persecución de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedir eso vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieran mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal el dogma de la fe se conservará siempre, etc. (Aquí comienza la tercer parte del secreto, escrita por Lucía entre el 22 de diciembre de 1943 y el 9 de enero de 1944.) Esto no lo digáis a nadie. A Francisco sí podéis decírselo.

Cuando recéis el rosario, decid después de cada misterio: “Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.”

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