Del Evangelio: “Replicó Pilatos: ¿Con que tú eres rey? Respondió Jesús: Tú lo dices: Yo soy Rey. Para esto nací, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad escucha mi voz.”
Claramente esta es la conversación más importante en la historia de este mundo. Más importante que cualquiera de los diálogos de Platón, más importante que el dialogo de Agustín entre Dios y él mismo en sus Confesiones, sí, más importante que el soliloquio de Hamlet que es un diálogo con su muda audiencia y sí, incluso más importante que las conferencias de prensa presidenciales.
Asociamos este evangelio con el viernes santo, ya que es parte del evangelio de la pasión de San Juan, pero siempre ha sido el evangelio para la fiesta de Cristo Rey desde su institución en 1925 por el papa Pio XI. Es este un gran drama lleno de ironía, una ironía que no solo vemos desde el punto de vista de creyentes cristianos sino también la ironía imbuida en las mismas personas de Cristo y Pilatos. Las palabras “Rey”, “Reino”, y sobre todo “Verdad” están cortadas con esta profunda ironía que es el cinismo por la parte de Pilatos y de viril humildad a la vista del conocimiento del Dios encarnado por parte de Jesús.
Es Jesús el que le dice a Pilatos y a nosotros cual es la verdadera base de su misión, el porqué de su nacimiento, el porqué de nuestra genuflexión en el Incarnatus durante el Credo. “Yo nací para esto, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad” y aun más: “todo aquel que pertenece a la verdad escucha mi voz.” Ciertamente no se refiere a la turba que clama su crucifixión, aquellos que se han auto cegado en el nombre de la religión. Se encuentra enfrente de este gobernador romano que odia encontrarse en la apartada Palestina y cuya meta era sobrevivir en la desagradable escena política Romana. Y no debemos nunca olvidar la respuesta de Pilatos a la afirmación sobre la verdad de Jesús, esa replica que es la misma que siempre se ha dado el mundo que quiere seguir estando ciego: “¿Qué es la Verdad?”. Esta no es una pregunta académica, no es un sincero acto de encontrar lo que significa todo esto. Esta es la pregunta paradigmática, que es a su vez la respuesta a la propia pregunta. La pregunta no significa nada porque de hecho es una negación, una negación de que haya cualquier verdad que no sea relativa al tiempo, lugar o persona. Una pregunta que es una negación.
Somos muchos los que hemos estado perplejos y preocupados por lo que sucedió en la primera sesión del Sínodo sobre la familia en Roma en los ultimas dos semanas. Independientemente del procedimiento sinodal, sobre el cual el obispo de Providence (USA) se refirió como una forma protestante de hacer las cosas en el que uno vota sobre la verdad, lo más preocupante fue el intento de imponer propuestas que trataban de acerca la recepción de la comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar y acerca de las uniones gay, que se distanciaban de las enseñanzas claras e inequívocas de la Iglesia a lo largo de su historia. Enseñanzas que han sido reafirmadas tan recientemente como en los pontificados de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI y que se encuentran en el mismo catecismo católico. En medio de la confusión y el dolor entre aquellos que aman la Tradición de la Iglesia hay también una cierto sentido de euforia sobre que no se haya logrado conseguir la mayoría de dos terceras partes necesaria para pasar estas proposiciones ya que el propósito del sínodo no se logró. Pero, como ya he dicho antes, ahí está el hecho de que más de un 50% de los Cardenales y Obispos en el Sínodo votaron a favor de las propuestas que incluían una mayor apertura a dar la comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar, afirmar positivamente aspectos de la cohabitación y de las uniones civiles y el afirmar aspectos positivos en las uniones homosexuales. Esto debería sorprendernos.
Pero en el fondo de todo hay otra pregunta que, como la de Pilatos, no es para nada una pregunta, sino que es en realidad una negación. Es esta pregunta: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Y esta pregunta, debemos recordar fue propuesta en el contexto de otra pregunta acerca del supuesto “lobby gay” en el vaticano, la cual fue realizada por un reportero en el avión papal al retornar de Brasil. La implicación de esta pregunta como una negación de la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre lo que se conoce como “estilo de vida gay” fue apuntada por los medios con gran satisfacción e interpretada como el principio de un cambio significativo en la enseñanza de la Iglesia acerca de la sexualidad humana. Y, así como en la respuesta a la pregunta de Pilatos, el mundo sonrió con conocimiento de causa, sabiendo que no hay Verdad sobre nada, y mucho menos sobre la sexualidad humana.
La pregunta “Quién soy yo para juzgar” a primera vista pareciera por lo menos poco sincera. Nos recuerda por supuesto el mandamiento de Jesus: “No juzgues no vayas a ser juzgado”. Pero es solo un truco de magia porque cualquiera sabe que el juicio es parte de lo que significa ser una persona responsable y los padres de familia saben bastante bien que el buen juicio es parte de ser padre especialmente al momento de criar a los niños. Y dentro del ministerio de la Iglesia, el sacerdote en el confesionario no está ahí solo como dispensador de la misericordia de Dios en la absolución. Esta también ahí necesariamente como juez de los pecados de la persona y como juez del arrepentimiento de la persona. Y cualquiera que entienda las prohibitivas palabras de Jesús sobre el juicio prudencialmente entiende que se esta refiriendo al juicio final de una persona, el cual corresponde únicamente a Dios y que está prohibido a cualquier hombre.
Pero es esta pregunta, que es en si una negación de la verdad en los temas de moralidad, la que se encuentra en el corazón de este empuje por cambiar la enseñanza moral de la Iglesia en nombre de una practica pastoral mas pacífica. Un escritor de la versión italiana del Huffington Post – Yo sé, hay que tomarlo con calma – lamentó el fracaso del sínodo para llevar a cabo la “revolución de octubre”. Y fracasaron, según comenta, porque no pudieron encontrar un puente que les llevara de la indisolubilidad del matrimonio y las enseñanzas de la Iglesia respecto a los actos sexuales que son parte de las uniones homosexuales hasta la practica pastoral que daría la Santa Comunión a las personas divorciadas y vueltas a casar y a la afirmación de los bienes presentes en el matrimonio gay. El (escritor) lamenta esto profundamente porque, comenta, el Papa les había dado ese puente. El Pontífice, constructor de puentes en latín, les dio el puente, les mostró como ir de un punto al otro con la pregunta: ¿Quién soy yo para juzgar? Esta es la forma de afirmar la doctrina y entonces adoptar una practica pastoral que la niega. Y ciertamente es el camino, excepto que el puente lleva en el mejor de los casos al protestantismo liberal y en el peor al individualismo del secularismo.
Cristo Rey. ¿Qué significa este título? Me temo que no demasiado para muchos católicos hoy en día. ¿Cuántos católicos están enterados que esta fiesta proclama la realeza de Cristo sobre TODOS los pueblos y naciones? Esta no es una fiesta que de forma sentimental haga a Cristo rey de solo los católicos. Esta fiesta, si se entiende correctamente es una contradicción directa con la auto-marginalización de la Iglesia Católica como una religión mas, cuya cabeza casualmente resulta ser un “sujeto” llamado Cristo. Pero también esta fiesta es una celebración de la relación personal de Cristo con cada uno de nosotros que creemos que El es nuestro Salvador y Señor. ¿Cuántos de nosotros nos consideramos verdaderamente sujetos a las palabras, las enseñanzas y la persona de Cristo? ¿Cuántos de nosotros realmente cree que nuestro Rey reina desde la Cruz? esa Cruz que es al mismo tiempo la realidad del sufrimiento de este mundo y al mismo tiempo la única respuesta a los sufrimientos de este mundo. ¿Cuántos de nosotros lo hemos entronizado en nuestros corazones, en nuestras mentes, en nuestros cuerpos y en nuestras almas no en una simple forma pietista sino en una forma real en la que afecta la manera en que vivimos nuestras vidas? ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a ser soldados del Rey, para luchar la batalla contra las implicaciones de la pregunta de Pilatos de ¿Qué es la verdad? en un mundo, similar al del tiempo de Jesús, el que ya ha consentido con la negación que implica la pregunta? Y la pregunta final que hay que hacer en esta fiesta es esta: ¿Cuándo el Rey venga nuevamente en todo su poder y gloria encontrará alguna fe en esta tierra o encontrará únicamente puentes rotos?