En estos días de finales de octubre, la atención de los medios de prensa de todo el mundo está centrada en ciertas palabras del papa Francisco, tomadas de una entrevista que se publicó hace más de un año y que dan a entender que da carta de naturaleza a las uniones de hecho, y por tanto extramatrimoniales, sean homo o heterosexuales. Salta a la vista que ello choca con las enseñanzas de la Iglesia. Ahora bien, esas palabras reflejan desgraciadamente la filosofía de fondo del papa Francisco, expresada con lo que se ha calificado como el manifiesto de su pensamiento: la encíclica Fratelli tutti firmada en Asís el pasado 3 de octubre, documento que el Papa presentó como «espacio de reflexión sobre la fraternidad universal» dirigido «a todas las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas» y, con mayor razón, más allá de su comportamiento moral.
A lo largo del mes de octubre se han prodigado las críticas a la encíclica del Sumo Pontífice. Me uno a dichas observaciones sin tener la posibilidad de citar a sus acreditados autores. Por mi parte, quisiera evaluar la encíclica Fratelli tutti a la luz de un importante documento de San Pío X, la carta apostólica Notre charge apostolique.
Muchos saben que San Pío X fue el autor de la Pascendi, la encíclica del 8 de septiembre de 1907 que condena el modernismo, pero no todos saben que el gran Pío X fue autor de un documento que no es una encíclica sino una carta apostólica que por su importancia se equipara a Pascendi y de la que constituye, podríamos decir, un complemento, porque no sólo se ocupa del aspecto teológico y filosófico del modernismo sino también del político y el social.
La carta a la que me refiero es precisamente Notre charge apostolique, que condena el movimiento del Sillon* (surco), fundado en Francia en 1902 por Marc Sangnier (1873-1950), movimiento de católicos demócratas precursor de los que actualmente se califican de movimientos populares o sociales. (No se pronuncia «sillón», sino «si-ión» – N. del T.)
Notre charge apostolique, título de la carta de San Pío X, significa nuestra cargo apostólico, o sea, podríamos decir nuestra misión apostólica, nuestro deber apostólico. El deber del Pastor Supremo de guiar e iluminar a su rebaño. Esta carta, dirigida al episcopado francés, se publicó el 25 de agosto de 1910, hace ciento diez años. Merece ser recordada por su palpitante actualidad. Invito a todos a leerla con atención. Por mi parte, propongo la lectura de una porción que me parece iluminadora dedicada precisamente al concepto de fraternidad.
Tras criticar los conceptos de justicia e igualdad propugnado por Le Sillon, el santo pontífice Pío X afirma: «Lo mismo sucede con la noción de la fraternidad, cuya base colocan en el amor de los intereses comunes, o, por encima de todas las filosofías y de todas las religiones en la simple noción de humanidad, englobando así en un mismo amor y en una igual tolerancia a todos los hombres con todas sus miserias, tanto intelectuales y morales como físicas y temporales.
»Ahora bien, la doctrina católica nos enseña que el primer deber de la caridad no esta en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o practica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material.
»Esta misma doctrina católica nos ensena también que la fuente del amor al prójimo se halla en el amor de Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto de que aliviar a un desgraciado es hacer un bien al mismo Jesucristo. Todo otro amor es ilusión o sentimiento estéril y pasajero.
»No, Venerables Hermanos, no hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para ayudarlos a todos y para llevarlos a todos a la misma fe ya la misma felicidad del cielo. Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso desastroso para la civilización. Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. Esta unión no es realizable más que por medio de la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la única que puede conducir a los pueblos en la marcha del progreso hacia el ideal de la civilización.»
En estos tiempos de covid, recordemos estas palabras de la carta de San Pío X que pareciera que las dirigiese proféticamente a los desorientados católicos de nuestro tiempo: Jesucristo «no ha anunciado para la sociedad futura el reino de una felicidad ideal en la cual estaría excluido todo sufrimiento; con sus enseñanzas y con su ejemplo nos ha trazado el camino de la felicidad posible en la Tierra y la felicidad perfecta en el Cielo: el camino real de la Cruz. Estaría errado aplicar dichas enseñanzas únicamente a la vida individual con miras a la salvación eterna; son enseñanzas eminentemente sociales y nos revelan en Nuestro Señor Jesucristo una realidad bien diversa de un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad.
El camino de la Cruz; no una cruz cualquiera, sino la de Cristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Verbo Encarnado y fundador de la Iglesia Católica, la única que gracias a sus sacramentos y a su Magisterio inmutable transmitido por los romanos pontífices nos permite alcanzar la salvación eterna, que es la aspiración de todo hombre que quiera darle sentido a su vida.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)