(Marcello Veneziani, La verdad – 6 de octubre de 2020) «Hermanos todos» es el manifiesto ideológico del «bergoglismo». Ya no hay más teología sino ideología, aunque impregnada de moralismo. Existen sus temas y sus teoremas, y se refieren a la ciudadanía universal, a los emigrantes y al deber de acogerlos, al mundo sin muros y sin fronteras, al medio ambiente a salvar. Y están sus enemigos: el nacionalismo, el populismo y el liberalismo. El contagio se atribuye a la degradación ambiental y al desequilibrio ecológico, lo que ciertamente es un mal que hay que denunciar y curar, pero tiene muy poco que ver con el Covid. La acusación de Francisco, en la línea de su Santa Clara, Greta Thunberg, subentiende que existe un solo gran culpable: el egoísmo capitalista y en cambio nunca como en est e caso las responsabilidades están en las monstruosidades alimentarias, en la encrucijadas de mercado o de laboratorio, en la falta de escrúpulos y en el silencio de un país bajo un régimen comunista: China. Y se deja de lado el peligro chino, una amenaza para la civilización cristiana y para el mundo, mucho más imponente e invasiva que los «nacionalismos» y los «populismos».
Pero comencemos con el corazón de la Encíclica, el tema de la fraternidad. Bergoglio se refugia bajo la sotana de San Francisco, habla en su nombre y bautiza su encíclica en Asís; pero la fraternidad a la que alude el Papa Francisco es el tercer principio de la Revolución Francesa, después de libertad e igualdad. El Papa se refiere al iluminismo en la versión revolucionaria y utiliza repetidamente la tríada libertad, igualdad y fraternidad, es decir, en palabras de Cacciari, “el eje de ese pensamiento secular históricamente opuesto a la Iglesia”. La ideología de Bergoglio busca un lugar para la Iglesia poscristiana en la modernidad laica en nombre de la fraternidad, insinuando que otros movimientos civiles, políticos y sindicales se han ocupado de la libertad y por lo tanto de los derechos civiles y de la igualdad y por lo tanto de derechos sociales, pero han descuidado en cambio el tercer principio, la fraternidad. Y lo retoma, insertando a la Iglesia en el mundo moderno, ateo y laicista, que proviene de la Revolución Francesa y también buscando inspiración en otras religiones como el Islam (la fraternidad islámica es una consecuencia política). Escribe: “Me sentí estimulado de una manera especial por el Gran Imán Ahmin Al Tayyeb”. Pero esta consonancia con el Imán asusta menos que todo los demás.
¿Por qué su hermandad tiene poco que ver con la hermandad franciscana? Porque Francisco de Asís, místico y enamorado de Dios, ama el reflejo divino en el hombre y en la Creación, la suya es una fraternidad en el Padre. Bergoglio, en cambio, toma un camino inverso, partiendo de Cristo y llegando a la religión de la humanidad.
Bergoglio elimina la figura del Padre, transforma íntegramente la figura del Hijo en la Historia y la humanidad y vuelca a la Iglesia a la hermandad universal que su exegeta o su megáfono de Civiltà Cattolica, el jesuita Padre Antonio Spadaro, traduce legítimamente en ciudadanía global, sin fronteras. La experiencia de la vida, pero también de la historia, demuestra que toda hermandad privada de un Padre degenera en fratricidio o en tontería de la retórica: fue el destino del jacobinismo, así como del comunismo, y de todas las demás fraternidades (un discurso al margen de la masonería, de la cual el bergoglismo a veces parece la versión pop).
Es el Padre quien garantiza la unidad de los hermanos antes del reconocimiento mutuo, es la Madre quien los socorre antes de que intervenga el derecho de ciudadanía; y el hilo de oro de la Tradición que va del Padre al Hijo. Tradición que Bergoglio rompe, omite, deja en el olvido, considerando que el cristianismo puede reducirse a tres etapas esenciales: el advenimiento de Cristo y por tanto el cristianismo de los orígenes, Francisco y su misión de fraternidad, el Concilio Vaticano II y el ceder a su época. Y en el medio de milenios de oscurantismo, superstición, opresión o épocas que es mejor guardar en la obscuridad, olvidar, a sus santos, papas, mártires y ritos, símbolos, liturgias.
Para él «la ley suprema es el amor fraterno», para san Francisco, en cambio, el amor supremo es Dios. La Fraternidad, separada de Dios, es la fraternidad, es el espíritu comunitario. Una ideología humanista, laica, revolucionaria.
Bergoglio sitúa entonces la ideología de su Iglesia como tercera vía, en el medio entre dos falsas posturas opuestas: el liberalismo y el populismo. Lo destaca otro exegeta y megáfono suyo, Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio (in “La tercera vía del Papa entre el liberalismo y el populismo”, Corsera). En realidad, lo que insinúa la ideología bergogliana es exactamente lo contrario: liberalismo y populismo, capitalismo y nacionalismo no son opuestos sino que para él son afines; de hecho, son lo mismo. De Trump hacia abajo. Y en este sentido, la elección pro china de la Iglesia de Bergoglio confirma el pensamiento de Del Noce sobre los católicos progresistas. La China atea y comunista es mejor que la América cristiana y conservadora. La Iglesia de Juan Pablo II, y de muchos de sus predecesores, realmente predicaban la tercera vía, pero los adversarios opuestos eran el capitalismo individualista y el comunismo liberticida, ambos enemigos de Dios. Y las naciones y el amor patrio, formaban parte para aquel Papa del vínculo paterno y materno con la tierra de los padres y la patria.
Finalmente, su atención puesta en los emigrantes, pasando por alto a los demás que son millones y con frecuencia más necesitados y más pobres que aquellos que tienen los recursos para partir y no quieren dejar su tierra, sus seres queridos, sus ancianos.
Una broma. Con la excusa del contagio, en la Iglesia de Bergoglio se da el saludo de la paz con el puño cerrado…
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