Recientemente Su Eminencia el Cardenal Zen, Obispo emérito de Hong Kong ha publicado un documento en el que se refiere a la honda preocupación de los católicos de la Iglesia subterránea en China, ante la progresiva descongelación de las relaciones entre Pekín y Roma: el surgimiento de una nueva Ostpolitik.
Dice el cardenal: «La Ospolitik comenzó ya con el Papa Juan XXIII y con Pablo VI. Era una situación desesperada de la cual se trataba de encontrar una vía de salida. Pero, ¿hubo una vía de salida? Los Papas y las Comisiones Cardenalicias, en la casi falta de informaciones (la cortina de hierro), se debían fiar de Casaroli dándole carta blanca, y él, pobrecito, debía nadar en la oscuridad (mientras los enemigos habían redes de informaciones-espías- hasta dentro del vaticano (ver The End and the Beginnig de George Wiegel).
¿Los grandes resultados? “¡Asegurada la jerarquía eclesiástica!” ¿Cuál jerarquía? Obispos fantoches, no pastores de grey, sino lobos rapaces, funcionarios del Gobierno ateo. “Se buscó un ¡modus non moriendi! ¡La Iglesia de aquellos países se salvó no por las maniobras de la diplomacia vaticana, sino por la fe indefectible del siempre pueblo fiel!»1
En 1962 antes de los inicios del Vaticano II, se había desarrollado la tesis de que la Iglesia Católica podía coexistir pacíficamente con estados no-católicos; un acuerdo había sido negociado entre el Kremlin y el Vaticano al más alto nivel «por razones diplomáticas». Un precio exorbitante pagado por la Santa Sede «a fin de obtener la presencia inútil en el Concilio, de ciertos “observadores” ortodoxos rusos, los mismos que estaban bajo el control de la KGB» que amordazó las críticas de la Iglesia al comunismo con el consecuente abandono de las anatemas y condenaciones.
La aplicación lógica de esta diplomacia fue la Ostpolitik, así, durante la verificación del Vaticano II, y aunque durante el desarrollo del mismo nunca hubo referencia alguna a una orden de silencio de acuerdo a los deseos del Papa, cuando algún obispo deseaba tocar el asunto del comunismo, el cardenal Tisserant, intervenía desde el sitial de consejero del presidente para recordar la orden de silencio (acerca de este asunto), impuesta realmente por varios medios oblicuos y métodos engañosos.2
El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira predijo de una manera profunda y correcta los resultados de dicha política en varios de sus trabajos, especialmente en Acuerdo con el régimen comunista, para la Iglesia: ¿esperanza o autodemolición?3 En él señala que para el comunismo no hay nada más valioso que este tipo de pactos, mismo que existía en los países satélites de la URSS, y todavía existe hoy en día en China, donde el Vaticano acepta los obispos de la Iglesia Patriótica. ¿Qué clase de católicos produce tal política? Esta es su profética respuesta:
«Se formarían nuevas generaciones de católicos mal preparados, tibios, que tal vez recitasen el Credo con los labios, pero que tendrían la mente y el corazón encharcados por todos los errores del comunismo. En suma, católicos de apariencia y superficie, pero comunistas en las zonas más profundas y auténticas de su mentalidad. Al cabo de dos o tres generaciones formadas en una coexistencia así, ¿qué quedaría de católico todavía en los pueblos?»
Quien conoce los principios de Marx y Lenin, sabe muy bien que el comunismo en último término persigue dos fines que del modo más cruel y desconsiderado los pretende imponer hasta sus últimas consecuencias: uno, que se reduce a las fronteras de la nación, y otro que se extiende a todo el mundo. El fin interno consiste en apoderarse del poder por todos los medios, y, si esto se logra, en conservarlo y fortalecerlo sin miramiento alguno. Su objetivo externo consiste en propagar su dominio a todas las naciones hasta convertirse en el señor del mundo.
El comunismo ateo infligió a la humanidad profundas heridas. En 1997 fue publicado en Francia: El libro negro del comunismo. Crimen, terror, represión, de reconocidos profesores universitarios e investigadores europeos, cuyo editor fue Sthepane Courtois, un ex maoísta. El libro devela el hecho impresionante de que el comunismo durante el siglo XX asesinó cien millones de personas. Las cifras exactas del libro son las siguientes: China 65 millones, Rusia 20 millones, Afganistán 1,5 millones y Camboya 2 millones (la cuarta parte de la población de ese país).
«El carácter principal del comunismo fue desde el principio el terror, y la característica del sistema comunista entero fue a lo largo de toda su existencia su dimensión criminal».4
Curtois señala: «La sangre se le congela a uno en las venas, cuando contempla la esencia política y lógica, por una parte experimental y por obra absoluta y sistemática de estas medidas. ¿Y cómo podría calificarse también la despiadada lucha de clases, principio fundamental del comunismo, si no es como el exterminio total de los oponentes de una sociedad sin clases a la que el comunismo lleva a los hombres? El terror no sólo fue dirigido contra la oposición, sino contra clases sociales enteras –los intelectuales, la Iglesia y los creyentes como tales».
Inicialmente el comunismo no deja traslucir su objetivo interno, pues de lo contrario las personas no seguirían tal sistema, de ahí que los comunistas de todos los tiempos proponen otras metas: ideales que atraigan al pueblo, fines capaces de animar y de los que se desprenda algún beneficio para la masa. Proponen el paraíso en la tierra. Presentan a las personas pudientes como enemigas de los pobres, hostigando a éstas a la lucha de clases. En último término, el comunismo no tiende a la prosperidad de los hombres, sino al dominio del partido.
En una nación comunista todos tienen que pensar y actuar al estilo comunista; de lo contrario, no tienen derecho alguno. Los comunistas están íntimamente unidos a Satanás en el odio a Dios, en el aniquilamiento de toda religión, en el odio a los hombres, en la brutalidad sin límites, en la crueldad inhumana y en la intransigente aplicación de sus planes.5
Donde no está en posesión del poder, parece que va a llegar a incautarse del mismo. Impone su voluntad absoluta, machaca a los pocos ardientes que no ceden y aterroriza a los demás con su fuerza, de manera que nadie resista, o, al menos, nadie que no tenga un temple de mártir. Y aquí está el talón de Aquiles del comunismo: los que resisten.
La Roma pagana pudo perseguir y poner al Cristianismo fuera de combate, pero los cristianos no se rindieron y, convirtieron al Imperio. El comunismo chino ha dejado de matar, porque no tiene que haber mártires. Es político matar unos pocos; ordinariamente esto asusta y produce la aquiescencia de muchos, pero no es político seguir haciendo mártires, porque inmediatamente se apodera del pueblo un espíritu martirial, y entonces, ya puede despedirse la tiranía.6
No llevaba mucho tiempo el comunismo en China cuando la gente comprendió que odiaba a la Iglesia Católica. El Papa Pío XII escribió el 18 de enero de 1952 la Carta Cupimus imprimis y el 7 de octubre de 1954, la Carta encíclica Ad sinarum gentem sobre la situación religiosa en China. Declaró la invalidez de episcopal de los obispos nombrados por la CCPA.
Para acabar con la Iglesia en China, Mao Tse-tung, incoó en 1957 una Iglesia nacional e independiente: la «Asociación Católica Patriótica China» (CCPA). Organización cismática, herética y pro aborto, que no reconoce la autoridad del Papa o cualquier cosa realizada por la Iglesia desde entonces, debido a lo que el comunismo chino denomina injerencia extranjera, imperialismo y organización reaccionaria. La CCPA es la única organización para católicos reconocida por el gobierno chino, los católicos que reconocen la autoridad del Papa viven su fe en una Iglesia subterránea que tiene el status de ilegal. No existe libertad religiosa. La CCPA y la denominada Conferencia Episcopal que reúne a los obispos ilícitamente ordenados, son dirigidas y controladas por la Agencia Estatal de Asuntos Religiosos.7
Los falsos católicos de la CCPA gozan de todos los beneficios, incluso de becas a los Estados Unidos, financiadas los católicos americanos mediante la Sociedad de Maryknoll con el fin de integrarlos a la Iglesia Universal y acelerar el día de la reconciliación plena. En ese contexto la Iglesia subterránea ha sido anulada como la ruta más oportuna para el retorno de China al catolicismo.
No pensemos ni por un momento que esta maravillosa «tolerancia» será concedida sin un precio –sin un quid pro quo que requeriría un silencio moralmente intolerable sobre los graves errores de la iglesia conciliar. Es el mismo viejo arreglo del Ostpolitik que hizo Casaroli con los regímenes comunistas de la Cortina de Hierro, por el cual la Iglesia pagó por la tolerancia un precio de silencio intolerable –y de este modo se convirtió en la «Iglesia del Silencio».8
Germán Mazuelo-Leytón
1 http://www.asianews.it/noticias-es/Card.-Zen:-Mis-perplejidades-sobre-el-di%C3%A1logo-China—Santa-Sede-y-las-repersiones-sobre-la-Iglesia-china-38222.html
2[1] Cf.: MADIRAN, JEAN, El Vaticano silenciado por Moscú.
3 CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Acuerdo con el régimen comunista, para la Iglesia: ¿esperanza o autodemolición? http://www.pliniocorreadeoliveira.info/Libertad_de_la_Iglesia/ES_1963_LiberdadedaIgreja_Espanol_6_edicao.htm#VIII._CONSECUENCIAS
4[1] COURTOIS, STHEPANIE, El libro negro del comunismo. Crimen, terror, represión.
5[1] Cf.: REGENSBURGER, LUIS, Me llamaron trueno.
6[1] Cf.: DUFF, FRANK, María triunfará.
7[1] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, El enemigo numero uno de China. http://infocatolica.com/blog/contracorr.php/1305270404-el-enemigo-numero-uno-de-chin
8[1] KRAMER, P. PAUL, 21 de mayo de 2014.