Profundizando en nuestra fe – Capítulo 11
Una “verdad” relativa y sinfónica
Desde que en el siglo XVII el filósofo Descartes introdujera que el pensamiento es anterior e independiente de la verdad objetiva (“Cogito ergo sum”) y posteriormente la filosofía profundizara en este nuevo modo de pensar con la filosofía de tipo idealista de Kant, Hegel…; y más tarde estas nuevas “intuiciones” se aplicaran a la teología de corte modernista, el concepto de “verdad” cayó en el relativismo, y los dogmas y las verdades absolutas fueron en gran parte desechados, entre la filosofía y la teología primero, y después incluso, en el modo común de pensar del hombre de la calle.
Ya no se habla de “la verdad” en oposición a la mentira, sino de “mi verdad” en oposición a “tu verdad”. Una verdad que se ha hecho “sinfónica”; como si fuera un a modo de la suma de “verdades” en las que a veces no se pone objeción sin son opuestas entre sí. El principio filosófico de no contradicción[1] ha caído en el olvido y ahora se le puede dar la razón a todo el mundo aunque defiendan proposiciones que son de suyo opuestas.
La opinión se ha transformado en “dogma”, y los auténticos dogmas, han perdido todo su valor para quedar reducidos a un mero punto de vista u opinión personal.
Este modo de pensar, que se aleja de toda lógica y del sentido común, se ha ido extendiendo como cáncer en todos los ámbitos del pensar y de la vida humana. Ahora se decide si algo es bueno o malo según el número de votos que tenga en una encuesta. Los políticos son unos expertos en esta materia, pues hoy pueden defender una tesis y mañana la totalmente opuesta sin experimentar el menor rubor.
Establecidas las bases de este nuevo modo de pensar, ahora quizás entenderemos un poco mejor la corriente teológica actual en la que se tiende a suprimir los dogmas, las verdades para siempre.., y se defiende en cambio una verdad de corte historicista y cambiante, según los vientos que corren en cada momento. No es pues extraño ver a “eminentes teólogos y jerarcas” de la Iglesia defender proposiciones que no hace mucho tiempo estaban condenadas como heréticas por los concilios y el magisterio anterior. Y lo peor de todo es que, como los aires que corren están a favor de ese modo de pensar, pocos son los que levantan su voz en contra de estas “nuevas verdades” y defienden la verdad de siempre.
La verdadera Iglesia
Una vez que la teología y el hombre de hoy se han sumado a la corriente idealista e historicista, ya no se habla de Iglesia verdadera y de iglesias falsas, sino de la “Iglesia de Cristo” donde caben todas las iglesias, creencias, religiones e incluso los no creyentes (cristiano anónimo de K. Rahner); y en las que la única diferencia entre ellas sería el grado de participación mayor o menor en una supuesta iglesia universal fundada por Cristo a la cual todas las “iglesias particulares” pertenecerían. Obsérvese que ya no se habla de Iglesia verdadera o de iglesias falsas; y es lógico, pues la verdad objetiva como tal no se acepta, ya que ésta se adecúa y cambia –así defienden- según las circunstancias de los pueblos, las personas, las culturas y los tiempos.
Frente a este modo de pensar modernista y relativista, el Magisterio de la Iglesia siempre defendió que Jesucristo sólo fundó una Iglesia, la dotó de una estructura jerárquica para que transmitiera sus enseñanzas, la gobernara, y la santificara. Es por ello, que reconocer cuál fue la Iglesia fundada por Jesucristo sea esencial para el conocimiento de la verdad revelada y para tener los instrumentos de santificación que Cristo le dio.
El Magisterio siempre dijo que la Iglesia verdadera sería reconocida por cuatro “notas” o propiedades esenciales: Una, Santa, Católica y Apostólica.
Las notas de la Iglesia verdadera
1.- La Unidad
Jesús la pidió expresamente al Padre la noche de la Última Cena como señal distintiva de su Iglesia: “Padre santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17: 11). Él mismo también nos dice: “Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10:16).
Esta unidad se concreta en:
- Unidad de fe: tanto de las verdades reveladas como de las enseñadas por el Magisterio. “El que a vosotros escucha, a mí me escucha; y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia” (Lc 10:16).
- Unidad de gobierno: pues la verdadera Iglesia fue fundada por Cristo de modo jerárquico, estando presidida por el Vicario de Cristo en la tierra. “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16:19).
- Unidad de comunión: siendo todos uno en Cristo, cabeza del Cuerpo Místico que es la Iglesia. Comunión que se manifiesta en una unidad de culto. “Padre santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17: 11).
2.- La Santidad
La verdadera Iglesia ha de ser santa, pues santo es su Fundador, santa su naturaleza y santos sus frutos.
Al mismo tiempo es santa porque tiene los medios de santificación; es decir los sacramentos. Lo cual no obsta para que sus miembros sean santos y pecadores. Sus miembros sólo alcanzarán la plena perfección en la gloria celestial. La Iglesia, ya en la tierra, está adornada de santidad verdadera, la cual se manifiesta sin cesar en los frutos que el Espíritu Santo produce en los fieles. Como nos dice San Pablo: “Jesucristo se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y para purificar para sí un pueblo escogido” (Tit 2:14).
3.- La Catolicidad
La Iglesia verdadera debe ser católica, es decir, universal; pues la salvación ha de llegar a todos los hombres, independientemente de su raza, procedencia, época… Como nos enseña San Pablo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2:4).
Fue el mismo Jesucristo quien le dijo a los Apóstoles que fueran a todo el mundo a predicar el evangelio…: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28:19).
4.- La Apostolicidad
Se dice que la verdadera Iglesia ha de ser apostólica, en cuanto que Jesucristo la fundó sobre los Apóstoles y a éstos les dio la misión y el poder de seguir transmitiendo ininterrumpidamente todo lo recibido hasta el final de los tiempos. Para poder cumplir con esta misión, Cristo concedió a los Apóstoles la triple potestad de enseñar, gobernar y santificar su Iglesia (Mt 28: 18-20).
Lo que se busca del apóstol es que sea fiel transmisor de los misterios de Dios: “Así han de considerarnos los hombres: ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Por lo demás, lo que se busca en los administradores es que sean fieles” (1 Cor 4: 1-2).
Así pues la Iglesia debe ser apostólica:
- En el origen: debe ser la misma hoy que la fundada sobre los Apóstoles.
- En la doctrina: enseñando las mismas verdades que los Apóstoles.
- En la sucesión: gobernada, instruida y santificada por los legítimos sucesores de los Apóstoles.
La cristiandad está dividida en tres grupos principales
- La Iglesia Católica Romana.
- Las Iglesias Reformadas (Protestantes).
- Las Iglesias Orientales-Cismáticas.
¿Cuál de ellas es la verdadera Iglesia fundada por Cristo? La que reúna las cuatro notas distintivas que le dio su Fundador.
El Protestantismo carece de:
- Unidad de fe, de gobierno y de comunión.
- Santidad: pues rechaza casi todos los sacramentos.
- Apostolicidad: no procede de los Apóstoles sino que surge en el siglo XVI con Lutero.
Las Iglesias Orientales separadas o cismáticas carecen también de:
- Unidad de fe, de gobierno y de culto.
- Catolicidad: cada una es autocéfala, independiente e incapaz de extenderse universalmente.
- Apostolicidad. Sus obispos actuales ya no son sucesores de Pedro a raíz de su separación de Roma.
- En cambio, sí poseen la Santidad porque conservan los siete sacramentos que son aprovechados por sus miembros.
La Iglesia Católica proclama, cree y tiene esas cuatro notas:
- Unidad de fe, gobierno y culto. Respetando la triple dimensión transmitida por Jesucristo a sus Apóstoles: enseñar, gobernar y santificar.
- Santidad: en cuanto que tiene los siete sacramentos instituidos por Jesucristo para santificar a sus miembros.
- Catolicidad: ya que es universal, pues es capaz de llegar a todos los hombres de todos los tiempos y enseñarle todas las enseñanzas de Cristo.
- Apostolicidad: pues fue transmitida por Jesucristo a los Apóstoles; y éstos, por sucesión ininterrumpida hasta nosotros.
La única Iglesia que mantiene estas cuatro notas es la Iglesia Católica. Por eso decimos que ella es la única Iglesia verdadera.
¿Por qué se usa el término “Iglesia de Cristo” para referirse también a iglesias que no son la Iglesia Católica?
Desgraciadamente, debido a un ecumenismo mal entendido que está circulando entre teólogos y eclesiásticos católicos de renombre, se llama Iglesia de Cristo a cualquier iglesia que reconoce a Cristo como su Salvador.
Un ecumenismo, que tiene como consigna: “Fijémonos más en lo que nos une que en lo que nos separa”. Consigna que puede ser muy bonita, pero que lo que está haciendo en realidad es borrar las aristas, difuminar los dogmas, enmascarar las diferencias, y usar las mismas palabras para conceptos e ideas totalmente diferentes. Por ejemplo: tanto católicos como muchos protestantes aceptan que Cristo está presente en la Eucaristía; la diferencia radica en que para nosotros los católicos, Cristo está realmente presente, en cambio para ellos su presencia es simbólica y de mero recuerdo, pero no real. Cuando ambos decimos que Cristo está presente en la Eucaristía, pero ocultamos el modo de presencia, en realidad lo que estamos haciendo es engañando y confundiendo.
El término “Iglesia de Cristo” para un católico es sinónimo de Iglesia Católica; pero para un protestante, también su iglesia sería de Cristo, pues aceptan a Cristo como su salvador, aunque luego rechacen muchas de sus enseñanzas, sacramentos…
Como consecuencia de este ecumenismo mal entendido, existe la tendencia a borrar las diferencias que existen entre las diferentes iglesias, aunque ello produzca confusión e indiferentismo. Esa forma impropia de expresarse está extendiendo la idea de que cualquier iglesia es capaz de salvarnos. En otras palabras, que todas las iglesias son verdaderas (aunque unas más que otras).
En el fondo todo queda reducido a decir que en la Iglesia Católica hay una mayor participación en la Iglesia de Cristo; mientras que las demás iglesias también forman parte de esa Iglesia de Cristo, aunque con menos participación, pues no poseen la “totalidad de la verdad”.
Ese modo de hablar está extendiendo la opinión de que no es necesaria la conversión a la Iglesia Católica para salvarse; es decir, uno puede seguir en su propia iglesia ya que sería igualmente salvado; lo cual es absolutamente falso. Si eso fuera verdadero, entonces ¿para qué servirían los sacramentos que los católicos tenemos y que son rechazados abiertamente (muchos de ellos) por los protestantes? Si los sacramentos no son necesarios para la salvación, ¿por qué los instituyó Jesucristo? Este es sólo un ejemplo.
¿Qué significa “fuera de la Iglesia (verdadera) no hay salvación?
Frente a este ecumenismo deforme y realmente maquiavélico, están las enseñanzas de la Iglesia de siempre, y que ahora vamos a recordar.
Fue el mismo Jesucristo quien dijo: “El que crea y se bautice se salvará y el que no crea se condenará?” (Mc 16:16). Y también nos dijo: “quien no renaciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3:5).
Esta verdad, luego fue atestiguada y profundizada por la enseñanza de los Santos Padres y del Magisterio.
San Agustín decía con toda claridad y firmeza: “Fuera de la Iglesia Católica se puede encontrar todo menos la salvación. Se puede tener honor, se puede tener sacramentos, se puede cantar ¡aleluya!, se puede responder ¡amén!, se puede sostener el Evangelio, se puede tener fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y predicarla; pero nunca, si no es en la Iglesia Católica, se puede encontrar la salvación”.[2]
El Concilio de Florencia enseñaba: “Nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica… puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se uniere con ella”(Dz 714).
El Catecismo de San Pio X decía: “Fuera de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, nadie puede salvarse, como nadie pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia”.[3]
¿Cómo entender pues, la expresión de Pio IX y que luego retoma el Vaticano II de que es posible la salvación de los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia?
Pío IX nos dice: “Aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan una vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de las gracias”.[4]
Y el Concilio Vaticano II enseña: “Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la vida eterna”.[5]
Los que no se salvan en la Iglesia, consiguen la salvación siempre por medio de la Iglesia. Es enseñanza continua de la Iglesia que Dios no rehúsa a nadie los medios para alcanzar la felicidad eterna y sobrenatural.
Hoy día, en el actual clima de agnosticismo y relativismo en el que vivimos, es frecuente encontrar a personas, e incluso a miembros de la jerarquía de la Iglesia, que sostienen que toda religión serviría por igual a quien de buena fe la practicara. Este planteamiento, contradice las enseñanzas que siempre fueron mantenidas por el Magisterio. El mismo Vaticano II afirma, aunque sin la contundencia y la claridad del magisterio anterior: “Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, abrazarla y practicarla”.[6]
La Iglesia del Anticristo
En los últimos cien años aproximadamente se ha visto resurgir con gran virulencia una iglesia, que usando las estructuras de la Iglesia Católica es en realidad la “Iglesia del Anticristo”. En ella se practican cultos diabólicos y se adora a Satanás. Su fin es intentar destruir la Iglesia verdadera y a todos los que a ella pertenezcan. Todos sabemos que la Iglesia fundada por Cristo nunca podrá ser destruida (Mt 16:18), aunque sí quedará reducida a un resto fiel (Lc 18:8).
Sabemos también, que la masonería, en sus grados más elevados, practica cultos diabólicos; y que parte de ella se ha infiltrado en las más altas estructuras de la Iglesia Católica. Por lo que podemos concluir de ahí, que la Iglesia del Anticristo es un “cáncer” que subsiste y se alimenta de la misma Iglesia fundada por Jesucristo. Y como tal cáncer intenta aprovecharse de los inocentes fieles y de los no tan inocentes pastores, que en medio de la confusión actual, se dejan seducir y engañar. Pero profundizar en esta problemática sería tema para otro artículo.
Padre Lucas Prados
[1] Principio de no contradicción: “Es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo y en el mismo sentido».
[2] San Agustín, Enchiridion Patristicum, n. 1858.
[3] Catecismo de San Pío X, n. 170.
[4] Pío IX, Encíclica Quanto conficiamur moerore, Dz 1677.
[5] Vaticano II, Lumen gentium, n. 16.
[6] Vaticano II, Dignitatis humanae, n. 1.