La importancia crucial de esperar el Cielo

Desear frecuentemente estar ya en el Paraíso, lejos de ser una actitud egoísta o escapista es algo que agrada mucho a Dios, pues como dice San Agustín: Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Explica San Alfonso María de Ligorio que en el Purgatorio la pena de privación de Dios será un tormento especialmente duro sobre todo para aquellas almas que tuvieron pocos deseos de ir al cielo. Este tormento está especialmente relacionado con la frialdad en desear el Paraíso, más que por los pecados cometidos. Aunque no podamos entender ahora lo que significa este tormento de la privación de Dios, es uno de los más terribles en la otra vida. De hecho los condenados en el infierno sufren más aún por la privación de Dios que por las penas físicas que afectan a los sentidos como las llamas.

Los santos, dice San Alfonso, siempre estaban suspirando por estar en la Gloria. Santa Teresa de Jesús decía: “vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”.

San Francisco de Asís decía: “tan grande es el bien que espero, que se me troca en dulzura todo el tormento”. Desear fervientemente estar en el Reino de Dios es un acto de perfecta caridad por sí mismo. Como la vida eterna es un bien tan grande que Jesucristo nos hizo posible con su muerte, es justo que las almas que lo desearon poco reciban su castigo.

Enseña San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, que en el momento de entrar en el Cielo, un alma contempla con la luz de la Gloria, sin velos, la infinita belleza de Dios. Se siente inmediatamente sumergida en el amor divino, se olvida de sí misma y no piensa más que en amarlo, experimentando una felicidad total. Dios se unirá a cada alma, según sus merecimientos. No perderemos nuestra personalidad, pero nos sentiremos sumergidos en un mar de amor y nuestro gozo será total.

Naturalmente cualquier explicación de los misterios de la Dicha Eterna será siempre absolutamente incapaz de hacernos entender más que en una parte infinitesimal, la maravilla que es la vivencia plena en Dios. Nuestro limitado entendimiento humano no puede entender ahora lo que será aquella felicidad.

Pero entonces sí que podremos y nos daremos cuenta de que todos nuestros sufrimientos físicos o espirituales, tristezas y angustias aquí en la tierra valieron la pena y aún nos parecerán poco en relación con tanta alegría interminable. Así pues, deseemos con intensidad hallarnos en el Cielo en compañía de Dios, Nuestro Señor y de la Santísima Virgen y de todos los santos.

Decía Santa Teresita de Lisieux que Dios pone en el corazón aquello que quiere conceder.

Santa Faustina Kowalska escribió sobre la visión que tuvo del cielo:

“Hoy fui al cielo, en el espíritu, y vi sus inconcebibles bellezas y la felicidad que nos espera después de la muerte. Vi cómo las criaturas dan sin cesar alabanza y gloria a Dios. Vi cuán grande es la felicidad en Dios, que se difunde a todas sus criaturas, haciéndolas felices; y así toda la gloria y la alabanza que brota de su felicidad vuelven a su fuente; y entran en las profundidades de Dios, contemplando la vida interior de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a quien nunca podrán comprender o abarcar. Esta fuente de la felicidad es inmutable en su esencia, pero siempre es nueva, brotando felicidad para todas las criaturas”.

San Alfonso María de Ligorio contó una historia que le compartió un superior de la orden jesuita que se le apareció después de morir y le habló sobre el trato que la gente puede esperar en el Cielo.

Según el difunto, las recompensas del Cielo no son iguales para todos los que entran, pero todos los que entran quedan igualmente satisfechos:

“Ahora estoy en el cielo, Felipe II rey de España está en el cielo también. Los dos disfrutamos de la recompensa eterna del paraíso, pero es diferente para cada uno de nosotros. Mi felicidad es mucho mayor que la suya, pues no es como cuando estábamos aún en la tierra, donde él era de la realeza y yo era una persona corriente. Estábamos tan lejos como la tierra del cielo, pero ahora es al revés: lo humilde que yo era comparado con el rey en la tierra, así le sobrepaso en gloria en el cielo. Con todo, ambos somos felices, y nuestros corazones están completamente satisfechos”.

El Papa San Gregorio Magno habló de la unidad sobrenatural entre la comunión total de los santos en el cielo, y su aparentemente infinito conocimiento: “Además de todo esto, una gracia más maravillosa se otorga a los santos en el cielo, porque conocen no sólo a aquellos con los que estaban familiarizados en este mundo, sino también a los que antes nunca vieron, y conversan con ellos de una forma tan familiar como si en tiempos pasados se hubieran visto y conocido: y por lo tanto, cuando ven a los antepasados en ese lugar de felicidad perpetua, luego los conocerán de vista, aquellos de cuya vida oyeron hablar. Pues ver lo que hacen en ese lugar con un brillo indescriptible, igual a todos, contemplando a Dios, ¿qué es lo que no saben, si conocen al que lo sabe todo?”

Fray Luis de Granada, uno de los mayores autores místicos españoles del siglo XVI, pondera en su obra clásica “Oración y Meditación” lo maravilloso que será contemplar a Dios cara a cara. “La hermosura de Dios bastará para dar a nuestras ánimas cumplido reposo”. Ensalza también las incomparables bellezas y hermosuras del Cielo, donde disfrutaremos de una música sublime y de unos paisajes cuya belleza supera lo imaginable etc

Uno de los mayores gozos del Cielo será contemplar la belleza extraordinaria de la Santísima Virgen, nuestra Madre. Allí tendremos conocimiento de todo lo que ha hecho intercediendo por nosotros para ayudarnos a conseguir la salvación y sentiremos un amor indescriptible en su compañía.

Por último recordemos lo que nos enseña la Teología sobre las cualidades del cuerpo resucitado, de las que disfrutaremos en el Cielo.

Impasibilidad es decir, la propiedad de que no sea accesible a ellos mal físico de ninguna clase, es decir, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte.

Sutilidad es la propiedad por la cual el cuerpo se hará semejante a los espíritus en cuanto podrá penetrar los cuerpos sin lesionarse ni lesionar, es decir, podrá atravesar otros cuerpos.

Agilidad es la capacidad del cuerpo para obedecer al espíritu en todos sus movimientos con suma facilidad y rapidez, es decir, en forma instantánea.

Claridad es el estar libre de todo lo ignominioso y rebosar hermosura y esplendor.
Jesús nos dice: “Los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13, 43)

Rafael María Molina Sánchez

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