Mientras que Francisco siembra el caos y subvierte la Iglesia, tres figuras neocatólicas discuten sobre si una de ellas se ha convertido en un “católico reaccionario radical” por reconocer que Francisco está sembrando el caos y subvirtiendo la Iglesia. Ojalá fuera una broma.
Alguien nos puso al tanto sobre una discusión actual en internet entre Karl Keating y Dave Armstrong por el último libro de Philip Lawler El Pastor Perdido: Cómo Desorienta el Papa Francisco a su Rebaño. En él, Lawler, un reconocido vocero de los católicos “conservadores” o neocatólicos* frente a los traditionalistas**, expone las razones de su “reacia” conclusión de que Francisco es “un radical que aparta a la Iglesia de las antiguas fuentes de la fe” y “está involucrado en un esfuerzo deliberado por cambiar lo que la Iglesia enseña”.
Lo que piensan Keating y Armstrong de lo expuesto por Lawler, que para los tradicionalistas es obvio desde hace tiempo, no es lo interesante. Aunque vale la pena reparar—aunque sea como una observación sociológica de nuestra perturbada unidad eclesial— en que hay dos católicos “conservadores” debatiendo sobre cómo encarar un libro que sencillamente repite la visión tradicionalista de lo que el mismo Lawler llama “este desastroso papado.”
Para Armstrong se trata de mantener la postura neocatólica de los “tradicionalistas radicales” como sujetos a temer y rechazar, si bien Lawler, un comentarista sin dudas no tradicionalista, coincide con estos respecto a Francisco. Para Keating, se trata de cómo defender a Lawler sin aceptar que los tradicionalistas que llegaron muchos años antes a la misma conclusión que él, tenían razón desde el principio. Por lo tanto, ambos coinciden en la misma premisa implícita: no se le puede dar crédito bajo ningún concepto a la evaluación de Francisco realizada por los tradicionalistas, mucho menos reconocer su premonición, porque significaría que los comentaristas neocatólicos estuvieron equivocados y fallaron enormemente en presagiarlo. Equivocados no solo en cuanto a Francisco, sino a todo el rumbo de la crisis post-conciliar de la Iglesia cuyas raíces se encuentran en novedades eclesiásticas destructivas sin precedentes y manifiestas que ellos, los neocatólicos, se niegan a reconocer. Mientras Francisco tornó tal negación indefendible con sus propias novedades, la postura neocatólica se niega a admitir que los tradicionalistas tenían razón en preocuparse.
Tal como observó astutamente uno de nuestros corresponsales: la discusión entre Keating y Armstrong, que son amigos, en realidad es sobre cómo continuar desacreditando la postura tradicionalista ahora que Lawler, un no tradicionalista, llegó a aceptar su diagnóstico certero de este pontificado. El juego entre los dos, y finalmente de Lawler, quien se sumó en los comentarios del vínculo agregado arriba, es bastante gracioso.
Armstrong, en su enfoque sobre el libro de Lawler, recuerda que precisamente el 3 de agosto de 2013 él inventó el término “católico reaccionario radical” para reemplazar su epíteto anterior “tradicionalista radical” (“radtrad”) y luego corrigió sus muchos escritos—como si a alguien le importara—para reflejar el nuevo epíteto, que define así:
Defino a los “católicos reaccionarios radicales” como un grupo rigorista y divisivo, completamente separado de la corriente “tradicionalista” principal, que vocifera continua y vitriólicamente [sic] (como característica sobresaliente) golpes y críticas a los Papas, el Vaticano II, la nueva misa, el ecumenismo (“los cuatro grandes”): llegando lo más lejos que puedan sin cruzar técnicamente la línea canónica del cisma. De hecho, se convierten en sus propios Papas: ejercen juicios privados con mal gusto, así como (irónicamente) hacen los católicos liberales, y como hicieron Lutero y Calvino cuando se rebelaron contra la Iglesia. No pueden vivir y dejar vivir. Deben asumir una orientación condescendiente de “superior-subordinado”.
El lector observará que la “definición” de Armstrong no es más que una cadena de insultos y términos indefinidos que no son más que una caricatura de la visión tradicionalista de nuestra situación eclesial sin precedentes. La nube resultante de términos peyorativos le permite a Armstrong reincorporar en su polémica la condena a la corriente “tradicionalista principal” que él dice dejar de lado, dado que en la categoría de “católico reaccionario radical” se ve incluido casi todo el universo de tradicionalistas e incluso comentaristas quasi-traditionalistas, incluyendo “The Remnant, 1 Peter 5, Lifesite News, Rorate Caeli, [y] la Correctio dominada por reaccionarios,” siendo éste último un grupo de católicos que, como Lawler, protestaron públicamente por el caos que Francisco provocó con Amoris Laetitia, el mismo documento que Lawler llama “subversivo.”
Armado con una nueva definición para dar al mismo y viejo blanco, Armstrong intenta salvarse denunciando el libro de Lawler como “católico reaccionario radical” pero absolviendo a Lawler del delito personal de ser católico reaccionario radical. Entonces le informa a Keating: “No clasifico a Phil como reaccionario, aunque entiendo por qué alguno podría pensarlo. Solo noté, por lo que pude ver hasta ahora en su libro, que él piensa como uno de ellos en algunos aspectos clave/característicos.” Según Armstrong, mientras Lawler habla como un católico reaccionario radical, él “no es un reaccionario ahora, pero podría llegar a serlo. Y si termina siéndolo, yo avisé, le advertí a la gente que podría suceder…”
Por su parte, Keating afirma que “Lawler no es un reaccionario en absoluto (si bien admite que está ‘reaccionando’ a ciertas acciones papales), y no puedo pensar en ningún católico tradicionalista que pudiera tildarlo incluso de tradicionalista.” Por lo tanto Lawler no es ni un reaccionario ni un tradicionalista. Esto debe quedar claro, no sea que las respetables credenciales de Lawler resulten mancilladas. En cambio, Keating continúa: “él es un hombre de temperamento conservador, lento para sacar conclusiones, ansioso por dar a los hombres de la Iglesia el beneficio de la duda. Él es más como un Russell Kirk que como un Michael Voris.”
Aquí, Keating revela más de lo que él cree, porque un “católico como Russell Kirk” sería precisamente el tipo de conservador moderno—es decir, un moderno liberal post-iluminismo—o el equivalente eclesial de “neocatólico.” Así como Kirk aceptó los principios fatales de la modernidad política mientras argumentaba en favor de su compatibilidad con los valores tradicionales por medio de una aplicación “conservadora”, también los neocatólicos aceptan las novedades oficialmente aprobadas de los últimos cincuenta años, a pesar de su manifiesta incompatibilidad con las enseñanzas tradicionales que ellos mismos defienden (ver definición de abajo). Sin embargo, Francisco, tornó ese ejercicio imposible. Por eso el libro de Lawler y el consiguiente disturbio sociológico que provocó en el séquito neocatólico que ni siquiera existía antes del Vaticano II.
Aguarden un momento: Voris se niega totalmente a criticar a Francisco, sin importar cuánta evidencia se acumule en su contra. Por lo tanto, ¿en qué se convierte Lawler si se lo compara con Voris, considerando que Lawler concluyó que Francisco es “un radical que aparta a la Iglesia de las antiguas fuentes de la fe…en un esfuerzo deliberado por cambiar lo que la Iglesia enseña”? Parece que Voris se uniría a Armstrong en denunciar a Lawler como alguien que habla como un católico reaccionario radical. Dejaré que Keating resuelva esta confusión al respecto. Armstrong responde preocupado porque Lawler “se esté dirigiendo posiblemente hacia el catolicismo reaccionario” y “comenzando a discutir y a pensar más como ellos.” Pero Keating le asegura a Armstrong que no vislumbra algo tan horrible: “No, Dave, lo que opina Steve Skojec no nos dice nada. Si dijeras cualquier cosa sobre un asunto que él aprueba, te elogiaría y aclamaría que pronto te unirás a su pequeño ejército. Pero tú no harías algo así. Que Skojec u otro elogie a Lawler no nos dice nada sobre Lawler, solo que escribió algo que a Skojec le interesa. No le des tantas vueltas al asunto…. En cuanto a que Lawler caiga por esa cuesta resbaladiza (y sin frenos), alguien con tu lógica podría decir sobre ese famoso teólogo liberal que hace poco abrazó algunas posiciones ortodoxas: “¡no hay quien detenga su caída, de un extremo al otro–terminará siendo tradicionalista!’”
Traducción: No te preocupes. No hay chance de que nuestro hombre, Phil, se torne uno de ellos. Él es el Russell Kirk de la crítica papal, se toma el tiempo antes de declarar que Francisco es un peligroso radical que intenta cambiar las enseñanzas de la Iglesia, que Amoris Laetitia es un documento subversivo y que este papado es desastroso. No como esos católicos reaccionarios radicales—y ciertamente Lawler no es—que dijeron las mismas cosas pero mucho tiempo antes. Enorme diferencia, lo ves.
Finalmente, Lawler entró en la discusión para asegurar a Armstrong que él no se ha vuelto un católico reaccionario radical: “Si me das tu correo electrónico, puedo enviarte una copia de las pruebas, y podrás juzgar el libro en su totalidad. No dudo que aún tendrás problemas con él, pero espero que no concluyas que me he vuelto un reaccionario.” ¡Dios no quiera que un católico reaccione radicalmente contra un Papa radical dispuesto a cambiar la enseñanza de la Iglesia! Los católicos deben permanecer siempre inmóviles frente a los ataques radicales contra la fe, especialmente cuando el radical es un Papa. De esta manera, Lawler continúa asegurando su inmovilidad, a pesar de su libro.
Por lo tanto, Armstrong, Keating y el mismo Lawler están esencialmente de acuerdo: uno nunca debe permitirse ser un católico reaccionario radical, incluso si lo que dicen los sucios de The Remnant y de otras partes resulta ser verdad. El relato neocatólico de la aceptación pasiva del régimen de novedades post-conciliares qua fidelidad superior a la Iglesia permanece intacto, aunque Lawler haya desafiado el inmóvil status quo observando que Francisco ha avanzado demasiado por el camino del desastre aprobado oficialmente que estuvieron siguiendo sin protestar durante décadas. A pesar de sus fallas de protocolo, Lawler todavía no es uno de ellos. Él no se ha mancillado uniéndose a la clase de los intocables. ¿Y no es eso le que importa ante todo?
Esta es la profunda enfermedad sociológica del elemento humano de la Iglesia en la peor crisis de su larga historia.
Aquí va un video de nuestros tres amigos neocatólicos discutiendo tranquilamente sobre la importancia de no ser uno de los nuestros…
Christopher A. Ferrara
(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)
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* neocatólico: un católico que acepta y defiende las novedades eclesiásticas aprobadas oficialmente en la última mitad de siglo a pesar de sus resultados destructivos, y si bien ningún católico está obligado a aceptar una sola de ellas para ser un miembro respetable de la Iglesia. Estas novedades, ninguna de ellas obligatoria para la consciencia católica, surgieron principalmente bajo los nombres de “reforma litúrgica”, “ecumenismo”, “diálogo”, “diálogo interreligioso” y “actualización” de la formación sacerdotal y religiosa, que ha vaciado los seminarios y conventos “reformados”. El neocatolicismo, cuyo conjunto de características espantaría a un Papa como San Pío X, el archienemigo del modernismo y de lo que él llamó “El Modernista como Reformador” es el equivalente eclesial del “neoconservadurismo” en el ámbito político: es decir, una forma liberal, “moderada” de conservadurismo que intenta reconciliar la verdadera doctrina con prácticas innovadoras, actitudes y modas actuales que tienden a socavar la verdadera doctrina. La prevalencia actual del “estilo” neocatólico constituye la esencia de la crisis post-Vaticano II en la Iglesia.
**tradicionalista: un católico que prescinde, y con la total libertad para hacerlo, de las novedades eclesiásticas introducidas recientemente, y continúa practicando la fe inmutable de sus ancestros, incluyendo la liturgia tradicional y la formación tradicional de sacerdotes y religiosos en seminarios y conventos que están llenos. El término “tradicionalista” no era necesario antes del Concilio Vaticano Segundo, porque todo católico practicante y creyente era, según los estándares actuales de los neocatólicos, un tradicionalista.