La lucha del hombre contra el demonio

La tentación 

El diablo es el tentador del hombre, pero no todas las tentaciones que asaltan al hombre vienen directamente del diablo; en efecto, algunas tienen su origen en la triple concupiscencia (St., I, 14) y otras provienen del mundo[1].

El Padre Adolfo Tanquerey escribe: “en cuanto a la acción del demonio hay que salvar dos excesos: están los que le atribuyen todos los males que nos suceden, olvidando que existen en nosotros estados morbosos y malas inclinaciones que provienen de la triple concupiscencia: causas naturales que bastan para explicar muchas tentaciones. Hay otros, en cambio, que, olvidando lo que la Sagrada Escritura y la Tradición nos dicen acerca de la acción del demonio, no quieren en ningún caso admitir su intervención. Para ir por el camino recto, la regla que debe seguirse es esta: no aceptar como fenómenos diabólicos sino los que, o por el carácter extraordinario, o por un complejo de circunstancias, denotan la acción del espíritu maligno” (Compendio di Teologia ascetica e mistica, Roma-Tournai-Paris, Desclée, IV ed., 1927, Fenomeni diabolici, p. 937, n. 1531)[2].

El diablo “bien veja al alma desde fuera, suscitando en ella horribles tentaciones, bien se fija en el cuerpo y lo mueve a su agrado como si fuera su señor para conseguir turbar indirectamente al alma” (A. Tanquerey, Compendio di Teologia ascetica e mistica, cit., Fenomeni diabolici, p. 937, n. 1531).

Cuando una tentación es repentina, violenta y tenaz, cuando no se ha puesto por parte del hombre ninguna causa próxima o remota capaz de suscitarla, cuando se han evitado las ocasiones de la tentación, entonces se puede considerar que la tentación viene directamente del demonio[3]. “En los casos dudosos conviene consultar a un médico cristiano, que examine si dichos fenómenos dependen de un estado patológico” (A. Tanquerey, cit., p. 939, n. 1534).

La conducta del hombre ante la tentación debe ser la de la resistencia positiva. No basta mantener una actitud puramente pasiva; equivaldría a consentir. La resistencia se divide en directa e indirecta. La primera nos hace afrontar la tentación cara a cara, haciendo lo contrario de lo que nos sugiere. Sin embargo, en las tentaciones contra la Fe y la pureza se debe resistir positivamente, pero indirectamente, o sea, no cara a cara – de lo contrario se refuerza la tentación –, distrayéndose indirectamente, pensando en otra cosa, ocupándose con tareas exteriores que nos tengan ocupados y nos alejen del peligro. En resumen, es necesario huir de la tentación aplicando la imaginación y la fantasía a otras cosas desde el primer momento en que aparece la tentación.

La obsesión diabólica 

La obsesión es una tentación diabólica fuerte y sensible en la que la acción del diablo aparece clara, mientras que en la tentación no se sabe si viene del diablo o de la triple concupiscencia que alberga el hombre.

La obsesión es tan violenta y duradera, que produce en el alma una turbación muy profunda e intenta empujarla al mal con mucha violencia.

La obsesión se subdivide en interna y externa. La primera se dirige a las potencias sensibles internas del hombre y especialmente a la imaginación y a la fantasía para influir después indirectamente en la inteligencia y sobre todo en la voluntad. La obsesión externa se dirige a los sentidos externos del hombre: vista, oído, tacto, olfato y gusto.

El mejor remedio contra la obsesión es la oración, la humildad, el desprecio de sí mismo y la confianza en Dios.

Las causas de la obsesión pueden ser múltiples: 1º) el permiso de Dios para afinar, humillar, probar y santificar al alma haciéndole adquirir méritos; 2º) la envidia del diablo, que no soporta a una naturaleza (humana, compuesta de alma y cuerpo) inferior a la suya (angélica, de espíritu puro), naturaleza humana la cual tiene la gracia que él perdió para siempre y, por tanto, querría hacer que la perdiera con la tentación o la obsesión; 3º) la imprudencia del hombre, que presumiendo de sí mismo se ha puesto en ocasión de ser tentado.

Es necesario prestar mucha atención y no atribuir a la tentación u obsesión diabólica lo que puede ser una deficiencia de la naturaleza. Por ejemplo, una enfermedad mental o sólo nerviosa[4]. No hay que negar por principio la acción diabólica, pero tampoco ver solamente y siempre al diablo en acción, excluyendo las causas naturales, que pueden producir desequilibrios y comportamientos anómalos semejantes a los de la obsesión. La regla que debe seguirse es la siguiente: todo lo que se puede explicar con causas naturales no debe ser atribuido a la acción preternatural del diablo. Si el sujeto es proclive a patologías psicológicas, hay que ser muy prudentes y no considerar inmediatamente que se trate de una obsesión; la visita a un buen médico cristiano, junto a la asistencia del sacerdote, deben explorar si existe sólo una enfermedad o si, junto a la enfermedad, se ha infiltrado también la acción diabólica.

La posesión 

La posesión, en cambio, es la presencia del diablo en el cuerpo del poseído. La posesión es más impresionante, pero la obsesión es más peligrosa, porque mira al alma del hombre para que pierda la gracia santificante. La posesión hace parte del Depósito revelado. No puede ser puesta en duda en sí misma. En el Evangelio se leen muchos casos de posesión, además de casos de tentación y de obsesión (Mc., V, 9; II, 25; III, 12; Mt., IV, 24; X, 8; Lc., X, 17; Hch., XVI, 18).

La naturaleza de la posesión es la invasión y la toma de posesión por parte del diablo del cuerpo de un hombre (llamado poseso, endemoniado, energúmeno), cuyos órganos mueve como si fuese su cuerpo. Para que exista verdadera posesión se exigen dos elementos: 1º) presencia del diablo en el cuerpo de la víctima; 2º) imperio despótico del maligno sobre el cuerpo del endemoniado. El alma permanece libre, sólo el cuerpo es poseído por el diablo. En efecto, sólo Dios puede penetrar en la esencia del alma y establecer en ella su morada o el estado de gracia santificante. El alma del endemoniado permanece libre; sin embargo, el diablo intenta, mediante la posesión del cuerpo, perturbar al alma y arrastrarla indirectamente al pecado.

En la posesión existen: 1º) estados de crisis, con explosiones violentas, en las que el diablo se desencadena mediante blasfemias, actos convulsivos, arrebatos de ira y de fuerza desproporcionada, obscenidad y vulgaridad; 2º) estados de calma, durante los cuales nada hace ver la presencia del demonio en el cuerpo del poseído, de modo que se diría que se ha marchado de él.

Las señales de la posesión diabólica que nos da el Ritual romano (Tratado XI, cap. 1-3, De exorcizandis obsessis a daemonio) son los siguientes: 1º) no bastan las extrañezas del mal que aflige al paciente: las blasfemias, las agitaciones convulsivas, la fuerza sobrehumana, la voz ronca, que son todas ellas señales explicables naturalmente como efectos de enfermedades nerviosas; 2º) sólo donde no existe explicación natural se está seguro de la presencia de lo preternatural[5]; por ejemplo, hablar con riqueza de vocablos una lengua desconocida para el paciente o comprender perfectamente a quien habla una lengua desconocida; descubrir las cosas ocultas (los secretos del corazón[6]) o distantes y no visibles para los presentes. Las fuerzas sobrehumanas se pueden explicar con la enfermedad nerviosa, que decuplica las fuerzas del enfermo. El horror de las cosas sagradas, como el agua bendita, podría ser una reacción del enfermo al hecho de que se le rocíe agua o se le imponga una estola o se le obligue a besar un crucifijo y podrían ser reacciones patológicas y no por fuerza demoniacas.

Las causas de la posesión diabólica son las siguientes: 1º) normalmente son los que viven en pecado grave los que son poseídos, pero existen excepciones (por ejemplo, el padre Surin, las hermanas Ursulinas de Loudun y Sor María Crocifissa…) y, en tal caso, la posesión es una purificación humillante que Dios permite para la santificación del alma; 2º) el castigo por el pecado es la causa más común. Especialmente por los pecados de superstición, como asistir a sesiones espiritistas, darse a prácticas mágicas o esotéricas, asistir a misas negras o a reuniones de sectas masónicas[7], satánicas, llevar amuletos mágicos y demoniacos[8].

Los remedios son sobre todo: 1º) la confesión sacramental bien hecha y general; 2º) la sagrada comunión después de previa confesión; 3º) la oración y el ayuno; 4º) los sacramentales, especialmente la señal de la cruz, el agua bendita y la medalla de San Benito, que contiene grabada en ella misma una forma de exorcismo.

Los exorcismos[9] son múltiples: 1º) el pequeño o simple exorcismo, compuesto por León XIII[10] y prescrito por el Ritual romano (Título XI, cap. 3), que puede ser recitado por un sacerdote en nombre de la Iglesia (y también por un laico privadamente y no en nombre de la Iglesia) para combatir las obsesiones y no física y directamente sobre un poseído presente[11]; 2º) el exorcismo solemne o mayor, que se encuentra también en el Ritual romano (Título XI, cap. 1-2) y se remonta en su sustancia a los siglos IV-V[12], mientras que la forma casi definitiva se remonta al final del siglo VIII con Alcuino[13]; este exorcismo solemne está reservado a un sacerdote elegido por el obispo como exorcista oficial de la diócesis; lo pronuncia sobre un poseído físicamente presente y debe hacerse en una iglesia o en una capilla; sólo por motivos excepcionales, se puede hacer en una casa privada y el exorcista debe estar acompañado de hombres sanos y robustos[14]. No siempre el exorcismo libera inmediatamente al poseído, porque no es un sacramento que actúa ex opere operato (por sí mismo), sino que es un sacramental, que actúa ex opere operantis (por los méritos del ministro) y produce efectos saludables, como atenuar la fuerza del demonio (S. Alfonso María de Ligorio, Theologia moralis, l. 3, trat. 2, cap. 1, dud. 7, n. 193, tomo 2).

Satanismo 

Todo el “mundo”[15], no en cuanto creatura física de Dios, sino en el sentido moral y peyorativo (los que viven según el espíritu mundano o carnal opuesto al angélico o divino) es sometido al diablo, por medio del dilema “o Dios o el Yo”, “o la verdad o la mentira”. El es llamado también, por ello, “el príncipe del mundo” (Jn., XII, 31; XIV, 30), “el dios de este mundo” (2 Cor., IV, 4). El reino de satanás contrasta con el de Dios (Mt., XII, 26). Satanás expulsa del corazón del hombre la buena semilla de la palabra de Dios para cambiarla por la cizaña o falsa semilla del error (Mc., IV, 15). Su intento es el de “cegar las mentes de aquellos que no creen todavía, de manera que no puedan ser iluminados por el Evangelio de la gloria de Cristo” (2 Cor., IV, 41). El mundo de satanás combate en el tiempo contra el Reino de Dios, pero al final Jesús vencerá, y derrotará definitivamente a satanás y conquistará el mundo (Jn., XVI, 33). “Hasta el fin del mundo habrá oposición entre los “hijos de Dios” y los “hijos del diablo” (Jn., VIII, 44), los cuales hacen las “obras del diablo” (Hch., XIII, 10), que se resumen en la impostura o seducción (Jn., VIII, 44; 1 Tim., IV, 2; Apoc., XII, 9) con las que se sustituyen la verdad y la justicia por el error y el pecado (Rom., I, 25; St., V, 19)”[16].

Genéricamente, el satanismo es el estado de lo que es satánico, o sea, sometido e incluso consagrado a satanás. El satanismo está completamente imbuido e impregnado del espíritu de satanás, el adversario de Dios y del hombre. De manera específica, el término satanismo asume tres significados: 1º) el imperio de satanás sobre el mundo; 2º) el culto rendido a satanás; 3º) la imitación de su rebelión contra Dios. Es necesario estudiar los tres para comprender bien el significado del concepto de satanismo y su relación con la modernidad y la post-modernidad.

El imperio de satanás sobre el mundo 

Dicho dominio está revelado tanto en el Evangelio como en San Pablo. Se realiza y se extiende mediante a) el pecado del hombre, que es contrario a la Voluntad de Dios; b) el orgullo humano o el egoísmo, que es opuesto a Dios infinitamente Verdadero y Bueno[17]; c) la ley puramente exterior o farisea, que es contraria a la verdadera Fe interior vivificada por la Caridad. El dominio de satanás sobre el mundo representa casi un “cuerpo místico” como lo describe San Gregorio Magno (Hom. 16 in Evang.; Moral., IV, 14): “Ciertamente el diablo es cabeza de todos los inicuos; y todos los inicuos son miembros de esta cabeza”. Por ello los Padres y los Doctores hablaron de contra-iglesia, ateniéndose a la Revelación (Apoc., II, 9), que habla de “sinagoga de satanás”, la cual es adversaria de la Iglesia de Cristo. El Reino de Cristo está en oposición radical con el de satanás; son contrarios como el sí y el no, el bien y el mal, la verdad y el error, el ser y la nada. Su respectivo fin es el aniquilamiento del otro, mediante un continuo y recíproco combate, que terminará sólo con el fin del mundo y el Juicio universal. San Agustín nos habla de dos ciudades, una de Dios y la otra del diablo, que se fundan sobre dos amores opuestos: Dios y el Yo (De civit. Dei, XIV, 18). Pío XII enseñó que el satanismo más profundo y capilar es la apoteosis del hombre, con la reducción de la religión a algo libre, y que, después de haber abatido el cristianismo, aplica los dos caminos falsos del colectivismo socialista y del individualismo liberal, que conducen a la humanidad al aniquilamiento, primero moral y luego físico (Radiomensaje natalicio, 24 de diciembre de 1952, nn. 12-30). Sesenta años después tocamos con la mano esta terrible profecía, que, desgraciadamente, se ha hecho realidad. En el Este el comunismo colectivista y ateo y en el Oeste el liberalismo individualista han casi aniquilado moralmente la civilización europea y cristiana y ahora especialmente el segundo está llevando al mundo entero hacia la destrucción física en Medio Oriente. “Hoy, mediante la bondad puramente natural, el príncipe de este mundo intenta encadenar a los hombres para conservarlos de modo más seguro bajo su dominio, es decir, lejos de la verdadera Iglesia de Cristo”[18].

El culto de satanás 

Si se niega la existencia del diablo, se niega también el culto que le es dado. Hoy la victoria más peligrosa de satanás es la de haber sacudido la Fe católica en su existencia real. No menos perniciosa es la superstición opuesta, o sea, el culto dado a satanás como “divinidad” malvada que debe ser conciliada y servir para los propios intereses personales (honores, riquezas y placeres). Los gnósticos antiguos habían identificado a satanás con la serpiente del paraíso terrenal (Ireneo, Adv. haer., I, 24; Tertuliano, Praescr., 47), que es exaltado por haber reivindicado los “derechos del hombre”, revelando a Adán el conocimiento o gnosis del bien y del mal, enseñándole la rebelión a los mandamientos de Dios. Para los gnósticos Cainitas (cfr. Ireneo, ibíd, I, 31), los verdaderos liberadores son los grandes rebeldes que se erigieron contra Dios: Caín, Esaú, los habitantes de Sodoma y sobre todo Judas, que habría liberado a la humanidad de Jesús. Por tanto, no nos debemos maravillar por la rehabilitación reciente de la figura del Iscariote hecha por el cine e incluso por algunos “neo-exegetas”. Monseñor Antonino Romeo nos explica cómo “el culto de satanás se concentra en las misas negras […], que recuerdan fórmulas y ritos masónicos. […] Escondite secreto de satanismo es ciertamente la masonería, que hereda fe y costumbres del gnosticismo cainita”[19]. La masonería, inspirada por el judaísmo talmúdico, es la contra-iglesia universal que, desde más de doscientos años, planifica los acontecimientos políticos, económicos y militares, de los cuales depende la suerte de los pueblos. Se constata en la historia de la modernidad “una dirección de marcha constante, que tiende al “progreso” incontrolable, a la religión de la naturaleza, excluida toda religión o moral positiva. La lucha es conducida sobre todo contra el catolicismo, caído el cual, el cristianismo no será más que un símbolo o un recuerdo”[20]. Los supuestos principales y preferidos de satanás son el judaísmo anticristiano, el cual, a su vez, inspiró casi todas las sectas y las herejías anticristianas[21].

La rebelión satánica 

Consiste en la afirmación heroica del Yo, defendido en su absoluta integridad. Monseñor Antonino Romeo escribía: “incluso algunos teólogos católicos, para adular la voluntad o libertad humana que no refleja ya la divina, osan acariciar el ‘riesgo del pecado’ […], en una postura de ‘riesgo mortal’, que tiene muchos contactos con el ‘titanismo’ actual”[22]. El marxismo, según el cual “Dios es el mal”, es una de las formas modernas del satanismo revolucionario, como también el nihilismo filosófico post-moderno, que querría destruir la moral, el intelecto humano y el ser por participación, el cual remite al Ser por esencia.

Dominicus

(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la fe)

[1] Cfr. P. Masson, La tentation, en La vie spirituelle, noviembre de 1923 – abril de 1926; M. J. Ribet, La mystique divine distingué des contrefaçons diaboliques, 3 vol., Paris, 1902.

[2] Cfr. A. Tondi – G. De Ninno, Demoniache manifestazioni, en Enciclopedia Cattolica, Città del Vaticano, 1949, vol. IV, col. 1418-1422.

[3] Cfr. A. Royo Marín, Teologia della perfezione cristiana, Roma, Paoline, 1961, p. 382; A. Tanquerey, Compendio di Teologia ascetica e mistica, Roma-Tournai-Paris, Desclée, IV ed., 1927, n. 219-225.

[4] “No se encuentran jamás enfermos mentales que hablan lenguas desconocidas, revelan los secretos del corazón o predicen el futuro. Pues bien, estas son las verdaderas señales de la posesión diabólica; donde falten todos se debe hablar de enfermedad nerviosa y no de fenómeno diabólico” (A. Tanquerey, Compendio di Teologia ascetica e mistica, cit. P. 943, n. 1542. Cfr. J. Tonquedec, Les maladies nerveuses ou mentales et les manifestations diaboliques, Paris, 1938.

[5] En efecto, “existen numerosas enfermedades nerviosas que presentan caracteres externos semejantes a los de la posesión. Los casos de verdadera posesión son raros y es mejor excederse en prudencia y desconfianza que en credulidad” (A. Royo Marín, Teologia della perfezione cristiana, cit., p. 401).

[6] Por este motivo, el sacerdote que se dispone a hacer el exorcismo mayor para liberar a un poseído debe confesarse y lo mismo aquellos que asisten y ayudan al sacerdote durante el exorcismo.

[7] El Padre Paolo Calliari trata este tema en su óptimo libro Trattato di demonologia, Ed. Carroccio, Vigodarzere (PD), 1992, cap. 20-25, pp. 195-276; II ed. Effedieffe, Proceno di Viterbo.

[8] Cfr. C. Balducci, Adoratori del diavolo e rock satanico, Casale Monferrato, Piemme, 1991. El Autor explica con detalle el papel de la música rock en las posesiones diabólicas (I parte, cap. 9, pp. 98-112; II parte, cap. 1-7, pp. 147-240). Cfr. Th. W. Adorno, Introduzione alla sociologia della musica, tr. It., Torino, 1971, que estudia en profundidad las capacidades disolutivas de la música disarmónica y ritmada para aplicarla a la sociedad y corromperla.

[9] Cfr. J. Forget, Exorcisme, en D. Th. C., vol. V, col. 1762-1880; L. Simeone, Esorcismo, en Enciclopedia Cattolica, Città del Vaticano, 1950, vol. V, col. 595-597.

[10] Mons. Henri Delassus, en su libro La conjuration antichrétienne (Lille, Desclée, 1910, vol. III, p. 879, nota 1), escribe que León XIII tuvo una visión extática mientras celebraba Misa en 1888 y vio “el mundo envuelto por las tinieblas y un abismo abierto del cual salía una legión de diablos, que se esparcían por el globo con el fin de combatir y destruir a la Iglesia. Entonces, apareció San Miguel y venció de nuevo a satanás”. Fue entonces cuando León XIII compuso el exorcismo menor, que se encuentra en el Ritual romano y prescribió el rezo de la oración a San Miguel arcángel el final de todas las misas.

[11] A. Tanquerey, cit., p. 945, n. 1545.

[12] El Exorcistado es la tercera de las Ordenes menores, que confiere el poder de expulsar a los demonios por medio de los exorcismos. En los primeros tiempos de la Iglesia, todo fiel, casi como un carisma, tenía el poder de expulsar los demonios. En la mitad del siglo III, en Roma, aparecen los exorcistas como una clase especial, de cuya existencia nos informan varios documentos del siglo III (San Paulino de Nola, el Epitafio de Flavio Latino, San Dámaso, Epist. ad Fabium Antioch.). La Ordenación de los exorcistas en la Iglesia latina se encuentra en los Statuta Ecclesiae antiqua del siglo V. En oriente, ya en el siglo IV, el Concilio de Antioquía (341) y el de Laodicea (318) hablan de los exorcistas, pero no nombran todavía el orden del exorcistado (cfr. Constituciones Apostólicas, VIII, 26, 1, 2). Cfr. Ph. Oppenheim, Sacramentum Ordinis secundum Pontificale Romanum, Roma, 1946, pp. 34-42; P. Alfonzo, I riti della Chiesa, Roma, 1946, vol. III, pp. 74-80.

[13] Erudito anglosajón (735-804), que, por invitación de Carlomagno, organizó la Escuela palatina (786) y contribuyó a salvar el patrimonio clásico greco-romano.

[14] A. Tanquerey, cit., p. 946, n. 1547; CIC 1917, can. 1151-1152.

[15] Jn, I, 10; VI, 7; XV, 18; XVI, 20; XVII, 9-16; 1 Jn., II, 16; V, 19; Mt., XVIII, 7; Gál., VI, 14.

[16] F. Spadafora (dirigido por), Dizionario biblico, Roma, Studium, 3ª ed., 1963, p. 165.

[17] “El diablo no perseveró en la verdad porque la verdad no estaba en él” (Jn., VIII, 44).

[18] A. Stolz, Teologia della mistica, tr. It., Brescia, 1940, pp. 66.

[19] Voz “Satanismo”, en Enciclopedia Cattolica, Città del Vaticano, vol. X, 1953, col. 1958.

[20] A. Romeo, ibídem, col. 1959.

[21] Cfr. J. Meinvielle, De la cábala al progresismo, Buenos Aires, 1970, II ed., EVI, Segni (Roma), 2013.

[22] A. Romeo, ibíd.

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