La extraña guerra mundial que el mundo vive desde hace varios meses se aproxima a un enfrentamiento probablemente decisivo: una suerte de Stalingrado, Waterloo o Châlons-sur-Mer. Dependiendo del resultado, el destino de la humanidad estará en manos de una peculiar alianza entre la República Popular China –una tiranía que sintetiza el totalitarismo ateo y antihumano de los viejos marxismos-leninismos con el poder corruptor de las oligarquías financieras más desatadas y explotadoras – y el globalismo masónico de la ONU, de la UE y de figuras siniestras como Soros, los Clinton, el Vaticano bergogliano, la izquierda posmoderna ecologista y «diversa» sexual y casi todo el establishment político mundial.
Esta alianza, confesada ya hace algún tiempo por siervos menores de los designios mundialistas, se ha hecho más clara durante los últimos meses. Más allá de la diversidad de posturas de esta coalición multicolor, lo que parece unir a todos sus miembros es, en primer lugar, un deseo de fortalecer a los “organismos multilaterales” (es decir, la república universal) para evitar “tragedias” como el COVID 19 –que casualmente les prestó un gran servicio– o el surgimiento de los populismos; en segundo, comparten una gran repugnancia hacia el cristianismo en sus formas todavía cristianas y, en tercero, manifiestan un entusiasmo desatado por “estatizar” la misma fábrica de lo humano, a través de una biopolítica osada que otorgue a los políticos la capacidad de negar la dignidad humana a la persona naciente o enferma terminal, a la vez que los constituya en creadores casi divinos de realidades familiares donde solo hay un contubernio sexual entre atribulados psíquicos y morales y, más aún, les dé casi el poder demiúrgico de reconocer e imponer oficialmente que lo blanco puede ser negro si las bajas pasiones o delirios de algún otro pobre enfermo así lo indican y sancionar a quien se oponga.
En el otro lado, no se encuentra más que la reacción casi biológica de un pueblo que se resiste a morir. Que se resiste a ser arrastrado a las megalópolis de las costas para ser despojado de su identidad e iniciativa –de su espíritu, en última cuenta- y acabar alimentado por welfare checks y pornografía y libertinaje autodestructivo auspiciado por un aparato mediático poderosísimo y corrompidísimo, con las consecuencias ruinosas –cuidadosamente calculadas– que ya empiezan a observarse.
Quien los encabeza no es un dechado de virtudes. Es, más bien, un fruto de las décadas de destrucción de la cultura tradicional que precedieron a este momento. Pero que, igual que el Buen Ladrón, viendo a un Crucificado vilipendiado y traicionado por todos, hasta por quienes se dicen sus discípulos, lo reconoció como Dios. Inmensa diferencia entre él y sus enemigos.
Otra diferencia no menor se vio en las convenciones nacionales de los partidos enfrentados. El lado demócrata se ufanó del apoyo de figuras representativas de la cultura basura contemporánea como Cardy B, Billie Eilish, el R. P. James Martin S. J. y otros. Mientras que la convención republicana finalizó con un Ave María operístico.
Las cosas no pueden estar más claras. Por un lado la fealdad grotesca y agresiva de quienes piensan que todo deseo es un derecho y que no hay más dios que el poder material (sea del dinero, del estado o de la carne) y, por otro, un compendio precioso y sintético de lo que significa la tradición cristiana universal. Benedictus fructus ventris tui!
Incluso, el último escándalo del gran patriarca de la cultura basura actual, el papa Francisco, obedece a la dinámica de esta batalla fundamental. Pocos se han percatado de la verdadera índole de Evgeny Afineevsky, el director de cine judío y homosexual ante el que el Papa eligió “descontextualizarse” a sí mismo, como sostienen algunos ¿ingenuos?
Entre las anteriores obras de Afineevsky, si descontamos sus múltiples incursiones en filmes inmorales, han destacado dos documentales exhibidos con pompa y premios en plataformas como Netflix: Winter on Fire (2015) y Cries from Syria (2017). Ambos fueron oportunísimos para los designios globalistas, de ahí su éxito rotundo: el primero, siguiendo la consigna europeísta y obamiana pintó a los protestantes de Maidan, en Ucrania, como seres de pura luz que buscaban la armonía universal contra el “corrupto” gobierno prorruso; el segundo, siguiendo las mismas consignas, pintaba de forma semejante a los muchísimo más ariscos miembros de la antinatural coalición yihadisto-terroristo-liberal-obamiana contra el gobierno patriótico del doctor Bashar El Assad durante la guerra civil siria, a través del muy tendencioso recurso de presentar a opositores seculares simpáticos a los ojos occidentales, para nada representativos.
Ahora, en el quid pro quo que representó este documental, Francisco le daría a Afineevsky lo que quería: una descalificación de Trump como “no cristiano” y Afineevsky se prestaría tanto a soltar la bomba del aggiornamento pro-homosexualista, bajo el viejo recurso francisquista de la polisemia y del lanzar la piedra y esconder la mano (como con las entrevistas con Scalfari), así como a recibir las críticas ulteriores y asumir “responsabilidades” por eso. Porque parece que, en la más pura tradición chanta bergogliana, el fragmento de marras pertenecería a Televisa y habría sido facilitada a Afineevsky sin permiso. A lo mejor ni siquiera pagaron los derechos. Pero no solo eso. En plena polémica, el Papa lo recibió, festejándolo con una tortita de cumpleaños. Y sin mascarillas, dicho sea de paso.
Lo cierto es que en los fragmentos que se conocen del documental, el Papa condena que se excluya a los homosexuales de la familia, pero no siente empacho en excluir de la familia de Cristo a Trump y a quienes lo apoyan (cfr. min. 1:43 del tráiler), fulminados también como no cristianos en la encíclica Fratelli Tutti (cfr: punto 39).
Porque, como ya anunció el inefable Vincenzo Paglia cuando empezaron las violentas revueltas marxistas globalistas en Estados Unidos, antes de las elecciones de noviembre saldría una encíclica a favor de la fraternidad. Es decir, un ataque directo desde la Santa Sede a Trump, para evitar que se repita el “vergonzoso” resultado de 2016 en que la mayoría de católicos estadounidenses optaron por el “no cristiano”. Como Francisco vive en un mundo imaginario y “autorreferencial”, se debe haber sorprendido por la general indiferencia a tan magno escrito. Así que intentó alborotar el cotarro con algo más a la altura de las circunstancias: una declaración sensacional sobre un tema de moda en el degenerado mundo actual: la homosexualidad. De esta manera y al más puro estilo de obediencia ignaciana, persuadiría, al menos a algunos desvirilizados obispos todavía dudosos, de que el pro-homosexualista Biden, que amenaza la libertad de la religión con su homofilia, no es tan malo, porque se pueden encontrar puntos de encuentro con la posición de la iglesia.
La alternativa está clara, entonces.
El 3 de noviembre la Iglesia recuerda a Martín de Porras, el santo mulato de Lima. Quiera interceder él, patrono de la auténtica justicia racial que no es otra que la santidad, para que con la derrota de Biden nos sea dado un poco más de tiempo antes de la Tribulación y, ¿quién sabe?, para que, en medio de las grandes sorpresas que suele depararnos la historia, se inicie alguna restauración temporal, vislumbrada por tantos santos bajo distintos nombres. Adveniat Regnum Mariae!