¿La Misa sobre el colchón neumático, o el Rito Romano de siempre?

Entre las imágenes que quedarán grabadas en los recuerdos de este verano, está la de la Misa celebrada sobre un colchón inflable en el mar de Calabria por un sacerdote milanés en traje de baño rodeado de jóvenes igualmente metidos en el agua.

Si el sacrilegio consiste en una mezcla irreverente de lo sagrado con lo profano, lo sacrílego de dicho acto queda confirmado por el hecho de que un juez de Crotone conocido por su seriedad como procurador de la República, Giusseppe Capoccia, ha incoado una investigación judicial a fin de verificar si ha habido delito de ofensa a una confesión religiosa según el artículo 403 de nuestro código penal.

De todos modos, lo más grave del asunto es que el celebrante, vicario de pastoral juvenil en una parroquia de Milán, no se dio cuenta de la gravedad de su acción hasta que estalló el escándalo mediático, tras lo cual pidió perdón en una carta pública. Lo malo es que, como acertadamente han señalado algunos, el sacrilegio en sí de la playa de Crotone no es síntoma de una voluntad deliberada desacralizadora, sino de la falta total de formación teológica y jurídica de los sacerdotes que, como el mencionado sacerdote milanés, han salido de los seminarios en las últimas décadas. Las autoridades eclesiásticas no han intervenido ni en este caso ni en otros precisamente porque se niegan a reconocer la pérdida de identidad sacerdotal que se ha producido en la época postconciliar. Debería dar que pensar que no se haya pronunciado Mario Delpini, arzobispo de Milán y superior de dicho sacerdote, como tampoco la del papa Francisco, muy preocupado por los encajes de la abuela pero que no dice ni pío de las extravangacias litúrgicas que se multiplican en todas las diócesis.

El mismo papa Francisco ha afirmado en su carta apostólica Desiderio desideravi del 22 de junio de este año «Debemos al Concilio – y al movimiento litúrgico que lo ha precedido – el redescubrimiento de la comprensión teológica de la Liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia», y nos ha invitado a que cada día redescubramos «la belleza de la celebración cristiana». Ahora bien, como ha señalado Cristina Siccardi, la nueva liturgia, surgida de un movimiento intoxicado de liberalismo y relativismo, no podrá jamás dar buenos frutos, como han demostrado más de cincuenta años de experiencia (https://www.corrispondenzaromana.it/santita-quali-sono-le-cause-della-crisi-della-liturgia/). La Misa playera es fruto inevitable de un proceso interno de secularización de la Iglesia que se remonta ni más ni menos que al movimiento litúrgico que después del Concilio cristalizó en la constitución apostólica Missale Romanum del 3 de abril de 1969, mediante la cual Pablo VI introdujo el Novus Ordo Missae. En el concepto progresista entonces imperante, la liturgia debía ser expresión de una nueva relación con el mundo y convertirse en liturgia del mundo, como escribió Karl Rahner, y alcanzar su madurez en dicha mundanización.

Sería erróneo suponer que la Misa celebrada según el rito antiguo baste, por sí sola, para contener la mundanización de la Iglesia, mundanización cuyas raíces no sólo son anteriores al Novus Ordo de Pablo VI, sino al propio Concilio, que se inauguró el 11 de octubre de 1962 para clausurarse el 8 de diciembre de 1965 con una solemne celebración según el Vetus Ordo. Con todo, la liturgia tradicional es un baluarte que se alza frente al proceso de autodemolición que padece la Iglesia desde hace más de medio siglo. El Rito Antiguo nos recuerda con su lengua, sus fórmulas inmutables, su silencio y su carácter reverente que nuestro horizonte no es el del mundo sino el del Cielo.

En una célebre conferencia que se pronunció el 13 de mayo de 1961 en la sede de la UNESCO en Paría, uno de los padres de la nueva teología, el dominico Marie-Dominique Chenu, llamó a la secularización el fin de la época constantiniana. El padre Chenu proponía una nueva Iglesia misionera cuya misión sería «una operación por la que la Iglesia se saldría de sí misma –de la Cristiandad– para dirigirse a los no creyentes y encontrarse con los están lejos (…) entendiéndose que ésa es su esencia constitutiva. He ahí el fin de la era constantiniana». (Un Concilio per il nostro tempo, Morcelliana, Brescia 1962, p. 65). La Iglesia ya no debía plantearse el problema de cristianizar el mundo, sino de aceptarlo tal cual era instalándose en él. Para el teólogo dominico, en la relación que establece con un mundo en transformación el cristiano de espíritu evangélico se distingue del de espíritu constantiniano: el primero critica la modernidad; el segundo busca el diálogo con ella «por fidelidad a una mística de la Encarnación que aplica a la humanidad del siglo XX».

El padre Chenu afirmaba la necesidad de eliminar el espíritu constantiniano derribando los tres pilares sobre los que se alzaban sus cimientos: el derecho romano, origen de la jaula jurídica en que está presa la Iglesia; el logos grecorromano, causa de su rigidez dogmática, y el latín, lengua litúrgica universal que impediría su desarrollo creativo.

Lo que ha sucedido a lo largo de los últimos sesenta años no es otra cosa que la implementación de dicho programa. A diferencia de su hermano de orden Yves Congar, el padre Chenu nunca llegó a ser creado cardenal, pero fue maestro del historiador Giusseppe Alberigo y de la Escuela de Bolonia, que sostiene que el Concilio supone una solución de continuidad con la Tradición de la Iglesia. En su discurso ante la Curia del 22 de diciembre de 2005, Benedicto XVI contrapuso la Escuela de Bolonia a la hermenéutica de la continuidad, haciéndose ilusiones de que la crisis de la Iglesia se podría resolver mediante un debate hermenéutico entre escuelas teológicas. Igual de ilusoria ha resultado la tentativa de esperar una coexistencia pacífica entre ritos incompatibles como son el antiguo y el nuevo, calificados respectivamente de forma extraordinaria y forma ordinaria de la liturgia de la Iglesia por el motu proprio Summorum Pontificum del 7 de julio de 2007. Con su motu proprio Traditionis custodes del 16 de julio de 2021 Francisco revocó el acto de su predecesor, afirmando que «los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano». La carta apostólica Desiderio desideravi lo ha corroborado.

No se equivoca Traditionis custodes cuando afirma el carácter único de la lex orandi de la Iglesia, pero Summorum Pontificum tiene el mérito de haber recalcado un principio que Traditionis custodes no tiene potestad para suprimir: Benedicto XVI aclara en su documento que «el Misal Romano promulgado por san Pío V (…) debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma Lex orandi y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo», y que nunca ha sido abrogado (art.1).

Después de la publicación de Traditionis custodes, muchos obispos abusan de su autoridad restringiendo o impidiendo en sus diócesis la celebración del Rito de siempre. Pero un rito que nunca ha sido abrogado y que no puede serlo es legítimo y todo sacerdote tiene derecho a celebrarlo. Ningún sacerdote fiel al Rito Romano antiguo habría sido capaz de celebrar jamás Misa con el torso desnudo sobre un colchón inflable, pero la nueva liturgia ha hecho posible semejante escándalo. «Forzoso es que vengan escándalos» (Mt.18,7) para que se produzca una reacción. ¿Podría ser que la desacralizadora liturgia postconciliar fuera abrogada por un nuevo pontífice que definiera la Misa de San Pío V o Tridentina como única expresión del Rito Romano de la Iglesia? Esto es lo que desean decenas de millares de católicos que en todo el mundo acuden cada vez más en tropel a la Misa Tradicional.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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