La modernidad contra la mujer y la hipocresía del Día de la Mujer trabajadora

Cuando la corrección política se convierte en un muro que imposibilita el pensamiento libre, alguien tiene que dar un mazazo y hacer tambalear los falsos aprioris que sustentan un discurso absurdo, contradictorio, inhibidor y -por qué no decirlo- castrador de más mínimo sentido común. Y claro nos estamos refiriendo a la exaltación de la ideología de género. Sabemos que nos metemos en terreno espinoso, pero alguien tiene que hablar alto, antes de que nos desequen el cerebro.

Quizá este artículo empieza con ímpetu, y las ganas de decir todo lo que hay que decir, embotan las ideas que deberían quedar expresadas con más claridad. Pero ahí va el excurso y que salga el sol por antequera. Hay varias cosas que a uno le hace hervir la sangre. Por un lado, se nos está imponiendo el “transhumanismo”, algunos le llaman el “posthumanismo”, advirtiendo -como señalaba Michel Foucoult- que el hombre es una realidad “cultural” llamada a desaparecer. La tecnología y el voluntarismo, pueden convertir hombres en mujeres y viceversa y por tanto es absurdo hablar de “el Hombre” o “la Mujer” como realidad perenne e inmutable. Pero por otro lado, se quiere nos quiere “ontologizar” la figura femenina como perpetua e inalterable revolucionaria, en el artificio festivo del día de la mujer trabajadora, por obra y gracia de la ONU.

Menuda pandilla de badaluejos los que intentan dominar las ideas a través de la tergiversación del lenguaje. Hace gracia esta celebración como si la mujer no hubiera trabajado nunca desde el inicio de la historia de la humanidad. Es casi tan absurdo como celebrar el Día del trabajo, el Día de los trastornos dismórficos corporales. La cuestión es tenernos acomplejados como gandumbas incapaces de otear la realidad. Gracias ONU por ilustrarnos en nuestro estado batueco. Pero este acomplejamiento y adoctrinamiento se debe acabar. En 1975 la ONU dominada por las directrices marxistas cayó en la trampa de reforzar la idea de proletariado como única humanidad posible redimida. Y al hombre -varçon- le sumó la mujer. Luego todos hemos visto que el varón obrero fumador que no hace deporte y con colesterol, lo han transformado en el enemigo de la civilización posmoderna.

El pensamiento revolucionario inventa categorías para ensalzarlas y luego las desecha sin el menor rubor. O bien, de lo que había renegado ahora lo endiosa. Y no nos cabe duda que la “Mujer” en cuanto concepto es una forma ladina de acorralar y acomplejar al varón. La prueba de ello es que nos han hecho creer que sólo la modernidad y el pensamiento revolucionario se han preocupado de la mujer. ¿Nos toman por beocios? Basta revisar la historia del pensamiento para ver cómo los padres de la modernidad intelectual trataron a la mujer o los propios revolucionarios. Ahí va un elenco de citas y datos. Y el que quiera que las rebata, pero el hecho es que la modernidad y la revolución odió a la mujer por lo que era y significaba para la civilización.

El anticlerical Voltaire, hacía reír a sus adláteres con frases como: “Las mujeres son como las veletas, sólo se quedan quietas cuando están oxidadas”. Kant, el gran teórico de la democracia moderna, en De lo bello y lo sublime, se burla de la pretensión de las mujeres para alcanzar saberes científicos e insinúa que, para hablar de física, ellas deberían ponerse una barba postiza. Schopenhauer, padre del cinismo revolucionario, en el Arte del buen vivir, describe el sexo femenino como absorbente y totalizante, obsesionado con un único objetivo: las relaciones sexuales. Hegel, teórico del Estado moderno, en la Fenomenología del Espíritu afirma que el destino de la mujer está en el hogar y el de hombre en el Estado. Nietzsche, en Más allá del bien y del mal anunciaba: «desde la Revolución francesa la influencia de la mujer ha disminuido en Europa en la medida que sus derechos y pretensiones han aumentado» y reivindica el «abismo que separa al hombre y la mujer». En Así habló Zaratustra, sigue arremetiendo: “¿No es mejor caer en manos de un asesino que en los sueños de una mujer lasciva?”. Charles Darwin, en su obra El origen del hombre afirma que: «si los hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos, el término medio de las facultades mentales del hombre estará por encima del de la mujer». Freud siempre negó la existencia de la feminidad como algo natural, afirmándolo como algo que «se hace» culturalmente pues la mujer no dejaba de ser «un hombre castrado». Les puedo asegurar que reflexiones como estas llenan las obras de los padres de la Modernidad.

En el orden político revolucionario, nuevamente nos toman como a jumentales. ¿Por qué nos quieren ocultar la figura de Olimpa de Gouges? Esta humilde mujer, la primera y prácticamente única feminista de la época de la Revolución francesa, escribió La Declaración de los Derechos de la mujer y la ciudadana (1791). Y eso los que habían proclamado la Declaración de los Derechos del hombre, los jacobinos, no se lo perdonaron y la enviaron a cadalso. Mucho marxismo, comunismo y liberación de la mujer, pero si alguno encuentra en El Capital de Carlos Marx alguna preocupación por la mujer, que nos avise. En las obras de Marx las mujeres brillan por su ausencia., incluso en el inmortal Manifiesto comunista. Entre los precedentes marxistas, socialistas utópicos como Ferdinand de la Salle, se oponían foribundamente a la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres. Creían que el lugar natural de la mujer era el hogar. Desde el anarquismo, Proudhom también fue un ardiente defensor de que la mujer no se moviera de su hogar. El socialista Charles Fourier, en su obra un Nuevo orden amoroso, concibe una especial liberación de la mujer. Ésta consiste en subordinarse a una organización de castas sexuales y a códigos que regulan la poligamia. La familia se transforma en “cuadrillas omnígamas” donde las mujeres tienen un lugar bien definido normativamente. La utopía saintsimoniana también relegaba a la mujer a una suerte de poligamia al servicio de la revolución tecnológica.

Durante la IIª internacional Eduard Berstein, del Partido Socialdemócrata alemán, atacó sin piedad a la organización de mujeres trabajadoras que encabezaba Clara Zetkin. Uno de los mitos del comunismo alemán, Augusto Bebel, que había escrito La mujer y el socialismo, nunca dejó de lanzar insultos misóginos contra la revolucionaria Rosa Luxemburgo. A la gran líder feminista, Bebel, en carta a Kautsky, le dedicó estas lacerantes palabras: “Hay algo raro en las mujeres. Si sus parcialidades o pasiones o banalidades entran en escena y no se les da consideración y, no digamos, son desdeñadas, entonces hasta la más inteligentes de ellas se sale del rebaño y se vuelve hostil”. Otro comunista Adler, en carta a Bebel, también arremetía contra Rosa Luxemburgo: “La perra rabiosa aún causará mucho daño, tanto más teniendo en cuenta que es lista como un mono”. Llegada la IIIª Internacional Clara Zetkin fue acusada de desviacionismo doctrinal por querer introducir el voto de la mujer en el programa comunista.

Podríamos seguir ad infinitum. Los textos están ahí, aunque nadie los quiera consultar, o -en modo orwelliano- se niegue que algún día se escribieron. Pero al menos mientras que uno alce la voz y lo recuerdo, su castillo de naipes está en peligro de derrumbarse. Aunque visto lo visto, la astucia de la Revolución, alcanza a la de la serpiente del paraíso. Porque llegará el día que gentes como nosotros se alegrará de que alguien celebre el día de la mujer trabajadora. Porque entonces ya será una idea de derechas y “fascista”. Pues los revolucionarios, la única humanidad bondadosa posible, ya estará celebrando el día de la post mujer. Entonces nos machacarán -bajo imperativo moral de la corrección política- que ya no se puede hablar de mujer; que eso es una categoría retrógrada y reaccionaria. Y a eso van. La exaltación revolucionaria de la mujer, con festejos como el 8 de marzo, sólo son excusas para un día dejar de hablar de la mujer como realidad.

Javier Barraycoa

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