El pontificado de Francisco se ha extralimitado en numerosas ocasiones sentando precedentes para la Iglesia. Muchos católicos fieles lo hemos visto con horror y consternación poner cargos en manos de sacerdotes y prelados heterodoxos, y publicar documentos ambiguos que parecen contradecir enseñanzas oficiales. Y nos ha horrorizado al hablar descuidadamente en ruedas de prensa improvisadas en aviones soltando barbaridades como rayos lanzados por la mano de Júpiter, listo para arrojarlos en el momento más inesperado. Su «¿quién soy yo para juzgar?» y su falta de disposición para resolver los problemas originados por la homosexualidad en el clero han suscitado más desaliento todavía en muchos fieles.
No tiene nada de sorprendente que algunos quieran que todo eso se acabe. Y en los últimos años, algunos han decidido hacer eso ni más ni menos. ¿Cómo? Metiéndolo en un sombrero de copa y sacando un conejo que se llama Benedicto. Esos señores, creyendo que el papa Benedicto no abdicó debidamente de su cargo pontificio (por varias razones, todas ellas erróneas como veremos), arguyen que el verdadero pontífice es él en vez de Francisco. Así, se acabó la locura, problema resuelto, ¡viva! Hay quienes han acuñado una palabra para referirse a esa actitud: benevacantismo. Me serviré de ese vocablo para hablar más cómodamente de esas personas que tienen plena certeza de que el Papa es Benedicto y no Francisco.
El gran problema de los benedictovacantistas es que se han inventado unos principios y los han impuesto a la Iglesia como si fueran vinculantes hasta para el propio papa. Y entonces declaran que Francisco no es el Papa, sino Benedicto. Llaman a su abdicación tentativa de abdicación o intento de dimisión en un sentido categórico, basándose por lo general en diversas teorías sobre lo que sucedió o en algún matiz que han entendido en el texto latino de la dimisión, pero sin argumentos sólidos basados en la realidad. Lo más enojoso es que aunque se trata de un tema tan peliagudo, muchos que no tienen los menores rudimentos de latín se atreven a explicarnos lo que quiere decir realmente el texto latino de la dimisión o cuáles son las inexistentes normas que regulan un acto de abdicación.
Dejando de lado la personalidad de algunos de los empeñados en perpetuar esa tesis, a la cual un sacerdote ha calificado acertadamente de locura, podemos reducir las propuestas a las siguientes, que dependiendo de con quién se hable pueden sostener simultáneamente o por separado:
–El texto latino altera la terminología para demostrar que Benedicto sólo renunció a una parte del pontificado y no a otra, con lo que la totalidad resulta inválida.
–Hay incorrecciones gramaticales en el texto latino redactado por Benedicto.
–Como Benedicto estaba sometido a una grave coacción, su renuncia no fue un acto libre.
–Como reveló el cardenal Danneels, la mafia de San Galo hizo campaña en busca de votos y amañó la elección para que saliera elegido el entonces cardenal Bergoglio, con lo que la elección de Francisco no tiene validez.
¿Qué dice realmente el texto de la abdicación?
El primer lugar donde hay que mirar es en el asunto de la dimisión. Nunca he leído ninguna traducción del texto, sólo el original latino. Como siempre, hay que tener sumo cuidado con la propiedad del lenguaje y de la sintaxis en los documentos eclesiales, y más todavía cuando se quiere argüir a partir de un documento en una cuestión que tiene graves consecuencias para la Iglesia.
Una destacada partidaria del benevacantismo intentó demostrar en un blog que el empleo del modo subjuntivo en el verbo vacare –en concreto vacet– por parte de Benedicto para indicar que la sede petrina podía quedar vacante quería decir «puede quedar vacante» pero no que quedará, ¡por lo que es imposible que dimitiera! Pero esta opinión no podría ser más errónea, porque la oración en que aparece, al final del segundo párrafo, dice (el destacado es mío): «declaro me … renuntiare ita ut a die 28 februarii MMXIII, hora 20, sedes Romae, sedes Sancti Petri vacet». Es lo que en gramática se conoce como oración subordinada adverbial consecutiva. Indica el resultado de la acción, indicado por la preposición ita (así así que de modo que para que ). Literalmente, la traducción sería: «Declaro que renuncio (…) que me fue confiado por medio de los cardenales, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la Sede de Roma, la Sede de San Pedro, quedará vacante».
Cuando señalaron este error a la comentarista arriba señalada, intentó zafarse alegando que no sé qué profesor de latín le había dicho que la mayoría de los estudiantes cometen ese error. Ahí está el quid de la cuestión: como los estudiantes cometen esas equivocaciones, podemos dar por sentado que lo harán. En este caso, la idea de que el subjuntivo latino siempre tiene un sentido potencial es uno de esos mitos en que caen los inexpertos. En realidad es todo lo contrario: en la mayoría de los casos el subjuntivo se emplea en oraciones subordinadas que dependen de un verbo en indicativo con sentido indicativo y no potencial.[1] Este concepto es fundamental para cualquiera que desee entender bien el latín. El hecho de que la comentarista cayera en esa equivocación es prueba de que carece de la suficiente competencia en latín para elaborar argumentos a partir del texto, no digamos la prudencia para abordar la cuestión. Para realizar un acto potencialmente (sic) cismático, hay que ser muy meticuloso, y no al revés.
Ocupémonos ahora del argumento principal: que Benedicto, voluntaria o involuntariamente, intentó dividir el pontificado renunciando sólo a una parte de la potestas o autoridad pontificia para que Francisco se hiciera cargo de ella, lo cual es imposible; por tanto, la renuncia no fue válida y Benedicto sigue siendo papa. En esencia, tendría que haber utilizado la palabra munus (cargo), y empleó en cambio ministerium, para que no pudiera realmente renunciar al pontificado.
Fijémonos un poco más detenidamente en el texto latino que acabamos de leer en parte. Los benedictovacantistas sostienen que después de emplear dos veces la palabra munus (munus petrinum y hoc munus, en el primer y segundo párrafos respectivamente) utiliza más tarde ministerium, con lo cual debe de estar dando a entender que renuncia a otra cosa que no es el cargo de sucesor de San Pedro. Tras exponer que ya no tiene fuerzas para desempeñar las obligaciones que conlleva el pontificado, declara (el destacado es mío):
«Quapropter bene conscius ponderis huius actus plena libertate declaro me ministerio Episcopi Romae, Successoris Sancti Petri, mihi per manus Cardinalium die 19 aprilis MMV commisso renuntiare, etc».
El argumento de que no es lo mismo munus que ministerium no se tiene en pie por varias razones. La primera es que son aproximadamente sinónimos. Munus puede significar un don, aunque ni siquiera en este caso deja de guardar relación con el concepto de que es un don que comporta una responsabilidad. En lenguaje eclesiástico suele referirse a un cargo o función que se ejerce. Así pues, el episcopado, y también el pontificado, se consideran un munus hablando con propiedad. En este sentido, viene a ser en cierto modo sinónimo de officium, que significa cometido. Ministerium puede significar ministerio o servicio, pero también un cargo o una función, en el sentido esencial de lo que es un munus. Es más, Forcellini emplea la palabra munus para definir ministerium en el Lexicon Totius Latinitatis: “MINISTERIUM, -ii, n. 2 (<minister), opera et munus ministri et famuli” (el destacado es mío) [2]. Cicerón demuestra que munus puede significar la labor misma que se realiza en el ejercicio de un cargo, al igual que ministerium.[3] El diccionario Stelton de latín eclesiástico enumera las siguientes voces en la definición de ministerium: «Ministerio, servicio, cargo, función».[4] Santo Tomás alude al uso de ministerium para hablar de la autoridad y cometido del Papa: «También se confirió cierta autoridad a los ministros de la Iglesia, que son administradores de los Sacramentos, a fin de eliminar el impedimento, no de por sí, sino por la autoridad divina y por el poder de la Pasión de Cristo, y a esa autoridad se la denomina metafóricamente llaves de la Iglesia (clavis ecclesiae), que es la llave del servicio (clavis ministerii)»[5]
La conclusión que podemos sacar es que el papa Benedicto usó las palabras munus y ministerium con el mismo sentido. En el habla normal de cada día en nuestro idioma no tiene nada de raro emplear cargo y ministerio con el mismo sentido. No hay ningún motivo particular para que Benedicto utilice ministerium en lugar de munus después de haber usado la otra palabra; los escritores suelen recurrir a sinónimos para evitar la redundancia y monotonía que supone emplear siempre un mismo vocablo específico. Podría ser también que este papa sea mejor latinista que los benedictovacantistas. La relevancia de lo que dijo más arriba Santo Tomás está en que las llaves de la Iglesia, que son también las llaves del ministerio, del servicio, son la autoridad para discernir y la facultad de juzgar [6]. Si fue a eso a lo que renunció el Papa Emérito, hay que ser de otro planeta para entender que no se refiere a la función y autoridad pontificias.
No sólo eso; habida cuenta de que tanto en nuestras lenguas modernas como en latín se pueden usar indistintamente una y otra palabra, y en vista de lo que hizo Benedicto a continuación, los benedictovacantistas tienen que interpretar y explicarnos cuál era la intención del Papa. Como es imposible, descartémoslo optando por lo evidente: la intención de Benedicto era renunciar al pontificado en su totalidad, y la interpretación acertada de sus intenciones es que dejó la Sede vacante y permitió que se celebrara un cónclave.
Ahora bien, ¿y si fueran de algún modo válidos los argumentos de los benedictovacantistas? Aun si fuera así, nos encontramos con que la Iglesia no tiene una fórmula prefijada para que dimita un pontífice, ni tampoco un modelo concreto a seguir. Por el contrario, el Código de Derecho Canónico señala:
«Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie» [7]. Las palabras clave son se manifiese formalmente, se manifieste debidamente. El adverbio rite significa debidamente, de modo correcto o apropiado. Se refiere al verbo manifestare, como en nuestro idioma. Eso quiere decir que el Papa sólo tiene que manifestar debidamente –o sea, dejar claro en el fuero externo– que renuncia. Y además lo puso por obra. No puede haber una manifestación más clara de su voluntad? De manera que aunque el Papa incurriera en un error gramatical en el documento de abdicación, como sostienen algunos, o incluso si utilizó una palabra imprecisa, demostró sus intenciones con los hechos.
Fuero externo
Esto nos lleva a la siguiente consideración. El oficio de pontífice es un cargo público. Se acepta públicamente y, si se renuncia, se da a conocer. Eso significa que hasta que se demuestre lo contrario en el fuero externo se da por descontada la validez de la abdicación. Dicho de otro modo: tiene que demostrarse en un tribunal eclesiástico –no en un blog, ni en Facebook ni en una declaración por parte de un laico, ni siquiera de un sacerdote– que la renuncia no fue válida.
Propter metum
Examinemos ahora el argumento tan frecuentemente alegado del miedo o la presión. Quienes sostienen este argumento pueden invocar el canon 1888: « Es nula en virtud del derecho mismo la renuncia hecha por miedo grave injustamente provocado, dolo, error substancial o simonía» [8]. La dificultad estriba en que en todo acto motivado por el miedo hay una aceptación del hecho que es en sí una verdadera aceptación.
Lo atestigua también el Derecho Canónico: «El acto realizado por miedo grave injustamente infundido, o por dolo, es válido, a no ser que el derecho determine otra cosa; pero puede ser rescindido por sentencia del juez, tanto a instancia de la parte lesionada o de quienes le suceden en su derecho, como de oficio» [9]. La relevancia de esto reside en que aunque por algún miedo impreciso motivado por alguna poco clara amenaza como se ha opinado en ciertos blogs, sería necesario probarlo en un tribunal eclesiástico, ya fuera por la parte interesada o por alguien que secundara la demanda, y sólo entonces, si se pudiese demostrar tal miedo en el fuero externo, tendríamos la confirmación.
La consecuencia es que a no ser que los benedictovacantistas quieran volver al galicanismo o al conciliarismo sólo hay una persona facultada para dirimir el asunto en un juicio canónico: el papa Francisco.
Para resumir la cuestión dela renuncia completa y confirmada de Benedicto, podemos recurrir a una analogía. No hay diferencia entre que un laico cualquiera declare rotundamente por su propia autoridad que la renuncia de Benedicto no fue válida, y el caso de un hombre que descubre que a causa de algún impedimento su matrimonio es nulo. Aunque estuviera totalmente en lo cierto y tal impedimento estuviera más claro que el agua, no puede casarse con otra mujer hasta que la Iglesia le conceda la declaración de nulidad, que es un juicio en el fuero externo. Dicho de otra manera: como el sacramento del matrimonio es un acto público, del mismo modo que ser destituido del cargo de pontífice o renunciar a él, es preciso que la Iglesia declare mediante un proceso que el matrimonio estaba viciado de nulidad por algún defeco. Así podrá emitir un juicio definitivo y los afectados tendrán certeza moral sobre el asunto.
Para aclararlo más todavía, el propio Benedicto ha afirmado en varias ocasiones que efectivamente renunció, y hasta defendió su abdicación ante el cardenal Brandmüller, que había puesto en duda la prudencia del Pontífice al hacerlo. Alguno preguntará qué pasa con monseñor Gängswein, secretario personal del Papa, que afirmó que teníamos dos pontífices. Los benedictovacantistas suelen presentar esto como prueba irrefutable. Volvemos a decir que todo lo que afirme un tercero tiene que verificarse en el fuero externo en un tribunal eclesiástico. Es más, monseñor Gänswein ha aclarado exactamente lo que quiso decir, y no coincide con las conjeturas de los benedictovacantistas.
Crux: En el curso de la entrevista, Paul Badde afirmó que varios cardenales se irritan cuando se dice que actualmente la Iglesia tiene dos sucesores de San Pedro. Vuestra Eminencia habló no hace mucho de un ministerio petrino ampliado que habría introducido el papa Benedicto. ¿Podría explicarse un poco más?
Gánswein: Por la reacción del público me di cuenta de que se me habían atribuido unas declaraciones que yo no había hecho. Por supuesto que Francisco es el papa legítimo, y legítimamente elegido. De manera que es incorrecto decir que hay dos papas, uno legítimo y otro ilegítimo.
Lo que dijo en realidad –añadió Gänswein– fue que Benedicto sigue estando presente en la oración y el sacrificio, que rinde frutos espirituales.
Debería estar claro haciendo uso del sentido común, la fe y la teología –acotó.
¿Y qué hay de la mafia de San Galo? El cardenal belga Godfried Danneels confesó en un libro que junto con otros cardenales hizo campaña activamente para que eligieran papa al entonces cardenal Bergoglio. Por eso, alegan los benedictovacantistas, todos los que participaron en ello están excomulgados y Bergoglio no puede ser papa. Sea como fuere, vuelvo a decir que, en virtud de los principios canónicos que señalamos más arriba sería necesario llevar a cabo una investigación para determinar la veracidad o falsedad de la cuestión, y como es natural, las actas son secretas.
No me cabe la menor duda de que habría que excomulgar al cardenal Danneels por muchas razones. Pero en realidad, un libro escrito por un cardenal no es una prueba irrefutable; aquí hay simplemente un hecho que exige investigarse. Y quien tiene que investigarlo es Francisco o un papa que lo suceda.
En conclusión, hemos visto que no hay una fórmula prescrita para que abdique un pontífice aparte de que lo declare y lo secunde con sus acciones. En caso de haber habido presión, amenazas o coacción motivadas por cualquier teoría que se quiera proponer, el acto sigue siendo válido hasta que un tribunal eclesiástico demuestre lo contrario. La presunción de validez se mantiene salvo prueba en contrario.
Saltarse el debido proceso, que es una contribución de la Iglesia a los sistemas jurídicos temporales, y dejar la dilucidación de quién es el Papa en manos de la opinión privada de blogueros y posteadores de Facebook no sólo constituye un ataque a la visibilidad de la Iglesia, sino una invitación al cisma a un nivel inédito desde la Edad Media. Cinco siglos de protestantismo nos han embotado los sentidos a la malignidad de lo que es un cisma, que es algo que se debe temer y no abrazar.
Lo cierto es que hay algunos que no están preparados para padecer bajo el papa Francisco. Si bien el pontífice actual no es santo de la devoción del que escribe, no vacilo en afirmar categóricamente que es papa, aunque su pontificado no nos parezca positivo para la Iglesia, por no decir otra cosa peor. Pero dado el estado de la vida moral y espiritual de numerosos católicos y la insalubre atención que se presta al menor acto del del Sumo Pontífice, se podría decir que es el papa que nos merecemos. Hay quienes creen que sería mejor que volviera Benedicto, pero no olvidemos que si es cierto el testimonio de alguien que criticó recientemente al Papa, Benedicto se limitó a aplicar sanciones privadas de penitencia y oración al infame cardenal McCarrick. Y si no es cierto, sabemos algo que sí lo es: que castigó a Marcial Maciel Degollado, el impresentable donjuan que sodomizó a su propio hijo y fundó los Legionarios de Cristo, con tan sólo reclusión, penitencia y oración. Es decir. que Benedicto era parte de la trama de corrupción eclesiástica que desencadenó los escándalos actuales. Hay una diferencia como de la noche al día entre un papa que hace reformas y Benedicto, aunque para la posteridad habrá que agradecerle el motu proprio Summorum Pontificum.
Por último, si resulta que Benedicto sigue siendo papa y Francisco no lo es, tendrá que declararlo la Iglesia, ya sea durante este pontificado o uno futuro. Declarar formalmente, en vez de simplemente opinar, percibir o preguntarse en el fuero interno, sino declarar inválida la renuncia de Benedicto y que Francisco no ocupa legítimamente la Sede, es nada menos que cismático, y todo verdadero católico debe huir de esa actitud.
Ryan Grant
[1] (N. del T.: Conservamos la numeración de las notas para evitar confusiones, pero no nos parece necesario explicar a los lectores de habla hispana qué es el modo subjuntivo, tan usual para nosotros pero residual y muy poco usado para los anglosajones, y que en el párrafo mencionado ni siquiera aparece en la traducción oficial en lengua española de la declaración de renuncia.)
[2] MINISTERIUM, etc., the work and office of a minister and servant.” Op. cit., vol. 3, pg. 249.
[3] “Nulla ejus ingenii monumenta mandata litteris, nullum opus otii nullum solitudinis munus exstat.” de Officis, 1, 4.
[4] Op. cit., pg. 162.
[5] [E]tiam ministris ecclesiae, qui sunt dispensatores sacramentorum, potestas aliqua ad praedictum obstaculum removendum est collata, non propria, sed virtute divina et passionis Christi, et haec potestas metaphorice clavis ecclesiae dicitur, quae est clavis ministerii. 4 Sent. 18, 1. 1. 1c.
[6] Cf. 4 Sent. 19. 1. 1. 2c, Summa contra gentiles, 4, 72.
[7] Si contingat ut Romanus Pontifex muneri suo renuntiet, ad validitatem requiritur ut renuntiatio libere fiat et rite manifestetur, non vero ut a quopiam acceptetur. Canon 332 §2.
[8] Renuntiatio ex metu gravi, iniuste incusso, dolo vel errore substantiali aut simoniace facta ipso iure irrita est.
[9] Canon 125, §2.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)