Las preocupaciones que inquietan al santo Padre en torno a la ecología se han visto plasmadas en la nueva encíclica Laudate Deum, que presenta un amplio y profundo análisis sobre diversos temas en torno al presente y futuro del planeta.
El papa, advenido experto en estas lides, se ha volcado en este nuevo documento a sustanciar todos los esfuerzos realizados hasta el presente y lo mucho que todavía resta por hacer en el futuro. Confía en el esfuerzo de organismos como la ONU, CMNUCC, y otros simposios llevados a cabo para luchar contra el cambio climático además de la colaboración de todos los seres humanos.
Esta inquietud papal es tan intensa que casi podría considerarse a tenor de una cruzada, cuyo fin sería, ya no la liberación de lugares sagrados del cristianismo ocupados por infieles, sino el aspirar a bajar algunas céntimas de grado el calentamiento global, la temperatura de los océanos y cambiar nuestros burgueses hábitos de usar el aire acondicionado, entre otros objetivos.
La estructura del documento de marras adolece de un marcado inmanentismo de tinte naturalista donde la apertura a la trascendencia del hombre es intentada fundamentar bíblicamente de forma breve, aunque inconclusa, llevando de esta forma, tal como en otros documentos papales, a un maremágnum de ambigüedades que el católico de a pie difícilmente puede inteligir.
El exceso de confianza del papa Francisco en revertir la situación climática, prácticamente a partir solamente de técnicas y esfuerzos humanos y no trascender los cielos empíreos hacia la contemplación de los designios de la divina Providencia, lo sitúa en una posición confrontativa entre las limitaciones antropológicas ínsitas en la pecaminosidad original y el misterioso acaecer de los tiempos, fijados por la gracia de Dios.
Si nos atenemos a la seriedad del escrito en cuestión y a la programática emanada del mismo, instándonos a una urgente concientización del problema y teniendo en cuenta la necesidad de los católicos de conocer los alcances morales que se pueden inferir del mismo, podríamos preguntarnos:
1) Si partimos de la premisa que Laudate Deum ostenta, quiera o no, un espíritu de cruzada, podremos advertir sin mucho esfuerzo asociativo, que aquellos que se atrevan desde una posición negacionista, a objetar siquiera sus fundamentos científicos, serán anatematizados. ¿Se procederá a editar un Denzinger ecológico que enumere estas nuevas condenaciones y fije nuevos dogmas?
2) El Código de Derecho Canónico también debería ser revisado a fin de contemplar las nuevas disposiciones. ¿Estaremos ante la confección de un nuevo Código y un nuevo listado de delitos y penas sobre el medio ambiente?
3) Indudablemente, tarde o temprano será necesario la redacción de un nuevo catecismo que comprenda toda esta temática para conocer los pecados y virtudes con relación a nuestro diario obrar. Por ejemplo, la correcta separación de nuestros desperdicios materiales constituiría una virtud, mientras que aumentar en un día caluroso la temperatura de nuestros aires acondicionados nos hallaría sospechados, probablemente, de un cuasi pecado mortal. ¿Se editarán estos supuestos catecismos en forma impresa o se podrán solamente consultar por internet, a fin de no perjudicar más nuestros bosques con la tala de árboles para la industria del papel?
Reconozco el sentido hilarante de las reflexiones vertidas de forma un poco exagerada, pero mi intención es destacar que los esfuerzos papales en un tema absolutamente fuera de su incumbencia técnico científica, desvirtúan el carácter específico de su ministerio y lo sitúan en una posición de igualdad indigna junto a meros opinantes de diverso pelaje disfrazados de científicos consumados.
Elevar a través de su epístola teorías científicas no totalmente verificadas empíricamente al nivel de verdades inconcusas de carácter cuasi dogmático, expone ridículamente la figura papal a un criticismo epistemológico implacable.
Es desde el ámbito teológico sobre el actuar de Dios en la historia, de su Divino Hijo Jesucristo y de su Santísima Madre, donde debe abordarse de manera primigenia una reflexión completiva y esencialmente trascendente sobre nuestro actual devenir ecológico. Postular exclusivamente desde un solipsismo cientificista estos temas es incurrir en un análisis puramente inmanente de la realidad, proclive a apartarse de los más sensatos principios de la filosofía en general y de la religión católica en particular.
Prof. Anselmo A. González