I.- Con este domingo se inaugura el nuevo año litúrgico que comienza con el tiempo llamado Adviento, una palabra que significa “presencia”, “llegada” o “venida”, porque durante estas cuatro semanas que nos separan de la Navidad, la Iglesia se dispone a celebrar dignamente la memoria de la primera venida de Jesucristo a este mundo con su nacimiento temporal.
Por eso, la Liturgia propone reiteradamente a nuestra consideración:
- La larga espera de Cristo que se apoyaba en las promesas que Dios había hecho de enviar al Mesías para nuestra salvación y en la voz de los Profetas, en particular Isaías, que es el profeta por excelencia del anuncio mesiánico.
- Y la predicación de san Juan Bautista, que preparaba al pueblo para recibirle exhortando a penitencia[1].
Pero el Adviento no nos dispone sólo para celebrar el misterio de la Navidad. Nos prepara también para la venida gloriosa del Hijo de Dios al fin de los tiempos. «Venga a nosotros tu reino», decimos en el Padrenuestro. Esto no quiere decir que el reino de Dios no se haya inaugurado todavía entre nosotros. Con la Encarnación del Hijo de Dios ya ha comenzado a realizarse, por eso la predicación de Jesús comenzó con estas palabras: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). El Adviento nos sitúa en actitud de espera ante la última y definitiva fase de ese reino: la vuelta de Jesucristo en gloria y majestad[2].
Todo esto es lo que nos anuncia el Señor en el evangelio (Lc 21, 25-53): «Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria» (v. 27). De ahí la exhortación: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación» (v. 28). «Vuestra liberación»: así llama Jesús al día de la resurrección corporal, en que se consumará la plenitud de nuestro destino y san Pablo la llama «la redención de nuestro cuerpo» (Rm 8, 23), su resurrección y transformación a semejanza de Cristo[3].
El fin de los tiempos, la segunda venida del Mesías en gloria y majestad, para la resurrección de los justos, después de la larga expectación de los siglos, lejos de ser motivo de espanto para los fieles, es un suceso que debe causarnos inmensa alegría. Debemos estar alerta para esperar la segunda venida de Cristo con el vehemente deseo con que aguardaban los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento su primera venida[4]. (STRAUBINGER; Catecismo Romano, I, 8, 2).
II. En la Epístola (Rm 13, 11-14), el Apóstol nos exhorta a vivir vigilantes, sin dejarnos arrastrar por las tendencias de la carne y los espejismos del mundo, pues el tiempo es breve y se acerca la glorificación final que tendrá lugar en la venida de Cristo en la Parusía: «La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (v. 12). Ese tiempo en que estamos es el tiempo intermedio entre las dos venidas de Jesucristo, tiempo de la Iglesia militante. Y la salvación (v. 11) que se acerca no es la meramente incoada que tenemos ahora sino su consumación final definitiva. De una parte, pertenecemos ya al mundo de la luz y debemos obrar en consecuencia (vv.12-14); de otra, estamos aún rodeados de tinieblas, con peligro de que nos envuelvan, de ahí la necesidad de vigilancia o incluso de combate con las «armas de la luz»[5].
El inicio de un nuevo año litúrgico es una buena ocasión para renovar nuestros buenos propósitos de vida cristiana desde esta actitud de espera vigilante y activa. A ello pueden ayudarnos tres propuestas concretas:
– Lo primero sería acentuar el sentido de la presencia de Dios, cuidando los momentos de oración y de lectura espiritual: la meditación, sencillas jaculatorias, elevaciones del alma hacia Dios en medio del día a día.
– Lo segundo es la atención a la vida sacramental, sabiendo que es la vía ordinaria para recibir la gracia. Cuidar especialmente la recepción fructuosa del sacramento de la Penitencia, la asistencia a la santa Misa y la comunión eucarística.
– En tercer lugar, enfocar toda nuestra actividad y nuestras obligaciones familiares, sociales, laborales, desde la mirada de Dios[6]. Y hacerlo con el espíritu que recomienda el padre Castellani al glosar las exhortaciones a conservar la tradición que se contienen en la carta a las iglesias de Tiatira (Ap 2, 24-25), Sardes (Ap 3, 2-3) y Filadelfia (Ap 3, 11):
«La Tradición –en el sentido de fijación o conservadorismo– aparece también como ley de la Iglesia posterior: lo que tenéis, krateésate, conservadlo, reforzadlo, hacedlo fuerte. El Concilio de Trento fija las instituciones de la Iglesia Medieval, y desde entonces no se hacen cambios, en el sentido de reformas, reestructuraciones, creaciones. La Iglesia Antigua y la Iglesia Medieval crean el culto, la liturgia, el derecho canónico, la Monarquía Cristiana, las costumbres católicas: de todo eso, que parece definitivamente dado, vivimos nosotros. Esta recomendación de agarrarse a lo tradicional se repite en forma más apremiante y dramática en la Iglesia siguiente, como veremos: “¡Consolida lo que te queda, aunque de todas maneras haya de perecer!”»[7].
III. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia a la Virgen María, nos la propone como ejemplo de fe y humildad y subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron y rodearon al nacimiento de Jesús. Aprendamos de Ella a vivir en vigilancia, desde una esperanza profunda que sólo la venida de Dios puede colmar de plenitud.
«Haz, Señor, muestra de tu poder y ven, para que por tu protección merezcamos vernos libres de los peligros que por nuestros pecados nos amenazan y por tu gracia ser salvados. Tú, que vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén»[8].
[1] Cfr. Catecismo Mayor, Instrucción sobre las fiestas…, I, 1.
[2] Alfredo SÁENZ, Palabra y Vida. Homilías Dominicales y festivas. Ciclo B, Buenos Aires: Ediciones Gladius, 1993, 7-10.
[3] Cfr. Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in Lc 21, 28 y Rm 8, 23.
[4] Cfr. Ibíd., in Mc 13, 37 con cita de Catecismo Romano I, 8, 2: «Toda la sagrada Escritura está llena de testimonios que a cada paso se ofrecerán a los Párrocos, no solamente para confirmar esta venida sino aun también para ponerla bien patente a la consideración de los fieles; para que así como aquel día del Señor en que tomó carne humana, fue muy deseado de todos los justos de la ley antigua desde el principio del mundo, porque en aquel misterio tenían puesta toda la esperanza de su libertad, así también después de la muerte del Hijo de Dios y su Ascensión al cielo, deseemos nosotros con vehementísimo anhelo el otro día del Señor “esperando el premio eterno, y la gloriosa venida del gran Dios”».
[5] Cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 355-356. Otras referencias a las «armas de la luz» en: 2Cor 6, 7; 10, 4; Ef 6, 11-18. En este último texto, san Pablo se sirve las armas de los soldados romanos como un símbolo de las espirituales que el cristiano ha de usar en su lucha contra el diablo y el pecado.
[6] Cfr. https://www.eldebate.com/religion/catolicos/20221122/santiago-cantera-cristianismo-religion-mueve-alegria_74122.html
[7] Leonardo CASTELLANI, El Apokalypsis de san Juan, Madrid: Homolegens, 2010, 64-65; cfr. también 66; 72-74; 81 (escrita en diciembre de 1962, la referencia al Vaticano II que se contiene en esta última página carece de perspectiva para captar el significado de este Concilio en el proceso histórico que está describiendo).
[8] Misal Romano, I Domingo de Adviento, or.colecta: traducción de Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, Misal ritual latino-español y devocionario, Barcelona: Editorial Vallés, 1959, 45.