El sacrificio de Cristo en la Eucaristía es posible por la presencia viva del Señor glorioso y resucitado, verdadera, real y sustancialmente presente bajo las especies de pan y de vino. La fe en la presencia del Señor en la Eucaristía está atestiguada por los textos bíblicos (vistos en artículos anteriores) y confirmada también por toda la Tradición de la Iglesia (como veremos en este artículo).
Esta presencia ha suscitado dificultades de explicación, y algunas de las aclaraciones intentadas pusieron en peligro la recta doctrina. Es por ello por lo que el Magisterio ha multiplicado sus intervenciones en relación con esta verdad fundamental de nuestra fe.
Cristo está presente; con su cuerpo y sangre, alma y divinidad; no permanecen la sustancia del pan y la del vino. Cristo se hace presente en la Eucaristía por una acción transformadora, conversión a la que la Iglesia católica ha designado muy aptamente con el nombre de transustanciación. Todo Cristo está presente bajo cada una de las especies y bajo cada una de las partes de cada especie. Esta presencia de Cristo es permanente, mientras no se destruyan las especies (DS 1651-1654). Tal es el contenido fundamental de la fe
El dogma de la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía
El sacrosanto, ecuménico y universal concilio de Trento[1], legítimamente reunido en el Espíritu Santo, presidiendo en él los mismos legados de la Sede Apostólica, a fin de que la antigua, absoluta y de todo punto perfecta fe y doctrina acerca del grande misterio de la Eucaristía, se mantenga en la santa Iglesia católica y, rechazados los errores y herejías, se conserve en su pureza; enseñado por la ilustración del Espíritu Santo, enseña, declara y manda que sea predicado a los pueblos acerca de aquélla, en cuanto es verdadero y singular sacrificio que, en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y sustancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles. …, así todos nuestros antepasados, cuantos fueron en la verdadera Iglesia de Cristo que disertaron acerca de este santísimo sacramento, muy abiertamente profesaron que nuestro Redentor instituyó este tan admirable sacramento en la última Cena, cuando, después de la bendición del pan y del vino, con expresas y claras palabras atestiguó que daba a sus Apóstoles su propio cuerpo y su propia sangre…
Cánones sobre el santísimo sacramento de la Eucaristía
Can. 1. Si alguno negare que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema [DS 1636 y 1651).
Can. 2. Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia católica aptísimamente llama transustanciación, sea anatema [DS 1652).
Can. 3. Si alguno negare que en el venerable sacramento de la Eucaristía se contiene Cristo entero bajo cada una de las especies y bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies hecha la separación, sea anatema (DS 1653).
Can. 4. Si alguno dijere que, acabada la consagración, no está el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo en el admirable sacramento de la Eucaristía, sino sólo en el uso, al ser recibido, pero no antes o después, y que en las hostias o partículas consagradas que sobran o se reservan después de la comunión, no permanece el verdadero cuerpo del Señor, sea anatema (DS 1654).
Explicación del dogma de la Presencia Real
En el santísimo sacramento de la Eucaristía está contenido verdadera, real y sustancialmente el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por tanto, Cristo todo entero.
En esta afirmación encontramos expresadas las siguientes verdades:
- Lo que está contenido: cuerpo, sangre, alma, divinidad, todo Cristo (totus Christus).
- La cualidad de esta presencia: vere, realiter, substantialiter.La triple afirmación señala la contestación a las opiniones de los reformadores, Zwinglio, Calvino y otros, que el Concilio rechaza; una presencia que se realiza: «vere», y no sólo in signo; «realiter», y no sólo in figura; «substantialiter», y no sólo in virtute. La terminología es tomada de la doctrina de santo Tomás de Aquino.[2]
- Una afirmación general: después de la consagración del pan y del vino, está contenido nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, bajos las especies de aquellas cosas sensibles.
- Una respuesta a las objeciones: no choca que Cristo esté en el cielo, según su modo natural de existir, y esté sacramentalmente entre nosotros en otros lugares con su sustancia, con aquella forma de existir que aunque apenas podamos expresar con nuestras palabras, debemos creer y admitir que es posible a Dios.
- Los argumentos: tal es la unánime Tradición de la verdadera Iglesia y así deben ser comprendidas las palabras de Jesús en la Última Cena. Se rechazan, pues, todas las teorías que niegan esta realidad.
- El tridentino acentúa la presencia personal y gloriosa: “totus et integer Christus, verus Deus et verus homo… qui iam ex mortuis resurrexit non amplius moriturus”.
Tres son en realidad las grandes cuestiones implicadas y a las cuales ha dado una respuesta adecuada el Magisterio de la Iglesia:
- El hecho de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
- El modo como se da esta presencia.
- Las consecuencias que siguen de estos dos principios y que hacen referencia a la duración de la presencia y la veneración del sacramento.
La celebración eucarística no es un milagro del cual se pueden constatar los efectos sobrenaturales, sino un misterio que es preciso creer, porque aparentemente nada cambia en el pan y en el vino, según la percepción de nuestros sentidos. La teología eucarística trata de explicarnos ese misterio.
La raíz del problema de la presencia real de Crito en la Eucaristía está en el dualismo con el cual se nos presenta: por un lado, afirmación de la presencia, del sacrificio, de la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor; y por otro lado, la permanencia del pan y del vino, según la percepción de nuestros sentidos.
La presencia del “totus Christus” (Cristo entero) en cada una de las especies es un dogma de fe que brota también de la naturaleza misma del Cristo glorioso que no se puede dividir. Es también de fe la presencia en las partículas singulares y sus divisiones, e incluso en una parte del vino consagrado en el cáliz.
En la secuencia de la Solemnidad del Corpus, Santo Tomás de Aquino cantó este misterio:
“Se recibe íntegro, sin que se le quebrante ni divida; recíbese todo entero. Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquél lo toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado… Cuando se divide el sacramento, no vaciles, sino recuerda: Cristo tan entero está en cada parte, cuanto antes en el todo. Se divide sólo el signo no se toca la sustancia; nada es disminuido de su persona…”.
Y del mismo modo que Cristo está todo entero en todas y cada una de las partes de las sagradas especies, es el mismo y único Cristo quien está presente en todas las Sagradas Hostias del mundo entero. No se multiplica Cristo, sino su “presencia”.
La permanencia de la presencia Eucarística después de la Misa es ampliamente testimoniada por San Hipólito[3]. Desde un principio la Iglesia llevaba la Comunión a los enfermos, daba culto a la Eucaristía conservada en los sagrarios… La misma estructura sacramental de la Eucaristía requiere esta presencia permanente del Señor. Y la permanencia de su presencia dura mientras permanecen las especies de pan y vino, incluso en partes mínimas.
Breve recorrido histórico
- Durante la antigüedad cristiana
El modo de la presencia eucarística del Señor es diferente de su presencia puramente divina, de la encarnada durante su vida pública, y de la gloriosa, después de la resurrección; pero tan realmente presente como está en el cielo lo está en la Eucaristía.
Por cuanto se refiere al modo de realizarse la presencia, están los verbos simples: eucaristizar, bendecir, santificar, hacer, convertir…. Dichas expresiones son utilizadas por los Santos Padres en sentido apologético, cuando se ofrece la verdad a los paganos, o en sentido catequético, a los neófitos. También aparece en el lenguaje litúrgico. Para indicar el paso de una realidad a otra, a menudo, los Padres utilizan los verbos compuestos con la partícula «meta» en griego, en latín «trans». Hay toda una serie de palabras clave usadas en los textos de la antigüedad cristiana: poiein, metapoiein (conficere), metastoicheioin (transleementare), metaballein (transmutare o convertere), metithesis (transpositio), metaplasseis y metamorphosis (transformatio), metarrithmesis (translatio)
Finalmente, en cuanto a la permanencia de esta presencia después de la Santa Misa, recordemos la práctica de la Iglesia antigua: la Comunión era llevada a los enfermos; a veces la Eucaristía era conservada en casa para la Comunión; se tenía extremo cuidado con los fragmentos eucarísticos…
San Cirilo de Jerusalén en su catequesis sobre la Eucaristía se expresa así:
“Jesús mismo se ha manifestado diciendo del pan: «Éste es mi Cuerpo». ¿Quién tendría el coraje de dudar? Él mismo lo ha declarado: «Ésta es mi sangre». ¿Quién es el que lo pondría en duda diciendo que no es su sangre? Él, por su voluntad, transformó en Caná de Galilea el agua en vino, y ¿no es digno de fe si cambia el vino en sangre?… Con toda seguridad participamos en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Bajo la especie del pan te he dado el cuerpo, y bajo la especie del vino te he dado la sangre, para que tú te hagas, participando en el cuerpo y en la sangre de Cristo un solo cuerpo y una sola sangre con Cristo…”.
San Ambrosio en su catequesis sobre los misterios explica de este modo cuanto sucede sobre el altar:
Antes de ser consagrado es pan, pero cuando se añaden las palabras de Cristo, es cuerpo de Cristo… Y antes de las palabras de Cristo, el cáliz está lleno de agua y vino; cuando las palabras de Cristo ejercen después su influjo, allí se forma la sangre de Cristo que ha redimido al pueblo”.
De San Agustín recordamos sólo el breve texto que invita a la adoración de la carne de Cristo antes de la comunión:
“En esta carne el Señor ha caminado hasta aquí y esta misma carne nos ha dado a comer para la salvación; y nadie come de aquella carne sin haberla adorado primero… así que no pecamos adorándola, sino al contrario, pecamos si no la adoramos”.[4]
- La teología medieval
En el siglo IX vemos ya varios autores que intentan profundizar desde el punto de vista teológico en cuanto al modo de esta presencia; unos manifestando un realismo exagerado y otros yendo en una línea más simbólica.
– El realismo físico exagerado: afirma la presencia de Cristo en la Eucaristía con el mismo cuerpo carnal, como estaba aquí sobre la tierra. En este realismo se inserta la doctrina de Pascasio Radberto, con su Liber de Corpore e sanguine Domini (a. 844). Se trata de una posición justa, si nos referimos a la identidad del Cristo de la Eucaristía y del Verbo encarnado y glorificado.
– El simbolismo sacramental: que es una reacción contra Pascasio Radberto. Ratrammo, en su libro De corpore et sanguine Christi (a. 859) y también Rabano Mauro, proponen explicaciones más matizadas bajo la línea del sacramentalismo y el simbolismo de los Padres, especialmente de San Agustín. No niegan el realismo de la presencia ni el sentido salvífico de la presencia del Señor y de la Comunión eucarística, sino que insisten en la diferencia en cuanto al modo de la presencia del cuerpo y de la sangre del Cristo histórico y su presencia en el sacramento de la Eucaristía.
La tendencia espiritualista llega al culmen en la exposición de Berengario de Tours (s. XI), que pasa el umbral de la herejía. En efecto, en su obra De sacra Coena, reduce esta presencia a un puro simbolismo; hasta tal punto que afirma la presencia de Cristo en la Eucaristía, no a nivel de realidad en el pan y en el vino, sino sólo en la mente y en la fe de aquéllos que creen y comulgan.
La posición de Berengario fue condenada en varios sínodos romanos (DS 690, 700). A raíz de esta herejia, se suscita en toda la Iglesia un gran fervor en torno a la presencia real y personal de Cristo, con la devoción a la elevación de la hostia y del cáliz, la veneración más prolongada de la Eucaristía y las devociones eucarísticas.
En el siglo XIII, con los grandes escolásticos como San Alberto Magno, Santo Tomás y San Buenaventura, se afirma la presencia sacramental y real de Cristo. Se utiliza la terminología “presencia” y “presencia real”. Ya se habla de sustancia y accidentes para hablar de la presencia de la sustancia de Cristo y la permanencia de los accidentes del pan y del vino. Se encuentra también el modo de justificar el cambio: cambia la sustancia, quedan los accidentes. Se forja así la terminología y la explicación de la transustanciación.
Las grandes síntesis sobre la presencia real de Santo Tomás se encuentra expresada en la Summa Theologica III, qq. 75-77. Esta síntesis es quizás la mejor exposición católica al respecto:
- 75, a. 1: la presencia real; a. 2-4: sobre la transustanciación; a. 5: la permanencia de los accidentes.
- 76, a. 1: la presencia del totus Christus;a. 2-3, en cada una de las especies; a. 4: la cantidad del cuerpo de Cristo en el sacramento; a. 5-6: la presencia a modo de sustancia, no localmente; a. 7-8: cuestiones referentes a los milagros eucarísticos.
- 77: una cuestión de ocho artículos referentes a los accidentes o especies.
Diversas intervenciones del Magisterio de la Iglesia precisan progresivamente la posición católica:
- El concilio IV de Letrán (1215), en la profesión de fe contra los cátaros y los albigenses expresa la doctrina sobre la presencia real en el más puro lenguaje escolástico: “…Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre se contiene verdaderamente en el sacramento del altar bajo las especies de pan y vino, después de transustanciados, por virtud divina, el pan en el cuerpo y el vino en la sangre…”(DS 802).
- El concilio de Lyon(1274) en la profesión de fe del emperador Miguel el Paleólogo, afirma, a propósito de la Eucaristía: “El sacramento de la Eucaristía lo consagra de pan ázimo la misma Iglesia Romana, manteniendo y enseñando que en dicho sacramento el pan se transustancia verdaderamente en el cuerpo y el vino en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo” (DS 860).
- El concilio de Costanza(1414-1418) (DS 1151-1153) condena algunos errores de J. Wycliff, quien defendía que en la Eucaristía, al mismo tiempo que está presente Cristo, permanecen la sustancia del pan y del vino. Es por ello que Wycliff concluía que no se puede decir que en la Eucaristía, Cristo se encuentre con la misma y real presencia con la cual está ahora en el cielo. Más que de transustanciación él defendía una “consustanciación”.
- En el concilio de Florencia(1438-1445) en la profesión de fe para los armenios, se formula la doctrina de la presencia con estas palabras: “Porque en virtud de las mismas palabras (de la consagración), se convierten la sustancia del pan en el cuerpo y la sustancia del vino en la sangre de Cristo; de modo, sin embargo, que todo Cristo se contiene bajo la especie de pan y todo bajo la especie de vino. También bajo cualquier parte de la hostia consagrada y del vino consagrado, hecha la separación, está Cristo entero” (DS 1320).
- El concilio de Trento
Recoge y confirma toda esta doctrina como dogma de fe, tal como hemos visto en los cánones del principio de este artículo. De tal modo que los conceptos quedan totalmente claros y fijados.
«Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación« (DS 1642).
La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (DS 1641).
- Influjo modernista actual
Ha sido en este siglo pasado, como consecuencia del Modernismo, que algunos teólogos han vuelto a posiciones más cercanas al protestantismo. En ellas, la Eucaristía queda reducida a un puro símbolo, negando una presencia real objetiva, sino meramente subjetiva y simbólica; es decir, dependiendo todo de la fe de quien la recibe.
Es también típico de la teología postvaticana más cercana al Modernismo, multiplicar los modos de presencia de Dios y reducir la presencia de Jesucristo en la Eucaristía a una presencia “especial” pero no real. De tal modo que hablaría de una presencia de Dios: en la naturaleza, en los hombres, en la Biblia, en la Eucaristía. Todas estas múltiples “presencias” puestas al mismo nivel no hacen sino difuminar el modo propio, exclusivo y real de la presencia eucarística de Cristo. Todo ello ha dado como resultado que en las celebraciones litúrgicas postvaticanas, el diácono o algún ministro lector lleve la Biblia en alto y en cambio no se le preste la adoración debida a la Eucaristía.
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Debido a la extensión de este artículo, que considero muy importante, y dado que todavía nos quedaría hablar de la transustanciación y de las herejías más frecuentes respecto a esta doctrina, reservaremos ese tema para el próximo artículo.
Padre Lucas Prados
[1] La doctrina del Concilio de Trento sobre la Eucaristía está expuesta de manera autorizada en la sesión XXII: Doctrina del Sanctissimo Eucharistiae sacrificio (17-IX-1562).
[2] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q. 75, a. 1.
[3] San Hipólito, Tradición Apostólica (nn. 37-38).
[4] San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 98,9.