___
En las últimas décadas han comenzado a difundirse por las ciudades del mundo occidental manifestaciones llamadas del orgullo gay. Este fenómeno, en constante crecimiento, tiene el claro objetivo de adueñarse de los espacios públicos de todas las ciudades de Occidente, y a largo plazo, del mundo entero, con excepción de los países islámicos por temor a las previsibles reacciones violentas.
Dichas manifestaciones se llevan a cabo con enormes recursos financieros y logísticos, y acompañadas de una propaganda que es apoyada al unísono por los sectores más influyentes de la vida pública, es decir, por la nomenklatura política, los medios de comunicación y los poderosos imperios económicos y financieros. Semejante apoyo unánime por parte de las mencionadas instituciones públicas ha sido típico de los sistemas totalitarios a lo largo de la historia, que lo utilizaban para imponer a la sociedad una ideología determinada. Las manifestaciones llamadas del orgullo gay son inconfundibles con las marchas propagandísticas de diversos regímenes políticos totalitarios del pasado.
Queda, no obstante, una importantísima institución en la vida pública que todavía no ha entrado a formar parte oficialmente o en gran medida del coro unánime de apoyo a las marchas del orgullo gay: es la voz de la Iglesia Católica. El totalitarismo de la ideología homosexual o de género persigue su objetivo más ambicioso, que es conquistar el último bastión de resistencia que constituye la Iglesia Católica. Mientras tanto, ese empeño ha conocido por desgracia algunos éxitos, pues puede constatarse que cada vez más sacerdotes, e incluso algunos obispos y cardenales, expresan públicamente y de diversas maneras apoyo a esas marchas totalitarias del orgullo gay. Al hacerlo, dichos sacerdotes, obispos y cardenales se convierten en activistas y promotores de una ideología que supone una ofensa directa a Dios y a la dignidad del ser humano, creado varón o mujer; creado a imagen y semejanza de Dios.
La ideología de género o la ideología de la homosexualidad suponen una rebelión contra la obra creadora de Dios, que es una obra admirablemente sabia y amorosa. Se trata de una rebelión contra la creación del ser humano en los dos sexos, masculino y femenino, que son necesaria y maravillosamente complementarios. Los actos homosexuales y lésbicos profanan el cuerpo, masculino o femenino, que es templo de Dios. De hecho, el Espíritu Santo dice: «Si alguno destruyere el templo de Dios, le destruirá Dios a él, porque santo es el templo de Dios, que sois vosotros» (1ª a los Corintios 3,17). El Espíritu Santo declara en las Sagradas Escrituras que los actos homosexuales son algo ignominioso, porque son contrarios a la naturaleza tal como fue creada por Dios: «Por esto los entregó Dios a pasiones vergonzosas, pues hasta sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza. E igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrazaron en mutua concupiscencia, cometiendo cosas ignominiosas varones con varones, y recibiendo en sí mismos la paga merecida a sus extravíos. Y como no estimaron el conocimiento de Dios, Dios los entregó a una mente depravada para hacer lo indebido» (Rm.1, 26-28). El Espíritu Santo declara, pues, que quienes cometen actos gravemente pecaminosos, entre los que se cuentan también los actos homosexuales, no heredarán la vida eterna: «No os hagáis ilusiones. Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes ni los que viven en rapiña heredarán el Reino de Dios» (1ª Cor. 6,9-19),
Ahora bien, la gracia de Cristo es tan grande que puede transformar a un idólatra, a un adúltero o un homosexual practicante en un hombre nuevo. El texto citado de la Palabra de Dios prosigue con estas palabras: «Tales érais algunos [idólatras, adúlteros, sodomitas]; mas habéis sido lavados, mas habéis sido santificados, mas habéis sido justificados en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1ª Cor. 6,11). Ante esta verdad y realidad de la gracia, resplandece en el escenario antidivino y antihumano de la ideología y la práctica de la homosexualidad la luz de la esperanza y del verdadero progreso, es decir, la esperanza y la posibilidad auténtica de transformación de una persona que comete actos homosexuales en un hombre nuevo, creado en la verdad de la santidad: «No es así como vosotros habéis aprendido a Cristo, si es que habéis oído hablar de Él y si de veras se os ha instruido en Él conforme a la verdad que está en Jesús, a saber: que dejando vuestra pasada manera de vivir os desnudéis del hombre viejo, que se corrompe al seguir los deseos del error, os renovéis en el espíritu de vuestra mente y os vistáis del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad» (Ef. 4,20-24). Estas palabras de Dios son el único mensaje digno de esperanza y de liberación que un cristiano y, con mayor motivo, un sacerdote u obispo, debe ofrecer a quienes cometen actos homosexuales o propagan la ideología de género.
El totalitarismo y la intolerancia de la ideología de género exigen también, lógicamente, una aceptación totalitaria. Todos los sectores de la sociedad, la Iglesia católica incluida, deberían por tanto expresar de algún modo que aceptan esa ideología. Uno de los medios públicos y más concretos de tal imposición ideológica lo tenemos en las marchas del orgullo gay.
No se puede excluir que en un futuro no muy lejano la Iglesia Católica se encuentre en una situación semejante a la persecución por parte del Imperio Romano durante los tres primeros siglos, cuando los cristianos también estaban obligados a adherirse a la ideología totalitaria de la idolatría. En aquella época, la prueba o verificación de tal adhesión estaba en el acto civil y políticamente correcto de quemar unos granos de incienso ante una estatua de un ídolo o del Emperador.
Hoy en día, en vez de quemar granos de incienso se ha introducido el tener gestos de solidaridad con las marchas del orgullo gay pronunciando palabras de bienvenida por parte de clérigos y hasta mediante celebraciones religiosas especiales en apoyo de los presuntos derechos a las actividades homosexuales y a la difusión de su ideología. Somos testigos del increíble escenario en el que algunos sacerdotes, y hasta obispos y cardenales, sin ruborizarse, ofrecen ya granos de incienso al ídolo de la ideología de la homosexualidad o de la teoría de género ante los aplausos de los poderosos de este mundo; es decir, ante los aplausos de los políticos, de los medios de difusión y de las poderosas organizaciones internacionales.
¿Cuál debe ser la respuesta correcta de un cristiano, de un católico, de un sacerdote o un obispo ante el fenómeno del llamado orgullo gay?
En primer lugar, se debe proclamar con caridad la verdad divina sobre la creación del ser humano, proclamar la verdad sobre el desorden objetivo en el plano psicológico y sexual de la tendencia homosexual, y luego hablar de la ayuda necesaria y discreta a las personas con tendencia homosexual a fin de que obtengan la cura y se libren de su deficiencia psicológica.
Se debe proclamar, además, la verdad divina sobre el carácter gravemente pecaminoso de los actos homosexuales y del estilo de vida homosexual, porque ofenden a la voluntad de Dios. Hay que proclamar con preocupación verdaderamente fraterna la verdad divina sobre el peligro de perdición eterna del alma de los homosexuales practicantes e impenitentes.
Asimismo, con valentía cívica y por todos los medios pacíficos y democráticos se debe protestar contra el vilipendio de las convicciones cristianas y contra la exhibición pública de obscenidades degradantes. Hay que protestar contra la imposición de marchas con carácter de militancia política-ideológica a poblaciones enteras de ciudades y países.
Con todo, lo más importante está en los medios espirituales. La respuesta más poderosa y valiosa se expresa en los actos públicos y privados de desagravio a la santidad y majestad divinas, tan grave y públicamente ultrajadas con las marchas del orgullo gay.
De manera inseparable a los actos de desagravio está la oración fervorosa por la conversión y la salvación eterna de los promotores y activistas de la ideología homosexual, y sobre todo de las almas de las desdichadas personas que ejercen la homosexualidad.
Que las siguientes palabras de los Sumos Pontífices afiancen la reacción católica al fenómeno del orgullo gay.
El papa Juan Pablo II protestó contra el desfile del orgullo gay de Roma del año 2000 con estas palabras: «Creo que es necesario aludir a las conocidas manifestaciones [del orgullo gay] que han tenido lugar en Roma durante los días pasados. En nombre de la Iglesia de Roma no puedo por menos de expresar mi amargura por la afrenta hecha al gran jubileo del año 2000 y por la ofensa a los valores cristianos de una ciudad tan querida para el corazón de los católicos de todo el mundo. La Iglesia no puede callar la verdad, porque faltaría a su fidelidad a Dios Creador y no ayudaría a discernir lo que está bien de lo que está mal» (Palabras previas al ángelus del 9 de julio de 2000)
El pontífice reinante, Francisco, ha alertado en varias ocasiones del peligro de la ideología de género, por ejemplo cuando dijo:
«Tú, Irina, has mencionado un gran enemigo de matrimonio hoy en día: la teoría del género. Hoy hay una guerra mundial para destruir el matrimonio. Hoy existen colonizaciones ideológicas que destruyen, pero no con las armas, sino con las ideas. Por lo tanto, es preciso defenderse de las colonizaciones ideológicas» (Discurso durante el encuentro con sacerdotes, religiosos, seminaristas y agentes de pastoral, Tiflis, 1 de octubre de 2016).
«Estamos viviendo un momento de aniquilación del hombre como imagen de Dios. Quisiera concluir aquí con este aspecto, porque detrás de esto hay ideologías. En Europa, América, América Latina, África, en algunos países de Asia, hay verdaderas colonizaciones ideológicas. Y una de estas —lo digo claramente con «nombre y apellido»— es la ideología de género. Hoy a los niños —a los niños— en la escuela se enseña esto: que cada uno puede elegir el sexo. ¿Por qué enseñan esto? Porque los libros son los de las personas y de las instituciones que dan el dinero. Son las colonizaciones ideológicas, sostenidas también por países muy influyentes. Y esto es terrible. Hablando con el papa Benedicto, que está bien y tiene un pensamiento claro, me decía: «Santidad, esta es la época del pecado contra Dios creador»» (Discurso durante el encuentro con los obispos polacos con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, Cracovia, 27 de julio de 2016).
Los verdaderos amigos de las personas que promueven y cometen acciones degradantes durante las marchas del orgullo gay son los cristianos que dicen:
«No quemaré ni un grano de incienso ante el ídolo de la homosexualidad y de la teoría de género, ni aunque –¡no lo permita Dios!– lo hagan mi párroco o mi obispo.
Realizaré actos privados y públicos de desagravios y rezaré intercediendo por la salvación eterna de las almas de todos los que practican y promueven la homosexualidad.
No tendré miedo del nuevo totalitarismo político-ideológico de la ideología de género, porque Cristo está conmigo. Y así como Cristo derrotó a todos los sistemas totalitarios del pasado, también derrotará el totalitarismo de la ideología de género hoy en día».
¡Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!
28 de julio de 2018
+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la arquidiócesis de María Santísima en Astaná
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)