La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

La interpretación de la Biblia es tarea particular de los exegetas, pero no les pertenece como monopolio, porque en la vida de la Iglesia hay muchos aspectos que van más allá del análisis científico de los textos. La Iglesia como institución fundada por Jesucristo es la principal garantía de los libros sagrados y está siempre al servicio de la Palabra de Dios.

 

La Biblia en la vida de la Iglesia

La Sagrada Escritura es considerada por los cristianos, no sólo como un conjunto de documentos históricos que avalan su origen o explican sus fundamentos, sino como libros inspirados que recogen la Palabra de Dios, dirigida en el tiempo presente a la Iglesia y al mundo entero.

En la vida de la Iglesia, la Biblia ocupa un lugar importantísimo. Sin pretender ser exhaustivos, vamos ahora a considerar el uso de las Sagradas Escrituras, por una parte,  en la Liturgia y en el quehacer teológico; y, por otra, en la vida de oración, en la catequesis y en la predicación pastoral.

 

Las Escrituras santas en la Liturgia

La Liturgia es el lugar privilegiado, no el único, en el que los fieles se acercan a los Libros Sagrados. Desde los comienzos de la Iglesia, la lectura de las Escrituras ha formado parte de la liturgia cristiana. En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual y es en ella, todavía hoy, donde los cristianos entran en contacto con las Escrituras, en particular con ocasión de la celebración eucarística dominical. De hecho, la dignidad de la Palabra de Dios exige que en la Iglesia haya un sitio reservado-el ambón- para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles. En la Santa Misa, la liturgia de la Palabra comprende la lectura del Antiguo Testamento, «las memorias de los apóstoles», es decir sus cartas, y los Evangelios. El Espíritu Santo da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. La liturgia de la palabra es también un elemento decisivo en la celebración de cada sacramento de la Iglesia.

En general, la Liturgia-y especialmente la liturgia sacramental, de la cual la celebración eucarística es su cumbre- realiza la actualización más perfecta de los textos bíblicos, ya que sitúa su proclamación en medio de la comunidad de los creyentes, reunidos alrededor de Cristo para aproximarse a Dios.

El Salterio es, sin duda, el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. La liturgia de las Horas, en particular, acude al libro de los Salmos para hacer orar a la comunidad cristiana. Himnos y oraciones están impregnados del lenguaje bíblico y de su simbolismo.

 

La Sagrada Escritura, alma de la Teología

La Exégesis, por ser una disciplina teológica, mantiene estrechas y complejas relaciones con las demás disciplinas teológicas. La Teología, de una parte, ejerce un cierto influjo sobre la actitud previa con que los exegetas abordan los textos bíblicos; y la Exégesis, de otra, proporciona datos básicos a las otras disciplinas teológicas.

Las certezas de fe llegan a los exegetas después de haber sido elaboradas en la comunidad eclesial por la reflexión teológica. El estudio científico de la Biblia no puede aislarse de la investigación teológica, ni de la experiencia espiritual, ni del discernimiento de la Iglesia. La Exégesis produce sus mejores frutos, cuando se hace en el contexto de la fe viva de la comunidad cristiana.

Los puntos de vista de la Exégesis y la Teología son diferentes, y deben serlo. La Escritura santa tiene una riqueza de significado que no puede ser completamente captado por la Teología sistemática ni quedar prisionero de ella; y, por eso, una de las principales funciones de la Escritura es lanzar serios desafíos a los sistemas teológicos y recordar continuamente la existencia de aspectos importantes de la divina revelación y de la realidad humana, que a veces son olvidados o descuidados por la reflexión teológica sistemática. Y, al mismo tiempo, la Exégesis debe dejarse iluminar por la investigación teológica; es decir, los teólogos presentarán a los exegetas cuestiones actuales importantes sobre determinados textos sagrados para conseguir una mayor comprensión especulativa de la fe cristiana.

En todo caso, la reflexión teológica,  es reflexión sobre el dato revelado, que se contiene en la gran Tradición de la Iglesia -Escritura y Tradición oral- custodiada por el Magisterio. En este sentido se dice que la Sagrada Escritura es el alma de la Teología.

 

Biblia y oración

La “Lectio divina” como práctica, está testimoniada en el ambiente monástico desde épocas muy tempranas. Se trata de la lectura, individual o comunitaria, de un pasaje de la Escritura, acogido como Palabra de Dios, y que se desarrolla luego bajo la moción del Espíritu Santo en meditación.

La Iglesia siempre ha recomendado la lectura asidua de la Biblia a todos y, en particular, a los sacerdotes y religiosos. En el pueblo cristiano han surgido a lo largo de los siglos numerosas iniciativas para una lectura individual y comunitaria.

Los santos siempre recomendaron el uso de la Sagrada Escritura para la meditación, pues es una riquísima fuente de conocimiento para profundizar en el conocimiento de Jesucristo y de nuestra fe.

 

Los Libros sagrados en la catequesis

La enseñanza y explicación de la doctrina cristiana, fin de la catequesis, tiene como primera fuente la Sagrada Escritura. Presentada en el contexto de la Tradición, es punto de partida, fundamento y norma de la praxis catequética. La catequesis debe dirigirse a conseguir una justa comprensión de la Biblia y a orientar su lectura fructuosa, para descubrir la verdad divina que contiene, y suscitar una respuesta al mensaje que Dios dirige a la humanidad.

La catequesis de niños, jóvenes y adultos, está orientada a que la Palabra de Dios se medite en la oración personal, se actualice en la oración litúrgica, y se interiorice en todo tiempo, a fin de fructificar en una vida nueva. La catequesis es también el momento en que se puede purificar y educar la piedad popular. La memorización de las oraciones fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración.

La catequesis debe partir del contexto histórico de la revelación divina, presentando personajes y acontecimientos bíblicos a la luz del designio de Dios, pero no puede contentarse con un comentario superficial, que se queda en una consideración cronológica de la sucesión de acontecimientos y de personajes de la Biblia.

Para ser “otro Cristo” hay que mirarse en Él. No basta con tener una idea general del espíritu de Jesús, sino que hay que aprender de Él detalles y actitudes. Y, sobre todo, hay que contemplar su paso por la tierra, sus huellas, para sacar de ahí fuerza, luz, paz… Cuando se ama a una persona, se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia, de su carácter, para así identificarse con ella. Por eso hemos de meditar la historia de Cristo, desde su nacimiento, hasta su muerte y su resurrección.

No se trata sólo de pensar en Jesús, de representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser “actores”. Seguir a Cristo tan de cerca como Santa María, su Madre, como los primeros doce, como las santas mujeres, como aquellas muchedumbres que se agolpaban a su alrededor.

 

La predicación y la Sagrada Escritura

Algo semejante podemos decir del ministerio de la predicación, que debe sacar de los textos sagrados un alimento espiritual adaptado a las necesidades de los fieles cristianos de cada época. La finalidad de la predicación es difundir la fe cristiana, con un lenguaje vivo y ardiente, de manera que los oyentes se sientan movidos a practicarla con la gracia de Dios. Se trata de instruir el entendimiento en la Palabra de Dios, provocar el afecto del oyente al oírla y mover su voluntad para que se determine a vivir y a amar lo aprendido.

Este ministerio se ejerce, sobre todo, en la homilía, que sigue a la proclamación de la Palabra de Dios en la celebración del sacrificio eucarístico. Para esta labor, son necesarios principios hermenéuticos válidos, porque una deficiente preparación en este campo provoca la tentación de renunciar a profundizar las lecturas bíblicas, contentándose con «moralizar» o hablar sólo de cuestiones actuales, sin iluminarlas con la luz tan particular y propia que da la Palabra de Dios.

La predicación sacerdotal, para que mejor mueva a las almas de los oyentes, no debe exponer la Palabra de Dios sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio. La predicación será más útil y más conforme a la Biblia, si ayuda a los fieles, primero a conocer el don de Dios, tal como ha sido revelado en la Escritura, y luego a comprender de modo positivo las exigencias que de este don derivan.

 

La unidad de los cristianos y los Libros sagrados

La unidad del pueblo de Dios está profundamente enraizada en la misma Escritura. Era, desde luego, una preocupación constante del Señor (cfr Jn 10:16; 17:11; 20:23), recogida en la predicación apostólica y especialmente por san Pablo (Ef 4:2-5:12).

La Biblia define el fundamento teológico del auténtico ecumenismo (Ef 4: 4-6). La primera comunidad apostólica sigue siendo un modelo concreto y visible (Hech 2:44). Es cierto que la mayor parte de los problemas -teológicos, canónicos y bíblicos- que afronta el auténtico diálogo ecuménico se relaciona con la interpretación de los textos bíblicos. Por ejemplo, la lista de libros canónicos, ciertas cuestiones hermenéuticas, el matrimonio y el divorcio, la administración de la Iglesia universal y de las Iglesias locales, la estructura de la Iglesia, el primado y la colegialidad, el sacerdocio ministerial, la escatología … En el fondo, creo que el diálogo ecuménico está mal enfocado; no es que todos tengamos que ceder un poco, sino que la verdadera Iglesia (la católica) ha de explicar y enseñar la verdad de tal modo que los no católicos la acepten.

La exégesis bíblica está llamada a contribuir de manera eficaz en la tarea ecuménica, aunque no pretende resolver por sí sola todos esos problemas.

 

La Biblia y la inculturación

El fundamento teológico de la inculturación es la convicción de fe de que la Palabra de Dios trasciende las culturas en las cuales se expresa, y tiene la capacidad de propagarse en todas ellas, de modo que pueda llegar a todos los hombres de todos los tiempos.

Es una tarea difícil y delicada, ya que pone a prueba la fidelidad de la Iglesia al Evangelio y a la Tradición apostólica en la evolución constante de las culturas.

La primera etapa de la inculturación es la traducción a otra lengua de la Escritura inspirada. Y toda traducción, como ya vimos, es siempre algo más que una simple transcripción del texto original. Esta etapa ha sido ya vivida en tiempos del AT, por ejemplo, al traducir el texto hebreo al griego (Los LXX) y más tarde al latín (Vulgata).

El paso de una lengua a otra comporta, pues, un cambio de contexto cultural, pero no un cambio de los conceptos, sino sólo del modo como éstos son expresados. El mismo NT es buen ejemplo: escrito en griego, está marcado por un dinamismo de inculturación, ya que traspone en la cultura judeo-helenística el mensaje palestino de Jesús, manifestando así una clara voluntad de superar los límites de un medio cultural único.

De la interpretación se pasa, pues, a otras etapas de inculturación, que llegan a la formación de una cultura local cristiana, extendiéndose a todas las dimensiones de la existencia: oración, trabajo, vida social, costumbres, legislación, ciencias y artes, reflexión filosófica y teológica.

Para que el Misterio de Cristo sea dado a conocer a todos los gentiles (cfr Mt 28: 18-20), debe ser anunciado, celebrado y vivido en todas las culturas, de modo que estas no son abolidas sino iluminadas por la profundidad y dimensión del nuevo mensaje. La multitud de los hijos de Dios, mediante su cultura humana propia, asumida y transfigurada por Cristo, tiene acceso a Dios. Además, no se trata de un proceso en un sentido único, sino de una recíproca fecundación: por una parte, las riquezas contenidas en las diversas culturas permiten a la Palabra de Dios producir nuevos frutos; y por otra, la luz de la Palabra de Dios permite enriquecer y purificar las diferentes culturas.

 

Conclusiones

Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye el sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. La Biblia tiene, pues, mucho que hacer y decir a la existencia cristiana ordinaria de cada creyente. En la vida corriente de un cristiano, la Sagrada Escritura es un referente fundamental, donde encuentra de modo vivo y verdadero al Dios en quien cree para alimentar nuestra vida espiritual.

La Iglesia ha recomendado, siempre y con insistencia, a todos los bautizados la lectura frecuente de la Biblia para que adquieran la ciencia suprema de ]esucristo, ya que desconocer la Escritura -según san Jerónimo- es desconocer a Cristo.

Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra no sólo hay de saberlo, sino que hay de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnemos en las circunstancias concretas de nuestra existencia. El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encontramos la Vida de Jesús; y, además, debemos encontrar la nuestra propia. Aprendamos a  preguntar como el Apóstol: «Señor, ¿qué quieres que yo haga? …» Y Él nos responde: ¡La voluntad de Dios! Pues, tomemos el Evangelio a diario, y leámoslo y vivámoslo. Así han procedido los santos.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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