En las relaciones internacionales y en el derecho internacional rige una regla áurea desde siempre perseguida: no se trata de convencer y persuadir al Estado interlocutor, sea un partner o un adversario, lo que importa es obtener resultados concretos. La visita hecha al Vaticano la semana pasada por Mike Pompeo, Secretario de Estado norteamericano, fue una etapa crucial en el complejo y peligroso tejido de las relaciones internacionales que desde hace tiempo ve al opresivo régimen comunista chino en el banco de los imputados de toda la comunidad internacional.
El Pontífice Francisco se negó a reunirse con el Secretario de Estado Pompeo y delegó al Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano la tarea de entablar el diálogo con el representante de la primera potencia mundial del planeta. La política diplomática internacional de la Santa Sede siempre se ha caracterizado a lo largo de los siglos por una incondicional estrategia capaz de mantener abiertos todos los canales de comunicación con los principales global players de la geopolítica del planeta, sin desviarse nunca de la búsqueda del fin supremo de la “salus animarum”, tanto en épocas de paz como en de guerra.
Lamentablemente se hacen en cambio cada vez más numerosos e incontestables los signos de una progresiva e incontenible pérdida de autoridad moral de la diplomacia vaticana bao el pontificado del Papa argentino, en un período tan denso de nubes negras para la paz y la seguridad en el mundo. Si se observan los comentarios de la prensa de los Estados Unidos, sea la liberal o la conservadora, resulta inequívoca la desilusión del establishment norteamericano con respecto a la Santa Sede, que con su reciente toma de posición sobre diferentes temas candentes a nivel internacional parece perder siempre más el pulso de la situación aislándose de la comunidad política internacional.
El nudo gordiano siempre más estrecho entre los Estados Unidos y la Santa Sede, y en verdad entre la Santa Sede y una parte cada vez más consistente e influyente de la comunidad política internacional es este: en el momento en que la Santa Sede es invitada a renovar el tratado secreto de cooperación en materia de libertad religiosa con el gobierno de Pequín por otros dos años, ¿en el Vaticano hay plena conciencia de la estrategia política profundamente agresiva que el régimen de Pequín está poniendo en marcha a nivel internacional contra la paz, la seguridad y los derechos humanos, es decir, contra los tres pilares que constituyen el fundamento del artículo 1 del Estatuto de la ONU?
¿Se da cuenta la Santa Sede que la República Popular China ha puesto en marcha un programa estratégico a largo plazo – con el objetivo de transformarse en la primera potencia política económica y militar a nivel mundial – fundamentado en una ideología totalitaria antidemocrática que oprime sistemáticamente los derechos civiles y políticos fundamentales de la persona humana? Son preguntas muy comprometedoras las que de facto las principales cancillerías del planeta plantean al Pontífice Bergoglio, en forma directa y con brutal pero franco pragmatismo, como los Estados Unidos o, indirectamente, con no menor franqueza, la Unión Europea.
El Libro Blanco, con motivo del 70° aniversario de la República Popular China, es un manifiesto clarísimo del proyecto de la leadership comunista de agresión a la paz y a los derechos de libertad de la persona humana en todo el planeta: las directrices del gobierno chino no respetan de hecho el modelo de la plataforma jurídica internacional fundamentado en la Rule of Law (El Estado de Derecho, N.d.R) definida por la ONU como un principio de governance en el cual las personas, las instituciones y los Estados tienen la obligación de cumplir con el sistema de leyes aplicadas de igual manera y de acuerdo con aquellas que constituyen la normativa respecto al reconocimiento de la pre-existencia de los derechos de la persona a nivel internacional, pero en su lugar crearon un modelo fundamentado en la Rule by Law.
Un concepto que considera a la autoridad política del sistema unipartidista comunista como superior a la ley, con el poder dictatorial permanente de crear leyes ad hoc sobre la base de la necesidad, sin preocuparse de las consecuencias que esto pueda tener sobre la libertad de la población. Lo que de aquí resulta es entonces un modelo de estado de emergencia permanente, en el cual por cierto el Partido Comunista Chino, como depositario de la virtud política aparece siempre libre de vínculos normativos para alcanzar sus objetivos estratégicos. A la luz de este plan político, la incluso gentil Unión Europea, a través de la Comisión UE definió también a China como un rival sistemático, con un modelo de governance, en el cual el poder estatal no está sujeto a la ley y los ciudadanos son reducidos a esclavos de la voluntad política del Partido Comunista.
Sobre este punto delicadísimo, es decir, la obligación de respetar la plataforma de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la Santa Sede, durante el pontificado de Francisco, nunca hizo pública una advertencia de moral suasion al gobierno de Pequín: práctica en cambio utilizada para dudosas incursiones por parte del Pontífice en el campo político a propósito de la actitud de la Unión Europea en lo que se refiere al drama de la inmigración o la de los Estados Unidos ante los desórdenes y la violencia por motivos raciales de los últimos meses.
Mientras tanto, la agresividad del régimen chino bajo el impulso autocrático del líder Xi Jinping se está proyectando en múltiples frentes. En lo que dice respecto a la gravísima pandemia del Covid-19 la respuesta del gobierno chino a las detalladas solicitudes de esclarecimiento y asunción de responsabilidad por parte de la comunidad internacional fueron de total cerrazón: el resultado fue que toda la comunidad internacional aprobó la creación de una Comisión de investigación de la ONU para evaluar la responsabilidad de China en la violación de los principales protocolos en materia de seguridad sanitaria mundial. También en este asunto dramático, que ha ocasionado la muerte de centenares de miles de seres humanos, el Vaticano del Papa Francisco nunca ha expresado postura alguna de persuasión moral respecto al arrogante gobierno chino.
La India, el segundo gigante político y económico del continente asiático, destinado en pocos años a superar el nivel demográfico de China, hace tiempo denuncia las provocaciones militares del régimen de Pequín que -en el marco del proyecto SilkBeltRoad, la “Ruta de la seda” -una serie de tratados bilaterales con los cuales tiene en vista apropiarse de las materias primas del planeta- está intentando apoderarse de los territorios indianos en los confines de China para tener el pleno control de las fuentes de agua del Gange, del río Azzurro y del río del río Giallo. La diplomacia de la Santa Sede fundamentalmente se manifestó del todo indiferente también en este peligroso incidente, manteniendo un silencio sepulcral sobre las comprobadas agresiones militares chinas al territorio indiano, aún cuando las mismas Naciones Unidas se hayan expresado por medio de una resolución.
Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Japón denunciaron también recientemente las graves y repetidas violaciones en materia de falsificación de productos de empresas, competencia desleal, violación de los derechos de los laboratorios, por parte del gobierno chino en el marco del WTO, del Tratado de Comercio Internacional, y dispusieron la suspensión de diferentes acuerdos de importación y exportación. Es un panorama de las relaciones internacionales en el cual las repetidas y arrogantes violaciones de importantísimos tratados internacionales por parte de la arrogante criminal leadership comunista china son fundamentalmente ignoradas por la Santa Sede.
Resulta evidente a los analistas y a los diplomáticos de las más importantes Cancillerías que la postura ambigua de la Santa Sede sobre el affaire China puede provocar graves reacciones adversas respecto a la autoridad del Vaticano y a la persona del Papa en materia de soft-diplomacy (diplomacia blanda).
Las palabras del Cardenal Parolin según el cual este acuerdo nada tiene que ver con la política y permitirá a los chinos ser plenamente católicos – suenan como un vulnus a la autoridad moral del Vicario de Cristo en la tierra: en el seno de la Iglesia china fiel al Papa y en el seno de la misma Santa Sede son en realidad muchísimas las voces de desacuerdo con esta temeraria como descabellada maniobra política. Con admirable claridad intelectual, el P. Cervellera, director de Asia News, profundísimo conocedor del mundo chino, afirmó que con este acuerdo los sacerdotes católicos pasarán a ser funcionarios del Estado chino. Substancialmente esclavos de un régimen político dictatorial que odia la fe religiosa.
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