La serpiente y Bergoglio

Martes 4 de abril de 2017 (de L’Osservatore Romano, ed. cotidiana, Año CLVII, n. 79, 05/04/2017)

El papa Francisco sugirió un examen de conciencia sobre la cruz, para verificar cómo cada uno de nosotros lleva en la cotidianidad el único verdadero «instrumento de salvación». He aquí las líneas de reflexión que el Pontífice propuso en la misa celebrada el martes 4 de abril por la mañana en Santa Marta.

«Llama la atención – advirtió inmediatamente, refiriéndose al pasaje del evangelista Juan (8, 21-30) – que en este breve pasaje del Evangelio Jesús dice por tres veces a los doctores de la ley, a los escribas, a algunos fariseos: “Moriréis en vuestros pecados”». Lo repite «tres veces». Y «lo dice – añadió – porque no comprendían el misterio de Jesús, porque tenían el corazón cerrado y no eran capaces de abrirlo un poco, de intentar comprender el misterio que era el Señor». En efecto, explicó el Papa, «morir en el propio pecado es una cosa horrible: significa que todo acaba allí, en la porquería del pecado».

Pero después «este diálogo – en el cual por tres veces Jesús repite “moriréis en vuestros pecados” – continúa y, al final, Jesús mira hacia atrás la historia de la salvación y les hace recordar algo: “Cuando levantéis al hijo del hombre, entonces sabréis que yo soy y que no hago nada por mí mismo». El Señor dice precisamente: «cuando levantéis al hijo del hombre».

Con estas palabras – afirmó el Pontífice, refiriéndose al fragmento tomado del libro de los Números (21, 4-9) – «Jesús hace recordar lo que sucedió en el desierto y hemos escuchado en la primera lectura». Es el momento en el que «el pueblo aburrido, el pueblo que no puede soportar el camino, se aleja del Señor, habla contra Moisés y el Señor, y encuentra las serpientes que muerden y hacen morir». Entonces «el Señor le dice a Moisés que haga una serpiente de bronce y que la levante, y la persona que sufra una mordedura de la serpiente, y que mire la de bronce, se curará».

«La serpiente – ha proseguido el Papa – es el símbolo del malo, es el símbolo del diablo: era el más astuto de los animales en el paraíso terrestre». Porque «la serpiente es el que es capaz de seducir con las mentiras», es «el padre de la mentira: este es el misterio». Pero entonces «¿debemos mirar al diablo para salvarnos? La serpiente es el padre del pecado, el que hizo pecar a la humanidad». En realidad «Jesús dice: “Cuando yo sea levantado, todos vendrán a mí”. Obviamente este es el misterio de la cruz».

«La serpiente de bronce curaba – dijo Francisco – pero la serpiente de bronce era signo de dos cosas: del pecado hecho por la serpiente, de la seducción de la serpiente, de la astucia de la serpiente; y también era señal de la cruz de Cristo, era una profecía». Y «por esto el Señor les dice: “Cuando levantéis al hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy”». Así, podemos decir, afirmó el Papa, que «Jesús se “hizo serpiente”, Jesús se “hizo pecado” y tomó sobre sí las todas las porquerías de la humanidad, todas las porquerías del pecado. Y se “hizo pecado”, se hizo levantar para que toda la gente lo mirase, la gente herida por el pecado, nosotros. Este es el misterio de la cruz y lo dice Pablo: “Se hizo pecado” y tomó la apariencia del padre del pecado, de la serpiente astuta».

«El que no miraba a la serpiente de bronce tras ser mordido por una serpiente en el desierto – explicó el Pontífice – moría en el pecado, el pecado de murmuración contra Dios y contra Moisés». Del mismo modo, «el que no reconoce en aquel hombre levantado, como la serpiente, la fuerza de Dios que se hizo pecado para salvarnos, morirá en su propio pecado». Porque «la salvación viene sólo de la cruz, pero de esta cruz que es Dios hecho carne: no hay salvación en las ideas, no hay salvación en la buena voluntad, en el deseo de ser buenos». En realidad, insistió el Papa, «la única salvación está en Cristo crucificado, porque sólo él, como la serpiente de bronce significaba, fue capaz de tomar todo el veneno del pecado y nos ha curado allí».

Jesús no se hizo serpiente “padre del pecado” ni, por tanto, diablo

El Evangelio de San Juan

Jesús mismo (Jn., III, 14-15) explicó el simbolismo de la serpiente de bronce, la cual era una figura o un tipo de la salvación eterna, que Cristo, muerto en la Cruz, habría traído a todos los hombres: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, de la misma manera es necesario que sea levantado el Hijo del hombre”.

El comentario de los Padres

Los Padres de la Iglesia comentan fielmente las palabras de Nuestro Señor: como Moisés levantó la serpiente de bronce en un asta, así Jesús debía ser levantado (“crucificado”) en el madero de la Cruz, y como los judíos mordidos por las serpientes eran salvados de la muerte temporal mirando con fe viva a la serpiente de bronce hecha por Moisés, así todos los hombres, mordidos por la antigua serpiente que es el diablo, el cual tienta al pecado que da la muerte al alma, son salvados de la muerte eterna si miran con fe vivificada por la caridad a Jesús clavado en la Cruz. Todos los Padres desarrollaron este paralelo, véanse especialmente San Justino (Dial. cum Triph., 94), Tertuliano (Adv. Marc., III, 18), San Ambrosio (De apol. David, I, 3), Teodoreto (Quaest. XXXVIII in Exod.), San Agustín (De pecc. meritis, I, 32).

El comentario de Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino comenta igualmente los versículos del Evangelio según San Juan (III, 14-15): «Jesús presenta la figura profética de la Pasión y la quiere deducir de la Antigua Ley. La serpiente de bronce hecha por Moisés por orden de Dios es una figura o un símbolo de la Pasión de Cristo. En efecto es una propiedad de la serpiente ser venenosa, pero la serpiente de bronce no tenía el veneno en sí misma, sino que era símbolo de la serpiente venenosa. Así también Jesús no tenía en Sí mismo el pecado, que es el veneno espiritual y da la muerte al alma, sino que Jesús tuvo sólo “la semejanza del pecado”, como está revelado en San Pablo (Rom., VIII, 3): “Enviando a su Hijo en una carne semejante a la del pecado”. He aquí por qué Cristo tuvo en Sí mismo el efecto de la serpiente de bronce contra los movimientos ardientes de las concupiscencias producidas por el pecado».

El comentario del padre Sales

El padre Marco Sales comenta: “en la serpiente de bronce levantada por Moisés era figurada la eficacia de la muerte de Jesús por aquellos que habrían creído en El. También Jesús, por decreto divino, debe ser levantado en la Cruz, para que todos los que fueron mordidos por la antigua serpiente infernal puedan conseguir la salvación mirándoLe, o sea teniendo una fe viva en la eficacia de Su muerte. La fe viva o vivificada por la gracia es, por tanto, condición necesaria para tener parte en los frutos de la pasión y muerte de Jesucristo” (La sacra Bibbia. Il Nuovo Testamento, Torino, Marietti, 1911, Vangelo secondo Giovanni, II ed. Effedieffe, Porceno di Viterbo, 2015, p. 36, notas 14-15).

Jesús no se hizo pecado y San Pablo dice lo contrario de lo que le hace decir Bergoglio

1) 2 Corintios (V, 21)

San Pablo revela: “Aquel [Jesús] que no conoció pecado, Dios Lo trató como pecado en nuestro favor, para que llegásemos a ser justicia de Dios en El” (2Cor., V, 21).

Los comentarios

Según los exegetas, “Lo hizo pecado” aquí significa “Sacrificio para limpiar el pecado de los hombres”. Los protestantes (Lutero y Calvino) lo interpretan, en cambio, como “pecador” en sentido estricto y concreto, pero esta teoría es herética y blasfema y, desgraciadamente, es la seguida por Bergoglio. En efecto, según la mayoría de los exegetas católicos aprobados, Cristo no hizo nunca ningún pecado porque, siendo Dios, es impecable; por tanto, aun conociendo la noción de pecado como ofensa a Dios, “no se hizo pecado”. Por ello, en la frase “Lo hizo pecado”, el término “pecado” debe ser tomado en abstracto, como el término siguiente “justicia” (cfr. S. Cipriani, Commento alle Lettere di S. Paolo, Assisi, Cittadella Edictrice, ed. V, 1965, pp. 294-295, nota 21). Como nosotros hombres nos convertimos en justos, o sea somos santificados por Dios Padre, que nos da “la justicia [la gracia santificante] en El”, en la muerte de Cristo, participando de manera finita de la Santidad de Dios sin transformarnos en al Justicia o Santidad infinita de Dios, del mismo modo Cristo se convierte, por voluntad del Padre, en “pecado” en abstracto, esto es en el sentido de que se sometió a los efectos maléficos de la culpa o del pecado en concreto (como la muerte, el dolor, el hambre…), pero sin convertirse en pecado en concreto o pecador, lo que sería absurdo y equivaldría a negar la divinidad de Cristo (cfr. C. Spic, M. Sales, S. Cipriani, G. Ricciotti, F. Spadafora).

El padre Marco Sales explica: “El Apóstol nos recuerda lo que hizo Dios por los hombres. El hizo pecado, o sea trató a Su Hijo unigénito como si hubiese sido el mayor pecador, o mejor, el pecado en persona (Is., LIII, 61; 1Petr., II, 24); Aquel que no conoció y no cometió el pecado, Cristo, sino que era la misma Santidad subsistente por sí misma (Heb., IV, 15; 1Petr., II, 22; 1Jn., III, 5). Para que llegáramos a ser en El, esto es por medio de la gracia santificante que nos une a El, justicia de Dios. San Pablo emplea aquí un término abstracto [justicia] para indicar uno concreto, o sea justos y santos ante Dios. Jesús se hizo semejante al pecado, para que nosotros fuéramos hechos santos” (Il Nuovo Testamento. Le Lettere degli Apostoli, II ed., Effedieffe, Porceno di Viterbo, 2016, p. 278, nota 21).

2) Romanos (VIII, 3)

«Dios, enviando a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, para expiar el pecado, condenó el pecado en [Su] carne».

Los comentarios

Cristo, aun siendo inocentísimo e impecable en cuanto verdadero Dios, quiso pagar por nuestra Redención el precio de nuestro rescate en una “carne semejante a la del pecado”, porque con la Encarnación, el Verbo había asumido la naturaleza humana y nuestra representación, convirtiéndose en la cabeza moral y física de toda la humanidad pecadora y redimida, como Adán es la cabeza de la humanidad herida por el pecado original. La liberación del pecado y de la condenación fue hecha posible por Dios mediante la Encarnación del Verbo: habiéndole hecho asumir verdadera “carne” humana, pero no devastada por el pecado original (“en semejanza a la carne del pecado”), Dios pudo “condenar el pecado en la carne [Suya]”, esto es del Verbo Encarnado. Jesús vino a destruir el pecado en su carne crucificada (cfr. S. Cipriani, Commento alle Lettere di S. Paolo, Assisi, Cittadella Editrice, ed. V, 1965, p. 438, nota 1-4).

El padre Sales comenta: “Lo que no pudo hacer la Ley antigua, lo hizo Dios al mandar a Su Hijo unigénito en carne semejante a la del pecado. El Verbo del Padre tomó verdadera carne y verdadera naturaleza humana en el seno de María Santísima, siendo Dios y concebido por obra del Espíritu Santo, no tuvo nada de aquella corrupción del pecado que contamina nuestra naturaleza herida por el pecado original. Por ello se dice que fue enviado no en carne de pecado, sino en carne semejante a la del pecado. La naturaleza humana de Jesús fue santa e inmaculada; pero como estuvo sujeta al dolor y a la muerte, que son el castigo del pecado, es llamada semejante a la carne del pecado. En la carne de Jesús pura y santa, inmolada en la Cruz, Dios destruyó el reino de la concupiscencia que tiene sede en la carne. La concupiscencia, aunque debilitada, permanece todavía en nosotros, pero no nos tiene ya esclavos como antes de la muerte de Jesús, antes bien, con la gracia de Cristo, podemos resistir a todas sus tentaciones” (Il Nuovo Testamento. Le Lettere degli Apostoli, II ed., Effedieffe, Proceno di Viterbo, 2016, p. 121, nota 3).

3) Hebreos (IV, 15)

“Nosotros no tenemos un Sumo Sacerdote [Jesús] que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, desde el momento que fue probado en todo a semejanza nuestra, salvo el pecado”.

Los comentarios

La naturaleza humana asumida por el Verbo, con todos sus límites intrínsecos, sus sufrimientos, comprendida la muerte, Le hace capaz de compadecerse de nuestras debilidades materiales y espirituales. “Sólo en el pecado Cristo no se asemeja a nosotros por su intrínseca y sustancial Santidad, en cuanto que El es verdadero Dios (cfr. Jn., VIII, 46; 1Jn., II, 1-2; 2Cor., V, 21). Por lo demás, precisamente en virtud de esta necesaria, pero también providencial, ausencia de ‘pecado’, Su intercesión tiene un valor infinito” (S. Cipriani, Commento alle Lettere di S. Paolo, Assisi, Cittadella Editrice, ed. V, 1965, p. 763, notas 14-16).

El comentario del padre Sales

El padre Marco Sales aclara admirablemente el pensamiento de San Pablo: “Cristo quiso ser tentado como nosotros, pero las tentaciones de Jesús provenían de fuera, o sea del diablo, y no de dentro, o sea de su naturaleza, ya que en Jesús no existió pecado original, ni la lucha entre la carne y el espíritu como sucede en nosotros, heridos por el pecado de Adán. El fue tentado sin ser jamás mordido por el pecado” (Il Nuovo Testamento. Le Lettere degli Apostoli, II ed., Effedieffe, Proceno di Viterbo, 2016, p. 540, nota 15).

Conclusión

Bergoglio nos presenta “la serpiente de bronce como signo de dos cosas: del pecado hecho por la serpiente, de la seducción de la serpiente, de la astucia de la serpiente; y también era señal de la cruz de Cristo, era una profecía”. Además, para él «Jesús se “hizo serpiente”, Jesús se “hizo pecado” y tomó sobre sí las todas las porquerías de la humanidad, todas las porquerías del pecado. Y se hizo pecado”, se hizo levantar para que toda la gente le mirase, la gente herida por el pecado, nosotros. Este es el misterio de la cruz y lo dice Pablo: “Se hizo pecadoy tomó la apariencia del padre del pecado, de la serpiente astuta».

Jesús no se hizo serpiente, sino que, por el contrario, la serpiente de bronce era figura de Jesús. Bergoglio invierte completamente los términos del parangón que Jesús hizo entre la serpiente de Moisés (la figura) y El mismo (el figurado). Además, al contrario de lo que afirma Bergoglio, San Pablo explica que Jesús no se hizo pecado, sino que asumió una naturaleza humana semejante a aquella infectada por el pecado original.

Finalmente, Jesús no se hizo ni tomó la apariencia del diablo en cuanto “padre del pecado”, no así la serpiente de Moisés, que era símbolo y prefiguración de Cristo Salvador.

Por tanto, Bergoglio tergiversa gravemente el significado de las Escrituras y les hace decir lo contrario de lo revelado.

Por todo lo visto más arriba, se comprende perfectamente que la exégesis de Bergoglio no es católica, sino que está afectada de los influjos esotéricos de la Cábala judía, que es el origen de todo esoterismo y gnosticismo. Como escribió Antonio Socci: «La de Bergoglio no es la exégesis cristiana, sino que es una exégesis gnóstica, de aquella gnosis que llega a fundir en “uno” a Cristo y a Lucifer en el signo de la “serpiente”».

Parece que asistimos a la realización del mensaje dado en sueños por la Virgen de la Revelación a Bruno Cornacchiola el 21 de septiembre de 1988: “Lo que he soñado no suceda nunca, es demasiado doloroso y espero que el Señor no permita que el Papa niegue toda verdad de fe y se ponga en el lugar de Dios. Cuánto dolor he sentido en la noche, se me paralizaban las piernas y ya no podía moverme, por el dolor sentido al ver a la Iglesia reducida a un montón de ruinas” (S. Gaeta, Il veggente. Il segreto delle tre fontane, Milano, Salani, 2016, p. 218).

Parecería, en efecto, que Bergoglio quiera ponerse en el lugar de Dios presentándoLo como “la serpiente, el pecado y el diablo” y presentándose a sí mismo como “el Papa del diálogo, bueno, misericordioso y pobre”.

Ahora bien, el Anticristo es descrito por San Pablo como “el hombre inicuo, el adversario [de Cristo], que se levanta sobre todo lo que es divino y objeto de culto, hasta sentarse en el Templo de Dios, proclamando que él mismo es Dios” (2Tes., II, 3. 9-10). No digo que Bergoglio sea el Anticristo final, pero ciertamente es uno de los anticristos iniciales, que preparan el camino al final y trabajan intensamente en la destrucción del Cristianismo.

Augustinus

[Traducido por Marianus el eremita.]

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