La virtud sobrenatural de la caridad

Profundizando en nuestra fe (Cap 10.3)

Con la pérdida de los valores cristianos en nuestra sociedad, una de las palabras más bellas que convivían con nosotros ha dejado de existir: la caridad. Que esto haya ocurrido en una sociedad que se declara anticristiana o atea como la nuestra se podría comprender, pero que haya desaparecido del discurso de los obispos y hombres de Iglesia para cambiarla por el de “solidaridad”, hace pensar que algo está ocurriendo en ellos. En el fondo no es otra cosa que la pérdida de los valores sobrenaturales y la adopción de los términos e ideas masónicos, más acordes con el modo de vivir y pensar de esta “nueva sociedad”.

Hace unos meses el cardenal Sarah declaraba: “El término amor ya existía antes de Cristo, pero es Él quien nos enseña el ápice del amor, qué es precisamente la caridad. El auténtico amor lo aprendemos de Cristo…, es por ello que no hemos de confundir la auténtica caridad cristiana, que tiene su origen en Dios, con la solidaridad típica de las ONG y de las organizaciones de la ONU, que tratan de debilitar el arraigo de la “caritas” en Dios, reduciendo su razón de ser a una pura filantropía”.

La realidad del amor, de las más sublimes que el hombre puede participar, está siendo continuamente atacada, ridiculizada, banalizada, en incluso desacralizada. Detrás de todos estos intentos siempre está Satanás, quien al fin y al cabo es lo más opuesto al Amor. Es por ello que reducir el amor a solidaridad, e incluso a puro sexo (“hacer el amor”) no es sino la consecuencia de una sociedad que se ha rendido al Príncipe de este mundo (Mt 4:9; Jn 16:11; 12:31; 2 Cor 4:4).

Aunque los vocablos “caridad” y “amor” convergen en muchos de sus significados, propiamente hablando, son distintos. La caridad es una virtud teologal infundida por Dios en nuestras almas; tiene de suyo una dimensión sobrenatural y siempre es fruto del amor de Dios. El amor, tiene muchas dimensiones y manifestaciones, desde el simple “cariño” a los animales o la apreciación por las cosas, al amor paterno-filial, conyugal o de amistad. El culmen del amor es el Espíritu Santo, amor perfecto entre el Padre y el Hijo; y aproximándose de lejos a él, aunque participando de su misma naturaleza, el amor divino-humano. La caridad es ese amor divino-humano en cuanto que es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rom 5:5).

La noción de amor en el Antiguo Testamento

Como consecuencia del pecado original cometido por Adán y Eva, el hombre quedó excluido del mundo sobrenatural, teniendo que esperar a su Redentor para poder restablecer a través del Espíritu Santo el contacto sobrenatural y directo con su Creador. Es por ello que la caridad, como amor sobrenatural y don de Dios, no está presente, propiamente hablando, en el Antiguo Testamento.

El amor queda pues reducido al amor entre familiares (Gen 22:2; 25:28), al amor hacia la esposa o simplemente hacia la mujer (Gen 24:67), al amor entre amigos (1 Sam 16:21). Aunque tiene un uso privilegiado en el ámbito de lo religioso: se dice que Dios ama a alguien, primordialmente a Israel (Deut 4:37; Os 1-3). El hombre ha de amar a Dios, pero este amor se identifica en la práctica con el cumplimiento de la voluntad divina (Ex 20:6; Deut 6: 4-9).

El amor al prójimo es precepto divino y su cumplimiento es una de las formas en que ha de realizarse el amor del israelita a Dios: «No odiarás en tu corazón a tu hermano… No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19:17 ss.).

El amor de caridad en el Nuevo Testamento

Lo realmente específico del Nuevo Testamento es la idea del amor de Dios en cuanto se relaciona con la persona misma de Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito…” (Jn 3:16). El mismo Jesús describe la actitud bondadosa del Padre hacia todo hombre, bueno o malo (Mc 2: 15-17).

La respuesta del hombre a Dios se expresa en el precepto de amar a Dios (Mt 6: 25-34). El amor a Dios aparece también, al igual que en el Antiguo Testamento, como un cumplimiento de la voluntad divina (Mt 7: 21-23), pero tiene como objeto propio la aceptación de Jesús y de su palabra. Creer en su palabra o amarle a Él, es creer o amar al Padre que le ha enviado (Mt 10: 40-42).

El precepto del amor al prójimo se expresa por medio del precepto de Lev 19:18 (Mc 12:31; Mt 5:43). En la predicación de Jesús el prójimo es todo hombre, incluso los enemigos y los que persiguen al discípulo (Mt 5: 43-47). El discípulo no opone resistencia a la hostilidad, devuelve bien por mal, ruega por sus perseguidores (Lc 6: 27-30). El móvil que guía y funda el amor del hombre a sus semejantes es el amor de Dios hacia todos (Mt 5:45; Lc 6:35). El discípulo ha de ser misericordioso como lo es el Padre celeste, ha de perdonar porque él también necesita del perdón de Dios.

Las cartas de San Pablo tienen como elemento principal el acontecimiento de Cristo como punto central de la historia. San Pablo, fiel a la descripción bíblica, ve la historia humana como la historia de la ruptura del hombre con Dios, un orden inicial roto y destruido por el pecado y la muerte (Rom 5: 12-14), pero restablecido a través de Cristo, el Hijo de Dios (Gal 4:4 ss.). Todo el peso de la predicación paulina sobre Cristo cae en la muerte y resurrección, en cuanto obra máxima del amor de Dios (1 Cor 15: 3-8). La motivación de esta acción de Dios no es otra que el amor benevolente que desciende de Dios al hombre en la persona de Cristo (Rom 5: 8 ss.). Para San Pablo el amor de Dios y el de Cristo se unen en una misma realidad. Cristo no solamente manifiesta, sino que hace presente en el mundo el amor de Dios (Rom 8:39; 2 Cor 5:19). La cruz no solamente muestra un grado de intensidad (Ef 2:8), sino que evidencia lo absoluto del amor de Dios en la total donación de Cristo.

En el creyente el amor es ante todo un don recibido. El Espíritu de Dios, que el creyente ha recibido, ha hecho que el amor anide en su corazón (Rom 5:5). De aquí que el amor a Dios se dibuja como respuesta a un impulso dado por Dios mismo y que lleva hacia Él.

El apóstol San Juan afirma que «Dios es amor» (1 Jn 4:8.16). El amor parte de Dios que ama a su Hijo (Jn 17:24), entra en el mundo por medio del Hijo (Jn 15:9; 16:27), y continúa en el amor de los discípulos entre sí (Jn 13:34). El tema del amor de Dios está presente en Cristo que se entrega a la muerte por los hombres (Jn 13:1; 15:13; 1 Jn 3:16).

Es en el amor mutuo donde San Juan subraya nuevos aspectos: Quien ama al hermano sabe que su amor a Dios (1 Jn 2:4 ss.) o a Cristo (Jn 14:21) es auténtico. Quien ama sabe que ha pasado de la muerte a la vida (1 Jn 3:14), que ha sido engendrado de Dios (1 Jn 4:7 ss). En cambio, quien no ama permanece en la muerte (1 Jn 3:14). El amor de los cristianos entre sí es la prolongación del amor de Cristo (1 Jn 4:10 ss.) y lo que los identifica como sus discípulos (Jn 13:35).

La caridad en los Padres de la Iglesia y en Santo Tomás

Los Padres latinos, sobre todo S. Agustín, optan por caritas, término preferido para designar el amor de Dios o el amor cristiano. Los autores que escriben en latín medieval retienen caritas como el término que expresa con mayor exactitud la idea del amor sobrenatural de Dios al hombre o del hombre a Dios, a sí mismo y al prójimo.

Santo Tomás de Aquino habla de la caridad como el amor sobrenatural que el hombre perdió por el pecado; pero lo vuelve a encontrar en Cristo1. La caridad es un «amor divino», por el que el hombre participa del bien y de la vida divinos. Se trata, por tanto, de un don y, por lo mismo, se atribuye al Espíritu Santo.

La gracia es el primer don sobrenatural; mediante ella se realiza la justificación y santificación del hombre. Por el don sobrenatural creado de la gracia se comunica al hombre el don increado de Dios mismo, la divina presencia de la inhabitación, la vida divina, Dios en Sí; y, en conclusión, las facultades o virtudes infusas que hacen posible el conocimiento y el gozo de ese don: la caridad, en primer término. Santo Tomás insiste en su cualidad de hábito virtuoso, y, sobre todo, en su distinción respecto a la gracia. La gracia es un hábito entitativo, el que da el ser cristiano; de ella fluyen los hábitos operativos, es decir, las «virtudes infusas»; en primerísimo lugar, la caridad.2

La caridad, por ser don recibido y por ser virtud activa, dinamiza toda la vida sobrenatural del cristiano. Abarca a Dios, a sí mismo, al prójimo, aun al distante. El amor de caridad o amor cristiano es una participación del amor divino, aun cuando se trate del amor al prójimo3 Ese don exige reciprocidad: porque Dios nos ama, nosotros debemos amarle. El amor al prójimo es una garantía de que amamos a Dios (Jn 15: 12-17; 1 Jn 4:7; 2:6).

La caridad no logra su perfección consumada en esta vida, porque el cristiano se halla en este mundo en camino. La caridad es un amor siempre en tensión de su objeto: Dios. La posesión total se dará sólo en la bienaventuranza de la Gloria.4

Por otra parte, la caridad vitaliza a las otras virtudes. San Pablo habla de que los cristianos están «enraizados y fundados en la caridad» (Ef 3:17), porque la caridad es como el fundamento y raíz en que se sustentan y nutren todas las virtudes cristianas.5

La caridad es vínculo de la perfección (Col 3:14). La perfección de la vida cristiana consiste principal y esencialmente en la caridad, ya que ella es la virtud que une en cierta medida al hombre con Dios: «La caridad reconstruye la imagen de Dios que es el hombre”.6

Reflexión teológica sobre la virtud teologal de la caridad

Es la virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo como Él nos ha amado. La caridad es la reina de todas las virtudes. Las otras virtudes nos llevan hacia Dios; la caridad nos une a Él. Si tenemos la virtud de la caridad podemos estar seguros de tener también las otras virtudes.

La caridad es la única virtud que permanece después de la muerte. En el cielo no necesitaremos la fe ni la esperanza, pues ya poseeremos a Dios. Esta virtud sobrenatural es infundida por Dios en nuestros corazones en el momento del bautismo.

El amor natural a Dios no es la virtud de la caridad. La caridad es un amor sobrenatural que nos hace amar como Dios ama. Es por ello que hace posible que amemos incluso a nuestros enemigos. Esta virtud reside en nuestra voluntad, no en nuestros sentimientos.

Amar sobrenaturalmente a Dios lleva consigo el deseo de entregar todo por amor a Él, y al mismo tiempo el propósito de rechazar todo aquello que nos pudiera separar de Él.

San Pablo es su Himno a la Caridad del capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios nos hace un resumen detallado y al mismo tiempo profundo de lo que es esta virtud y de las diferentes facetas que presenta en cada persona:

Si hablando lenguas de hombres y de ángeles, no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalos que retiñe. Y si teniendo el don de profecía, y conociendo los misterios todos, y toda la ciencia, y tanta fe que trasladase los montes, no tengo caridad, no soy nada. Y si repartiere toda mi hacienda y entregare mi cuerpo al fuego; no teniendo caridad, nada me aprovecha.

La caridad es paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no es interesada, no se irrita, no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera.

La caridad no pasa jamás; las profecías tienen su fin, las lenguas cesarán, la ciencia se desvanecerá. Al presente, nuestro conocimiento es imperfecto y lo mismo la profecía; cuando llegue el fin desaparecerá eso que es imperfecto.

Cuando yo era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser hombre dejé como inútiles las cosas de niño.

Ahora vemos por un espejo de modo confuso; entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo en parte; entonces conoceré como soy conocido.

Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad.»

La virtud de la caridad la perdemos si cometemos un pecado mortal. Y la recuperamos al volver de nuevo al estado de gracia santificante.

Así como la gracia eleva el ser del alma al orden sobrenatural, la caridad hace lo mismo con la voluntad. Sólo el alma de la persona que se encuentra en estado de gracia tiene la voluntad realzada con la virtud de la caridad.

a.- El sujeto y el objeto de la caridad

Decimos que el sujeto próximo de esta virtud es la voluntad, porque el amor es propio de ella. El sujeto remoto de la caridad es todo hombre que se halla en estado de gracia santificante: el hombre viador libre de pecado mortal; el hombre que expía en el purgatorio; y el hombre que contempla a Dios en el cielo.

Mediante esta virtud, el hombre es capacitado para amar a Dios como Él se ama a sí mismo. Junto a Dios, que es el objeto primario de la caridad, todas las criaturas son objeto secundario de la misma. Por la caridad se ama uno a sí mismo. El prójimo es también objeto de la caridad en cuanto amado por Dios y llamado a participar como uno mismo de la vida íntima de Dios. En el hombre, todos los otros amores están subordinados y se fundan en este amor supremo de caridad.

A Dios lo hemos de amar por sí mismo y sin ninguna condición. A nosotros mismos y a los demás debemos amarnos y amarlos por Dios y para Dios, desde Dios y ordenándolo todo a Él. Quien está en gracia, movido por esa participación en el amor benevolente de Dios que es la caridad, procura adquirir la visión beatífica por la gloria que puede darle a Dios como hijo suyo, más plena que la que podía darle como simple criatura. A las criaturas -objeto secundario de la caridad- se las ama por el mismo motivo. El hombre en gracia ama a las criaturas con la intención de que brille a través de ellas la gloria que Dios ha de recibir por la visión beatífica de los hombres.

b.- Relación entre la fe y la caridad

Aquí en la tierra, la fe es la única luz bajo la que la razón puede conocer la intimidad de Dios como sumo bien. La caridad dispone a la voluntad para abrazar ese Dios que la fe le propone. Aunque aquí, en la tierra, el conocimiento de la Trinidad es imperfecto, el amor a Dios que podemos tener con ese conocimiento según la fe puede ser perfecto, porque la intensidad y la perfección del amor no tienen por qué guardar proporción con el conocimiento que de Dios se tiene.7

c.- Propiedades de la caridad

  • La caridad es sobrenatural por su objeto y por su origen.
  • La caridad es imprescindible para amar a Dios y, por tanto, es imperecedera (1 Cor 13:8). En el cielo será resultado inmediato de la visión beatífica; aquí, en la tierra, se apoya en la fe y en la esperanza.
  • La caridad ha de ser eficaz y no meramente afectiva: «Hijitos míos, no amemos de palabra y con la lengua, sino con obras y de veras» (1 Jn 3:18). La caridad hacia el prójimo es también manifestación de nuestro amor a Dios: «Pues el que no ama a su hermano a quien ve, ¿a Dios, a quien no ve, cómo podrá amarle?» (1 Jn 5,20).
  • La caridad mueve a amar a Dios por encima de todas las cosas. Hemos de amar a Dios por encima de todas las cosas, hasta el punto de estar dispuestos posponer lo que no es Dios antes de perderlo por el pecado. Esto no es incompatible con que sintamos a veces que las cosas nos apetecen en un grado que no coincide con el que correspondería según su proximidad a Dios. Lo importante es que ese atractivo no tuerza la voluntad.
  • La caridad es la más excelente de todas las virtudes y por ello se dice que es forma de las demás virtudes. Todas las acciones humanas están informadas de alguna manera por la caridad.

d.- Efectos de la caridad

  • Con respecto a Dios: Los principales efectos del amor de caridad son el gozo, el deseo y el celo por el bien del Amado. El amor a Dios de perfecta caridad produce satisfacción y complacencia por las cosas de Dios, gusto por la vida espiritual y deseo de promover la gloria de Dios.
  • En cuanto al prójimo, los efectos de la caridad son el gozo del bien poseído por el prójimo; la paz, como resultado de la unión de voluntades, y la misericordia, expresada en el disgusto por el mal que el prójimo pueda sufrir.

e.- Necesidad de la caridad para salvarse

Todas las personas, tanto niños como adultos, necesitan la virtud de la caridad para salvarse. Ello deriva de que es indispensable la gracia santificante, como causa formal de la justificación.8 El estado de gracia santificante es estado de amistad con Dios y, por tanto, para salvarse es necesaria la caridad por lo menos como disposición habitual, si no ha sido posible realizar actos explícitos de perfecto amor de Dios.

La gracia santificante se adquiere siempre mediante los sacramentos o en relación con ellos. Si no ha sido posible recibirlos, el estado de amistad con Dios se adquiere o se recupera, según los casos, con un acto perfecto de caridad unido al deseo implícito de recibir el sacramento del bautismo o de la penitencia en cuanto se pueda (DS 1971). Jesucristo mismo dice que el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas es «el primero y principal mandamiento» (Mt 22:38).

En cuanto a la extensión del acto de caridad hacia Dios, se dan grados diversos de menor a mayor perfección según el progreso espiritual de las almas. El acto que podríamos llamar mínimo comprende, como elemento negativo, la renuncia de todo lo que se opone a la amistad divina, y como elemento afirmativo, una positiva unión con Dios, amado por Él mismo y por encima de todo.

Este amor a Dios incluye implícitamente el amor al prójimo. Hemos de amar al prójimo tal y como Dios le ama. De ahí la obligación de amar a los enemigos como signo distintivo de que se ama fundado en Dios y no en simpatías personales.

Y cuando hablamos del prójimo incluimos también a los enemigos.

f.- Medios para adquirir, conservar y aumentar la caridad

La caridad como virtud teologal sólo puede ser concedida por Dios. Por la misma razón su aumento sólo puede tener como causa a Dios mismo. Sin embargo, unas determinadas condiciones son necesarias para adquirir de Dios un aumento de caridad. En primer lugar, los sacramentos: un aumento de gracia santificante supone también un aumento de la caridad. En segundo lugar, el aumento de la caridad es concedido por Dios siguiendo la misma ley que rige el aumento de las virtudes naturales. Cada acto de caridad es ocasión para que Dios conceda un aumento de esta virtud.

El pecado mortal quita la caridad, por ser de suyo incompatible con la amistad divina. El pecado venial, si bien no causa la pérdida de la caridad, la pone en peligro, pues al aumentar las inclinaciones al mal por la repetición del pecado venial, se crea un hábito que dificulta la práctica de la caridad.

g.- Pecados contra la caridad

El principal pecado contra la caridad es el odio. No confundamos el odio con la repulsión al mal. Ésta es una inclinación dispuesta por la naturaleza para que nos opongamos al mal. Cuando la utilizamos para oponernos al bien se produce el pecado de odio.

Con respecto a Dios:

  • No puede darse un odio legítimo a Dios, ya que Dios es la suprema perfección. Hoy es relativamente frecuente comprobar en algunos teólogos y hombres de Iglesia la contraposición que establecen entre la justicia y la misericordia en Dios. Si un hombre odiara la justicia divina y pretendiera quedarse sólo con su misericordia, supondría no aceptar a Dios y como consecuencia sería pecado grave de suyo, no admitiendo parvedad de materia.
  • Cuando se trata de auténtico odio de enemistad a Dios tenemos el pecado más grave que se puede cometer, el pecado contra el Espíritu Santo, muy difícilmente perdonable porque destruye el fundamento de la vida espiritual y, por tanto, la disposición al arrepentimiento.
  • Otro pecado contra esta virtud es la tristeza y el pesar experimentados ante los bienes espirituales por las dificultades que entrañan. Este pecado, aunque admite parvedad de materia, puede ser grave y, en cualquier caso, daña hondamente la vida espiritual.

Pecados contra el amor al prójimo:

  • El odio es también pecado contra la caridad debida al prójimo. En relación con el odio están: la envidia (disgusto por los bienes del prójimo); el escándalo; y la cooperación al mal.
  • Junto a estos pecados contra la caridad hay que citar la discordia, la contienda (oposición desmesurada a la opinión ajena), la querella (lucha agresiva con otro por odio), la venganza y la sedición (querella entre grupos sociales que compromete todo el bien social).

También una forma de oponerse a la caridad es el cisma o división (ruptura de la unión necesaria en la sociedad civil o en la religiosa).

……………

Con esto, acabamos las virtudes teologales para pasar en el próximo artículo a analizar en su conjunto todas las virtudes cardinales.

Padre Lucas Prados

1 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Ia-IIae, q. 110, a. 1.

2 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Ia-IIae, q. 110, a. 3.

3 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIa-IIae, q. 23, a. 2, ad. 1.

4 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIa-IIae, q. 23, a. 1, ad. 1.

5 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, IIa-IIae, q. 23, a. 8, ad. 3.

6 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Ia, q. 93, a. 7-8.

7 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, Ia-IIae, q. 27, a. 2, ad. 2.

8 Concilio de Trento, sesión 6ª, cap. 7 (DS 1528-1529).

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a lucasprados@adelantelafe.com

Del mismo autor

I Want to Trust Again

I n the past, we were all raised with the moral values...

Últimos Artículos

Lo que esconde el mindfulness

Gran cantidad de personas a nivel mundial prestan ahora...

La santa intransigencia

Intransigencia es la firmeza con que se defienden las...