Para el miércoles de la Septuagésima
Punto primero. Ponte delante de los ojos a un rey temporal escogido por la mano de Dios con todas las gracias y dones, tanto naturales como sobrenaturales, que se pueden desear: noble, rico, hermoso, sabio, liberal, recto, benigno, poderoso, hábil para todo género, amigo y compañero de sus vasallos, a quienes ama, estima, y honra más que a sus propios hijos; que no los grava con tributos sino que los alivia y socorre con sus rentas, y sus leyes son suaves, su gobierno manso y su trato apacible. Es el primero en el trabajo y el último en el descanso, por dársele en todo a los suyos. Pondera cuán digno sería este rey de ser amado, estimado y obedecido por sus vasallos, y cuán robado tendría los corazones de todos, con su amor y beneficios.
Punto II. Considera a este rey, que habiendo juntado sus vasallos les propusiese con palabras blandas y corteses que tenía intento de sujetar a sus enemigos y poner en paz sus tierras, para lo cual era forzoso hacerles la guerra, y que él quería ir él primero a ella, y pedía a todos que le acompañasen, con tal condición de que en todo habían de ser iguales a él. Así en la comida, el vestido, armas, posadas, riesgos y peligros, y últimamente en el despojo y la corona de la victoria. Pondera pues, qué debieran responder los vasallos a un rey tan digno de ser amado y servido, y con cuánta fineza y valor se ofrecieran los leales a ir a su lado y servirle con sus personas y haciendas y con sus armas, hasta dar la vida en su servicio; y cuán ignominiosa afrenta sería la de los cobardes que por gozar de su descanso, lo dejasen ir solo y no quisiesen seguirle en tan gloriosa empresa, ofreciéndoles premio tan subido.
Punto III. Aplica luego esta meditación a Cristo, rey de reyes y Señor de las eternidades. Contempla cuántas ventajas hace a los reyes temporales en todas las gracias y virtudes. Pondera el amor tan cordial que tiene a todos los suyos, cuyos nombres trae gravado en su propio corazón, y luego mira los intentos con que bajó del cielo a la tierra, que fue a sujetar al mundo a su ley y su servicio, y a sacarle de la cautividad del pecado y de la esclavitud de Satanás y encaminara todos los hombres al cielo. Y que para esta empresa trae consigo ejércitos de ángeles, y convida a todos los hombres para que le acompañen en esta guerra, siendo sus iguales en todo: en la comida, vestido, cama, posada, armas, riesgos, y corona después de la victoria. Pondera qué deben responder los hombres a su rey y Señor que no pretende más que su bien y que pone su vida por ellos; con cuánta resolución y valor se ofrecerán a seguirle sus fieles y verdaderos amigos, ofreciendo sus vidas, haciendas, y cuánto tienen y pueden esperar por servirle; y cuán ignominiosa afrenta sería para los que viéndole caminar le dejasen ir solo, haciéndose sordos a su voz por gozar de sus deleites y quedarse en su descanso, y cuánto le desobligarían para que les hiciese mercedes.
Punto IV. Vuelve luego los ojos a ti mismo y considera cuántas veces te ha llamado Dios y cuántas voces te ha dado y te dará para que sigas imitando sus pasos y vistiéndote su librea. Mira el camino que lleva de pobreza, obediencia, humildad, desprecio, paciencia y mansedumbre, con tanta mortificación y menosprecio, de lo que el mundo adora y la carne apetece, y que tú no solo te haces sordo a sus voces y le dejas ir solo, sino que tomas todo el camino contrario y te haces del bando de su enemigo, entregándote a los vicios, honras, y riquezas del mundo. Abre los ojos y mira la ignominia en que caes en el acatamiento de Dios y de la corte celestial que está a la mira; y qué premio puedes esperar de su mano en esta y en la otra vida, pues todo pasa como el humo. Mira por ti y pídele a Dios perdón de tus pecados y corrige tu cobardía, ofreciéndote a seguirle con esfuerzo y valor todos los días de tu vida.
Padre Alonso de Andrade, S.J