El lenguaje de la Iglesia: sobre la importancia perenne del latín

El papa Francisco ha llamado repetidamente a la Iglesia a convertirse en una «cultura del encuentro». Lo que esto ha venido a significar es que nos comprometemos con otras personas y culturas, reuniéndolas donde están, con el fin de traerles el mensaje del Evangelio.

Aunque siempre estamos llamados a evangelizar a los demás, esta comprensión de la «cultura del encuentro» puede conducir a una catequesis diluida y un entendimiento diluido de la Iglesia. Lo central para descubrir la legitimidad de este movimiento de «encuentro» es la cuestión del lenguaje.

Fundamentalmente, podemos hacer la siguiente pregunta: ¿Tiene la Iglesia un solo lenguaje o muchos lenguajes? La premisa para la cultura del encuentro es que la Iglesia tiene muchos lenguajes, y necesitamos hablar el lenguaje particular de la cultura para transmitir la fe. Si bien es obvio que la Iglesia está formada por muchas culturas que hablan muchos idiomas, ¿significa esto necesariamente que la propia Iglesia tiene muchos lenguajes, particularmente muchos lenguajes para la celebración de la liturgia del rito romano? El lenguaje se puede tomar en dos sentidos: interno y externo. Me gustaría argumentar que la Iglesia tiene un lenguaje interno, que es la esencia de sus creencias, y un lenguaje externo primario, el lenguaje del latín, para expresar esa realidad interna, especialmente en la liturgia.

El único lenguaje interno de la Iglesia se expresa fundamentalmente en el credo. El credo contiene todas las doctrinas de la Iglesia católica, aunque muchas están escondidas dentro de la simplicidad de la oración misma: «Credo en Deum, Patrem omnipotentem, Creatorum caeli et terrae«. En un sermón a los catecúmenos sobre el credo, san Agustín dice:

Porque este es el credo que deben ensayar y repetir en respuesta. Estas palabras que han escuchado están esparcidas en todos lados en las divinas Escrituras, pero de allí se juntan y se reducen en una sola, para que la memoria de las personas lentas no sea angustiada; que cada persona pueda ser capaz de decir, capaz de conservar, lo que cree.

Hay algunas cosas a tener en cuenta aquí. Primero, el credo está destinado a ser ensayado y recitado; cuando se recita repetidamente, las palabras se conservan en la memoria. Cuando las palabras se conservan en la memoria, se arraigan en el alma del individuo, de modo que se convierten en una regla para vivir la vida de acuerdo con el Evangelio de Cristo. En segundo lugar, las palabras del credo provienen de las Escrituras mismas: estas palabras contenidas en el credo no son arbitrarias o inventadas, sino que cada parte del credo puede encontrarse en algún lugar de las Escrituras. Esto revela la continuidad entre las Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia católica.

Finalmente, toda persona que es católica debe decir estas palabras; Así, el credo es universal en carácter. No se refiere a un grupo o cultura, sino más bien a toda la Iglesia universal. Cuando un miembro de la Iglesia ora el credo, él o ella están orando con todos los miembros de la Iglesia. En este sentido, el credo trasciende el tiempo. Por esta razón, san Pablo escribe: «Uno es el cuerpo y uno el Espíritu, y así también una la esperanza de la vocación a que habéis sido llamados; uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno el Dios y padre de todos, el cual es sobre todo en todo y en todos» (Efesios 4  4-6, RSV). Así, porque hay un solo Señor, tenemos una fe en Él, que se expresa en el credo de la Iglesia católica.

El credo puede ser considerado el «lenguaje interno» de la Iglesia porque es un resumen de lo que ella cree. Cualquiera que contradiga esta lengua de la Iglesia predicando otra palabra se considera hereje o cismático. Para ser parte de la única Iglesia de Cristo, es necesario no sólo ser bautizado, sino también profesar el lenguaje de la Iglesia. Por eso la renovación de nuestros votos bautismales implica proclamar un fuerte, «Sí creo», a los artículos del credo. Si negamos cualquiera de estos artículos, entonces estamos negando el lenguaje interno de la Iglesia. Es imposible seguir siendo la Iglesia y hablar otro idioma que ella, a este respecto. Uno no puede simplemente decir que Cristo sólo tenía una naturaleza, como lo hicieron los monofisitas, y aún así esperar permanecer en la Iglesia, porque tal creencia subvierte directamente las verdaderas creencias de la Iglesia católica.

Para expresar este lenguaje interno, la Iglesia necesita un lenguaje externo. En esencia, las palabras son sólo signos que apuntan a la realidad; no son la realidad en sí mismas. En el Crátilo, Platón (a través de Sócrates) sostiene que el lenguaje es meramente convención, lo que significa que las palabras pueden cambiar de significado con el tiempo, y la realidad no está presente dentro de la palabra misma. A este respecto, se podría decir que el lenguaje de la Iglesia no importa. Sin embargo, este no ha sido el modo primario de la Iglesia, ni siquiera desde la época del pueblo elegido de Dios en el Antiguo Testamento.

La Torre de Babel es un estudio interesante sobre el lenguaje. En la historia de la Torre de Babel, la gente, que en aquel momento hablaba toda una sola lengua, se decía entre ellos: «vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo, y hagámonos un monumento para que no nos dispersemos sobre la superficie de toda la tierra» (Génesis 11  4). El pueblo está construyendo la torre de sí mismos y de su propio orgullo; su ciudad no será dedicada a Dios, sino más bien a ellos mismos.

Debido a su orgullo, el Señor dice: «Ea pues, descendamos, y confundamos allí mismo su lengua, de modo que no entienda uno el habla del otro» (Génesis 11  7). Ahora el pueblo ya no es uno, sino muchos, y esparcido por toda la tierra, porque hablaban muchas lenguas que nadie podía entender (véase Génesis 11  9). En otras palabras, el pueblo ya no hablaba un idioma unificado, y por lo tanto no podía entenderse. Del orgullo viene una multitud de idiomas.

¿Qué significa esto para nuestra discusión sobre el lenguaje y la Iglesia? En sus tratados sobre el Evangelio de san Juan, san Agustín comenta este pasaje a la luz del mandamiento de bautizar a todas las naciones por el poder del Espíritu Santo. Agustín escribe:

Si el orgullo causó diversidad de lenguas, la humildad de Cristo ha unido estas diversidades en una sola.  La Iglesia está reuniendo ahora lo que esa torre había desgarrado. De una lengua se hicieron muchas; no te maravilles: esto era el producto del orgullo. De muchas lenguas se hace una; no te maravilles, esto fue el producto de la caridad (In Jo. Ev. Tr., 6.10).

El orgullo en la Torre de Babel causó una diversidad de lenguas, pero la humildad y la caridad de Cristo, trajo todas las lenguas de vuelta a la unidad bajo Él. Las muchas lenguas de las muchas naciones se han convertido en una bajo Jesucristo. Una vez más, esto se puede entender en dos sentidos: interno y externo. En Cristo, hay una fe, y todos los cristianos están obligados a creer su Evangelio del Amor. Pero también quisiera argumentar que esto significa que hay un lenguaje externo de la Iglesia. ¿Cómo se comunica la Iglesia universal si hay muchos idiomas? Esto ciertamente causaría controversias en la Iglesia primitiva con concilios en Oriente y Occidente. Sin embargo, con el tiempo, el rito romano de la Iglesia eligió la lengua latina como su única lengua externa, que es explícita en su sagrada liturgia.

Si la Iglesia verdaderamente desea «encontrar» a la gente, entonces necesita un lenguaje que todos sus miembros puedan entender. Esto no significa que las diversas culturas dentro de la Iglesia abandonen sus propias lenguas por el lenguaje de la Iglesia. Más bien, aquellas cosas que pertenecen propiamente a la Iglesia católica romana deben estar en una sola lengua: el latín. Particularmente en la sagrada liturgia, podemos ver cómo esto es una cosa muy útil.

Cuando el latín se usa como el lenguaje de la liturgia, se distingue de la lengua vernácula y el lenguaje vulgar del pueblo. Mientras algunos pueden argumentar que en una época en Roma el vernáculo era latín, debemos estar claros que el latín de la liturgia es poético y elevado; Difícilmente podría considerarse el mismo latín de las calles. Pero sobre todo ahora, en nuestros tiempos modernos, cuando el latín no se habla, y se considera de hecho un lenguaje muerto, la liturgia latina realmente se separa de nuestro mundo mundano. Porque la liturgia celebrada en lengua vernácula puede convertirse fácilmente en algo como cualquier otra cosa en nuestras vidas: no hay nada que la separe. En particular, desde el concilio Vaticano II, cuando el latín se abandonó casi por completo dentro de la liturgia (contrario a la intención de los Padres Conciliares), ¿no hemos visto que la liturgia se vuelve mundana? ¿Es la liturgia verdaderamente vista como algo separado de nuestra vida cotidiana?

De esta manera, el latín como lenguaje externo propio y litúrgico de la Iglesia revela algo más serio y más profundo sobre su lenguaje interno, pues es en la liturgia que recitamos el credo y nos encontramos con las realidades de nuestra fe. Cuando el lenguaje externo de la Iglesia es algo completamente distinto del lenguaje de nuestra vida cotidiana, reconocemos algo sagrado.

La liturgia no es como una conversación con la persona de la caja en el supermercado; más bien, la liturgia es una conversación con el Dios Omnipotente, el Creador del Cielo y la Tierra, el Creador de nuestras almas individuales. En la Torre de Babel, la gente quería crear algo como ellos mismos, pero esto hizo que su lenguaje se confundiera. Con demasiada frecuencia, queremos que la liturgia se convierta en algo como nosotros.

Queremos entender la liturgia, participar en ella, convertirla en entretenimiento. Pero éste es precisamente el problema de la Torre de Babel, y lo mismo le sucederá a la liturgia y al lenguaje interno de la Iglesia: ambos se confundirán. Si la Iglesia no tiene un lenguaje externo, entonces le resultará difícil articular con precisión y claridad su lenguaje interno. Si cambiamos el lenguaje externo de la liturgia, entonces estaremos tentados a cambiar el lenguaje interno de la Iglesia, que se expresa de una manera particular en la liturgia.

La Iglesia eligió específicamente el lenguaje latín para expresar las realidades internas de la Iglesia católica romana. Esto no significa que ya no deberíamos hacer la catequesis en lengua vernácula o dejar de orar en lengua vernácula. Lo que significa, sin embargo, es que la liturgia, que es la expresión pública y externa del lenguaje interno de la Iglesia, debe estar en el idioma latino, para que no nos confundamos en lo que realmente es la liturgia.

No es cada Iglesia particular que celebra la liturgia; más bien, la Iglesia universal celebra la liturgia en cada Iglesia particular. Por eso debe haber un lenguaje universal de la liturgia, de tal manera que hay muchas culturas unidas a través de Cristo en un solo idioma sagrado. Y este idioma sagrado, el idioma latín, une las muchas culturas en la sagrada liturgia para que podamos decir verdaderamente que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica.

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Veronica A. Arntz

[Traducido por Rocío Salas. Artículo original.]

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