Lenguas litúrgicas

Por naturaleza, el hombre es un ser religioso. Aspira a Dios, intenta elevarse a su Creador, volver a Él. Inquietum est cor meum, donec requiescat it Te, Domine, como tan bellamente lo expresó San Agustín: Inquieto está mi corazón hasta que descanse en Ti, Señor. En consecuencia, el hombre le ofrece lo mejor de sí, un sacrificio agradable como el de Abel, no detestable como el de Caín. En el trato diario y personal con Dios, lo tratamos en confianza, como Padre nuestro que es, pero el culto público pide una solemnidad particular que rinda al Rey de reyes la honra que merece. Y si además de Rey es Dios, le conviene también el misterio. El misterio hace al hombre consciente de su pequeñez y de su ignorancia ante la grandeza y omnisciencia de Dios. Un lenguaje arcano o arcaico contribuye al misterio, y aun cuando esa lengua se conoce, permanece la solemnidad. Dios se pone a nuestro nivel para elevarnos al suyo, no para disminuirse. Dios se hace hombre, asume nuestra naturaleza, para que el hombre adquiera naturaleza divina. Nos alarga la mano y nos levanta hacia Él.

Por tanto, el lenguaje vulgar no conviene a la liturgia ni a la Palabra de Dios. Sólo en la modernidad más reciente se ha vulgarizado el lenguaje en la liturgia y en las Escrituras. Cualquier religión que se precie, por falsa que sea, se ha servido siempre de un lenguaje acorde con la grandeza de Dios o de lo que entendiera por divinidad.

Así pues, tenemos:

Entre otros cristianos: el griego koiné para los ortodoxos griegos, si bien en la Divina Liturgia se suele emplear hoy en día la lengua vernácula; el eslavo antiguo (del que derivan las actuales lenguas eslavas; su latín, por así decirlo) para los ortodoxos eslavos; el alemán protomoderno de la biblia de Lutero para los protestantes alemanes; el armenio clásico en las iglesias Apostólica Armenia y Católica Armenia; el ge’ez entre ortodoxos etíopes, eritreos y católicos etíopes y judíos etíopes; el copto entre los coptos católicos y ortodoxos de Alejandría; el siriaco (arameo) entre nestorianos, ortodoxos sirios, católicos de rito caldeo, católicos sirios, maronitas y nasranis; el georgiano antiguo en las iglesias católica y ortodoxa de Georgia; el holandés de los siglos XVI-XVII entre los calvinistas ultraortodoxos (por la traducción protestante de la Biblia); el alto alemán protomoderno entre los amish; el antiguo eslavo eclesiástico en la ortodoxa rumana, etc.

No hay que olvidar tampoco el portugués y el latín entre los kakure kirishitan, los católicos clandestinos japoneses del periodo de persecución (1640-1830). La mayor parte del vocabulario religioso cristiano japonés actual procede del portugués o del latín.

En el judaísmo: el hebreo bíblico; el sefardí entre los dönmeh (criptojudíos sabateos de Oriente Medio).

Entre los musulmanes: el Corán está escrito en árabe literario clásico, no moderno. El árabe moderno hablado varía mucho de un país a otro; no se habla igual en Marruecos que en Iraq. El árabe clásico es la lengua franca en la religión y la comunicación escrita.

Entre los paganos: el sánscrito en el hinduismo; el pali, en el budismo theravada; el avéstico en el zoroastrismo; el tibetano clásico en budismo tibetano, etc..

Entre animistas y sincretistas: el damin entre los lardils de Australia; la lengua del espíritu cimarrón de Jamaica; el kallawaya en Bolivia; el yoruba en la santería y el candomblé; habla congo en el Caribe; el occaneechi, lengua franca usada entre los jefes de distintas tribus indias y los curanderos en Carolina del Norte; el eskayo en Filipinas, etc.

E, históricamente, también se usaron el etrusco y latín arcaico en el Imperio Romano.

Entre los protestantes de habla hispana, la versión más popular de las Escrituras sigue siendo la Biblia del Oso de 1569, incluso en Hispanoamérica, y eso que aunque no es arcaica en sí –porque nuestro idioma no ha variado tanto–, emplea siempre el pronombre vosotros, desusado en Iberoamérica por preferirse el ustedes, si bien hasta no hace muchos años dicho pronombre era habitual en la liturgia y en sermones y homilías. También se prefería en poesía, e incluso poetas nada religiosos ni tradicionalistas, como Pablo Neruda (comunista) o César Vallejo (blasfemo), escribían siempre en vosotros; sólo cuando se deseaba dar un tono claramente popular (por ejemplo en la poesía gauchesca, como el Martín Fierro, se usaban el pronombre ustedes y las formas verbales correspondientes para no perder autenticidad). Es decir, a la hora de elevar el espíritu a la contemplación, ya fuera divina o poética, se prefería un lenguaje que se elevara por encima de la cotidianidad, sin llegar a caer en el estilo ampuloso y afectado que tan frecuente fue en los siglos XVIII y XIX. Desde el púlpito, el sacerdote se dirigía a su fieles tratándolos de vosotros, aunque a la salida de la iglesia conversara en un prosaico ustedes con sus feligreses o sus familiares. Hoy en día es ya frecuente aun en la España peninsular oír al cura en las homilías (incluso a sacerdotes tradicionalistas) tratando a los fieles de ustedes. En Hispanoamérica es ya moneda frecuente que el sacerdote predique en ustedes durante la Misa. De ese modo, en la América Hispana (y supongo que también en las Islas Canarias), se banaliza la predicación hasta sonar como un discurso cualquiera que no tiene tanto peso como un sermón; y en la España peninsular, no sólo eso, sino que al ser la palabra ustedes plural de usted y no de tú, resulta mucho más frío y distante. Lo mismo se puede decir de todas esas versiones de la Biblia aparecidas después del Concilio para uso popular al otro lado del charco: durante mucho tiempo, la única traducción así había sido la adulterada versión de los Testigos de Jehová; hoy en día están muy extendidas por Iberoamérica, y aunque las clásicas Nácar-Colunga y Biblia de Jerusalén mantienen el lenguaje de siempre, se han popularizado otras muchas en lenguaje actualizado; creo que hasta hay una versión así de la de Jerusalén. La magnífica versión de Straubinger, argentina pero preconciliar, emplea el vosotros y no el ustedes.

Entre los protestantes de habla inglesa (no sólo anglicanos) la versión más popular de la Biblia siempre ha sido la Authorized Version mandada publicar en 1611 por Jacobo I de Inglaterra en un precioso inglés, shakespeariano aunque sencillo, que empleaba igualmente pronombres como thou, thee y ye y desinencias verbales de tercera persona en th en lugar de en s que ya habían caído en desuso, pero que siguieron empleándose durante bastante tiempo en poesía, y que todavía utilizan algunas sectas puritanas extremistas como los cuáqueros en zonas rurales de EE.UU. Según una leyenda protestante, el mismo Shakespeare habría participado en la traducción. Algo parecido se puede decir de los famosos amish, algunos de los cuales hasta mantienen viva en su vida diaria una forma de altoalemán protomoderno semejante al que se hablaba en Alemania y Suiza en tiempos de Lutero y Zwinglio. La Biblia Douay-Rheims, traducida al inglés en Douai (Francia) e impresa un año antes que la Authorized Versión anglicana, biblia de preferencia entre los católicos tradicionalistas anglosajones, emplea un lenguaje bastante similar a la del rey Jacobo.

El fruto de las traducciones modernas es que se ha rebajado el nivel, la Escritura ya no parece oráculo de Dios; da la impresión de haber perdido parte de su autoridad. ¡Se ha llegado al extremo de publicar una Biblia en lunfardo!, cuando cualquier villero porteño entiende perfectamente el castellano normal aunque en la vida diaria se exprese en su jerga particular. A nuestro modo de ver, la Palabra de Dios merece un lenguaje más acorde con su dignidad. Y lo mismo pasa con la liturgia. Gran acierto el de Mel Gibson en La Pasión de Cristo, con los diálogos de la película en latín y arameo: no sólo reproduce más fielmente las escenas originales, lo cual es interesante aunque no imprescindible; la Pasión se actualiza místicamente en cada Misa, con lo que esas lenguas arcaicas elevan la película a una categoría muy apropiada.

El mismo latín litúrgico emplea algún grecismo como kirie eléison. Y de hecho, a pesar de ser tan excelente versión la Vulgata, algunos matices se han perdido en la traducción, de la misma manera que en el trasvase del latín, el griego o el hebreo al castellano también se han perdido importantes matices. Por ejemplo, muchas versiones modernas de la Biblia en español hablan de «la Palabra» en vez de «el Verbo» en Juan 1,1. Verbum, en efecto, significa palabra, pero cuando hablamos del Verbo de Dios se entiende mucho mejor el concepto y abarca más, cosa que no pasa en otros idiomas (inglés Word, alemán Wort), y aun el campo semántico de Logos, que es la palabra original en griego, abarca más que Verbum en latín. También en español se ha perdido mucho en las versiones modernas que sustituyen caridad por amor. La caridad no es cualquier amor; es el amor de Dios que nos motiva a amarlos a Él y al prójimo. Esas versiones modernas del capítulo 13 de la 1ª epístola a los Corintios que dicen caridad en vez de amor devalúan el sentido y lo banalizan (la caridad es amor, sí, pero si no se especifica diciendo que es el amor de Dios, no está claro si es caridad o es filantropía (su sucedáneo pelagiano); hoy se llama amor a cualquier cosa.

En conclusión, demos a Dios lo que es de Dios, también en el lenguaje de la liturgia y las Escrituras.

Bruno de la Inmaculada
Bruno de la Inmaculada
Meditaciones y estudios desde el silencio claustral y la oración.

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