Este año se cumplen cuatrocientos cincuenta de la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571) y doscientos de la muerte de Napoleón Bonaparte (5 de mayo de 1821): dos efemérides que aparentemente no tienen nada en común pero que, como todos los acontecimientos históricos, son guiados por la mano de Dios y manifiestan el papel que cumple en la historia María Santísima, refugio y socorro de la Iglesia y de la civilización cristiana en todas sus dificultades.
El 7 de octubre de 1671 la flota cristiana bajo el mando de don Juan de Austria obtuvo en Lepanto una victoria aplastante sobre los turcos otomanos, que aspiraban a extender sus dominios sobre toda la cristiandad. El artífice de la victoria fue San Pío V, que organizó la Liga Santa contra los turcos, bendijo las banderas de la armada y colaboró incesantemente con sus oraciones. Pío V atribuyó la victoria de Lepanto a la intercesión de la Virgen, mandó que se añadiese a las Letanías Lauretanas la invocación Auxilium Christianorum, ora pro nobis y dispuso que el 7 de octubre se conmemorara la festividad de Nuestra Señora de la Victoria.
Pero el papa que instituyó la fiesta litúrgica de María Auxilio de los Cristianos fue Pío VII mediante un decreto fechado el 15 de septiembre de 1815. Con ese decreto, Pio VII quiso expresar su gratitud a la Madre de Dios por haberlo librado después de pasar cinco años prisionero desde 1809, cuando el ejército de Napoleón invadió Roma, detuvo al Papa y lo deportó primero a Savona y más tarde, en 1812, a Francia.
Pío VII llegó a Fontainebleau mientras Napoleón, después de concentrar su Grand Armée, atravesaba el río Niemen a la cabeza de 600.000 hombres y daba comienzo a la campaña de Rusia. En aquel momento tenía a media Europa a sus pies. Con todo, no era el principio del triunfo, sino de la derrota. Tras el desastroso desenlace de la campaña de Rusia, el 31 de marzo de 1814 Napoleón era derrotado en Leipzig y el 6 abdicaba. Una vez en libertad, Pío VII pudo emprender el camino de regreso a los Estados Pontificios, avanzando entre el repicar de las campanas y los clamores de «¡Viva el Papa!» y «¡Viva el Jefe de la Iglesia!» Pío contó que lloró al divisar en lontananza la cúpula de San Pedro.
El 24 de mayo Pío entró en Roma aclamado por el pueblo, mientras las fuerzas aliadas hacían su entrada en París. «La arrogancia del insensato que pretendía igualarse al Altísimo –escribió Pío el 4 de mayo de 1814 desde Cesena– ha sido humillada y ha llegado, prodigiosa e inesperada, nuestra liberación». Para celebrar su puesta en libertad, Pío VII quiso establecer una fiesta en honor de la Santísima Virgen María bajo la advocación de Auxilio de los Cristianos, que habría de celebrarse el 24 de mayo, considerado por él una fecha histórica en su pontificado.
El 16 de agosto de aquel mismo año de 1815 nació San Juan Bosco, que sería el mayor devoto y propagador del culto a María Auxiliadora. En apenas tres años el santo construyó la basílica de María Auxiliadora en Turín, y puso bajo su maternal protección los institutos religiosos por él fundados y que hoy se extienden por todo el mundo.
Según Don Bosco, cada uno de los campanarios que flanquean la fachada de la basílica de María Auxiliadora debía estar coronado por un ángel de cobre sobredorado de dos metros y medio de altura. El propio Don Bosco facilitó el diseño, y desde entonces se pueden ver los dos ángeles en lo alto de la basílica. A la derecha, un ángel porta una bandera que en letras caladas en el metal reza «Lepanto»; a la izquierda, otro ángel entrega una corona de laurel a la Santísima Virgen, que domina sobre la cúpula. Parece ser que en un primer diseño el santo había añadido una fecha misteriosa para indicar un nuevo triunfo de la Virgen y de la Iglesia. Los dos ángeles de San Juan Bosco recuerdan a los del Tercer Secreto de Fátima, que también parece estar misteriosamente asociado a la victoria de Lepanto y a la misión de María Auxiliadora.
San Juan Bosco compuso una oración que decía: «O Maria, Virgo potens, tu magnum et praeclarum in Ecclesia praesidium: tu singulare Auxilium Christianorum; tu terribilis ut castrorum acies ordinata, tu cunctas hereses sola interemisti in universo mundo: tu in angustiis, tu in bello, tu in necessitatibus nos ab hoste protege, atque in aeterna gaudia in mortis hora suscipe».
«Oh María, Virgen poderosa, grande e ilustre defensora de la Iglesia, singular auxilio de los cristianos, terrible como un ejército ordenado para la batalla, Tú sola has triunfado sobre todas las herejías del mundo. Oh Madre, en nuestras angustias, en nuestras luchas, en nuestros apuros, líbranos del enemigo y en la hora de la muerte llévanos al cielo. Amén.»
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)