Ahora resulta que la Iglesia estaba equivocada en una cuestión de vida o muerte (nunca mejor dicho)
¿Acaso el Papa es una especie de profeta, o como la Primera Presidencia de los mormones, y recibe nuevas doctrinas que contradicen totalmente el Magisterio que se viene enseñando desde los tiempos de los Apóstoles?
Eso es lo que, por lo visto, se desprende de la alteración efectuada al Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 promovida por el pontífice reinante que se ha publicado hoy:
Pena de muerte
2267. Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común.
Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente.
Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona»[1], y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.
[1] Francisco, Discurso del Santo Padre Francisco con motivo del XXV Aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica, 11 de octubre de 2017: L’Osservatore Romano, 13 de octubre de 2017, 5.
Se queda uno pasmado con la anacrónica osadía de semejante decisión: lo que no era más que una mentalidad modernista de la secularizada Europa se convierte en una doctrina enteramente nueva, sin tener en cuenta siquiera que la situación actual del mundo no será siempre la misma. Como si la actual coyuntura de una Europa estable y pacífica fuera a ser siempre la misma, como si lo que ha sido siempre habitual, de hecho desde que el mundo es mundo, ya no fuera a ser más posible. Es la osadía de que una opinión personal se convierta en una doctrina totalmente sin precedentes.
Una doctrina tan cierta de la Iglesia (la posibilidad de la pena de muerte, al menos en algunos casos), declarada por el propio Cristo en las Escrituras cuando al responder a la interpelación de Pilatos, el cual afirmaba tener derecho a aplicar la pena capital, le dijo: «No tendrías ninguna autoridad sobre Mí si no se te hubiera dado desde lo Alto». Con ello afirmó que es una autoridad concedida al Estado aunque, como toda autoridad gubernamental, pueda ser ejercida de forma ilegítima e injusta; si tal doctrina puede cambiar, cualquier cosa puede cambiar entonces. Un desarrollo de la doctrina que es en realidad una sesgada inversión de la doctrina puede tener consecuencias inesperadas: desde que la homosexualidad ya no sea intrínseca desordenada por naturelaza, según está definido, hasta la ordenación sacerdotal de mujeres, pasando por que en algunos casos se acepte el concepto luterano de la Presencia Real en la Eucaristía como una posible interpretación de lo que siempre ha creído la Iglesia, y así sucesivamente.
El pontífice actual se ha excedido hasta lo indecible en su autoridad: su autoridad tiene por objeto salvaguardar la doctrina recibida de Cristo y de los Apóstoles, no alterarla con arreglo a sus ideas personales. Estamos recogiendo los frutos de un hiperclericalismo descontrolado: el mismo hiperclericalismo que ha tolerado abusos de personajes como Theodore McCarrick cerrando los ojos ante ellos y dejándolos impunes, y que ahora permite la imprudencia de alterar una doctrina inmutable heredada de Cristo y los Apóstoles. Francisco ha vulnerado radicalmente las condiciones para que se cumpla el dogma de la infalibilidad pontificia definida por el Concilio Vaticano I. Ha cometido un abuso de autoridad haciendo como si tuviera unos poderes de los que carece.
Actualización: Como si fuera posible encontrar una excusa más ridícula todavía para la mencionada alteración, nos encontramos con el siguiente párrafo en la Carta a los obispos del cardenal Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe:
- La nueva formulación del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica quiere ser un impulso para un compromiso firme, incluso a través de un diálogo respetuoso con las autoridades políticas, para que se favorezca una mentalidad que reconozca la dignidad de cada vida humana y se creen las condiciones que permitan eliminar hoy la institución jurídica de la pena de muerte ahí donde todavía está en vigor.
Es el colmo de la ridiculez, una verdadera vergüenza de excusa. El Catecismo no un instrumento para cabildear y cambiar leyes: tiene por objeto ser una compilación de la doctrina perenne de la Iglesia.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)