Lo que viene de Dios es “espíritu” y lo que viene del hombre es “carne”

Premisa. Dios (en san Pablo, Gál 1, 8) establece: sólo lo que viene de Dios es “espíritu”. En cambio, todo lo que viene del hombre es “carne”

Todos conocemos las palabras con las que san Pablo pone en guardia a los errabundos cristianos de Galacia para que no acojan una doctrina distinta de la enseñada por él: “Si incluso nosotros mismos, o un Angel del Cielo, viniera a anunciaros un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gál 1, 8).

Con estas palabras, el Apóstol establece un principio potente, digamos incluso el principio de los principios: la Palabra divina es más que el predicador que la proclama, aunque fuera “un Angel del Cielo”: la Palabra divina no puede ser cambiada por nadie; es la que es y así debe, a toda costa y absolutamente, seguir siendo y permanecer eternamente.

Para san Pablo, o sea, para Dios a través de san Pablo, el Logos, el Verbo revelado en el Evangelio, debe ser anunciado. Luego, no importa quién lo anuncia, sino sólo y únicamente la perfecta fidelidad del anunciador al mensaje anunciado: la verdad es el primum, después el unicum y, finalmente, el supremum. Lo demás es secundario. 

Lo que significa que, como se expresa el Apóstol: sólo lo que viene de Dios es “Espíritu”. Lo que viene del hombre es sólo “carne”.

Este principio es potente. Es imprescindible: es el perno en base al cual el Apóstol podrá apostrofar a Cefas, Pedro, su Superior, sin contravenir la obediencia y el respeto que le es debido. En efecto, con las dos paradojas más extremas que se puedan concebir: “si incluso nosotros mismos” y “o un Angel del Cielo”, afirma que no hay predicador que se sostenga; la Palabra divina es una y una sola: la anunciada por Jesucristo, y, a partir de El, por los santos Apóstoles.

Dicho esto, se quieren ofrecer ahora aquí cinco de los numerosos ejemplos de total inconciliabilidad, por una parte, de las enseñanzas dadas por la Sagrada Escritura y los Dogmas de la Iglesia y, por otra, de las enseñanzas de Joseph Ratzinger, expuestas en un célebre libro suyo de 1968, cuando era profesor de Teología en Tubinga y, todavía hoy, verdadero y único paradigma de su pensamiento, Introducción al cristianismo, vendido desde hace cincuenta años en todo el mundo, jamás desmentido, antes bien, confirmado en el 2000 por un nuevo Ensayo introductivo, escrito por el mismo Autor, en aquella época, Prefecto de la sagrada Congregación para la doctrina de la fe, y, en su línea dorsal, fue de nuevo reafirmado en una entrevista publicada en L’Osservatore Romano, el 17 de marzo de 2016, por tanto, hace sólo dos años, incluso tres años después de su Renuncia al Papado. Libro, por tanto, actualísimo todavía[i].

Primer “pecado de la carne” de Joseph Ratzinger o inconciliabilidad entre sus escritos y el Evangelio

En 2005, elevado hacía poco tiempo al papado con el nombre de Benedicto XVI, el que había sido el profesor Joseph Ratzinger enseñaba que la de Dios “sigue siendo la mejor hipótesis, aunque sea una hipótesis” (Joseph Ratzinger, La Europa de Benedicto en la crisis de las culturas).

Pero decir que Dios es “la mejor hipótesis” significa de todos modos fundar la fe en Dios sobre una hipótesis, aunque sea la mejor, o sea, sobre una duda, lo cual significa, sin embargo, fundar la fe sobre un acto humano: es el hombre el que hipotetiza la existencia de Dios, es el hombre el que, en su mente, “produce a Dios”.

Dice el Apóstol: “Sólo querría saber esto de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por haber creído en la predicación?” (Gál 3, 2). Y precisa: “¿Estáis tan faltos de inteligencia que, después de haber comenzado con el Espíritu, queréis acabar ahora con la carne?” (Gál 3, 3), o sea: ¿Estáis tan faltos de luz espiritual que, después de haber acogido mi Palabra espiritual, y espiritual porque está fundada en la Revelación de Dios realizada por el Hijo, que queréis basar vuestra razón para creer sobre la base de una ‘carne’ completamente humana, o sea, sobre las obras humanas?

San Pablo llama ‘carne’, en Gálatas, a aquello que ellos elaboran a partir de las obras de la Ley, y llama ‘Espíritu’ a la Gracia de la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que desciende a los corazones, si creen en la Revelación que les es dada por Jesucristo y por sus Apóstoles.

Análogamente, san Pablo llamaría hoy ‘carne’ a ‘la hipótesis Dios’, el recorrido realizado por el hombre Joseph Ratzinger con el método historicista para determinar la existencia de Dios.

En uno y otro caso ‘carne’ es, en efecto, todo lo originado por el hombre. ‘Espíritu’, en cambio, es lo que viene de Dios. Hombre y Dios están neta e irreduciblemente divididos. Y la fe – virtud sobrenatural – viene de Dios y sólo de Dios. Si, en cambio, viene del hombre, no es fe, es razonamiento, es un silogismo cualquiera: es carne.

Se advierta que este pensamiento hipotético, dramáticamente errante, incluso del más reciente Ratzinger, confirma cómo se debe intentar corregir su fideísmo de fondo.

En las primeras setenta y tres páginas de su libro, el Profesor Ratzinger, treinta y dos años antes, había redactado ya el concepto fundante de su fe “hipotética” y lo había redactado con múltiples y cada vez más dramáticas expresiones, de las cuales aquí se aportan sólo las tres más ejemplares:

“el creyente puede vivir su fe únicamente y siempre lanzándose al océano de la nada, de la tentación y de la duda, siendo designado el mar de la incertidumbre como único lugar posible de su fe…” (Introducción al cristianismo);

“Es la estructura fundamental del destino humano poder encontrar la dimensión definitiva de la existencia únicamente en esta interminable rivalidad entre duda y fe, entre tentación y certeza” (Ibid.);

“El creyente experimentará siempre la oscura tiniebla en la que lo rodea la contradicción de la incredulidad, encadenándolo como en una sombría prisión de la que no es posible evadirse…” (Ibid.).

Pero Jesús, a propósito de la certeza y solidez de la fe, nos dice: “… y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32); “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6); y: “Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29).

Y san Pablo recuerda que “lo que de Dios se puede conocer les es manifiesto [es manifiesto a los hombres]; Dios mismo se lo ha manifestado. En efecto, desde la creación del mundo en adelante, sus perfecciones invisibles pueden ser contempladas con el intelecto en las obras realizadas por él, como su eterno poder y divinidad; son, pues, inexcusables porque, aun conociendo a Dios, no le dieron gloria ni le dieron gracias como a Dios, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su mente obtusa se entenebreció” (Rom 1, 19-22).

Conclusión: “Sin la fe es imposible agradar a Dios” (Heb 11, 6). En base a estas inerrantes Escrituras, la Iglesia dogmatiza (con una afirmación a la que es debida la obediencia de fide): “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (Vaticano I, Const. Dogm. Dei Filius, cap. 2, Denz. 3004).

Es necesario aquí abrir un paréntesis de orden general, que nos permite advertir cómo el generalísimo postulado inicial del Profesor Ratzinger, según el cual: “… el creyente puede vivir su fe únicamente y siempre lanzándose al océano de la nada, de la tentación y de la duda”, descalifica todo el libro y también a él mismo, en cuanto que es contradictorio. Si, en efecto, por principio, todo es incierto, entonces será incierto también, por principio, el mismo postulado, que podrá, por tanto, ser falso, y serán inciertas, quizá falsas, por principio, todas las proposiciones del libro y, entonces, ¿para qué, no sólo escribirlo, sino también leerlo? (véanse, en: E. M. RADARLELLI, Al cuore di Ratzinger. Al cuore del mondo, los §§ 11-21, sobre la duda socrática, justa, y sobre la escéptica, que debe rechazarse, pp. 51-82).

Segundo “pecado de la carne” de Joseph Ratzinger, o II inconciliabilidad entre sus escritos y el Evangelio

En una “entrevista de 2016 a Jacques Servais s. j., publicada en L’Osservatore Romano, el Profesor Ratzinger volvía a confirmar la línea dorsal de su pensamiento, reafirmando la convicción de que la Redención como ‘reparación de la “ofensa infinita hecha a Dios” es sólo una doctrina medieval, debida, según él, únicamente a un obispo, por otro lado santo, el obispo Anselmo de Aosta, cuya “férrea lógica” es “difícilmente aceptable para el hombre moderno”, manteniendo así inalterado el pensamiento formulado cincuenta años antes en Introducción al cristianismo, por el cual ella “nos aparece como un cruel mecanismo cada vez más inaceptable para nosotros” (Introducción al cristianismo, p. 221).

Pero el mismo Jesús habla de “ira de Dios”: “El que se niega a creer en el Hijo – dice, refiriéndose a Sí mismo – no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él” (Jn 3, 36). ¿Qué ira? ¿por qué ira? La ira del Creador por el pecado de su creatura; y san Pablo aclara: “Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo” (Rom 5, 10): enemigos por el pecado del hombre, que sólo la muerte por Holocausto cruento de Cristo, Víctima inocente, rescata plenamente.

En efecto, “También todos nosotros, … éramos por naturaleza hijos de la ira” (Ef 2, 3); “por naturaleza” a causa del pecado original transfundido en nosotros por Adán a través de la semilla biológica de nuestros padres.

Y el Apóstol (Dios a través del Apóstol) encarece: “Y vosotros, que erais extranjeros y enemigos en vuestra mente y en vuestras malas obras, Dios os ha reconciliado ahora en el cuerpo de El, por medio de Su muerte” (Col 1, 21-22); a lo que se une Juan, el Apóstol predilecto (o sea, siempre Dios, a través esta vez del Apóstol predilecto): “En esto se manifestó el amor de Dios hacia nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo… En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos amó y nos envió a Su Hijo para ser expiación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 9-10).

Sobre estas inerrantes bases escriturísticas, el dogma ordena (Concilio de Trento, Denz. 1743 y 1753) que la Iglesia profese la doctrina de la Redención como Holocausto de Cristo al Padre y, en Al cuore di Ratzinger. Al cuore del mondo. (§§ 40-43, pp. 155-172), se recorre toda la historia del dogma al respecto, que exige que sea obedecido, aceptado, creído y siempre litúrgicamente celebrado precisamente lo que el Profesor Ratzinger niega desde siempre (y que hoy la Iglesia ya no celebra).

El tercer “pecado de la carne” de Joseph Ratzinger, o III inconciliabilidad entre sus escritos y el Evangelio

El Profesor Ratzinger afirma: “Dios es y será siempre para el hombre el esencialmente Invisible… Dios es esencialmente invisible” (Introducción al cristianismo); y también: “en el Antiguo Testamento, esta afirmación – que “Dios no se aparece ni se aparecerá nunca al hombre” – asume un valor de principio: Dios no es sólo aquel que está ahora fuera efectivamente de nuestro campo visual…; no, él es, en cambio, aquel que está fuera por esencia [subrayado del Autor], independientemente de todos los posibles y pensables ensanchamientos de nuestro campo visual” (Ibid.).

Pero Cristo dice de Sí mismo: “El que me ve a mí ve a Aquel que me ha enviado” (Jn 12, 45); “El que me ve a mí ve al Padre” (Jn 14, 19); y el Apóstol predilecto afirma (o sea, como siempre, Dios en él): “[A Dios] lo veremos así como El es” (1 Jn 3, 2).

Y san Pablo precisa: “El [Cristo] es imagen del Dios invisible” (2 Cor 4, 4; además de Col 1, 15), y también: “El [Cristo] es el espejo de la gloria de Dios y la impronta de su sustancia” (Heb 1, 3), lo que significa que Dios Padre es perfectamente visible y lo es precisamente en el Hijo; Dios, como Padre, no es ni más ni menos, y esto le basta a la Iglesia para afirmar la perfecta visibilidad de Dios a los Bienaventurados, así llamados por el hecho de que gozan perfectamente de la visión divina (véase, en Al cuore di Ratzinger. Al cuore del mondo., el § 18, pp. 70-74).

Cuarto “pecado de la carne” de Joseph Ratzinger, o IV inconciliabilidad entre sus escritos y el Evangelio

El Profesor Ratzinger sostiene que el hombre, en la bienaventuranza del Paraíso, “vivirá en la memoria de Dios” (Introducción al cristianismo), y precisa que Pablo enseña… no la resurrección de los cuerpos (Körper), sino de las personas, y esta, no en el retorno de los ‘cuerpos de carne’, o sea, de las estructuras biológicas, que él indica explícitamente como imposible” (Ibid.).

Pero los Evangelios, hablando del encuentro entre Jesús resucitado y los Apóstoles, advierten, en cambio, que: “como les costaba creer y estaban llenos de estupor, [Jesús] les preguntó: “¿No tenéis nada para comer?”. Le dieron un trozo de pez asado y un panal de miel. Y, después de haber comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio” (Lc 24, 41-43).

Por no hablar del célebre episodio de Jn 20, 27: “¡Mete aquí tu dedo y mira mis manos! ¡Acerca tu mano y métela en mi costado!”, de lo cual se deduce que un cuerpo glorioso no es por ello menos carnal, biológico, físico, material, que un cuerpo mortal; y san Pablo, a partir de esto, enseña: “Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos dará la vida también a vuestros cuerpos mortales por medio de Su Espíritu, que habita en vosotros (Rom 8, 10-11).

También aquí, sobre la base de semejantes constataciones clarísimas y unívocas formuladas por las Sagradas Escrituras, la Iglesia dogmatiza así: “Todos resucitarán con los cuerpos de los que ahora están revestidos” (Concilio Lateranense IV, 1251, Definición contra los Albigenses y los Cátaros, Denz. 801), (véanse, en E. M. RADAELLI, Al cuore di Ratzinger. Al cuore del mondo., los §§ 50-52, pp. 196-213, en los cuales la inconciliable oposición entre la enseñanza de la doctrina católica y la del Profesor Ratzinger es demostrada también por otros múltiples argumentos tanto escriturísticos como dogmáticos).

Quinto “pecado de la carne” de Joseph Ratzinger, o V inconciliabilidad entre sus escritos y el Evangelio

El Profesor Ratzinger sostiene que “la doctrina de la divinidad de Jesús no se vería afectada aunque Jesús hubiera nacido de un matrimonio humano” (Introducción al cristianismo); en efecto, a su parecer, la filiación divina de Jesús “no es un proceso acaecido en el tiempo, sino en la eternidad de Dios” (Ibid.).

Conclusión: Ayer los Gálatas, hoy el cardenal Ratzinger, ambos deben rechazar la “carne” y volver al “espíritu”

Estos cinco ejemplos, especialmente el primero, con el cual, desde 1968 a 2016, el Autor de Introducción al cristianismo persiste en la duda de la existencia de Dios, que para él “sigue siendo la mejor hipótesis, aunque sea una hipótesis”, demuestran el planteamiento mental escéptico, historicista y fideísta que las ha originado y que, cambiando uno por uno todos los artículos del Credo, como demuestro con toda evidencia en Al cuore di Ratzinger. Al cuore del mondo., no conducen en absoluto a la salvación, o sea, no conducen en absoluto a Dios: no conducen a ellos ni su Autor ni sus lectores, discípulos, admiradores, así como no habrían sido conducidos a la salvación, en aquella época, los poco firmes Gálatas que tenían aquellas doctrinas, anatematizadas por san Pablo, aunque hubieran sido anunciadas a ellos por “un Angel del Cielo”, porque, como se ha dicho, ambas doctrinas – ayer las de los Gálatas, hoy las de Ratzinger – y, por tanto, ambas fes, en ellas mal puestas y que, de todos modos, precisamente por ellas, desgraciadamente, germinan todavía, son “carne”: elucubraciones humanas mal conducidas, inferencias que, no apoyándose en bases metafísicas, no pueden llamarse ni siquiera científicas, y que, además, en efecto, en cuanto tales, dejan titubeantes, en la más trágica de las dudas, a quienes se apoyan en ellas, a su aun eximio Autor y a sus míseros lectores; y no puede ser de otro modo: sólo Dios puede llevar al hombre a Sí, y con fe cierta, firme, potente y definitiva; firme como es firme sólo su Roca.

Se espera que estos cinco ejemplos puedan ser útiles para dar a conocer mi examen al mayor público de fieles posible, para ponerlos en guardia sobre las doctrinas enseñadas en Introducción al cristianismo, y consigan solicitar, como se puede ver en mis últimas páginas, a encontrar rápidamente y con gran prudencia, el camino para convencer al ilustre Sujeto para que considere – al menos – que ese libro suyo y las doctrinas contenidas en él no pueden ser ya propuestas en la Iglesia como convicciones suyas profundas, como en su tiempo el cardenal Dal Poggetto consiguió acercarse al lecho del papa Juan XXIII para hablar con él, para convencerlo para que alcanzara el santo final de hacer caer todo peligro de que las puertas áureas le fueran para siempre cerradas.

Pero podría ser que todavía Joseph Ratzinger, con solo quererlo, nos iluminara el camino hacia Dios: siguiendo al oso de san Corbiniano, del que habla, y el animal de carga en que se tuvo que transformar.

En su Mi vida. Autobiografía., Joseph Ratzinger, a propósito de la versión en italiano del Salmo 72, 23, que en latín suena: “Ut iumentum factus sum apud te et ego semper tecum”, advierte con finura la insatisfacción de san Agustín al traducir simplemente como “animal” el latín “iumentum”, porque la expresión, a su parecer, designaría más precisamente “a los animales de tiro que son usados por los campesinos para trabajar la tierra”, y es esto, un animal de tiro, el animal en el que se debe transformar de algún modo el oso con el que se había tropezado el monje san Corbiniano, según las antiguas crónicas de Frisinga, la ciudad en la que el futuro Papa debía ser ordenado obispo, oso que había devorado a la cabalgadura que estaba llevando a Roma al santo y su equipaje; para reparar la mala acción, el oso, mandado por el monje, tuvo que tomar el lugar de su cabalgadura, “convirtiéndose así – contra su voluntad – en animal de carga”.

El futuro Papa advierte que es precisamente esta, ir contra la propia voluntad, la diferencia entre un hombre que se comporta como un animal salvaje, p. ej. como un oso, y un hombre que se comporta como un animal de carga, como un animal subyugado a una razón superior a la suya, como es superior, sin metáfora, la razón divina sobre la humana.

Pero esa es también la diferencia, se advierte aquí, entre el teólogo que, como un oso completamente pegado a la tierra y a lo que proviene de la tierra, elabora una fe en Dios sobre bases naturalistas, historicistas, subjetivistas, y el teólogo que, en cambio, se deja manejar por Dios, acepta ser atado a su carro, con las barras y las riendas de una fe debida a una racionalidad superior, a una racionalidad “caída del cielo”, como escribe también el Profesor de Tubinga, en Introducción al cristianismo, hablando de la Revelación.

De modo que el “oso”, o sea, la razón humana, no manejada, como debe ser, por la divina, debe completar también en él, en el antiguo Teólogo, el cambio exigido por la fe para hacerse un perfecto “animal de tiro”: abandonar su origen historicista y naturalista y abrazar la que ha bajado del Cielo, la fuente divina, sacrificando para ello, en obediencia a la Iglesia, incluso la propia libertad.

Y esto deben hacer también todos sus lectores y admiradores, porque sólo así se realizará en toda la Iglesia, en toda la cristiandad, hoy, la transformación completa del “oso” de una fe todavía demasiado atada a motivaciones “carnales”: historicistas, como eran “carnales”, en perspectiva judaizante, las motivaciones de fe de los Gálatas, a una fe felizmente completa y solamente seguidora del Espíritu, de la gracia, o sea, la transformación de una fe de “carne” en la fe completamente “cargada”, como la de aquel “animal de tiro”, que puso completamente su propia libertad al servicio de Dios.

E.M.R.

____

[i] Las citas de los libros de Joseph Ratzinger que aparecen en el artículo toman como referencia en el original italiano una edición en dicha lengua, motivo por el cual no se han aportado en esta traducción. [NDT]

(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)

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