La “Nueva Cristiandad” – o los 5 mandamientos de la auto-demolición
V) La nueva pasión por Cristo
Hacer todo lo posible para que la sociedad humana sea lo más justa posible, y para que nuestros semejantes tengan el mayor bienestar posible, es una obra obviamente buena en lo moral. Pero en sí misma, como tal no es salvífica, como ninguna moralmente buena lo es, si no está perfeccionada y elevada por la Gracia de Dios. Ahora bien, cuando una persona está en Gracia de Dios, todas sus obras buenas, incluidas las que favorecen directamente el bienestar de sus semejantes, son una exigencia de la vivencia sobrenatural de la Caridad (amor a Dios y al prójimo).
Todo lo que hagamos por el prójimo queda enriquecido si lo hacemos también por amor a Dios. Pero no todo amor al prójimo es ya amor a Dios. Hoy se habla mucho de solidaridad en vez de caridad cristiana, que resulta en un humanismo ateo, una filantropía. [1]
Una de las causas principales del actual caos doctrinal estriba en el llamado «viraje antropológico», siendo por lo tanto este «giro», una de las corrientes que más daño ha hecho a la Verdadera Fe, ya que trastoca la teología en antropología,[2] concentrándose en el hombre; una pseudo teología desde el hombre y para el hombre, y por tanto una «teología deicida».
Si la teología se centra sobre el hombre, es inevitable que se produzca un giro hacia la historia. El primer responsable de esta «revolución copernicana» en la teología católica, «y en consecuencia de todos los males por él producidos» resulta ser el teólogo alemán Karl Rahner S.J., quien como otros teólogos contemporáneos tuvo una respuesta a la interrogante: “¿Qué hacer para que el mensaje de Cristo sea más intelegible y más aceptable para el hombre de hoy?”. [3] Su respuesta fue el «giro antropológico» (la anthropologische Wende) que guarda las apariencias de una teología teocéntrica, pero que en realidad –como dice el P. Poradowski- enfocando toda su teología desde el punto de vista del sujeto cognoscente –el hombre-, prácticamente la reduce primero a la filosofía y luego a la antropología. Parte del hombre para explicar lo sobrenatural.
«La obra de Karl Rahner –afirma Lakebrink- destruye la metafísica tomista y deja en crisis el pensamiento católico». «Con razón entonces, Cornelio Fabro llama a Karl Rahner el destructor del tomismo». Rahner consideró como misión suya la elaboración de una síntesis del tomismo y del kantismo-hegelianismo-heideggerianismo, o, al menos, un acercamiento entre dichas filosofías opuestas y antagónicas, empero, lo que hizo fue presentar el tomismo en el marco kantiano. Usando los mismos términos del Aquinate, Rahner les da un sentido totalmente diferente, hasta opuesto, pues es kantiano.
La vertiente modernista, en particular, quiere poner la verdad al servicio de la historia, pero despojándole del carácter histórico de la revelación y tratando de deducirla, de alguna manera, de la naturaleza y de la psicología del hombre. El modernismo es antropocéntrico porque pone la revelación de Dios dentro del hombre y al mismo tiempo que psicologiza a Dios lo deshistoriza, y de alguna manera lo «desalteriza». Convierte la Revelación en un hecho natural no histórico. [4]
Ese amor no es por Cristo el Dios-Hombre, sino por Cristo que es solamente un «gran hombre», el hombre-para-los-demás, amigo, libertador de los pobres, revolucionario y subversivo máximo, que ayuda a los pobres a derrocar las instituciones corruptas, incluso a la Iglesia institucional.
Esta ideología, es tal, porque no ha brotado formalmente de una cristología que, previa exégesis, hubiera descubierto la figura de «Cristo subversivo»; el punto de partida de ésta es absolutamente sociológico, hasta colocar a Cristo como un «Juan Bautista de Karl Marx».
«Una teología de talante y pretensiones antropocéntricas se despliega de continuo en temas fronterizos entre la razón y la fe. Digamos entre filosofía y teología, cultura profana, cultura religiosa.» [5]
El misterio historico-salvífico vivido por la Iglesia queda así mediatizado o instrumentalizado; puesto bajo sospecha de oponerse a un proyecto; otras veces es sometido a la aprobación de instancias previas a la Revelación y a la Fe; debe justificarse por su utilidad o su eficacia, como sucede, también, por la Caridad y la Esperanza. La Caridad es reinterpretada para que albergue la violencia. La Esperanza, desviada de su objeto propio, que es la comunión eterna con Dios, queda reducida a expectativas terrenas. La Fe, por su parte, queda bajo sospecha de ser ideología; la ideología prestigiada con ribetes de Fe; lo sacramental bajo sospecha de ser un camino de alineación de la responsabilidad política o, lo que es peor aún, de ser simplemente una práctica idolátrica; ciertas opciones políticas son consideradas como caminos y fuentes quasi sacramentales de la gracia y, de hecho, como sustitutivas de la Fe para alcanzar la justificación; los fervores están puestos en una empresa política que es, en el fondo, una reinterpretación, neopelagiana, del imperativo de la justificación por las obras. [6]
Una esperanza marxista pero no cristiana, ya que ésta queda reducida a lo terrenal y de lo terrenal a lo político, ya que el cambio político debe ser revolucionario y marxista para ser humano.
El Cristianismo se funda en el amor, el marxismo parte del odio, de la lucha de clases, cree en el inmisericorde aniquilamiento de los adversarios. El Cristianismo es un llamado a todos los hombres, el marxismo convoca sólo a los proletarios, a los explotados, uno cree en la Redención, el otro en la revolución. «El marxismo –afirma Coran- es la herejía terrenal del Cristianismo».
En las tentaciones del desierto, nuestro Señor se negó a «temporalizar» su misión divina, y la única «dialéctica» que enseñó –por decirlo de manera matafórica- es la lucha entre el bien y el mal a través de los siglos.
La angustia por el destino de los pobres es algo que interpela a todo creyente, pero en esta reducción de la teología, todo lo que es auténtico resulta comprometido por una armadura doctrinal frágil y aventurera. La teología de la liberación «no es teología, no es liberadora, no es filosofía, no es exégesis; es una penetración marxista en la Iglesia». [7]
La «nueva pasión por Cristo» es un tránsito del giro antropológico al giro histórico, y, del histórico al evolutivo, «no sería errado llamarla inversión narcisista, adoración de sí mismo. Esta inversión recuerda el pecado de los ángeles. Es tal vez, en el mundo, la expresión filosófica y teológica más perfecta del pecado de Lucifer, que pretende ser como Dios y lanza su grito de rebelión. Y ya que hablamos de búnker, eso es precisamente lo que la síntesis intelectual de Rahner ha excavado: una cripta funeraria sin belleza, sin vida y sin ser. Es exactamente lo contrario de la cultura cristiana fundada en Dios, en Jesucristo y, en definitiva, en el ser». [8]
Germán Mazuelo-Leytón
[1] Cf.: Teología de la caridad, nº 404 y ss. Royo Marín.
[2] https://www.adelantelafe.com/la-nueva-cristiandad-o-los-5-mandamientos-de-la-auto-demolicion-2-inmanencia-del-mundo/ – Germán Mazuelo-Leytón
[3] Una breve fórmula breve de la fe cristiana, Karl Rahner.
[4] Teologías deicidas. El pensamiento de Juan Luis Segundo en su contexto, pág. 219. P. Horacio Bojorge, S.J.
[5] Revista Naturaleza y Gracia, Vol. XLI.-1994. Alejandro Villalmonte.
[6] Teologías deicidas. El pensamiento de Juan Luis Segundo en su contexto, pág. 219. P. Horacio Bojorge, S.J.
[7] Teología de la liberación o el marxismo enancado en el progresismo teológico. Carmelo E. Palumbo.
[8] Cien años de modernismo. P. Dominique Bourmaud.