Un libro reciente de Julia Pierpont, publicado por Penguin Random House», The Little Book of Feminist Saints, (El pequeño libro de santas feministas) incluye a defensoras y activistas pro aborto como Cecile Richards ex Directora Ejecutiva de Planned Parenthood, su madre Ann Richards, Hillary Clinton, Michelle Obama, la ex Jueza de la Corte Suprema de los EE.UU., Sandra Day O’Connor, la fundadora de Planned Parenthood Margaret Sanger y Gloria Steinem como «santas feministas».1
Pierpont señaló que la idea de publicar un libro de biografías cortas, vibrantes y sorprendentes, surgió del libro El Santo católico del día.
Las feministas no trepidan en afirmar: Salimos de lo sagrado patriarcal, muchas veces limitado a la institucionalidad de las religiones, y entramos en lo sagrado de los valores relativos a nuestra realidad humana.[1]
I. Santas de la Iglesia primitiva
En la era pagana, la mujer no tenía los mismos derechos que el hombre, la mujer era propiedad suya, un objeto del que podía disponer libremente, fue el Cristianismo el que de manera más directa contribuyó a devolver a la mujer toda su dignidad y derechos de igualdad con el hombre,[2] una religión auténticamente individualista que planteó, como ninguna otra antes o después, la idea de que cada ser humano es único y titular de derechos superiores y anteriores al colectivo.
Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó Él mismo por ella[3] exhorta San Pablo. El amor de Cristo a su Iglesia es desinteresado y santo. El divino Esposo se entrega a Sí mismo para lavar a su Esposa con su Sangre y hacerla digna de Él. De la misma manera el marido ha de amar a su mujer, con el fin de protegerla, dignificarla y favorecer su santificación. Tal es el altísimo sentido del matrimonio cristiano.
El sociólogo Rodney Stark dice que en el Imperio Romano «la clave del éxito demográfico cristiano fue, desde luego, la sacralidad de la vida y de la familia; pero también –y esto debería interesar a las feministas– la dignidad de la mujer».
«Se puede decir que el trabajo apostólico de las mujeres en la Antigüedad cristiana tuvo una importancia extraordinaria. Un índice de la relevancia que tuvieron es la crítica que manifestaron por este motivo algunos paganos ilustres, como Plinio, Celso y Porfirio, que hacen un derroche de ironía contra el Cristianismo, al reconocer la rápida profusión de conversiones entre las mujeres.
Desde los orígenes cristianos, la mujer desempeña un papel insustituible en la difusión evangélica. Un ejemplo, podía ser el de Priscila, que evangeliza a Apolo, según nos narra S. Lucas (Hch 18, 26). Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que ayudaban a los primeros Apóstoles y que son las únicas que pueden entrar en los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina liberadora del Señor (Stromata, III, 6, 53).
En la literatura apócrifa cristiana encontramos los Hechos de Pablo y Tecla, que son una especie de novela histórica del siglo II, cuyo anónimo autor narra el protagonismo de Tecla y la presenta como la evangelista del Apóstol entre las mujeres. Los ejemplos podrían multiplicarse».[4]
No se puede dejar en el olvido, la impresionante cantidad de mujeres santas, mártires y vírgenes, de la Iglesia primitiva, sin olvidar a tantas mujeres desconocidas, como el caso de muchas viudas, que desde los tiempos apostólicos formaban un «orden» y atendían a los ministerios con mujeres.
II. Dos feminismos
Al tratar de la igualdad hombre-mujer, no debemos olvidar que dicha igualdad no puede ser total y absoluta, desde el momento en que la misma naturaleza nos modeló distintos.
La anatomía femenina tiene elementos totalmente diversos a los de la masculina, porque también las funciones de los sexos son diversas en la sociedad. Pero se debe hablar de la igualdad entre los sexos en cuanto se refiere a derechos sociales y privilegios divinos y humanos.
Existen dos feminismos, el primero aquel que aboga por la igualdad de derechos del hombre y de la mujer ante la ley, lo cual es justo; y el segundo, aquella «emancipación» que «asegure la eliminación de las clases sexuales, que requiere que la clase oprimida (las mujeres) se alce en revolución y se apodere del control de reproducción, restituya a la mujer la propiedad sobre su propio cuerpo, como también el control femenino de la fertilidad humana».[5]
Durante la Revolución Francesa el feminismo había intentado salir a escena, pero Robespierre mandó a la guillotina a su principal exponente diezmando así el naciente movimiento emancipador feminista.
A partir de la mitad del siglo XX, se había verificado una explosión de la cultura feminista, ya que no obstante la conquista del voto femenino en 1945 y otros importantes logros como la instrucción, el acceso a las profesiones, la igualdad de oportunidades y el ingreso al mundo del trabajo el feminismo devino en el actual feminismo de género o radical, éste, surgió históricamente en Europa y América del Norte a fines de los años 1960 como un movimiento revolucionario marxista situándose en una línea anti-hombre, para luego colocar a la mujer en contra de la mujer.
El movimiento feminista tiene una historia larga. Sin mencionar a las mujeres (y hombres) que escribieron a favor de la dignidad de la mujer o la honraron con sus propios hechos (¿acaso la antigüedad no admiró y cantó tanto a las heroínas como a los héroes?), ¿no se ha celebrado incesantemente nombres como los de Sara, Débora, Judit, Ester, María de Nazaret, Penélope, Dido, Cleopatra, Juana de Arco, Isabel la Católica y cientos más, judías, paganas y cristianas?
Pero hacia fines de los años ´60, como parte de los fenómenos ligados con el «mayo francés» surge un nuevo movimiento, que Christina Hoff Sommers bautizará con el nombre de feminismo de género. Esta ideología se basa en una interpretación marxista de la historia, claramente influenciada por el pensamiento de Karl Marx, Jean-Paul Sartre, Herbert Marcuse (y otros representantes de la denominada Escuela de Frankfurt) y Frantz Fanon.
El marxismo en general describe la historia estructurada a partir de antagonismos irreconciliables entre clases opresoras y oprimidas en constante lucha. Pero ya en los escritos de Marx, y sobre todo de Engels, se señala como primer y más básico antagonismo dialéctico el que se da entre el hombre y la mujer dentro del matrimonio monógamo.[6]
Otra de las caras perturbadoras del feminismo es su postura favorable al aborto sin restricciones, colocando a la mujer contra la mujer, con los eufemismos de «salud sexual de las mujeres» y sus «derechos reproductivos». La gran mayoría de las organizaciones promotoras de este feminismo se centran en la negación de la maternidad y a la imitación de los hombres, que buscan hacer una sociedad dominada por las mujeres.
Uno de los aspectos más impactantes del feminismo es el rechazo de las virtudes de la feminidad como la modestia en el vestido, en el arco de la tendencia general difundida en nuestros tiempos que busca establecer un igualitarismo radical en todos los niveles de la cultura, las relaciones sociales entre los sexos, e incluso, entre hombres y animales.
Este igualitarismo se manifiesta en la creciente proletarización, la moda unisex y la abolición de las diferencias entre generaciones. El mismo atuendo puede ser usado por cualquier persona, sin importar su posición, edad o circunstancia. Se hace difícil distinguir, por la vestimenta, hombres de mujeres, padres de niños, una ceremonia religiosa de un picnic. Los cortes de pelo y los peinados siguen la misma tendencia a confundir la edad y el sexo y a romper los estándares de elegancia y buen gusto.
«Cuando un pueblo amurallado está siendo atacado, y el enemigo está continuamente atacando una parte de esta muralla, los habitantes deben continuar defendiendo esa parte de la muralla. Hoy en día el enemigo de la Humanidad, Satanás, está continuamente atacando a la verdadera feminidad, porque sin verdaderas mujeres no pueden existir verdaderas madres, ni una vida de familia verdadera, ni niños verdaderamente felices y por ende tampoco seres humanos verdaderos. Ojalá pudiera citar el testimonio completo de otra ex-feminista quien me escribió hace algunos meses para agradecerme por “afirmar y sostener nuestra naturaleza verdadera como mujeres”, de acuerdo a como ahora ella lo percibe».[7]
III. El mono de Dios
«El Anticristo no será llamado así; de otra manera no tendría seguidores. El no usará medias rojas ni vomitará azufre, ni llevará un tridente ni tendrá una cola puntiaguda como Mefistófeles en Fausto. Esa máscara ayudó al Diablo a convencer a los hombres que no existe. Cuando nadie lo reconoce, más poder ejerce. Dios se definió a sí mismo como Yo soy el que soy, y el Diablo como yo soy el que no soy».
«En ningún lugar en las Sagradas Escrituras encontramos asidero para el mito del Diablo como si fuera un bufón y como el primero en vestir de “rojo”. Más bien se lo describe como un ángel caído del cielo, como “El Príncipe de este mundo”, cuya misión es decirnos que no hay otro mundo. Su lógica es simple: “si no hay Cielo, no hay Infierno; si no hay Infierno, entonces no hay pecado; si no hay pecado, entonces no hay ningún juez, y si no hay juicio entonces lo malo es bueno y lo bueno es malo”. Pero por sobre todas estas descripciones, Nuestro Señor nos dice que va a ser tan parecido a Sí mismo que engañará, aún a los escogidos – y ciertamente nunca se vio que una imagen en libros de un demonio, pudiera engañar aún a los escogidos. ¿Cómo vendrá entonces en esta nueva era para conseguir seguidores para su religión?»
«En medio de todo este aparente amor por la humanidad y su discurso superficial de libertad e igualdad, él tendrá un gran secreto que no le dirá a nadie: él no creerá en Dios. Porque su religión será la fraternidad sin la paternidad de Dios… Él va a crear una contra-Iglesia que será la mona de la Iglesia, porque él, (como) diablo, es el mono de Dios. Tendrá todas las notas y las características de la Iglesia, pero a la inversa y vaciada de su Divino contenido».[8]
Llamamos santo a aquello que existe para Dios. La santidad dice esencialmente relación de dependencia respecto a Dios, bien sea en orden de la consagración, bien en el de la obligación moral.
Desde un punto de vista teológico, la santidad consiste: 1) en vivir cada vez más el misterio de la inhabitación de las Tres Divinas Personas; 2) en la perfecta configuración con Jesucristo; 3) en la perfección de la caridad –perfecta unión con Dios por el amor; 4) en la perfecta conformidad de la voluntad humana con la divina.
La santidad de los miembros resalta en el espectáculo constantemente verificado en la historia del cristianismo de innumerables fieles que viven según los preceptos del Evangelio (santidad común) y de otros muchos, que, siguiendo también los consejos evangélicos, han llegado a las escarpadas cumbres del heroísmo (santidad eximia), que en muchos casos es sancionada con la canonización.
La mejor manera de devaluar lo sagrado cristiano es dar de él una visión caricaturizada y lamentable.
Cecile Richards, un instrumento del mono de Dios, quien como Directora Ejecutiva de Planned Parenthood supervisara 3.5 millones de abortos, no puede ser representada como santa bajo el disfraz de derechos reproductivos de las mujeres.
[1] GEBARA, IVONE, Presentación “Lluvia para florecer”.
[2] TIERNO, BERNABÉ, Valores humanos.
[3] EFESIOS 5, 25.
[4] RAMOS-LISSON, Prof. DOMINGO.
[5] FIRESTONE, SHULAMITH, The dialectic of Sex.
[6] Cf.: FUENTES IVE, P. MIGUEL, La violencia ideológica de género.
[7] WILLIAMSON FSSPX, Mons. RICHARD, La feminidad redescubierta, http://radiocristiandad.wordpress.com/2009/11/16/monsenor-williamson-comentario-eleison-nº-123-la-femineidad-redescubierta/
[8] SHEEN, Mons. FULTON, El Comunismo y la Conciencia de Occidente, Bobb-Merril Company, Indianapolis, 1948.