Queridos amigos:
En los últimos días hemos oído multiplicarse las acusaciones de cinismo e hipocresía entre las autoridades italianas y francesas a propósito del caso del buque Aquarius, y más en general, del problema de la gestión de la inmigración en la Unión Europea. Pero la palma del cinismo y de la hipocresía se la lleva, a mi juicio, un hombre de la Iglesia: el cardenal Francesco Montenegro, arzobispo de Agrigento, que ha comentado este episodio con estas palabras textuales que les voy a leer: «Creo –ha dicho el cardenal Montenegro– que estamos ante una derrota de la política, que no sabe gestionar esta emergencia e intenta achacar la responsabilidad a otros mientras hay seres humanos que corren peligro. La política debe preocuparse por el bien común. Europa tiene que comprender que nadie puede detener estos flujos migratorios sin precedentes en la historia, y no será cerrando puertas y eludiendo responsabilidades como se encuentre una solución. Me parece que en este caso es como cuando en una familia se pelean los progenitores mientras los niños pequeños les piden que les den de comer. Estas personas quieren vivir. Debemos pensar en quienes han sido inmigrantes en la historia de nuestro país. En fin –concluye–, la política tiene que hacerse cargo de estos flujos migratorios dejando de lado el egoísmo y los intereses partidistas, y hay que prepararse para un mundo multiétnico, multirreligioso y multicultural en vez de cerrar puertas y ventanas.»
Me parece que las palabras de este hombre de la Iglesia ameritan un comentario, no sólo porque se trata de un cardenal, es decir, un consejero y colaborador directo del Papa; no sólo porque es arzobispo de una importante diócesis italiana, sino también porque es presidente de Cáritas en Italia, esto es, del organismo que, con el respaldo, incluso económico de la Conferencia Episcopal y del Gobierno, gestiona el problema de la inmigración, y lo gestiona inspirándose en los principios que ha expuesto el cardenal Montenegro. ¿Cuáles son estos principios?
Primera afirmación: en el momento en que las autoridades italianas hacen un empeño serio para gestionar una situación de emergencia, el cardenal expresa un juicio de carácter político, que ciertamente no le corresponde a él, afirmando: «Creo que estamos ante una derrota de la política, que no sabe gestionar esta emergencia.» O sea, parece escuchar al exministro Graziano Delrio, aquel que quería abrir puertas incluso cuando el ministro de interior de la época quería cerrarlas. Y segunda afirmación: «Europa tiene que comprender que nadie puede detener estos flujos migratorios sin precedentes en la historia».
Nadie puede contener estos flujos. Por tanto, nadie puede contener la invasión migratoria, nadie puede contener la islamización de Europa, que es la consecuencia lógica. Asistimos a una visión historicista, inmanentista y relativista de la historia, de aquella que, según el cardenal, nadie, ni Dios ni los hombres puede cambiar. Es la misma visión que diez años antes de la caída del Muro de Berlín afirmaba que nadie podría contener la avanzada comunista en el mundo.
Y tercera afirmación: según el purpurado, «debemos pensar en quienes han sido inmigrantes en la historia de nuestro país.» Estas palabras son un insulto a nuestros emigrantes, a millones de compatriotas que emigraron, pero que a costa de mucho esfuerzo y sacrificios se integraron en el país que lo acogió. Han hecho suyas las leyes e instituciones, a diferencia de los nuevos bárbaros, que rechazan deliberadamente la integración, y quieren destruir las leyes e instituciones del país de cuya hospitalidad se han beneficiado. En una palabra, que quieren acabar con nuestra civilización.
Cuarta afirmación del cardenal Montenegro: «La política tiene que hacerse cargo de estos flujos migratorios». Unas vez más, como si pudiera equipararse a fin de cuentas a un cambio climático o natural, como si lo que está sucediendo no fuera consecuencia del activismo y de los recursos facilitados por potentados, por lobbies ideológicos que dirigen la política italiana e internacional. Y, añade el cardenal, «dejando de lado el egoísmo y los intereses partidistas». Ahora resulta que los intereses del pueblo italiano son intereses partidistas, son egoístas. Que defender esos sacrosantos intereses es egoísmo, los intereses de Europa son intereses partidistas, ¿y no son intereses partidistas los de los lobbies que hacen negocio con el pellejo de los inmigrantes, de los planifican la invasión migratoria de Europa.
Por último, la quinta afirmación: «Hay que prepararse para un mundo multiétnico, multirreligioso y multicultural». Ahí está el problema. Podríamos decir con todo respeto por el cardenal Montenegro. Respeto que se debe, no a su persona, sino a su consagración episcopal, que lo hace sucesor de los apóstoles. Pero Nuestro Señor no mandó a los apóstoles y sus sucesores difundir la religión del panteón dejando un espacio para la fe cristiana, un hueco entre el culto de Zeus, Cibeles y Mitra. Todo lo contrario. Nuestro Señor les dijo: «Id a predicar el Evangelio por toda la Tierra, a toda criatura, a todas las gentes, hasta los confines extremos de la Tierra». Encomendó a los apóstoles la misión de forjar un mundo no multirrreligioso ni multicultural, sino íntegra y enteramente cristiano, cristiano de veras, porque Jesucristo, sólo Él, es Señor del Cielo y de la Tierra, y no hay otro nombre aparte del suyo en el que podamos alcanzar la salvación. Esto es lo que nos gustaría oír decir a un obispo. Y no es eso lo que ha dicho el cardenal Montenegro, y por eso, con todas nuestras fuerzas, nos apartamos de quien se aparta del Evangelio.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)