Los Fieles católicos exigimos la dimisión colectiva de los obispos de EEUU cómplices de pedófilos

DECLARACIÓN DE TEÓLOGOS CATÓLICOS, EDUCADORES, PARROQUIANOS Y LÍDERES LAICOS SOBRE EL ABUSO SEXUAL CLERO EN LOS ESTADOS UNIDOS

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
(Lucas 1, 51-52)

Foto: Noticias el diario Guayaquil 21 Octubre 2017

Declaración de teólogos católicos, educadores, parroquianos y líderes laicos
Sobre el abuso sexual de los clérigos en los Estados Unidos

El martes 14 de agosto de 2018, el Procurador General de Pensilvania Josh Shapiro se publicó un informe exhaustivo del gran jurado que documenta el abuso sexual de más de 1,000 niños por parte de 301 sacerdotes en seis diócesis de Pensilvania. El documento narra, con una claridad nauseabunda, siete décadas de abuso sexual por parte del clero y encubrimientos sistemáticos de obispos y otros en posiciones de poder. El informe siguió los pasos de las revelaciones de los últimos meses de décadas de depredación sexual por parte del cardenal Theodore McCarrick y en la sombra de la crisis de abuso sexual en Boston y más allá.

Los crímenes detallados en el informe del gran jurado muestran un horror incomprensible. El informe resume la situación así: “Los sacerdotes estaban violando niños pequeños y niñas, y los hombres de Dios que eran responsables de ellos no sólo no hicieron nada; lo escondieron todo. Durante décadas.” Nos vemos arrodillados en repulsa y vergüenza por las abominaciones que estos sacerdotes cometieron contra niños inocentes. Estamos asqueados en igual medida por la conspiración del silencio entre los obispos que explotaron las heridas de las víctimas como garantía de autoprotección y la preservación del poder. Está claro que fue la complicidad de los poderosos lo que permitió que este mal radical floreciera con impunidad.

 

Hoy, llamamos a los Obispos Católicos de los Estados Unidos a genuinamente y con oración considerar someter al Papa Francisco su dimisión colectiva como un acto público de arrepentimiento y lamentación ante Dios y ante el pueblo de Dios.

Los urgimos a los obispos que sigan el ejemplo de los treinta y cuatro obispos chilenos, que se dimitieron colectivamente en mayo de este año después de que se habían traído a la luz las revelaciones de abusos sexuales y corrupción extendidos. A través de un prudente discernimiento, el Papa Francisco finalmente aceptó tres de estas treinta y cuatro dimisiones. Cabe señalar que la proporción de obispos-a-católicos es casi la misma en Chile y en los Estados Unidos, y que el alcance geográfico de la crisis en este país parece superar al de Chile. Después de años de verdades reprimidas, la decisión sin reservas de las dimisiones de los obispos chilenos transmitió a los fieles un mensaje que los católicos en Estados Unidos aún no han escuchado, con una urgencia que todavía tenemos que presenciar: hemos causado esta devastación. Hemos permitido que persista. Nos sometemos a juicio en recompensa por lo que hemos hecho y no hemos podido hacer.

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Algunos sentirán que la dimisión de todos los obispos es injustificada e incluso nocivo para el trabajo de curación. Después de todo, muchos obispos son en verdad siervos humildes y pastores bien intencionados. Este es un impulso que reconocemos, pero no es uno que podamos aceptar. La escala catastrófica y la magnitud histórica del abuso dejan en claro que este no es un caso de “algunas manzanas podridas”, sino más bien una injusticia radical sistémica manifestada en todos los niveles de la Iglesia. El pecado sistémico no puede terminarse a través de la buena voluntad individual. Sus heridas no se curan a través de declaraciones, investigaciones internas o campañas de relaciones públicas, sino a través de la responsabilidad colectiva, la transparencia y la verdad. Somos responsables de la casa en la que vivimos, incluso si no la construimos nosotros mismos. Es por eso que llamamos a los Obispos de los Estados Unidos a presentar sus renuncias colectivamente, en reconocimiento de la naturaleza sistémica de este mal.

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Si queremos decir “nunca más” a esta epidemia catastrófica de violencia sexual dentro de la Iglesia, entonces se requiere un cambio estructural en una escala previamente inimaginable. Muchos han ofrecido propuestas sensatas para reformas específicas que comenzarían a convertir esta cultura de violencia eclesial en una de transparencia, responsabilidad, humildad, seguridad y confianza ganada. Estas son propuestas que apoyamos incondicionalmente, comenzando con investigaciones externas de cada provincia eclesiástica en los Estados Unidos similar a la que acabamos de completar en Pensilvania. Al mismo tiempo, reconocemos que la verdad y el arrepentimiento son requisitos previos para la conversión. Esto es tan cierto para la conversión institucional como para la conversión individual. Como un cuerpo colectivo, los obispos han dado a los fieles pequeños indicios de que reconocen y toman responsabilidad por la impresionante magnitud de la violencia y el engaño que no han disminuido bajo su liderazgo. Por lo tanto, les pedimos que sigan el ejemplo de Cristo al ofrecer al pueblo una voluntaria abdicación del estado terrenal. Este es un acto público de penitencia y pena, sin el cual no puede comenzar ningún proceso genuino de sanación y reforma.

Nosotros, los abajo firmantes, enseñamos en escuelas católicas, colegios, universidades y programas de postgrado. Trabajamos en parroquias, centros de retiros y oficinas diocesanas. Somos feligreses, ministros eclesiales laicos, músicos litúrgicos, catequistas, trabajadores de la pastoral, ministros de niños y jóvenes, capellanes, trabajadores parroquiales, defensores de la comunidad, estudiantes, maestros, profesores, bibliotecarios e investigadores. Somos madres y padres, tías y tíos, hijos e hijas y religiosos consagrados. Somos los bautizados.

Nos solidarizamos con las miles de víctimas, nombradas y sin nombre, a quienes los sacerdotes depredadores, protegidos por el silencio complaciente de muchos obispos, han violado, maltratado, lavado del cerebro, traumatizado y deshumanizado. Nos solidarizamos con los que se han caído al alcoholismo y la adicción a las drogas, a las enfermedades mentales y el suicidio. Nos afligimos con sus familias y comunidades.

Nos afligimos de una manera diferente pero no menos profunda para nuestros estudiantes, niños, familias, padres, abuelos, amigos, vecinos y todos aquellos que amamos que han dejado o dejarán la Iglesia porque han encontrado que sus líderes no son dignos de confianza. Lloramos por nuestras parroquias, comunidades, escuelas y diócesis. Lloramos por nuestra Iglesia.

La llamada que emitimos hoy no es liberal ni conservadora. No surge de una facción o ideología en particular, sino del corazón de una Iglesia herida. Es una expresión de fidelidad a las víctimas, a Jesucristo, a la Iglesia a cuyo servicio hemos dedicado nuestras vidas.

Por lo tanto, les pedimos a ustedes, Obispos de los Estados Unidos, que consideren este humilde y público acto de penitencia en nombre de todos nosotros. Que sea el primero de muchos pasos hacia la justicia, la transparencia y la conversión. Sólo entonces puede comenzar el doloroso trabajo de curación.

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