El título de este artículo está tomado de las palabras pronunciadas por el cardenal Egidio de Viterbo en 1512 durante la oración inaugural del V Concilio de Letrán: “Homines per sacra immutari fas est, non sacra per homines”. Con ese telón de fondo, imagine la siguiente conversación entre dos seminaristas, ambos estudiando para sus diócesis. Han descubierto y se han enamorado de la misa tradicional y quieren abrazar sus riquezas, pero no están de acuerdo sobre cómo hacerlo.
Miguel: Es posible incorporar la tradición a la Misa Novus Ordo. Simplemente elegimos mejores ornamentos, mejor música, un mejor ceremonial, usamos incienso, etc. Aprendemos de la Misa tradicioanl cómo se deben hacer las cosas.
Juan: Esta es mi inquietud. ¿No es cada intento de hacer la misa nueva más tradicional una especie de innovación, al menos en comparación con lo que esperan los obispos, otros clérigos y la mayoría de los laicos, y especialmente si uno va mucho más allá de la matriz de opciones disponible? E incluso, en el mejor de los casos, cuando un sacerdote pueda «salirse con la suya», lo que le sucede interiormente a un sacerdote que hace “tradicional” su Misa semana tras semana, año tras año, ¿no lo habitúa eso a pensar que él es el arquitecto de sus bellas liturgias? ¿Que estas cosas son suyas, para tradicionalizar como quiera?
Miguel: Bueno, no, creo que está tratando de elegir lo mejor del pasado y, por lo tanto, no es algo personalmente suyo. Busca una referencia externa, no solo una brújula interna.
Juan: Pero sigue siendo una elección que tiene que hacer, y es una elección que realiza tanto en contra de las elecciones hechas durante medio siglo, como de las elecciones generalmente menos tradicionales de sus hermanos y de la mayoría de las demás diócesis. Esto es muy diferente de cómo se entendía y practicaba el culto en el catolicismo antes de la reforma.
Miguel: ¿Qué quieres decir?
Juan: Mientras clérigos diocesanos andan por ahí tratando de conformar el Novus Ordo a la tradición, miembros de institutos y comunidades tradicionales simplemente se recuestan y dejan que la tradición los forme a ellos por su propio poder y perfección. El restauracionista del Novus Ordo, por muy fiel que sea a la tradición, sigue suscribiendo a un proyecto contradictorio consigo mismo. Porque, para ser genuinamente tradicional, un discípulo tiene que hacerse cada vez más pequeño; Sin embargo, para hacer que el Novus Ordo sea tradicional, el mismo tiene que hacerse cada vez más grande. El primer camino es una evacuación del ego: un laico puede decir «oh, cualquier sacerdote servirá, siempre que diga la antigua misa». El último camino es: ¡un logro! El celebrante llega a ser conocido kilómetros a la redonda como «el que da la misa nueva con mucha reverencia». Así como uno de los sacerdotes desaparece en el rito, el otro, irónicamente, es magnificado por él.
Miguel: Desde esa posición ventajosa, ¿no sería mejor, más propicio para la santidad, ser un laico en una parroquia tradicional que un sacerdote conservador en el mundo del Novus Ordo?
Juan: Es difícil escapar de esa conclusión. El laico es libre de ajustarse a una tradición objetiva, mientras que el sacerdote Novus Ordo está constantemente adaptando la liturgia a sus propias (y probablemente mejores) ideas de lo que debería ser pero no es y no tiene que ser (y, para algunos obispos, nunca debería ser). Y no olvidemos que ni siquiera se puede garantizar la libertad de lograr su objetivo bienintencionado. Lo más probable es que se vea obligado una y otra vez a ir en contra de su conciencia, en contra de su conocimiento de lo que es mejor.
Miguel: Me recuerda a una familia que conozco, donde el padre se volvió católico tradicional mientras que la madre no, y eso generó todo tipo de problemas. Parece como si un seminarista diocesano amante de la tradición entrara en una especie de matrimonio mixto con una típica diócesis Novus Ordo, incluso cuando todos en la foto consienten de buena voluntad; y ese matrimonio puede romperse rápidamente.
Juan: Correcto. Si hubiese elegido una mejor pareja para empezar, el «matrimonio» tendría una probabilidad mucho mayor de éxito.
Miguel: (Después de una pausa) ¿Qué debemos hacer entonces? ¿Cuál es la solución?
Juan: No sé si haya solo una solución. Pero sé cuál es mi solución: dejar el seminario diocesano y empezar de nuevo en un instituto o comunidad tradicional.
Miguel: ¿Y qué pasa si el Vaticano prohíbe a tales grupos aceptar nuevos miembros, o incluso cierra sus seminarios, como dicen los rumores que puede suceder pronto?
Juan: Si eso ocurre, los superiores deben tener la claridad mental para reconocer que se está cometiendo un asalto contra el bien común de la Iglesia, contra su fe, su tradición, su pasado, su herencia, el consenso de todos los papas anteriores y concilios, las realidades más sagradas, el bien de las familias y especialmente de los niños, y el don divino de las vocaciones, y deben tener el valor de negarse a reconocer tales prohibiciones o cierres. Los seminarios deben permanecer abiertos y funcionales, y continuar con la tranquilidad de antes. Deben continuar aceptando nuevos miembros, independientemente de su condición canónica, y continuar con la formación sacerdotal o religiosa, independientemente de las penas amenazadas o dictadas, todas las cuales serían nulas y sin efecto ya que emanan de quienes actúan con odio y desprecio de la Fe y son contrarios a todos los principios normativos del derecho. Los fieles laicos apoyarían generosamente al personal, a las instalaciones y a las actividades de todos estos grupos, sosteniéndolos hasta que amaneciese un día mejor en el que se reconociese una vez más la legitimidad inherente de su posición.
Miguel: ¡Audaces palabras!
Juan: O hacemos esto, o dejamos que los modernistas nos pisoteen a nosotros y a la Fe tradicional hasta la muerte. Que es lo que quieren. ¿Por qué deberíamos dejar que lo logren? Nunca podríamos tener paz en nuestra conciencia si le damos la espalda a lo que el Señor nos ha permitido ver. Somos hombres transformados. Y debemos vivir como hombres transformados. Eso es lo que Dios espera de nosotros. No debemos desperdiciar sus gracias. Además, lo sabes tan bien como yo: un sacerdote que se ha acostumbrado al alimento incomparable de la antigua Misa no puede simplemente dejarlo a un lado como un trapo viejo ante la orden de un dictador mezquino con mitra. Sería una especie de eutanasia espiritual. Y creo que lo mismo aplica a nosotros.
Miguel: Sí… tienes razón. No puedo no ver lo que veo ahora. La tradición es una gracia. Quiero decir, verla, enamorarse de ella, dejar que moldee tu mente y tu corazón… ¡Qué gracia hemos recibido! Domine, non sum dignus…
* * *
Esta conversación puede ayudar a cristalizar una verdad que sigue sin ser clara para muchas personas. De hecho, es una contradicción en los términos decir que uno tiene que volverse cada vez más grande (en el sentido de ejercitar los propios juicios y la fuerza volitiva) para hacer que el Novus Ordo sea «tradicional» cuando el mayor beneficio de la tradición es que le permite a uno hacerse cada vez más pequeño, para dejar brillar la sabiduría y la caridad de la Iglesia a través de la representación icónica de Cristo.
Estrictamente desde ese punto de vista, ser un laico que lleva una vida litúrgica plenamente tradicional sería superior a ser un sacerdote que debe celebrar el Novus Ordo de forma exclusiva o frecuente. No se trata aquí de culpar a nadie; la mayoría de los sacerdotes que han descubierto las bendiciones de la tradición lo hicieron después de su ordenación, cuando era demasiado tarde (por así decirlo) para orientarse exclusivamente por ella. Un sacerdote que supiera de antemano que, al permanecer dentro de una diócesis, estaría perpetuamente nadando contra la corriente en sus esfuerzos por hacer del nuevo rito algo que nunca tuvo la intención de ser, tendría, por otro lado, más razones para sufrir insomnio preguntándose qué diablos está haciendo.
No es de extrañar, por tanto, que el clero del Novus Ordo que «despierta» más tarde a la magnitud total del problema litúrgico experimente una gran crisis. Algunos de ellos intentan dejar la diócesis para unirse a una comunidad tradicional; en sí mismo no es un paso fácil de dar, con todos los permisos necesarios en ambos lados, y el desafío de las asignaciones temporales durante un período de prueba, y sin un resultado seguro. Otros, como el P. Bryan Houghton (autor de los clásicos Judith’s Marriage y Mitre & Crook), se dan cuenta de que deben jubilarse anticipadamente o encontrar una «línea de trabajo» diferente. El P. Houghton prefirió renunciar a su puesto de párroco en lugar de celebrar el Novus Ordo, se asentó en el sur de Francia y terminó siendo el feliz capellán de un grupo de laicos pequeño y bastante informal que asistían a sus misas tradicionales. Hoy en día, se pueden encontrar laicos que estén completamente dispuestos a juntar recursos para apoyar al “clero cancelado” que busca ofrecer la Misa tradicional porque saben que deben hacerlo.
Por supuesto, existe un futuro muy diferente que algún día podría llegar a existir. Dado que los posibles candidatos al sacerdocio se sienten cada vez más atraídos por la Misa tradicional, una diócesis con visión de futuro, incluso a raíz de Traditionis Custodes, podría crear silenciosamente una “pista de Misa tradicional”, en la que los seminaristas que deseen ofrecer exclusivamente la liturgia de siempre sean asignados eventualmente a santuarios, basílicas, oratorios y capillas (no parroquias, fíjate…) que se especializarían en ello, para el creciente número de fieles que lo solicitan, y para sus familias en crecimiento. Las diócesis que deseen sobrevivir deberán adaptarse a las necesidades cambiantes de los fieles y las aspiraciones cambiantes de los seminaristas actuales o potenciales. Algunas diócesis más sabias antes de Traditionis Custodes ya estaban en esto y comenzando a planificar con anticipación lo inevitable, como informó el P. Zuhlsdorf.
Pero a menos que y hasta que esto suceda, los hombres que se encuentran entre los “jóvenes [que] han descubierto esta forma litúrgica, han sentido su atracción y han encontrado en ella una forma de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía, especialmente adecuada para ellos” (Carta a los obispos que acompaña el motu proprio Summorum Pontificum) se encontrarán en la posición de Miguel y Juan en mi diálogo imaginario: necesitados de encontrar una orden o comunidad tradicional. Eso también está en la Providencia de Dios, porque Él está levantando faros de tradición para iluminar las tinieblas de la anarquía eclesial. Y también es el plan providencial de Dios que a las fuerzas enemigas en el Vaticano les esté siendo permitido alinearse contra los verdaderos guardianes de la tradición. La batalla ha comenzado. Hay una gran gloria que ganar, o la miseria de la deserción y la rendición.
Esto es lo que sabemos con certeza: una persona tiene la obligación de salir de situaciones en las que es bombardeado continuamente con exigencias o peticiones que tensan o hieren su conciencia. Incluso si pudiera hacer una rápida reserva mental para justificar (o excusar) algún acto de complicidad, es como vivir al filo de una navaja afilada e implacable. No es una forma saludable de vivir. Se supone que debemos ser capaces de entregarnos a la liturgia como a un maestro superior en quien se pueda confiar absolutamente nuestro bien espiritual.
Traducido por Agustín