(Sac. 3.4)
Como decíamos en artículos precedentes, la Confirmación lleva a plenitud la gracia recibida en el sacramento del Bautismo; por ella, nos transformamos en testigos y apóstoles de Cristo nuestro Señor. Desgraciadamente, estas gracias especiales que nos podría dar el Espíritu Santo a través de este sacramento con mucha frecuencia se pierden o no dan fruto, ya sea porque no se recibe el sacramento, ya sea porque no se está debidamente preparado o porque, en lugar de seguir las inspiraciones del Espíritu, el cristiano se dedica a manipularlo y ponerlo a su propio servicio.
Crisis actual de este sacramento
En la actualidad, este sacramento está sufriendo una profunda crisis, y que no es otra cosa sino el resultado de la profunda crisis de fe de la Jerarquía y del pueblo cristiano en general. Un efecto de esta crisis es el abandono de aquellos medios que Cristo nos dejó para nuestra santificación:
- Si repasamos rápidamente la situación de cada uno de los sacramentos veremos que es absolutamente desastrosa. Por ejemplo: el Bautismo ha quedado reducido en muchos casos a una presentación en sociedad del nuevo infante. La Confesión o Penitencia ha caído en desuso por la sencilla razón de que se ha perdido el sentido del pecado, y como consecuencia, de la necesidad de acudir al sacramento para obtener el perdón de Dios. La Eucaristía es recibida sacrílegamente por muchos católicos que acceden a ella en pecado mortal. Del Matrimonio y del Orden sacerdotal, mejor no hablemos, pues todos conocemos en qué situación se encuentran. Y la Unción de los enfermos, o ha desaparecido, o ha quedado prácticamente reducida a una ceremonia espectáculo en el que los más abuelitos de la parroquia se acercan para ser “sanados” tal como pueden hacer ciertas confesiones protestantes.
- La casi total desaparición de la práctica religiosa y de la vivencia de los principios cristianos en el seno de las familias supuestamente católicas.
- La total desvalorización y banalización del sacramento de la Confirmación, tanto por parte de la Jerarquía como por parte de los fieles cristianos.
- El tanto por ciento de bautizados que luego son confirmados no supera el 20% (según las estadísticas oficiales de las conferencias episcopales). Una de las causas de ello es el hecho de haber retrasado la Confirmación hasta la adolescencia; etapa en la cual el joven está más preocupado en las cosas del mundo que en las de Dios. Otra, no menos importante, el hecho de que en la mayoría de los casos la Confirmación ya no es realizada por el obispo sino por los vicarios e incluso por los sacerdotes.
- La paupérrima preparación que se recibe para la recepción de este sacramento. Además, los catecismos de Confirmación, más parecen un cúmulo de consejos psicológicos para superar los problemas propios de la adolescencia, que libros en los que se recuerde, explicite y profundice la fe cristiana.
La manipulación del Espíritu
A lo largo de la dilatada historia de la Iglesia, ha habido muchas personas y grupos que, proclamándose a sí mismos como “guiados” por el Espíritu no han hecho otra cosa que manipularlo y ponerlo al servicio de sus propios intereses. Recordemos que, según palabras de Cristo, el Espíritu no habla de sí mismo (Jn 16:13), sino que su función primordial es enseñarnos y hacernos recordar lo que Cristo nos reveló (Jn 14:26).
Con bastante frecuencia hemos oído hablar de la existencia de dos iglesias que en cierto modo se encuentran en permanente tensión: la Iglesia jerárquica y la Iglesia carismática. Una, la Iglesia jerárquica, sería la encargada de transmitirnos las normas y enseñanzas establecidas por el Magisterio; y la otra, la Iglesia carismática, que sin olvidarse de las normas y de la letra, estaría más orientada en la vivencia de la fe recibida.
En algunas ocasiones se ha intentado establecer una contraposición entre las enseñanzas de estas dos iglesias; lo cual es el resultado de intentar confundir y dividir a los fieles. La Iglesia verdadera nunca puede estar dividida en sí misma, pues sólo hay Una. Lo que sí ha sido frecuente a lo largo de su historia es que se hayan presentado momentos en los que la Iglesia jerárquica ha tenido que escuchar a la Iglesia carismática para definirse mejor o corregir ciertas desviaciones que comenzaban a aparecer.
Ya ocurrió entre San Pedro y San Pablo, considerados los primeros “representantes” de ambas iglesias, cuando hubo las primeras controversias dentro del seno de la Iglesia; controversias que fueron aclaradas en el Concilio de Jerusalén.
A lo largo de los siglos, siempre hubo una tensión entre ambas iglesias; pero lo que nunca hubo –si ambas iglesias actuaban siguiendo al Espíritu-, fue contraposición entre sus enseñanzas.
Recordemos en tiempos más modernos casos como San Francisco de Asís (s. XII) o Santa Catalina de Siena (s. XIV) discutiendo con los papas. Sí es verdad que, en algunas ocasiones, aquellos que se creían iluminados especialmente por el Espíritu, decidieron separarse de la Iglesia oficial para formar las suyas propias, como fueron los casos de Lutero, Calvino, Zwinglio, y otros herejes.
El problema grave ha surgido en los últimos sesenta años, cuando aquéllos que teóricamente formaban parte de la Iglesia católica se han declarado rebeldes y, autoproclamándose poseedores de la verdad y auténticos voceros del Espíritu, están proponiendo a la Iglesia nuevos caminos que son opuestos a las enseñanzas de su Fundador. Dígase el caso de los Movimientos Carismáticos, Neocatecumenales, videntes, visionarios; y en general, personas que se consideran a sí mismas como auténticos transmisores de las enseñanzas de Cristo, aunque para ello tengan que separarse de las auténticas enseñanzas del Magisterio.
Una de las primeras condiciones que ha de cumplir el auténtico apóstol de Jesucristo es la de ser transmisor fiel del mensaje recibido. Todos podemos profundizar en su mensaje, pero nadie puede inventarse nada nuevo. Recordemos las palabras de San Pablo: “Os transmito lo que a mi vez yo he recibido, que…” (1 Cor 11:23). Y en otro lugar, el mismo San Pablo nos dice: “Así han de considerarnos los hombres: ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Por lo demás, lo que se busca en los administradores es que sean fieles.” (1 Cor 4: 1-2).
El Camino Neocatecumenal
Aunque aparentemente son un bien para muchas almas, están haciendo un profundo daño a la Iglesia por las siguientes razones:
- Valiéndose de la misma Iglesia, están levantando una iglesia paralela.
- Porque en realidad son una secta, aunque hayan recibido la bendición de muchos obispos e incluso papas. Y son una secta porque gran parte de la teología de fondo que se enseña y vive es herética o cuasi-herética: en los sacramentos en general, y en particular en lo referente a la Eucaristía, la Penitencia y el Orden Sacerdotal. El concepto que tienen de la Santa Misa es totalmente herético. En palabras de Mons. Schneider: “El Camino Neocatecumenal es una comunidad judío-protestante dentro de la Iglesia, sólo con una decoración católica”.
- Es una sociedad hermética, de tal modo que las personas que están en niveles inferiores del “Camino” no saben realmente lo que ocurre en los niveles superiores porque se guarda un profundo secretismo. De hecho, muy pocas personas conocen el auténtico Catecismo que se enseña dentro de las Comunidades.
- Se ha convertido en la asociación religiosa con más poder e influencia; poder e influencia que usan en su propio beneficio y en contra de la misma Iglesia institucional.
- Han tenido su auge como consecuencia de la profunda crisis que sufre la vida religiosa, la religiosidad familiar y la Iglesia en general. Ellos, presentándose como baluarte del auténtico cristianismo han confundido y luego engañado a muchos que inocentemente todavía siguen en su seno.
Si desea tener un conocimiento más profundo del Camino Neocatecumenal puede consultar estos artículos que aparecieron en este portal hace un tiempo.[1]
Hace unas semanas el Sr. Obispo A. Schneider era preguntado sobre el Camino Neocatecumenal; y estas fueron sus respuestas:
¿Cuál es su opinión sobre el Camino Neocatecumenal?
“Este es un fenómeno muy complejo y triste. Para hablar abiertamente: Es un caballo de Troya en la Iglesia. Los conozco muy bien porque yo fui un delegado episcopal para ellos durante varios años en Kazajstán en Karaganda. Y ayudé a sus misas y reuniones y leí los escritos de Kiko, su fundador, así que los conozco bien. Cuando hablo abiertamente sin diplomacia, debo decir: El Camino Neocatecumenal es una comunidad judío-protestante dentro de la Iglesia sólo con una decoración católica. El aspecto más peligroso es con respecto a la Eucaristía, porque la Eucaristía es el corazón de la Iglesia. Cuando el corazón está en malas condiciones, todo el cuerpo está en malas condiciones. Para el neo-catecúmeno, la Eucaristía es ante todo un banquete fraterno. Esto es protestante, una actitud típicamente luterana. Ellos rechazan la idea y la enseñanza de la Eucaristía como un verdadero sacrificio. Incluso sostienen que su enseñanza tradicional, y la fe en la Eucaristía como sacrificio no es cristiana, sino pagana. Esto es completamente absurdo, esto es típicamente luterano, protestante. Durante sus liturgias eucarísticas tratan al Santísimo Sacramento, de tal manera banal, que a veces llega a ser horrible. Se sientan al recibir la Santa Comunión, y luego se pierden los fragmentos, ya que no se hacen cargo de ellos, y después de la comunión bailan en lugar de orar y adorar a Jesús en silencio. Esto es realmente mundano y pagano, naturalista”.
“El segundo peligro es su ideología. La idea principal del Neo-catecumenado según su fundador Kiko Argüello es la siguiente: la Iglesia tenía una vida ideal sólo hasta Constantino en el siglo IV, sólo ésta era efectivamente la verdadera Iglesia. Y con Constantino la Iglesia comenzó a degenerar: degeneración doctrinal, degeneración litúrgica y moral y la Iglesia tocó fondo de esta degeneración de la doctrina y la liturgia con los decretos del Concilio de Trento. Sin embargo, lo contrario es cierto: este fue uno de los aspectos más destacados de la historia de la Iglesia, debido a la claridad de la doctrina y la disciplina.
Según Kiko, el oscurantismo de la Iglesia duró desde el siglo IV hasta el Concilio Vaticano II. Fue sólo con el Concilio Vaticano II que la luz entró en la Iglesia. Eso es una herejía, porque esto quiere decir que el Espíritu Santo abandonó la Iglesia. Y esto es muy sectario y muy en línea con Martín Lutero, quien dijo que, hasta él, la Iglesia había estado en la oscuridad y fue sólo a través de él que llegó la luz a la Iglesia. La posición de Kiko es fundamentalmente la misma, solamente que Kiko postula el oscurantismo de la Iglesia de Constantino hasta el Vaticano II. Ellos dicen que son apóstoles del Vaticano II. De este modo justifican todas sus prácticas heréticas y enseñanzas con el Vaticano II. Esto es un grave abuso”.
¿Cómo puede ser oficialmente admitida esta comunidad en la Iglesia?
“Esta es otra tragedia. Establecieron un poderoso grupo de presión en el Vaticano hace al menos treinta años. Y hay otro engaño: en muchos eventos presentan muchos frutos de conversión y muchas vocaciones a los obispos. Una gran cantidad de obispos están cegados por los frutos, y no ven los errores, y no los examinan”.
¿Cuál es la piedra angular de la doctrina?
“La doctrina de la Eucaristía. Estoy seguro de que llegará el momento en que la Iglesia objetivamente examine esta organización a profundidad sin la presión de los lobbies del Camino Neocatecumenal, y sus errores en la doctrina y la liturgia verdaderamente saldrán a la luz”.
¿Quiénes son pues, los manipuladores del Espíritu?
Decía el papa León XIII que tan peligroso como un hereje era aquel pastor que, mezclado con la doctrina sana pone gotas de veneno. Ese veneno acabará matando el “alma” de la persona.
Manipuladores del Espíritu son aquellos que habiendo perdido el temor de Dios tiranizan a pastores y laicos con normas que van en contra del Magisterio de siempre.
Manipuladores del Espíritu son aquellos pastores que tuercen y reinterpretan la Palabra de Dios con el fin de hacerla coincidir con las suyas propias.
Manipuladores del Espíritu son aquellos pastores y fieles que se presentan en nombre de Dios, pero que luego no transmiten la verdad revelada sino la que a ellos se les ocurre.
Manipuladores del Espíritu son aquellos “visionarios” y pastores que transforman la liturgia en auténticos espectáculos circenses; díganse Encuentros mundiales de la juventud, Misas de sanaciones al más puro estilo protestante….
Manipuladores del Espíritu son aquellos que, creyéndose “iluminados” convocan concilios o abren las “ventanas del Vaticano” para que “los miasmas del mundo” entren, penetren y destruyan a la Iglesia.
Manipuladores del Espíritu son muchas organizaciones y grupos denominados “carismáticos” que más que dejarse guiar por el Espíritu y transmitir sus enseñanzas no hacen otra cosa que envenenar al pueblo fiel con las suyas propias.
Manipuladores del Espíritu son aquellos que intentan hacernos creer que la Verdad no existe; que todas las religiones son iguales; y que cualquier modo y medio es igualmente válido para alcanzar la salvación.
Manipuladores del Espíritu son aquellos que, valiéndose de su cargo, ya sea político, económico, educativo, religioso… separan al hombre de Dios y de sus leyes.
A todos los que actúan así les espera: “el llanto y el rechinar de dientes en la otra vida” (Mt 8:12); “el fuego eterno” (Jud 1:7); “el juicio de Dios” (Mt 13: 49-50) o “ser arrojados al mar con una piedra de molino entorno a su cuello” (Lc 17:2).
En el fondo de todo, cuando el hombre pretende manipular al Espíritu Santo para ponerlo a su servicio, vuelve a caer en la misma tentación que nuestros Primeros Padres Adán y Eva: la tentación de pretender ser como Dios. Que no es otra cosa sino la manifestación del deseo de echar a Dios de sus vidas para así convertirse cada uno en su propio dios.
“El Espíritu sopla donde quiere”
El Padre Gálvez, en su último libro “Sermones para un mundo en ocaso” hace un profundo y detallado estudio de este problema que estamos hablando. De ahí mismo tomamos algunas reflexiones.
Frente a esos manipuladores del Espíritu, permanece la auténtica doctrina: “El Espíritu sopla donde quiere” (2 Cor 3:17). Y puesto que el Espíritu es Dios, no puede estar determinado por nada ni por nadie. Por eso se entrega a quien quiere, donde quiere, cuando quiere y del modo que quiere.
De donde se deduce la falsedad de los dones y facultades que en la Iglesia se atribuyen a sí mismos los Movimientos Catecumenales y Neocatecumenales Carismáticos. Los cuales pretenden invocar al Espíritu y acceder a tales gracias cuando a ellos se les antoja y del modo que se les antoja. Y aún resulta más disparatado el modo en el que celebran sus liturgias y la forma en la que el Espíritu responde, según ellos, a sus invocaciones. Cosa que hace siempre y necesariamente, mediante carismas, inspiraciones, alocuciones y hasta milagros, de tal manera que la actuación del Espíritu recuerda el modo de comportarse un auto servicio.
Pero tales invocaciones se encuentran más bien en la línea de los conjuros que se atribuyen a los brujos y brujas, y en donde el único espíritu que quizá ronda entre ellos —en el caso de que ronde alguno— no puede ser otro que alguno diabólico. Tal como corresponde a Movimientos Espirituales cuyas doctrinas se encuentran enteramente al margen de la auténtica y tradicional Doctrina de la Iglesia.[2]
……
Un problema especial, aunque bastante interesante por su extraordinaria importancia y numerosas implicaciones, es el de la audición de la voz del Espíritu. Sí, ¿pero se oye verdaderamente la voz del Espíritu…? En una época como la actual, en la que abundan por doquier los profetas y visionarios, amén de los adictos a las sectas Catecumenales, en un mundo de mentiras en el que existen tantas posibilidades de ejercer el timo, de engañarse a sí mismo y de ser engañado por otros, ¿cómo se puede estar seguro de que se trata verdaderamente de la voz del Espíritu?
Por eso debe desconfiarse de la autenticidad de supuestas voces del Espíritu aireadas públicamente, en absoluta ausencia de recato, por los encendidos receptores de tales inspiraciones. La verdad es que el Espíritu no parece gustar de la publicidad, y en cuanto a sus comunicaciones en orden a que sean difundidas en la Iglesia, ya están contenidas en la Revelación oficial y refrendadas por el Magisterio de la misma Iglesia. Por otra parte, cuando son verdaderas y auténticas sus inspiraciones, suelen ser recibidas por el alma destinataria bajo sentimientos de humildad y condiciones de silencio. El alma a quien se conceden tales gracias nunca confía en sí misma, se somete siempre al juicio de la Iglesia y se asegura bajo la autoridad de un serio maestro de vida espiritual. La falta de humildad y los deseos de ser conocido, por parte del destinatario de las inspiraciones, es señal infalible de falsedad.
Por último, también debe tenerse en cuenta, principalmente en épocas de crisis espiritual como es la actual, que los visionarios y falsos profetas abundan por todas partes como plaga que arrasa, además de que es un hecho comprobado que son infinidad los cristianos que ponen más su confianza en las revelaciones particulares que en la Revelación oficial. La profundidad a la que puede llegar la ingenuidad de los hombres es insondable, y así les va.[3]
Los Apóstoles y sus sucesores fueron enviados a evangelizar la Palabra según lo que les había sido dado y enseñado, y no otra cosa diferente: Id e instruid a todas las gentes…enseñándolas a guardar todo lo que os he mandado. Y ni siquiera el Espíritu hablará por Sí mismo, sino solamente de lo que oyere, como afirma expresamente un importante texto: “Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir” (Jn 16:13).
De ahí la necesidad que existe para el Pastor de las ovejas de aprender las palabras del Espíritu, para lo cual es necesario escucharlas. Lo cual es cosa que sólo se puede hacer a través de la oración, pues solamente en el silencio y en la soledad es donde habla el Espíritu. Pero en la Nueva Iglesia se ha perdido el sentido del silencio y de la soledad. Y con ellos el valor de la oración, hasta el punto de que esta Iglesia ha decidido suprimir oficialmente la vida consagrada y contemplativa, por más que lo haga bajo el falso marchamo de mejorarla. Y sin la oración, se ha hecho imposible aprender de las palabras del Espíritu y, consecuentemente, toda posibilidad de verdadera predicación. Y ya sin la Palabra que las alimente, las ovejas languidecen y mueren en masa faltas de alimento. Así es como han llegado a la Iglesia la general apostasía y su total desolación.[4]
El Espíritu actuará como Juez
Tal como nos dice Jesucristo: “Cuando venga el Paráclito, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado” (Jn 16: 8-11).
El Espíritu sigue colmando la existencia cristiana de misterios y de paradojas. He aquí que el Óptimo Consolador, el Dulce Huésped del Alma y el Dulce Refrigerio, como lo llama la Liturgia, es también El Gran Acusador, según un título que responde a las funciones que le asigna el mismo Jesucristo.
En Dios todo procede con lógica infinita. Aquí no podía ser de otro modo, puesto que el Espíritu es el Espíritu de la Verdad. La Verdad acaba siempre por imponerse sobre la mentira por exigencia de la misma naturaleza de las cosas. La mentira no es sino una aberrante falsedad disfrazada de verdad, cosa que se ve obligada a hacer puesto que sin las apariencias de la verdad ni siquiera puede existir; hasta ese punto ha de humillarse y rendir subordinación a la verdad. A su vez, el vicio no es sino otra aberración, pero disfrazada de bien, ya que no tiene otro camino para ser aceptado por el ser humano.
Pero como mentiras que son ambos, carecen de razón alguna para existir. Si de hecho siguen existiendo, las exigencias de la Justicia harán realidad el momento en el que tal existencia habrá de someterse a la mera condición de perpetua maldición y de eterna condenación.
De ahí la necesidad del Juicio, como epílogo de la existencia terrena de todo hombre y también de todas las sociedades por él creadas y que han existido a lo largo de la Historia. Que la actuación final de El Gran Acusador y la aplicación de la Justicia se hagan esperar no quiere decir que no vayan a producirse, y además es cosa que forma parte del Plan Divino en la Historia de la Salvación. Ya decía San Pedro en su Segunda Carta que habrá unos cielos nuevos y una tierra nueva, los cuales esperamos según su promesa, y en los que habita la justicia. La demora no es sino otra aplicación de la Misericordia de Dios —siempre unida a su Justicia— a fin de agotar todas las oportunidades: a los elegidos, para mayor aumento de su gloria; a los inicuos, para mayor intensidad de sus tormentos eternos.
Por lo tanto, el Espíritu acusará al mundo de pecado porque no creyó en Jesucristo, y será castigado con no volver a verlo jamás. Una sentencia acerca de la cual no se suele reflexionar suficientemente, pues quedar privado de la posesión y del gozo del amor de Jesucristo por toda la eternidad es un castigo cuya gravedad ninguna mente creada sería capaz de imaginar. En cuanto al Príncipe de este Mundo su sentencia ya está dictada: desplegará todo su poder durante un tiempo que será breve, comparado sobre todo con la eternidad en la que lo más terrible de la Justicia divina caerá sobre Él.[5]
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Con esto acabamos el capítulo correspondiente a la Confirmación para comenzar la próxima semana a estudiar el sacramento de la Penitencia.
Padre Lucas Prados
[1] https://adelantelafe.com/herejias-y-desviaciones-del-camino-neocatecumenal/ https://adelantelafe.com/el-camino-neocatecumenal-al-descubierto/
[2] Alfonso Gálvez, Sermones para un mundo en ocaso, New Jersey 2016, pág. 79.
[3] Alfonso Gálvez, o.c., págs. 90-92.
[4] Alfonso Gálvez, o.c., págs. 117-118.
[5] Alfonso Gálvez, o.c., págs. 118-119.