San Buenaventura de Bagnoregio (1217-1274) es una de las más importantes figuras de la historia de la Iglesia. Fue teólogo en la Sorbona, general de los franciscanos, obispo y cardenal. Fue canonizado en 1492, y en 1588 fue proclamado Doctor de la Iglesia. Entre sus numerosas obras se cuenta un Sermón sobre el nacimiento del Señor que predicó en la iglesia de Santa María de la Porciúncula en el que dio a conocer algunos sucesos prodigiosos que tuvieron lugar durante la noche en que nació Nuestro Señor en Belén.
Presento a continuación una traducción del texto original latino:
«Según diversos testigos, estos que voy a contar son los milagros que se manifestaron al pueblo pecador el día de la Natividad de Cristo:
»Primero: En el cielo de Oriente apareció una estrella resplandeciente dentro de la cual se observaba la imagen de un Niño bellísimo en cuya cabeza brillaba una cruz, para señalar el nacimiento de Aquél que venía a iluminar el mundo con su doctrina, su vida y su muerte».
Siempre ha habido prodigios atmosféricos que han acompañado los grandes momentos en que Dios ha intervenido en la historia. Pensemos en el milagro del sol de Fátima del 13 de octubre de 1917. Es natural que ocurriera otro la noche de la Natividad.
«Segundo: En Roma, se observó al mediodía sobre el Capitolio un cerco dorado en torno al sol, que fue visto por el Emperador y por la Sibila. En el centro destacaba una reluciente y bellísima Virgen que tenía en sus brazos a un Niño, a fin de manifestar que quien estaba naciendo era el Rey del mundo, que se mostraba como «resplandor de la gloria del Padre e impronta de sustancia» (Hebreos 1,3) Al ver esta señal, el prudente emperador (Augusto) ofreció incienso al Niño, y no consintió desde ese momento que nadie lo llamase dios».
De este suceso dan cuenta numerosas tradiciones, que añaden además que mientras el Emperador tenía fija la mirada en la visión oyó una voz que decía: «Este es el altar del Cielo». El lugar donde la vio fue consagrado más tarde a la Virgen y se convirtió en la basílica de Araceli (Ara Coeli, altar del Cielo).
«Tercero: En Roma fue destruido el Templo de la Paz. Cuando este fue construido, los demonios se preguntaban cuánto tiempo duraría. La respuesta del oráculo fue: «Hasta que conciba una Virgen». Esta señal reveló que estaba naciendo Aquél que habría de destruir los edificios y las obras de la vanidad».
Pero una nueva era de paz surgía para la sociedad humana.
«Cuarto: Una fuente de aceite de oliva brotó de improviso en Roma y fluyó copiosamente durante mucho tiempo hasta el Tíber para hacer ver que nacía la fuente de la piedad y la misericordia».
Este acontecimiento lo narra también el papa Inocencio III y figura en la Leyenda Áurea de Santiago de la Vorágine.
«Quinto: En la noche de la Natividad, las viñas de Engadi, balsámicas y aromáticas, se cubrieron de hojas y produjeron néctar, para dar a entender que nacía Aquél que traería una floración, renovación y fructificación espiritual y con su perfume atraería al mundo entero».
Todas las criaturas animadas, como las plantas y los árboles, manifestaron el nacimiento de Cristo. Entre ellas las viñas de Engadi, en Judea, mencionadas en el Cantar de los cantares (1,13), que florecieron y produjeron vino. Esto también lo cuenta la Leyenda áurea.
«Sexto: Unos treinta mil rebeldes fueron ajusticiados por orden del Emperador para manifestar el nacimiento de Aquél que conquistaría para su fe al mundo entero y arrojaría al Infierno a los rebeldes».
El reinado de Augusto restableció el orden en el Imperio, prefigurando el orden de Cristo en la paz de Cristo.
«Séptimo: Todos los sodomitas de ambos sexos fallecieron en la Tierra, como recordó San Jerónimo comentando el Salmo, «nace una luz para el justo», poniendo de relieve que Aquél que nacía venía a reformar la naturaleza y promover la castidad».
Añade San Agustín que «cuando Dios vio entre los hombres un vicio contra la naturaleza y poco le faltó para no encarnarse». Convenía acabar con el vicio sodomítico. Este acontecimiento, que nos lo transmite un doctor de la Iglesia de la autoridad de San Buenaventura, nos da mucho que meditar en estos tiempos.
«Octavo: Un animal habló en Judea, y lo mismo hicieron dos bueyes, para que se entendiese que nacía Aquél que transformaría a los hombres bestiales en seres racionales».
También da cuenta de este episodio Santiago de la Vorágine. Era justo, porque, como los árboles y las plantas, los animales manifestaron igualmente el nacimiento de Cristo.
«Noveno: En el momento en que Virgen dio a luz, todos los ídolos de Egipto cayeron y se hicieron pedazos, cumpliéndose con ello la señal predicha por el profeta Jeremías a los egipcios cuando vivía entre ellos, para que se entendiese que nacía Aquél que era el Dios verdadero, el único que debía ser adorado junto con el Padre y el Espíritu Santo».
Ese suceso prefigura la destrucción de los ídolos que tuvo lugar cuando Constantino el Grande asumió el mando del Imperio. Donde hay una sociedad verdaderamente cristiana no hay tolerancia posible para los ídolos.
«Décimo: En el momento en que nació el Niño Jesús y fue colocado en el pesebre, un buey y un asno se pusieron de hinojos y, como si estuvieran dotados de razón, lo adoraron para que se entendiese que había nacido Aquél que llamaba a judíos y paganos a darle culto».
Este es otro milagro que nos hace reflexionar. Cuando los hombres pierden la razón y se comportan como animales, Dios hace que los animales enseñen a los hombres a comportarse, arrodillándose ante el Rey del universo.
«Undécimo: El mundo entero gozó de paz y orden para que fuese evidente que nacía Aquél que amaría y promovería la paz e imprimiría para siempre su sello en sus elegidos».
Por eso, el largo periodo posterior a la asunción del poder por parte de Augusto se conoce como Pax Augusta
«Duodécimo: Aparecieron en Oriente tres estrellas a fin de hacer patente a todo el mundo que estaba a punto de revelarse la unidad y trinidad de Dios, así como que su Divinidad, Alma y Cuerpo estarían reunidos conjuntamente en una sola Persona».
El milagro de la Trinidad es el que nos enseñó a adorar el Ángel de Fátima como misterio central de nuestra Fe junto al de la Encarnación. La noche de la Natividad reveló estos misterios al mundo.
«Por todos estos motivos –concluye San Buenaventura– debe nuestra alma bendecir y venerar a Dios, por habernos librado y haber manifestado su majestad con tan grandes milagros a unos pobres pecadores como nosotros».
Al acercarse la Nochebuena, también nosotros bendecimos y veneramos a Dios implorando que nos socorra con su gracia y sus prodigios en estos tiempos de tinieblas.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)