Magisterio Ordinario – Santidad Vulgar

Nota de Adelante la Fe: Con este artículo, el fraile más famoso de la red, Fray Gerundio, se estrena como autor en Adelante la Fe. ¿Pero no publicaba ya? Sí y no. Hasta ahora mantenía su blog propio y separado, del cual reproducíamos el contenido, pero desde ahora ha decidido integrarlo por completo y exclusivamente en nuestro sitio. Es para nosotros una satisfacción y un honor darle la bienvenida a su casa, querido Fray Gerundio.

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Cuando el Papado tenía prestigio, cualquier documento salido de su boca o de su pluma, era considerado por la Cristiandad como algo valioso, digno de atención y especialmente importante para la vida cristiana. Los cristianos de a pie, no se tenían que hacer consideraciones sobre si el texto en cuestión era magisterial, extraordinario, cierto, ambiguo… o si había que prestarle asentimiento intelectual o no. Esas cuestiones se dejaban para los estudiosos, que a su vez tampoco dudaban de su valor, aunque profundizaban y buceaban en él, tan rico en teología profunda y amor a la Iglesia. Recuerdo con nostalgia los discursos de Pío XII, en los que primaba la seriedad doctrinal y la referencia a esa enseñanza unánime de la Iglesia, asumida fielmente por todos. Hasta el lenguaje empleado era culto, ¡ay!

Hace tiempo que cambiaron las cosas. Pero en este último lustro, la evolución homogénea del disparate está llegando a extremos inimaginables. Parece que al tiempo que se retiraban ornamentos, se clausuraban Estancias y Residencias, se eliminaban costumbres inveteradas, modales y gestos pontificales, se abría el paso a una especie de tsunami destructor que traía consigo aires nuevos de ordinariez. De ahí que en este Pontificado haya prevalecido el magisterio ordinario, alejado de lo elegante, delicado y exquisito. Ya sé que los ornamentos y puntillas no son lo fundamental, si no hay nada auténtico en el fondo. Lo que sí es seguro es que, en paños menores, es imposible que haya nada de fondo. De todos modos, siempre se ha dicho que hay que guardar las formas. No sé lo que pasaría si un Presidente Ejecutivo saliera a presidir la Junta de Accionistas en bermudas, con chancletas y fumándose un porro, pero probablemente no generaría mucha confianza en los accionistas e inversores. Esto es así, aunque no lo pueda entender un podemita o un bergoglita. Y por eso sus accionistas van perdiendo el ímpetu del primer entusiasmo. Ahí está la Plaza de San Pedro para dar testimonio.

Creo que el último documento sobre la santidad con minúsculas es aterrador. Como si fuera un traductor de google, ha traducido automáticamente la santidad heroica de antaño por una santidad pequeñita y de poca monta. Está bien descrita por el mismo documento como la santidad de la puerta de al lado. Siempre que en la puerta de al lado no viva un amante de la liturgia, o alguno de los teólogos firmantes de la petición al Papa sobre Amoris Laetitia o alguno de esos fariseos que se atreven a criticar. Esos no pueden ser santos. Hay que des-okuparlos del piso-de-al-lado y que venga a vivir Scalfari o la Bonino. Lo importante aquí es la santidad del que evita la murmuración, la santidad del que da los buenos días, la santidad ecológica (que recicla el papel usado; bueno, casi todo el papel usado), la santidad del que habla con un pobre por la calle.

Los héroes, para las películas. Los santos de tomo y lomo, para las biografías piadosas. Los que aman el silencio o las órdenes contemplativas, no sirven como no se apunten a Contemplativas Sin Fronteras y no metan a algunos inmigrantes en el convento por detrás de la verja. En caso contrario, bronce que suena o címbalo que retiñe, porque ahí no hay caridad. Ya lo dijo el camarada Pablo.

Me ha impactado –aunque no sorprendido-, algo que se apunta en el número 22: No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida… Parece que ronda la opción fundamental por aquí y que aquello de que bonum ex integra causa et malum ex quocumque defectu, ha pasado al cajón de los papeles o al baúl de los recuerdos. Lo que importa es la misericordia (con algunos), el discernimiento, el impulso subjetivo, el dar lo mejor de uno (aunque se condene cualquier tipo de esfuerzo –puaj, palabra pelagiana-). Y así sucesivamente…

Han aparecido estos días en internet, muchos comentarios jugosos, serios y documentados, que suspenden este nuevo Master de Francisco, redactado por algún fiel cortesano. Cualquiera puede acudir a ellos y descubrir el entramado de esta Exultación Apostólica. Yo no tengo fuerzas para ello, aunque sí que he leído gran parte de la misma. Es como una radioterapia primaveral.

Sin embargo, me parece que el capítulo segundo ha sido escrito íntegramente por Bergoglio. Su título: Dos sutiles enemigos de la Santidad, lleva implícito una dedicatoria que bien pudiera ser Los sutiles enemigos de Su Santidad. Porque está en su línea típica de insultos, advertencias, mensajes y pequeños avisos. Si alguien quiere entender de verdad el sentido y el significado, el porqué y la causa última de esta Exabruptación Apostólica, debe ir a este segundo capítulo. Ahí está la clave de un documento que no hacía ninguna falta, porque a estas alturas no creo que la Iglesia necesite una reflexión sobre la santidad de este calado.

Mis hermanos frailes me dicen que soy un exagerado. Mis novicios ya ni me ayudan en el tema tan dificultoso de internet y esas cosas. Tengo que buscar alojamiento por esas redes de Dios. Mi Superior dice que estoy de lleno en el capítulo segundo, por mi pelagianismo gnóstico y por mi gnosticismo pelagiano. Es verdad. Pero yo les he dicho que estoy en el número 22, porque aunque todo lo que hago no es auténtico o perfecto, aspiro a la santidad. Y tienen que ver mi vida en conjunto, tras más de 60 años de vida monástica. Claro que ellos no lo ven así. Me echan de la puerta de al lado y ni siquiera me dejan alojarme en el número 22. Creo que voy a tener que inmigrar al Vaticano.

Fray Gerundio de Tormes
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