El título de mi escrito merece dos explicaciones iniciales: una, que no se trata de un pensar antojadizo, caprichoso; dos, que uso la expresión «habitado» para designar que en el infierno hay seres espirituales caídos eternamente en desgracia de Dios.
Los seres que están en el lugar de perdición son ángeles malvados llamados demonios cuyo tirano mayor es Satanás. También están allí las almas de los humanos que murieron en pecado mortal (pronto estarán sus cuerpos también). Las penas son eternas pues la voluntad del réprobo queda fijada en el odio a Dios por siempre. La peor de las penas en el infierno no es la de sentido sino la de daño: el saberse enemistado con el ser más bueno que existe, Dios.
Pero decía que no se trata de un pensamiento antojadizo. No. Está fundado en las Escrituras, pues en ellas leemos que en el infierno será «el llanto y el rechinar de dientes». No se trata de hacerse el simpaticón, el bonachón, se trata de pensar lo que siempre propuso la Iglesia Católica como pensamiento saludable. Y eso se llama pensar en las Postrimerías, las cuales son cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria. No se trata de hacerse el original, por eso los santos hablaban del infierno y PEDÍAN a sus fieles que piensen en él. Por caso, San Antonio María Claret sostenía «que el infierno es el gran predicador del cielo». San Juan Bosco les hablaba con frecuencia de él a sus chicos y eso que era un santo que no dejó nunca de inculcar la alegría. Porque la alegría católica es tan única, que de este lado mira gallardamente al infierno para evitarlo del otro lado. Vale decir es inteligente en la gracia de Cristo.
Decía San Antonio María Claret en un poema largo del que solo cito el comienzo:
«Piensa bien que haz de morir
piensa que hay gloria e infierno,
bien y mal y todo eterno,
y que a juicio haz de venir».
¿Cómo no pensar en el infierno si la Santísima Virgen María en Fátima les mostró a los pastorcitos la gehena y cómo caían allí ciento de almas?
Es inconcebible y grandísimamente temerario el jugar a pensar que el infierno está vacío. En una época de la humanidad donde estamos todos tan jodidos, tan malos, tan descarriados, tan insolentes, tan soberbios, tan lujuriosos, tan apóstatas, un pensamiento tal solo serviría para seguir burlándose de un Dios tan misericordioso pero a su vez justísimo. En verdad se trata de un pensamiento que no sirve para ningún bien y que sí abre las puertas a males mayores comenzando, clara está, por generar más confusiones, más pérdidas de orientación, más apostasías.
Que alguien piense que el infierno está vacío no hace que el infierno se vacíe. Es el que eso piensa el que se vacía de la verdad y se llena de la mentira, del engaño y una funesta ilusión.
Si pienso que el infierno está habitado, huyo de él pues no quiero ir a para ahí. Si pienso que está vacío, todo lo que haga da igual. El pensar que el infierno está vacío lleva también a no temerle.
Estamos en tiempos donde cada vez más se están falseando los conceptos de misericordia y justicia. Hay quienes no dejan de misericordiar con toda clase de engaños.
Algunos cuando traspasen los días de su vida, oirán en su muerte de labios del Maestro palabras durísimas, durísimas. Cuando se presenten ante Él dirán que curaron, que profetizaron en Su nombre, que hicieron milagros, que expulsaron demonios, que le llamaban Señor, mas Él les dirá: «No todo el que dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos (…). Nunca os conocí; apartados de Mí, obradores de iniquidad» (Mt. 7, 21-23).
Dios nos libre del infierno. Pidámosle a un Padre tan bueno que siendo nosotros tan malos, podamos finalmente morir en su gracia. Pidamos lo que se conoce como la gracia de la perseverancia final, morir en Su amistad.