Meditación sobre Nuestra Señora de los Dolores

El 15 de septiembre la Iglesia celebra la festividad de Nuestra Señora de los Dolores.

Se podría decir que el dolor es algo que corresponde a María, no de una forma episódica, sino constitutiva, porque si Jesús es llamado Vir dolorum, Varón de dolores, según las palabras del profeta Isaías (53,3), a Nuestra Señora se la podría calificar de Mulier dolorum, Mujer de dolores, Señora dolorosa, Mater dolorosa.

Jesucristo, Dios-Hombre, es llamado Rey de los dolores y de los mártires porque padeció más en su vida que todos los demás mártires; los dolores que sufrió no sólo fueron mayores que los de cualquier mártir, sino que los de la totalidad de los mártires a lo largo de la historia. María, que es una simple criatura, padeció mucho más que ninguna otra criatura que haya existido. Su inmenso dolor fue profetizado por Simeón, que le dijo: «A tu alma, una espada la traspasará» (Lc.2,35). La espada del dolor traspasó a María a lo largo de toda su vida, pero alcanzó el culmen en el Calvario. Dice Santo Tomás que la presencia de María durante la Pasión fue el mayor de los dolores (Suma teológica, III, q. 46, a. 6).

Jesús tuvo dolores físicos y morales. Los de María no fueron físicos sino morales, y no sólo durante la Pasión. Cuando el arcángel Gabriel le anunció que concebiría al Salvador, le dio a entender qué dolores y de qué clase tendría su divino Hijo. Y en ello radicó la causa principal de los dolores de Ella. Es más, si es cierto que los padres sienten más los dolores de sus hijos que los propios, ello se aplica más a nadie a María por el amor tan grandísimo que profesaba a su Hijo, más que a Sí misma. Por consiguiente, su martirio moral le duró toda la vida, desde Nazaret hasta el Gólgota. Dice San Alfonso que María pasó toda la vida en perpetuo dolor, siempre triste y padeciendo en su corazón. A Nuestra Señora se le puede aplicar el pasaje de las Lamentaciones de Jeremías que dice: «Tu quebranto es grande como el mar» (2,13).

Mientras que Jesús padeció en cuerpo y alma, María sólo sufrió en su alma. Pero el alma es más noble que el cuerpo, al que infunde vida, y no se puede comparar el dolor del alma con el del cuerpo.

Los católicos devotos meditan en la Pasión del Señor, representándose mentalmente los sufrimientos de Jesús en el Calvario. Pero pocos son los que meditan en los dolores de María, que según la tradición fueron siete: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, el Niño Jesús perdido en el Templo, el encuentro con Jesús camino del Calvario, la muerte del Señor, la lanzada, el descendimiento de la Cruz y por último la sepultura. Podríamos añadir, no obstante, el Sábado Santo, día de supremos dolor y esperanza.

Uno de los motivos por los que se medita sobre los dolores de Nuestra Señora es que se tiene mucha sensibilidad para con los dolores corporales, pero cuesta hacerse una idea de lo grandes que pueden llegar a ser los del alma. La insensibilidad al sufrimiento moral se debe también a que el hombre moderno ha perdido la capacidad de amar. Ciertamente el dolor se mide por el amor. La razón es clara: como dice San Alfonso, citando a San Bernardo, «está más el alma donde ama que donde vive». Por lo que podríamos deducir que quien no sufre no ama.

De ahí que el insoportable dolor que llevó Nuestra Señora en su alma fue fruto del ilimitado amor que profesaba a su Hijo. María sufrió porque nos amaba. Por eso, en unos momentos en que la Iglesia atraviesa un proceso de autodemolición, debemos implorar la gracia para amar a la Iglesia y sufrir con ella. Quienes aman a la Iglesia sufren con ella, y quienes no sufren con ella demuestran que no la aman.

Sufrir con María por la Iglesia significa también luchar por defender el nombre de María y el de la Iglesia en momentos de humillación y traición. La devoción a Nuestra Señora de los Dolores nos prepara para recibir esa gracia.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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