He tenido la suerte de vivir y conocer ampliamente dos épocas bien distintas en la Historia de la Iglesia, ambas marcadas por el Concilio Vaticano II: la preconciliar y la postconciliar. La segunda supone un rompimiento con la primera y hasta cabe dudar que exista perfecta continuidad entre una y otra.
Se ha dicho, como una de las razones que justifican la introducción del Novus Ordo, que así se facilita un mayor conocimiento de la Misa por los fieles y su mayor participación en ella. Soy bastante anciano y he vivido los dos tiempos de la Historia de la Iglesia, por lo que creo que puedo presumir de alguna experiencia. De ahí que pueda asegurar que, pese a todos los defectos que sucedían en la Era preconciliar, la Misa Tradicional poseía mucho más sentido para los fieles, los cuales la vivían y participaban de forma inmensamente mejor que la actual. Y no voy a explicar aquí en lo que consiste la verdadera participación en la Misa porque no es el objeto de este artículo.
La Misa del Novus Ordo, fue impuesta a toda la Iglesia partiendo de una falsedad. Según Pablo VI la Misa Tradicional quedaba definitivamente abolida y suprimida, cuando tal cosa no era posible según un Magisterio anterior con carácter de infalible, y tal como he demostrado en diversos lugares de mis libros. De manera que el Novus Ordo se elaboró en un laboratorio protestante dirigido por masones, se impuso mediante una falsedad e incluso todo el Rito está bastante alejado de la Fe de la Iglesia.[1]
Pablo VI quedaba así señalado como uno de los Papas más nefastos que han existido en toda la Historia de la Iglesia. No corresponde especificar aquí acerca de su vida y escritos (que yo he estudiado cuidadosamente), y quizá sea suficiente con hacer una breve sinopsis de su trayectoria. La cual comenzaría con la sustracción de Documentos secretos al Papa Pío XII, cuando era secretario suyo, para ser entregados a los soviéticos. Fue el gran instigador y verdadero autor del Pacto de Metz, que tanto dolor y desgracias ocasionó a la Iglesia existente tras el Telón de Acero. Aunque su obra cumbre fue la conversión sustancial de la Religión del culto a Dios en la Religión del culto al hombre. En su Discurso ante la ONU del 4 de Octubre de 1965 se presentó como experto en humanidad. Siguiendo los principios establecidos en el Concilio, y especialmente en la Declaración Dignitatis Humanæ, estableció el principio supremo de la dignidad humana como garante de la libertad religiosa y de un nuevo concepto de la Religión en general. Con respecto a España, fue el responsable de la destrucción de la que fue floreciente Iglesia Española, labor para la que se valió del tándem de Cardenales Dadaglio–Tarancón, los cuales consumaron la labor que les había sido encomendada.
Algunos argumentan a su favor recordando su Encíclica Humanæ Vitæ, un Documento magisterial defensor de la doctrina tradicional, cuyo contenido se opuso a un poderoso ambiente contrario de espíritu mundano que todavía hoy lo sigue combatiendo. Hasta yo mismo llegué a preguntarme a veces por el misterio de ese acontecimiento histórico. Puestos a pensar, sin embargo, creo ver en el problema de la Humanæ Vitæ un cierto paralelismo con el Motu Propio Summorum Pontificum del Papa Ratzinger Benedicto XVI.
A pesar de que casi todo el mundo piensa lo contrario, el Papa Ratzinger ha sido también profundamente nefasto para la Iglesia, cosa que afirmo fundamentado en que conozco bien su vida y sus escritos. A diferencia de lo que ocurre con muchos otros, cuyo idea del Papa Ratzinger no tiene otra base que lo difundido por una inteligente campaña de propaganda, muy bien orquestada además por los media. La gente suele olvidar fácilmente que Benedicto XVI también impulsó los famosos Encuentros de Asís, que tanto contribuyeron a fomentar en la Iglesia un espíritu ecuménico de confusión. Como así mismo ignoran que el Cardenal Ratzinger, luego Papa pero nunca retractado en sus afirmaciones, puso en duda el nacimiento virginal de Jesús así como la realidad histórica de su Resurrección (con lo que queda difuminada la realidad de su Divinidad). Tampoco están al corriente de que fue Ratzinger quien eliminó la validez del famoso Symbolus del Papa Pío IX y otros Documentos antimodernistas de San Pío X, alegando que habían quedado obsoletos. Con lo que quedaba puesto en duda todo el concepto del Magisterio Eclesiástico (si el Magisterio anterior ha quedado obsoleto, ¿quién puede asegurar que el actual no pueda estarlo algún día?) En la actualidad acaba de decir que el Cardenal Müller ha defendido siempre la Tradición en el espíritu del Papa Francisco. Ahora bien, puesto que Ratzingert es sobradamente inteligente para saber que el espíritu del Papa Francisco es incompatible con la Tradición, cabe preguntarse de qué se trata en realidad, cosa a lo que algunos contestan que no es sino un intento de estar bien con unos y con otros.
Por eso suelo decir que la Humanæ Vitæ es a Summorum Pontificum lo que Pablo VI es a Benedicto XVI. Misterios de la Historia de la Salvación cuya profundidad y significado sólo de Dios son conocidos. A veces Dios utiliza caminos y usa procedimientos inexplicables para los hombres. De hecho también se valió de la burra de Balaam para profetizar.
Ya sé que muchos estarán en contra de mis afirmaciones, y yo los comprendo. Sin embargo, en orden a salvaguardar la caridad y la verdad, sería deseable que quienes estén en contra de lo que aquí se ha dicho, aporten pruebas documentales para refutarlo, sin limitarse a expresar indignación cuando alguien afirma lo contrario a sus creencias. Sin olvidar que la palabra creencia no siempre supone el fundamento de un saber objetivo.
En los momentos en que redacto estas líneas se están atribuyendo milagros y más milagros a Pablo VI por parte de la Nueva Iglesia postconciliar. Por lo visto se trata de elevarlo a los altares con urgencia. Ahora bien, ¿a qué altares?
Como es sabido, es costumbre de Satanás desvirtuar las cosas volviéndolas del revés. Al fin y al cabo es el Padre de la Mentira. Y así lo ha hecho con un gran número de conceptos y realidades sobrenaturales, entre los que se encuentra como uno de los más importantes el de milagro.
Hasta ahora la Iglesia había sido extraordinariamente cuidadosa con el concepto del milagro. Salvaguardar el milagro era salvaguardar el culto y la devoción a los Santos, una de las columnas vertebrales de la Existencia cristiana. Era conocida la necesidad de la presencia del llamado Abogado del diablo para las canonizaciones, de innumerables comisiones y subcomisiones para el examen de los milagros (incluso de médicos y de sabios ateos), además de un estudio minucioso y más que detenido por obra de expertos que examinaban los pretendidos milagros, la mayoría de los cuales eran rechazados. El milagro se consideraba como algo absolutamente fuera de lo ordinario y enteramente inexplicable por causas o procedimientos naturales. Además había de ser realmente espectacular y sin que quedara duda alguna con respecto al autor de su realización.
En la actualidad todos estos procedimientos han sido eliminados. Sin entrar en detalles, podemos decir que todo ha quedado reducido a que cualquier cosa, atribuida a cualquiera y sin necesidad de pruebas puede ser considerada milagro. Pero lo más interesante a resaltar aquí es cómo ha sido revertido el concepto de milagro.
Antes se exigía lo absolutamente inexplicable por causas naturales, para considerar la existencia del milagro. Ahora en cambio se admiten como señales de milagro acontecimientos que podrían explicarse fácilmente por causas naturales, rechazando incluso cualquier objeción en sentido contrario, ya sea fundada en criterios naturales o sobrenaturales. Para entender lo cual, habremos de explica este último punto.
En primer lugar, hay que atender a un examen serio de los hechos. Alguien se siente presa de cualquier enfermedad y se encomienda al pretendido santo, por lo que al día siguiente, o al cabo de un cierto tiempo, aparece curado. El problema consiste, si bien se examina, en que resulta absolutamente imposible demostrar que la curación se debe al supuesto santo. ¿Quién y cómo podrá asegurar tal cosa y bajo qué fundamentos? Nunca existen pruebas objetivas que muestren una clara relación de causalidad entre la curación y el pretendido santo al que se invoca. ¿Habrá que basarse en la creencia de la Iglesia? Pero, ¿no es acaso la creencia lo que busca la Iglesia?
El último milagro atribuido a Pablo VI ha consistido en el hecho de una mujer que sufría un mal embarazo. La cual fue a orar a una capilla a la que en la época de su juventud, el futuro Papa Montini acudía a orar y donde sintió su vocación. La mujer ha conseguido un parto feliz, lo que ha sido suficiente para proclamar el milagro y atribuirlo a Pablo VI.
Pero si pretendemos ser objetivos y actuar honradamente, tal vez habría que exigir un poco más de seriedad a la Jerarquía de la Iglesia en asuntos tan delicados. El Pueblo cristiano está compuesto por gente sencilla y en gran parte iletrada, pero ni es un Pueblo retrasado mental ni tampoco de mentalidad infantil. No parece correcto suponer de antemano una ingenuidad de bajo índice intelectual en todos los cristianos.
En segundo lugar, porque no se pueden suprimir todos los requisitos necesarios para la proclamación de santidad. Tal como había dicho Jesucristo, a los hombres se les reconoce por sus frutos, que es una condición que no contempla excepciones. Pero hay mucha gente —yo mismo, por ejemplo— que conoce la vida y escritos del Papa Pablo VI. Y aunque aquí no nos vamos a detener en especificaciones prolijas, sí que podemos decir que lo que se conoce en este caso es absolutamente incompatible con la santidad. La Jerarquía puede hacer caso omiso de este requisito. Si acaso lo hace, tal cosa no impide la invalidez del pretendido milagro.
En resumen, como he dicho más arriba, tanto la declaración de la validez de los milagros como la de la santidad se hacen imposibles mediante la aplicación de los procedimientos actuales, a saber, acudiendo a las causas meramente naturales y desechando incluso las sobrenaturales. De hacerlo así, el milagro y la pretendida santidad desaparecen como volutas de humo. Por eso han sido suprimidos los criterios sobrenaturales para poner en su lugar procedimientos meramente naturales (sofismas y habilidades de ingenio aptas para mentes débiles).
Los cristianos actuales, débiles en la Fe y carentes de doctrina, están dispuestos a creer cualquier cosa que se les diga, sin fundamentos en la Fe o incluso con razones contrarias. Tal vez por eso decía el Apóstol San Pablo que Dios les envía un poder seductor para que crean en la mentira, de modo que sean condenados los que no creyeron en la verdad.[2]
Padre Alfonso Gálvez
[1] Tampoco voy a insistir en un tema sobre el que he escrito ampliamente en otros lugares.
[2] 2 Te 2:11.