Mineápolis y Hong Kong

Se están librando importantes batallas en esta cuarta guerra mundial en la que el mundo está actualmente involucrado. Los campos de batalla son Hong Kong y, empezando por MIneápolis, varias ciudades de Estados Unidos, entregadas al caos y a la agitación violenta.

La ofensiva china comenzó con la práctica destrucción del estatuto especial de Hong Kong, que aseguraba sus libertades, incluida la de religión, para salvaguardar «la seguridad nacional, la paz y el desarrollo» el 28 de mayo de este año. Ahora, las fuerzas de seguridad chinas tendrán charte blanche para proteger a los pobres hongkoneses de sí mismos y aplicar de manera más perfecta la doctrina social de la Iglesia.Así que los sofisticados y cosmopolitas isleños tendrán que irse imaginando lo que significa ser un ughiur, un católico clandestino o un cultor del Falun Gong. Habrá que entrenarse con antelación para largas sesiones de juegos en línea y cuidar más el hígado y los riñones, que podrán ser puestos al servicio de la humanidad y alegremente estatizados cuando el Gran Líder lo desee. Todo sea por el bien de nuestra casa común, diría don Marcelo Sánchez Sorondo. Solo algunos ilusos pensaban, en aquel pacífico y global año de 1997, que leninistas seguidores de Mao, representantes de la más grande inmoralidad y aberración política de todos los tiempos, acabarían actuando como leninistas seguidores de Mao. Los hongkoneses quizá tuvieron ciertas intuiciones y sugirieron tímidamente al gobierno de Su Majestad Británica algo así como un referéndum. ¿No es la «libre determinación de los pueblos» un principio extraído del bananerismo sudamericano al sentido común universal, por obra de Wodrow Wilson y luego de las Naciones Unidas? Pero no: ahí no rige la libre determinación de los pueblos, dijo Londres, sino la restitución histórica. La libre determinación solo vale para Gibraltar y Las Malvinas.

Porque el Dios Comercio es un dios celoso.

¿Qué ocurre en los Estados Unidos? Pues que un policía de Mineápolis, siguiendo viejos atavismos de la colonización calvinista, aplicó fuerza excesiva contra un afroamericano al que había arrestado minutos antes, provocándole la muerte. Siempre me llamó la atención la recurrencia de casos semejantes en el país del Norte, como si hubiera una suerte de angustia ante la posibilidad de un alzamiento de las masas negras que se cree conjurar con actos de violencia ejemplarizantes. Lo curioso es que casi siempre estos conjuros acaban produciendo precisamente alzamientos de las masas negras. (Como digresión histórica, señalaré que en la Hispanoamérica virreinal, los alguaciles, verdugos y carceleros tendían a ser negros. Incluso el recordado mariscal José del Valle pacificó el  sur andino durante la rebelión tupacamarista con un regimiento de zambos de Lima.  Curiosamente, el verdugo oficial que Túpac Amaru utilizaba para sus ejecuciones, Antonio Oblitas, era también afrodescendiente.Hay que reconocer que la Monarquía Católica sabía aprovechar los talentos especiales de los distintos pueblos que la conformaban). Sea lo que fuere, parece ser que tanto el policía como su víctima se conocían previamente, lo que abunda en la posibilidad de una rencilla personal antes que una manifestación monstruosa de racismo.

Pero, como sabemos, en Estados Unidos funcionan las cortes y el policía, que llevaba el muy apropiado nombre de Derek Chauvin, aguardaba en la cárcel su proceso y probable condena. Sin embargo, eso no satisfizo al elemento lumpen –debidamente romantizado por la izquierda  y relativizado hasta el absurdo por los medios progresistas– y  a los violentos grupos «antifascistas», que comenzaron un verdadero desmadre de saqueos, incendios y agresiones en varias ciudades. No es difícil ver la manito china oculta en los acontecimientos, especialmente cuando su alegría ha sido pública ante estos sucesos.

Donald Trump reaccionó a estos sucesos animando a los gobernadores, algunos sospechosamente pasivos ante los desórdenes, a tomar acciones más enérgicas y visitando, con una biblia en la mano,  una iglesia episcopal histórica atacada horas atrás por los «antifascistas», que han vandalizado gran cantidad de monumentos en la capital norteamericana. Evidentemente, la noticia que despertó la indignación de los medios masivos de comunicación y de los líderes episcopalianos no fue el ataque a la iglesia sino la ofensiva visita de Trump.  

Es evidente que los campos están trazados: en un lado, los que queman las iglesias y en otro los que, al margen de sus pequeños o grandes defectos, las defienden y no se avergüenzan de llevar una biblia en público.

Hoy, Trump visitó un santuario católico en Washington DC, donde depositó una corona de flores ante la estatua de Juan Pablo II.

Y, ante tales situaciones, ¿cuál ha sido la actitud de la Santa Sede y de la jerarquía eclesiástica?  

Con respecto a China, el papa Francisco reafirmó un viejo mantra suyo en su mensaje a los católicos chinos el 25 de mayo, cuando ya los designios de destrucción de la libertad en Hong Kong eran de público conocimiento: «que sean buenos ciudadanos». Y no es la primera vez que lo dice. Lo curioso es que quizá sea a las únicas personas en el mundo a las que invoca que sean eso. Porque cuando Chile padeció las protestas nihilistas de 2019, con saqueos e incendios de iglesias, el papa Francisco, más allá de las gaseosas invocaciones a la paz y al diálogo, hizo la siguiente comparación: «La situación actual en América Latina se parece a la del 1974-1980, en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay con Stroessner, y creo también Bolivia. Tenían la Operación Cóndor en aquel momento. Una situación en llamas, pero no sé si es un problema que se le parece o es otro, realmente no puedo hacer el análisis de eso en este momento. Es cierto que no hay declaraciones precisamente de paz». Es decir, el gobierno del tímido Piñera es comparado con el malvadísimo Pinochet y las represiones masivas de las dictaduras militares latinoamericanas, mientras los violentistas de izquierda no existen. Nadie les invoca a ser «buenos ciudadanos».

¿Se habrá invocado a los saqueadores e incendiarios de Estados Unidos a ser «buenos ciudadanos»? No, para nada. Pero una criatura francisquista, monseñor Wilton D. Gregory, arzobispo de Washington,  consideró «desconcertante y censurable que cualquier instalación católica se permita ser tan atrozmente mal utilizada y manipulada de una manera que viola nuestros principios religiosos, que nos llaman a defender los derechos de todas las personas, incluso de aquellas con las que podríamos estar en desacuerdo». Que Trump deje una corona de flores ante una estatua de JP2 es una «atrocidad», pero los antifa, bien gracias. El inefable monseñor Vincenzo Paglia, por otro lado, cree que el Papa debería escribir un documento «contra el racismo» que seguramente saldrá muy apropiadamente para antes de las elecciones norteamericanas de noviembre. ¿Para cuándo un documento contra el tráfico de órganos o el orwelliano crédito social chino? Seguramente para cuando el Papa responda las dubia.

Y eso nos lleva a la próxima y quizá definitiva batalla de esta guerra, que se librará el 3 de noviembre de este año. Será el Stalingrado o, mejor aún, los Campos Cataláunicos en esta confrontación líquida y posmoderna que nos ha tocado vivir.

Claro está que Trump no es Clodoveo ni Melania, santa Clotilde. Ni siquiera Clodoveo era un individuo particularmente recomendable. Decía Grimberg que «actuaba con la astucia de un animal de presa». Pero aun ateniéndonos a lo meramente público y con todos sus errores y miserias, Trump sigue siendo el bien mayor.

Cuando vi las protestas masivas que los norteamericanos realizaban contra los extraños confinamientos sociales no pude dejar de pensar en que estábamos ante un país de gentes libres, cuyo espíritu todavía no ha sido pisoteado por el Estado y sus «expertos». Erik von Kuennelt-Leddin comparaba en 1943 a las poblaciones norteamericanas del Midwest y del Farwest con el periodo medieval temprano europeo, constatando un inmenso potencial de catolicidad. Y ahora esto se está cumpliendo. En la década de 1950, Frederick D. Wilhelmsen se mudaba a España, porque quería criar a su familia en un ambiente verdaderamente católico. Ahora, en cambio, tendría que mudarse de regreso a Estados Unidos para criar a su familia en un ambiente por lo menos humano, donde se le pueda dejar en paz y no sea presa del Espíritu de Anticristiandad de la España actual, que fuerza a las almas a la corrupción más ignominiosa.

Habrá en Estados Unidos, obispos y clérigos malos, como en todas partes, pero los laicos, el bajo clero e incluso algún puñado de jerarcas conservan una libertad de criterio tan distinta al pringoso espíritu arrebañado de nuestros pueblos que – ya sea disfrazado de orgulloso individualismo castellano o de gregario caudillismo sudamericano– siempre acaba por rendir un culto de latría a la autoridad, que nos exime de la carga de ser responsables y de ir hacia la esencia de las cosas. De ahí que el legado hispánico a la Iglesia universal en el último siglo hayan sido las manifestaciones más abyectas de papolatría y arbitrariedad voluntarista, encarnadas en los movimientos neocones, en las legiones, caminos y prelaturas variopintas que nacieron y florecieron en nuestras tierras. Mientras que en Estados Unidos florecían y florecen las misas tradicionales y la educación clásica. Y es curioso contrastar que mientras Trump declara al movimiento antifascista como terrorista, España es gobernada precisamente por «antifascistas» que hacen de la mentira una segunda naturaleza y negocian con proterroristas y otros radicales grotescos. Lo tragicómico del asunto es que si hay elecciones mañana, quizá vuelvan a ser elegidos.   Parece que en algún momento la tradición socrática y sensata de la escolástica salmantina fue ahogada por maquiavelismos jesuitoides y  voluntarismos fraticelli de algunos hermanitos escotistas, que al final acabaron creando cultura a ambos lados del Atlántico.

Aunque la ἀνομία está a las puertas, siempre será bueno comprar algún tiempo más. Quiera Dios que el globalista, abortista, prohomosexualista, izquierdista y corrompido Partido Demócrata de los Estados Unidos sea largamente derrotado en noviembre. Urge encomendar esa intención.

César Félix Sánchez
César Félix Sánchez
Católico, apostólico y romano. Licenciado en literatura, diplomado en historia y magíster en filosofía. Profesor de diversas materias filosóficas e históricas en Arequipa, Perú. Ha escrito artículos en diversos medios digitales e impresos

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