Retomamos el tema ya comenzado en un artículo anterior: “La Misa Nueva bien rezada vs. la Misa Tradicional”. El objeto, naturalmente, es establecer las diferencias del Novus Ordo con respecto a la Misa Tridentina, Gregoriana, Vetus Ordo o como se le quiera llamar.
A la misa latina prácticamente concluida por la codificación de San Gregorio Magno en el siglo V y definitivamente depurada de elementos excesivos y de las variantes litúrgicas producidas por los localismos a lo largo de los siglos, conocidas también como ritos galicanos, por San Pío V en 1570, se sumaron al menos dos reformas importantes antes del Novus Ordo de 1970.
¿Cuales fueron esas reformas litúrgicas entre Pío V y Paulo VI?
Varias, y algunas importantes. Principalmente bajo Pío X y Pío XII. Curiosamente, en este segundo caso propuestas por un equipo de liturgistas entre los cuales estaba el entonces P. Anibale Bugnini, luego “inventor” del Novus Ordo.
Las principales cuestiones “tocadas” en estas reformas pueden resumirse suscintamente en la revisión de la música litúrgica, que desde hacía mucho tiempo había derivado hacia instrumentos profanos y melodías ajenas al espíritu de la música sagrada. De esto se ocupó el Papa Pío X apenas entronizado en su motu proprio Tra le Sollecitudini (clicar aquí para leerlo). Si lee este breve documento, se sorprenderá el lector no familiarizado con tema de cómo el santo pontífice, al corregir las tendencias de su época, sentaba doctrina fundamental para rechazar lo que luego se instauró de un modo irrefrenable con el Novus Ordo. Allí el papa Sarto pide la restauración del Canto Gregoriano, admite la polifonía sagrada (distinguir entre sagrada y religiosa, que no es lo mismo) y cantos píos en lengua vernáculo para ciertas ceremonias, depuradas de instrumentos fragorosos o ligeros. Y propone el modelo de toda composición nueva digna de la liturgia: “una composición religiosa será más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este modelo soberano”.
Pío XII, que frenó ya las tendencias neomodernistas en la liturgia de su tiempo, ordenó, sin embargo, cambios importantes para hacer más accesible la liturgia al católico de la sociedad moderna: la abreviación de algunas ceremonias extremadamente largas, el cambio de las normas del ayuno litúrgico (que pasó de la medianoche del día previo a 3 horas anteriores a la comunión) y la extensión del criterio de tolerancia, por ejemplo, a la ingesta de medicamentos o de agua. El ayuno previo era estrictísimo, pensado para una sociedad que asistía a misa muy temprano por la mañana y comulgaba con poca frecuencia. Se admitió también la misa vespertina los días de precepto y, en casos excepcionales, el cumplimiento del precepto dominical para las personas impedidas de asistir a misa el domingo por justas razones, asistiendo a la misa vespertina del sábado, litúrgicamente “víspera” y por lo tanto parte de la jornada litúrgica dominical. Se impulsó la “misa dialogada”, es decir, la participación de los fieles, antes solo representados por el acólito, en las respuestas al sacerdote. Y si bien el precepto es “oír misa”, o sea, estar presente con actitud devota, aunque se esté rezando el rosario u otra devoción, Pío XII quiso que los fieles tuviesen una presencia más activa. Otra nota de los tiempos modernos.
No falta quien considere estos cambios como el inicio de una secuencia que llegaría al descontrol litúrgico completo que vemos hoy en la mayor parte de la Iglesia latina. Pero no nos interesa hilar tan fino en estas reflexiones.
Digamos, para completar estos antecedentes, que Juan XXIII “retocó” algunos puntos, como el rezo del confiteor durante la misa, e introdujo en el canon (único canon entonces, el “romano”) a San José, Patrono de la Iglesia Universal. Hilando fino, hay quienes sostienen que fue imprudencia “meter mano en el canon”, pieza cerrada desde San Gregorio Magno, en el siglo V. La Iglesia ha tenido siempre un enorme cuidado tanto de respetar la tradición litúrgica que procede de los apóstoles mismos, como de “podar” embellecimientos o ceremonias agregadas por costumbres locales que recargan innecesariamente y desvirtúan el rasgo característico del Rito Romano, la austeridad. Pero estas consideraciones exceden nuestro propósito.
Cuando San Pío V promulgó el documento antes citado, respetó todos los ritos occidentales que tuviesen una tradición mayor de 200 años. Pero impulsó el Rito Romano, el de la Sede Papal, a fin de unificar la liturgia occidental, que formaba un mapa salpicado de variantes galicanas. Producto de tiempos en que las comunicaciones no eran fáciles, los temperamentos locales iban separándose del modelo romano, conformando un mosaico caótico de variaciones. Por eso el santo papa benedictino dio a los sacerdotes la licencia “a perpetuidad” para rezar la misa según este rito depurado, y añadió una amenaza contra los que quisieran impedirlo.(1) Por eso llama poderosamente la atención que a partir de 1970 y hasta la actualidad haya tantos miembros de la jerarquía que quieren impedirlo.
El “Novus Ordo” o nuevo ordenamiento de la misa es algo enteramente novedoso en muchos aspectos. Frankensteiniano. Esta es la opinión que en diversos textos expresó el papa Benedicto XVI, inclusive antes de ser elegido para el Solio Pontificio. Dice el papa emérito que toda reforma litúrgica es una especie de poda de elementos excesivos o desviados, realizada sobre el árbol litúrgico único, arraigado en los ritos aprendidos de los mismos apóstoles. Por eso siempre ha sido crítico de la forma en que se realizó la reforma litúrgica de Paulo VI – Bugnini.
Detallemos algunos elementos extraños a la tradición litúrgica:
– Es un rito “inventado” con un propósito ecumenista. (2)
– Abre la posibilidad de incorporar nuevos cánones y oraciones de un modo ilimitado. Fueron cuatro en 1970. Paulo VI le dijo a Mons. Lefebvre (que se quejaba de haber constatado la existencia de más de 30 cánones, a pocos años de la promulgación de la Misa Nueva): “Muchos más, monseñor, muchos más”. Es decir, para el Papa Montini esto era un efecto auspicioso del cambio. Hoy son incontables.
– A pesar de las rúbricas (instrucciones para su rezo) permite iniciativas personales, descontroladas desde hace décadas.
– Crea el enorme problema de las traducciones, que ha producido incontables falsificaciones y abusos de los textos litúrgicos originales en latín. Recientemente Roma delegó, además, la autoridad para aprobarlas en las Conferencias Episcopales.
– Desdibuja una gran cantidad de formulaciones de Fe por medio de diversos recursos propios de la ceremonias protestantes. Quizás el más grave, el desplazamiento de la fórmula “mysterium fidei”fuera de la consagración (“este es el sacramento de nuestra fe”, que se responde “Anunciamos tu muerte, Señor, etc. “hasta que vuelvas”). O la aclamación posterior al paternóster: “Porque tuyo es el Reino, etc.”
– Introduce cambios tomados literalmente de la “Santa Cena” de los protestantes, que no creen en la presencia real de N.S.J. en la Eucaristía o meramente en una «presencia real momentánea» que no permanece en el Santísimo Sacramento. Se induce a analogar la presencia real de la transustanciación con la presencia que Nuestro Señor nos promete cuando “Dos o más se reúnan en mi nombre…”
– Suprime las oraciones penitenciales al pie del altar, (preparatorias para “subir” o “llegar al altar del Señor” debidamente contritos. Abrevia los actos de contrición, agrega lecturas en desmedro de la misa propiamente dicha, realzando la “liturgia de la palabra” por sobre la eucaristía. Suprime las oraciones posteriores a la misa, pero, por sobre todo, la lectura del proemio del Evangelio de San Juan, parte integrante de la misa, tras la bendición final.
– Suprime innumerables genuflexiones y persignaciones a lo largo de la ceremonia. Actos diversos de adoración a Nuestro Señor: las reverencias, gestos de contrición -como el golpe en el pecho al rezar el “confiteor”- que dicho sea, se rezaba tres veces a lo largo de la misa, una por el sacerdote, en carácter de tal, otra por los fieles y luego antes de la comunión. Además, ahora se reza un empobrecido Kyrie, (“Señor ten piedad” ¿de quién?) mientras que Kyrie eleison – Christe eleison significa “ten piedad de nosotros” y se repite en tres secuencias de tres, en honor a la Santísima Trinidad. Lo mismo que en el “Domine, non sum dignus”, y otros momentos de la ceremonia.
– Sugiere que el sacerdote tiene una función de “animador” o representante de los fieles, en detrimento de su carácter de “alter Christus”. Por lo cual, los fieles y los propios sacerdotes asumen que su función es más parecida a la del “pastor” protestante que a la del sacerdote consagrado y copartícipe del sacerdocio de Cristo. Sacerdote con potestad de consagrar, perdonar los pecados (o sea, de juzgar) y dirigir a las almas con autoridad en nombre de Dios. (3)
– Permite que mujeres participen activamente en la celebración de la liturgia, contra el mandato apostólico paulino (I Cor. 11-14). No solo en las lecturas, reservadas al clero, sino hasta en la administración de la comunión. Naturalmente les da acceso al presbiterio, lugar asignado tradicionalmente al clero y eventualmente a los acólitos laicos hombres. Se desanima el uso del velo en el templo, también mandado por San Pablo. Y el deber de estar sujetas las mujeres al varón en materia de Fe.
– Banaliza los actos de purificación de los vasos sagrados y los cuidados debidos las partículas de la eucaristía. Ya no se purifican los lugares donde caen hostias o partículas, y, lo peor de todo, se la entrega en la mano de los fieles, lo que siempre ha sido considerado un sacrilegio.
Esta lista podría ser mucho más larga. Pero es suficiente como para comenzar la discusión del tema que requiere mucho cuidado para no enredar y confundir las cosas. Me imagino aquí hablando con un lector que admite esto que he descripto y le parece lamentable. Es decir, un lector preocupado por el desmadre litúrgico. Por lo que doy por descontado que coincidirá al menos con una buena parte de la descripción anterior. Ahora viene entonces lo más complicado.
Este lector, que sin duda padece una constante migración de parroquias para encontrar la forma de celebración más piadosa, donde le permitan comulgar en la boca y de rodillas, donde el celebrante no utilice instrumentos musicales profanos o haga ceremonias payasescas. Donde se predique una doctrina aceptable, este lector, digo, suele ir a misa con cierta resignación, con la “guardia alta”, en estado de prevención crítica. Va a ver qué dice o qué hace el sacerdote ese día. O eventualmente, si tiene identificado un sacerdote que le parece confiable, ruega que ese día no haya tenido que ir a otra parte y lo sustituya otro, del que a priori sospecha lo peor… ¡Terrible situación!
La primera conclusión que se puede sacar de estos hechos es que el fiel conservador y deseoso de ir a rendir culto a Dios como Él manda, sabe que corre muy serio riesgo de encontrar “abusos” litúrgicos en una enorme cantidad de parroquias, en casi todas. Si tiene suerte, hallará a un sacerdote bueno y piadoso que trate de respetar lo que la Iglesia manda. Ese sacerdote, sin embargo, a veces tiene ciertos caprichos o iniciativas que no puede resistir porque el “cambio” está en el ambiente. O, si es por el contrario muy fiel, posiblemente sea removido por queja de los progresistas, o por orden del obispo. En la Iglesia hoy no solo hay libertad para obrar el disparate, sino que no hay libertad para rezar la liturgia como la Iglesia manda. O al menos está muy acotada y el buen sacerdote está siempre en la cuerda floja, a la espera de que lo saquen o lo castiguen si no cede en sus intentos “ultramontanos” de hacer comulgar en la boca, de rodillas, o tener el sagrario en el centro del altar, por mencionar algunos de los puntos más frecuentes de conflicto.
Parece conveniente dejar para otra parte la cuestión no solo teológica sino también “vital”: ir a la misa nueva ¿significa convalidar las reformas y abusos que están ya en la matriz misma del Nuevo Rito? Y en el orden personal, ¿puede aprovechar el fiel una liturgia en la que está, más que en adoración y pidiendo perdón por sus pecados, vigilando que el sacerdote no diga o haga algo blasfemo o heterodoxo? ¿Se puede santificar la fiesta y a uno mismo en esta situación anormal prolongada en forma permanente y en todo el ámbito del rito latino?
Este será el tema de la nota que sigue, si el lector tiene la indulgencia de leerla. (Continuará.)
La nota precedente puede leerse aquí.
Marcelo González
Fuente: Panorama Católico Internacional
Notas
(1) Dice textualmente el documento papal: «Que absolutamente nadie, por consiguiente, pueda anular esta página que expresa Nuestro permiso, Nuestra decisión, Nuestro mandamiento, Nuestro precepto, Nuestra concesión, Nuestro indulto, Nuestra declaración, Nuestro decreto y Nuestra prohibición ni ose temerariamente ir en contra de estar disposiciones. Si, sin embargo, alguien se permitiesen una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo». (Bula Quo Primum Tempore).
(2) Conviene tener en cuenta que, a pesar de las negativas oficiales, es posible que una comisión de liturgistas esté trabajando por orden de Francisco en una nueva reforma que apunte a formular una “misa ecuménica”, de común acuerdo con protestantes y (teóricamente) ortodoxos. Materia en la que hay que estar alertas.
(3) «La Iglesia es una sociedad y exige por esto una autoridad y jerarquía propias. Si bien todos los miembros del Cuerpo místico participan de los mismos bienes y tienden a los mismos fines, no todos gozan del mismo poder ni están capacitados para realizar las mismas acciones. De hecho, el Divino Redentor ha establecido su Reino sobre los fundamentos del Orden sagrado, que es un reflejo de la Jerarquía celestial». Pío XII, Mediator Dei, Nº 25