(Homilía de las 4 Témporas de Adviento del padre Tomas Tyn)
El padre Tyn es un dominico, nacido el 3 de mayo de 1950 en Brno, en Checoslovaquia. El día de su ordenación sacerdotal se ofrece como víctima por la Iglesia y por su patria perseguida por el comunismo. Cuando se dio en Italia el indulto para la Comunión en la mano, el padre Tyn, que enseñaba en el estudio dominico de Bolonia, dijo que no la daría jamás así porque “lleva a demasiados sacrilegios” y es “sacrilegio y profanación de Jesús eucarístico”. Al final de 1989, Dios acepta su ofrenda como víctima: aquejado de un mal imprevisto, el 1 de enero de 1990 a las 10,30 horas va al encuentro de Dios con solo 40 años de edad.
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Mis amados hermanos, este sábado de las 4 Témporas nos recuerda la doble venida del Salvador, la conexión de la segunda con la primera y, al mismo tiempo, nuestra esperanza en la segunda venida, fundada en la certeza de la salvación que Cristo nos trajo con la primera. La primera venida del Salvador fue en la humildad de Su naturaleza humana: ¡el Señor vino para salvarnos, para darnos el don supremo del Padre, el don de Su Hijo, de Aquel que es el Ángel del gran consejo, de Aquel que es el Padre del futuro siglo, de Aquel que es el Príncipe de la paz! ¡Y es precisamente la alegría y la paz lo que el Señor nos ha dado con Su primera venida! El acceso a Dios, el podernos reconciliar con Dios: la salvación está ante nosotros, no está lejos de nosotros, el reino del Señor está en medio de nosotros, más aún, está en nosotros.
Amados hermanos en Cristo, Verbo encarnado del Eterno Padre, Dios se hizo cercano al hombre: ¡Dios salvador, Dios misericordioso, Dios que ama al hombre hasta a entregar a Su Hijo unigénito en las manos de los impíos, para que El, crucificado, expiase los pecados de todo el mundo! ¡Ved, amados hermanos, con qué amor hemos sido amados! Y esta presencia del Salvador, del Verbo encarnado permanece, continúa en medio de nosotros hasta el final de los tiempos, hasta aquel día terrible y glorioso en el que El vendrá por segunda vez, en la gloria de Sus Ángeles y de Sus Santos, para juzgar a todas las almas, para juzgar a todos los pueblos, razas y naciones de esta tierra.
Ved, amados hermanos, cómo debemos pensar en esta santa venida, cuál fue el don de la gracia y de la misericordia, pero en vista de aquél otro evento, del evento del juicio: tiempo de misericordia en espera del tiempo de justicia. Es necesario, entonces, amados hermanos, acercarnos a Jesús, abrazarnos a él con amor, con entrega, con fidelidad inquebrantable, sobrenatural, abrazarnos a aquella piedra angular, a aquella roca mística que acompaña al pueblo de Dios en su camino a través del desierto de esta vida. Abrazarnos a Cristo, con fe firme, sobrenatural, con amor que exulta de alegría al poder tener a Dios en nuestra propia alma. ¡Qué alegría, amados hermanos! Dios se hace presente en nuestra alma por medio de la gracia santificante. El unum necessarium: vivir en gracia, observar los mandamientos del Señor, obedecer a Su santa voluntad, de manera que nos preparemos a encontrarnos con Cristo, el eterno juez.
Hay que hacer buen uso, amados hermanos, de este tiempo de ilimitada, infinita misericordia de Dios, en espera del tremendo juicio. Con qué facilidad aquellos que entre nosotros aguan superficialmente el cristianismo, los banalizadores del cristianismo, auténticos blasfemos, dicen: “El cristianismo es todo paz y misericordia”, entendido en sentido superficial: “Haz lo que quieras, ahora existe el pluralismo, luego al final verás que Dios te usará misericordia”. ¡Pues no! Los dones de Dios no se desperdician, Dios no deja que nos riamos de él, amados hermanos, esta es la seriedad del adviento, esta es la seriedad de estos dos atributos fundamentales de Dios, que nosotros, pobres hombres, no conseguimos mantener nunca en su unidad, pero que en Dios se unen perfectamente: el atributo de la misericordia y el de la justicia. Tiempo, por tanto, de misericordia, este es el tiempo propicio: “¡Reconciliaos con Dios!”, exclama san Pablo. No dice: “En este tiempo de misericordia, haced lo que queráis”, no, dice: “Este es tiempo de misericordia, ¡reconciliaos con Dios!”; “vox clamantis in deserto”, la voz de uno que clama en el desierto: “¡Preparad los caminos del Señor, preparad vuestros corazones, abajad las montañas del orgullo, colmad los valles de la depresión y de la tristeza y del desánimo, preparad los corazones para la llegada del Señor! ¡Obrad del tal modo que el Señor entre en vuestra alma, para hacer de vuestra alma su habitáculo, el templo de Su Santo Espíritu!”, de manera que el Padre, cuando nos encontremos con él, pueda ver la efigie, la imagen esculpida por el Espíritu Santo de Su Hijo en nuestra alma y pueda salvarla en Su infinita misericordia.
¡Amados hermanos, en este tiempo de misericordia, hay que vivir con gran seriedad, no con temeridad, no con superficialidad, no siguiendo todo viento de doctrina que pasa, sino adhiriéndose a la roca que es Cristo, adhiriéndonos a los diez mandamientos de Dios y a los santos consejos del Evangelio, adhiriéndonos a la doctrina de la Iglesia, adhiriéndonos al amor de Cristo, que nos ha amado y nos ha redimido infinitamente!
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Amados hermanos, es por esto por lo que en este sábado de las cuatro témporas hemos leído este supremo fragmento de san Pablo apóstol, en la segunda carta a los Tesalonicenses, fragmento por cierto hoy poco citado, poco meditado. San Pablo propone una visión escatológica de la segunda venida de Cristo y dice ante todo a los cristianos: “Estad atentos a no prevaricar, a no ser demasiado curiosos, a no computar los días y los tiempos, a no estar ansiosos por saber cuándo vendrá Cristo: nadie lo sabe. No es dado a los hombres saberlo, sólo el Padre lo sabe.”. Los sectarios (testigos de Jehová, Adventistas y demás) saben siempre cuándo vendrá el Señor pero esto no es dado al hombre saberlo. Pero hay signos precisos de Su venida, hay signos premonitorios y estos debemos meditarlos. La venida de Cristo está en la voluntad del Padre, es un misterio, no sabremos el momento preciso, el día y la hora. ¿Qué sabemos, sin embargo? ¡Conocemos los signos de los tiempos, pero los verdaderos, no los de modernista memoria, que son siempre signos de bonanza, amados hermanos! Cuando uno es absolutamente optimista, con ese vulgar, superficial optimismo, en el cual se calma al alma en la inconsciencia, mientras que el día del Señor ya está encima, pues bien, esa alma está en el ancho camino de la perdición. Es necesario tener la verdadera alegría, la que consigue discernir incluso signos aterradores, espantosos: el Señor está cerca precisamente allí donde existe la mayor opresión de Su pueblo. En medio de las tinieblas debemos conseguir ver la luz de esa alba del nuevo día que será la venida de Cristo en Su parusía, en Su gloria.
Ved entonces cómo san Pablo exhorta a los cristianos: ante todo a no curiosear, a no ser prevaricadores contra el misterio, a no ser soberbios, a no ser ni siquiera (este es el otro error) influenciados por tantas habladurías. Es muy hermoso lo que dice san Pablo: “Rogamus vos”, os rogamos, “ut non cito moveamini a vestro sensu”, que no os dejéis mover de vuestra convicción. Sensum significa aquí la opinión fija, la convicción firme de fe. Es interesante que el Señor no se manifiesta nunca en el ansia, en la inquietud, en la turbación. Todos los hombres santos de Dios, cuando encontraban al Señor, al principio experimentaban inquietud. El Ángel que entra donde María dice en primer lugar: “¡No temas, María!”. Los pastores que ven la gloria de los Ángeles que cantan el mensaje natalicio: “¡Gloria a Dios en lo alto del cielo!”, los pastores temen, entonces el Ángel debe tranquilizarles: “¡No temáis, tengo una gran alegría que anunciaros, hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador!”. Al comienzo, el hombre de Dios teme, pero Dios le quita el temor, por ello el alma se tranquiliza, el alma está en paz, porque Dios es paz. En cambio, el maligno hace todo lo contrario: primero provoca la gula espiritual del hombre, que es una de las peores, el cual se deja llevar por el appetitus de las cosas sobre las que no debería curiosear y después se encuentra absolutamente inseguro dentro de sí, absolutamente atormentado, dándole vueltas a la cabeza. Este es un signo seguro de un fenómeno demoniaco.
Amados hermanos, por tanto, para discernir: Dios está siempre en la paz, en la paz y en la firmeza. La firmeza, lo sé bien, no está hoy mucho de moda. Decimos que la cultura (si se puede hablar de cultura, hay una cierta prepotencia al hablar de cultura moderna; si acaso es una civilización, también ella muy pobre), nuestra cultura habría descubierto la dimensión histórica, la dimensión dinámica, la dimensión evolucionista, todo evoluciona: no hay opiniones fijas, no hay verdades fijas, no hay esencias platónicas fijas. ¿Veis, amados hermanos? No hay nada fijo. ¿Qué hay entonces? No hay sino un mar de opiniones humanas que vienen y van como las olas del mar. ¡Y así el hombre ha perdido su ubi consistat, porque el hombre, el alma humana, que es espiritual, tiene sed de verdad y la verdad o es eterna e inmutable o no es! Decía acertadamente, con gran intuición, Tertuliano, que no era un pensador muy racional, tanto es así que se hizo hereje, pero tenía una gran intuición espiritual, decía esta frase muy simple, que sería necesario citar a más no poder a todos los modernistas a ultranza. Sería necesario repetir con Tertuliano: “Mutasset autem, error est”, haber cambiado, haber mutado, es claro índice de error. Así hacen los partidos políticos, especialmente los más diabólicos: ¡la autocrítica del partido comunista! Sí, sacramento de la penitencia. Es necesario acusarse ante la asamblea de todos los jefes del partido: “Me he equivocado, me he equivocado, he hecho mal, cambiemos a Stalin. Stalin se ha equivocado”, chivo expiatorio, “seremos buenos”. “Mutasset autem, error est”, han cambiado, quiere decir que se han equivocado. Lo que no quiere decir que no se equivoquen ahora, tanto es así que su sistema se apoya en el evolucionismo historicista, en el fluctuar de las eventualidades.
Al comienzo parece que sea una cosa muy hermosa, muy dúctil, muy democrática, muy tolerante: todos tienen razón, así como viene la historia. ¡Cuánta violencia en cambio hay en esto! La primera violencia es hecha a la verdad, la segunda hiere inmediatamente al hombre, porque la realización del hombre en su vida espiritual está en la verdad y consiste en abrazar la verdad, objetiva, firme, inmutable, una vez para siempre.
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Es interesante cómo santo Tomás, en el análisis de la palabra Sanctus, sanctitas, dice que deriva de la lengua latina sanctus, es decir, confirmado. Esto es, el hombre de Dios se separa de algún modo de las vivencias de la tierra para unirse mentalmente, espiritualmente a Dios, que es la roca de la eternidad. Por tanto, ex parte objecti, por parte del objeto, de la primera veritas immutabilis, el hombre asume por participación las mismas características de Dios y de Su eternidad: la transformación del alma en Dios.
¡Ved, mis amados hermanos, a qué somos llamados! ¡No a fluctuar como las olas del mar y a pavonearnos por nuestro pluralismo democrático y dinámico, sino que debemos unirnos a la roca de la eternidad! ¡Pero cómo han cambiado las costumbres, mis amados hermanos, y no para mejor! En un tiempo, amados hermanos (yo no soy muy mayor, desgraciadamente, si no tendría más sabiduría, pero en mi todavía breve vida he visto ya un cambio a mucho peor), en un tiempo, cuando una persona cambiaba demasiado a menudo sus opiniones, se decía: “¡ese es un hombre sin carácter!”. ¡Y es así! Cuando uno se pierde, cuando un alma perdida vuelve al redil, el cristianismo exulta: toda la tierra, la santa Iglesia, no sólo la de la tierra, sino también la del Cielo. ¡La conversión es una cosa bellísima! ¡Pero si uno hace de la conversión y de la apostasía casi un principio, es un veleta, un indigno chaquetero! En cambio, los veletas hoy son considerados como los actualizados, no como “los necios” que mantienen fidelidad a algún principio inamovible.
¡Pues bien, amados hermanos, tengamos esa necedad, que será necedad santa y evangélica! ¡La locura de Cristo, que será necedad de Dios, la necedad de atreverse a decir a un mundo relativista e historicista que existen verdades eternas, objetivas, imprescindibles y obligatorias! Ved, amados hermanos, esta es nuestra tarea. ¡No nos amarán mucho si lo decimos, pero tendremos el valor de decirlo, no por cuenta nuestra, sino en la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, que murió en la Cruz por haber profesado la eterna, inmutable verdad de Su divinidad y de Su realeza!
¡Por tanto, “ut non cito moveamini!”, no os dejéis mover fácilmente “a vestro sensu” de vuestra fe, de vuestra convicción! ¡La fe, amados hermanos, no cambia! ¿Por qué no cambia? ¡Porque es infalible, si cambia, error est!
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Amados hermanos, me he enfervorecido, mirando el reloj veo que ha pasado mucho tiempo, habría otras cosas que decir, las propongo sólo sintéticamente a vuestra meditación. ¡Qué hermosa es esta segunda carta de san Pablo a los Tesalonicenses! Un fragmento estupendo, porque nos hace ver cómo es necesario tener paciencia en espera de la segunda venida de Cristo, que no será preanunciada por el gran progreso de la humanidad: las futuras claridades del sol que sale (entended, ciertos partidos del sol saliente, que no es el de bíblica memoria), el sol que sale en el horizonte de la humanidad, el progreso, el evolucionismo de Teilhard de Chardin, todo va hacia delante optimistamente, todo evoluciona como animalitos, no como seres humanos verdaderamente responsables. Para Teilhard de Chardin, acercarse a Cristo no es una cuestión de moralidad, de espiritualidad, de amor verdaderamente espiritual, es simplemente una cuestión de evolución bíblica de nuestra era. Esto no es serio, amados hermanos, es un gravísimo error, acertadamente la Iglesia lo ha denunciado.
Muy distinta es la concepción paulina. ¡Cómo es estúpido (perdonad si lo digo, pero las palabras deben ser usadas como lo son respecto a la realidad), cómo es malvado y estúpido decir al hombre que su futuro es un futuro lineal de optimista progreso: malvado porque le engaña, estúpido porque no corresponde a la profunda realidad de las cosas! Es lo que se llama progresismo y san Pablo era todo lo contrario a un progresista, san Pablo no decía: “¡La técnica se desarrollará, los hombres se harán cada vez mejores!”; estos son futuros previstos en las logias masónicas, no es así como piensa el cristiano.
¿Cómo piensa entonces el cristiano? El cristiano piensa como san Pablo, que dice: “Antes de la venida del Salvador, deberá surgir el impío, el hombre de iniquidad, como dice san Juan. Ciertamente, como Cristo tuvo Sus precursores, así también el anticristo tendrá varios. Dice san Juan: “Ya ahora han surgido muchos anticristos.”. ¿Quiénes eran estos anticristos? Los herejes. ¿Qué perdieron? La fe, cambiaron de fe, hicieron opciones personales en el ámbito de la fe (que en cambio es universal, necesaria e inmutable).
Dice san Pablo: “El impío que se eleva sobre todo ser que es llamado Dios.”. Es el alma soberbia, orgullosa, diabólica, de ese fenómeno que se llama ateísmo. Amados hermanos, yo tuve la experiencia espantosa de vivir en un régimen que se proclama ateo. Pues bien, experimenté lo que significa este elevarse por encima de todo lo que es llamado Dios: hay un odio infernal no sólo de la Santísima Trinidad en Su pleno esplendor, sino de todo lo que aun sólo lejanamente se refiere a Dios: todo debe ser pisoteado, aniquilado, destruido. Ved, amados hermanos, cómo piensan los ateos, los hombres sin Dios: el ateísmo de odio, el ateísmo de lucha contra Dios.
Después hay otro ateísmo, muy unido al primero, el abominio de la desolación, como dice el profeta Daniel, la idolatría que será puesta incluso en el lugar sagrado, en el templo. Y no eran sólo los estandartes de los legionarios que Calígula quería plantar en el templo de Jerusalén: esto era una prefiguración de lo que deberá suceder al final de los tiempos en el templo espiritual. Así, amados hermanos, ¡qué dolor nos coge cuando pensamos que el templo de Dios en esta tierra es la Iglesia! ¡Y es allí donde plantarán sus insignias y destruirán el altar y destruirán el Templo! ¡Espantoso! Está también el salmo, lo sabéis bien, que habla de esta devastación final del Templo: ¡es horrendo!
¡La Iglesia no será destruida, non praevalebunt, la esposa de Cristo, sin arruga y sin mancha, animada por el Espíritu Santo y sustraída a las malicias humanas, pero los hombres que hacen parte de la Iglesia deberían tener piedad de sus almas! ¡Ser constructores en la humildad, constructores de este sagrado templo, en tanto es consentido al hombre, tener la alegría de poder contribuir a esta sublime construcción en nombre de Dios, no ser destructores satánicos! En cambio, es precisamente lo que sucede.
Amados hermanos, ¿a qué aludo hablando de idolatría? No a la idolatría en el sentido de las insignias imperiales de Calígula. Pero es interesante: Calígula quería poner su efigie humana en el templo y esta es la idolatría del hombre: el antropocentrismo, que es satanismo, amados hermanos. Es necesario ver bien, se dice: “El hombre debe amar a su prójimo”. Y Marx, ese gran humanista, que exterminó con su doctrina a decenas de millones de seres humanos, ese gran humanista, promotor de lo que se atreve todavía a proclamarse humanismo marxista, ese gran humanismo exterminador, ¿qué dice? “El hombre debe olvidar al Dios trascendente para que el hombre pueda ser Dios para el hombre.” ¡Esta es la apostasía, esta es la impiedad, esta es la idolatría en el lugar santo!
¡Esto es, amados hermanos, olvidémonos humildemente de nosotros mismos, siguiendo a María, en Su sí; en Su sí no hay nada de Suyo, lo hay todo de Dios, toda trascendencia de Dios! Que María Santísima en este año mariano, en espera de la Santa Navidad, de esa fiesta de alegría que es Su divina maternidad, que María nos dé esta gracia de olvidarnos completamente de nosotros mismos, de renunciar completamente a nosotros mismos y de amar con corazón limpio, puro y humilde a Dios y a Dios sólo y así sea.
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)