Mística y Poesía (II)

Ensayos para católicos desanimados y para católicos que han dejado de serlo pero que siguen creyendo que lo son. También pueden ser útiles para la exigua minoría de cristianos creyentes.

 

 II

 

Serán muchos quienes ante un tema como el de la Mística y la Poesía se aparten despavoridos, e incluso con desprecio, alegando cosas como que esto nada tiene que ver conmigo, o bien yo no estoy para fruslerías cuando existen tantos problemas reales que nos acosan por todas partes.

Lo cual no deja de ser sino una triste consecuencia del hecho de que el hombre moderno se ha acostumbrado a no ver más allá de sus narices. Considerar fruslerías o como cosas que al fin y al cabo no importan a nadie, cuando se trata de realidades transcendentales y fundamentales para la existencia humana, es una de las causas que han dado lugar al cataclismo que está sufriendo el mundo de hoy.

Para enumerar sumariamente:

Europa está a punto de desaparecer por haber renegado de sus raíces cristianas. El mundo está a punto de convertirse en una tiranía con un Gobierno universal dictatorial por haberse vuelto de espaldas a Dios.

En cuanto a la Iglesia, ha caído en una situación de Apostasía General por haber considerado fruslerías las verdades transmitidas y por haber despreciado la doctrina enseñada por Jesucristo. Que son las razones por las cuales consideró necesario cambiar la Religión sobrenatural, por Él revelada, por la Religión del Hombre, por los mismos hombres inventada.

El discurso del Papa Pablo VI ante la ONU, del día cuatro de octubre de mil novecientos sesenta y cinco, en el que proclamó a la Iglesia como Maestra en Humanidad y donde prácticamente vino a reconocer la nueva Religión del culto al Hombre, supuso en verdadero hito en la Historia de la Iglesia. Tal vez el Papa llegaría a creer buenamente haber puesto ante el mundo una pica en Flandes, cuando lo único que había hecho es poner en marcha una bomba de relojería.

Insistiendo en la Apertura al Mundo (Discurso de Juan XXIII en la Apertura del Concilio), lo que sí ocurrió es que el Papa cerró la puerta a las fruslerías, enseñadas por la Iglesia hasta entonces, para abrirlas a los problemas reales que nos circundan. Las consecuencias están hoy demasiado a la vista. Pero Dios es también Suprema Justicia, y sabe castigar a los hombres de forma proporcionada, como hoy suele decirse en la jerga de la casta política dominante.

Tal casta política efectivamente está siendo utilizada por Dios para castigar a España de forma muy proporcionada. Decía Santo Tomás de Aquino que cada Pueblo acaba teniendo los Gobernantes que se merece. Aunque según algunos, haciendo gala sin duda de un espíritu crítico fuera de nota, aseguran que a Dios se le fue la mano en la dosificación de malos materiales para producir a tal clase de Gobernantes.

En cuanto a la Iglesia, y dicho a modo de ejemplo, ahí están los malos Pastores, que son quienes hoy por todas partes gobiernan una Iglesia destruida. Se cumple aquí al pie de la letra la profecía de Isaías:

 

Mis guardianes son ciegos todos,
no entienden nada.
Todos son perros mudos
que no pueden ladrar.
Somnolientos se acuestan,
como amigos que son de dormir…
Siguen cada uno su camino,
cada cual busca su interés.[1]

 

No podemos saber si dentro del campo de visión del carisma profético de alguien tan importante como el Profeta Isaías, el tema de la Conferencia Episcopal Española quedaba comprendido en la categoría de perros mudos enunciada por el Profeta. Han transcurrido demasiados siglos, aunque son muchos los que aseguran que, de todas formas, el espíritu de profecía abarca todos los tiempos. Añadiendo además, con evidente exageración y clara escasez de consideraciones, que los Obispos españoles dan tema sobrado para quedar comprendidos en el ámbito visionario del Profeta.

Más difícil resulta pensar que quedara incluido en la visión de Isaías un tema adicional tan minúsculo como el de la Conferencia Episcopal Tarraconense. Son algunos los que aseguran irrespetuosamente que en realidad apenas si nadie conoce qué cosa puede ser algo como la Conferencia Episcopal Tarraconense, cuando con tan pretenciosa arrogancia se considera a sí misma tan importante como para separarse del resto de Obispos de su propio país.

En cuanto al papel de los Pastores que la integran —siguen diciendo sin consideraciones sus detractores—, sucede que después de haber estado constantemente animando a los de una parte de su región a separarse de la otra y del resto del país, ahora publican una cantinela en la que se habla de diálogo y entendimiento. Para los que así piensan, el problema de esta Tarraconense consiste en que ignora las doctrinas de la colegialidad y de la unidad de los Obispos formando un suelo Cuerpo. Eso por lo que hace ad intra, porque en cuando al problema ad extra —y con esto terminan sus alegatos— sucede que a nadie le importa la Tarraconense.

Personalmente no me agrada dar acogida a opiniones desconsideradas. Si bien creo que en algo tienen razón. Pues nadie hubiera tomado en cuenta el problema de la Tarraconense de no haber sido por sus denuncias.

De todas formas, la suprema estupidez de considerar fruslerías, o como algo que no va conmigo a lo que es verdaderamente decisivo para la existencia humana, acaba por destruir infaliblemente a quienes piensan de tal manera. Porque si el hombre deja de pensar —atribución divina que lo distingue de los animales— se convierte a su vez en otro animal, aunque esta vez de rango inmensamente inferior.

Y volviendo al tema verdaderamente importante que nos ocupa, los autores espirituales llaman Mística al conjunto de las relaciones amorosas divino–humanas que han alcanzado un grado avanzado de perfección.

Los tratados de Espiritualidad Cristiana, en la parte dedicada a la oración, tratan de fijar la diferencia entre la oración llamada de reflexión o meditación y otra que supone un grado de perfección mayor y que depende de especiales gracias sobrenaturales, la cual es conocida normalmente como oración contemplativa.

Ambos grados de oración determinan a su vez los diferentes estadios de la vida interior o vida espiritual, suficientemente estudiados a través de una extensa gama de tratados que forman la doctrina de la Espiritualidad Cristiana. La Mística, objeto de nuestro estudio, tiene que ver únicamente con el estadio de la oración contemplativa.

Aquí vamos a considerar exclusivamente alguna de las cuestiones que se plantean en torno a la Mística, comenzando con el importante problema del lenguaje. Dado que el propio de la relación amorosa divino–humana, al menos en sus grados más avanzados, suele transcender la forma normal de comunicación en las relaciones humanas, de ahí la dificultad que presenta el estudio de la Mística.

La relación amorosa supone necesariamente la comunicación entre las personas que se aman. Comunicación que consiste en un intercambio de ideas, de sentimientos y en último término hasta de vidas, donde el lenguaje, ya sea por medio de palabras o de gestos, desempeña un papel fundamental.

La relación amorosa meramente humana, incluso la animada por la gracia, está situada en un nivel diferente al de la relación de amor divino–humana. La razón, porque esta última suele tener lugar en grados de elevación muy alejados del mero amor humano. Ambas, sin embargo, poseen el elemento común del amor, además de estar relacionadas con respecto al Amor Trinitario, si bien en diferentes grados, según una cierta analogía. E igualmente las dos utilizan el lenguaje como elemento necesario de expresión.

Pero el lenguaje propio de la Mística no suele ser el lenguaje de los hombres. Y aquí nos tropezamos con un primer y grave problema al que tal vez no se concede la debida importancia en los tratados de Espiritualidad. El problema nada tiene que ver con la naturaleza misma de la vida mística, puesto que el alma humana, elevada sobrenaturalmente en sus potencias por los dones y los frutos del Espíritu Santo, está capacitada para conversar con Dios a través de un entendimiento mutuo.

La dificultad se plantea más bien cuando la Mística trata de ser estudiada y entendida por terceros. En cuyo caso ha de utilizar el lenguaje de los hombres, con la consiguiente imposibilidad de que el contenido místico de la relación sea transmitido según su prístina originalidad. Y no podría ser de otra manera, puesto que al intentar trasladar a un lenguaje meramente humano contenidos de un elevado carácter sobrenatural, los mismos que hacen referencia a lugares profundos de intimidad en los que se expresa el amor divino–humano, los contenidos más originales y auténticos de la relación necesariamente se desvirtúan. Puesto que han de ser expresados mediante un lenguaje humano, captado a su vez por entendimientos no suficientemente capacitados por estados elevados de la gracia. Aparte de eso, y como otro elemento añadido de dificultad, hay que tener en cuenta que las profundidades del amor se resisten a dejar de ser profundidades, de tal manera que la intimidad del tú a tú pierde su naturaleza cuando deja de ser intimidad. Dificultad esta última que, si bien puede considerarse como de carácter general, se acentúa hasta lo inconmensurable cuando se trata del amor divino–humano.

En este sentido, y dentro del engranaje de la relación amorosa divino–humana, ninguno de los dos que se aman, ya sea Dios ya sea el hombre, puede hacer llegar a terceros el contenido de esa relación. Solamente pueden ser transmitidos elementos que rondan la aproximación, aportando un grado de conocimientos demasiado débil, como esas figuras que se pierden en la lejanía y se hacen casi imposibles de distinguir. El contenido de la conversación de los que se aman, dentro de este estadio de la evolución amorosa, queda exclusivamente reservado entre ambos sin posibilidades de comunicación ad extra. Las palabras con las que se expresa la relación amorosa, y aún más en el contexto de las relaciones divino–humanas de las que aquí tratamos, fluyen de las intimidades más hondas de los abismos del misterio del amor, no accesibles para quienes no sean el yo y el de la relación. Veamos un ejemplo:

 

Mi Amado, las estrellas,
el mar que besan proas de mil naves,
los ojos de doncellas,
el canto de las aves,
«aquello que te dije y que tú sabes».[2]

 

Porque sólo tú es quien lo sabe y solamente tú es quien lo puede saber y entender. Pues así son las reglas del el amor. La conversación íntima entre un yo y un que queda cerrada en una esfera inaccesible para el mundo exterior.

 

(Continuará)

Padre Alfonso Gálvez


[1] Is 56: 10–11.

[2] A. Gálvez, Cantos del Final del Camino, n. 67.

Padre Alfonso Gálvez
Padre Alfonso Gálvezhttp://www.alfonsogalvez.com
Nació en Totana-Murcia (España). Se ordenó de sacerdote en Murcia en 1956, simultaneando sus estudios con los de Derecho en la Universidad de Murcia, consiguiendo la Licenciatura ese mismo año. Entre otros destinos estuvo en Cuenca (Ecuador), Barquisimeto (Venezuela) y Murcia. Fundador de la Sociedad de Jesucristo Sacerdote, aprobada en 1980, que cuenta con miembros trabajando en España, Ecuador y Estados Unidos. En 1992 fundó el colegio Shoreless Lake School para la formación de los miembros de la propia Sociedad. Desde 1982 residió en El Pedregal (Mazarrón-Murcia). Falleció en Murcia el 6 de Julio de 2022. A lo largo de su vida alternó las labores pastorales con un importante trabajo redaccional. La Fiesta del Hombre y la Fiesta de Dios (1983), Comentarios al Cantar de los Cantares (dos volúmenes: 1994 y 2000), El Amigo Inoportuno (1995), La Oración (2002), Meditaciones de Atardecer (2005), Esperando a Don Quijote (2007), Homilías (2008), Siete Cartas a Siete Obispos (2009), El Invierno Eclesial (2011), El Misterio de la Oración (2014), Sermones para un Mundo en Ocaso (2016), Cantos del Final del Camino (2016), Mística y Poesía (2018). Todos ellos se pueden adquirir en www.alfonsogalvez.com, en donde también se puede encontrar un buen número de charlas espirituales.

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