En una nueva entrevista, monseñor Schneider comenta el documento preparatorio del venidero Sínodo Panamazónico de 2019 y rechaza la idea de ordenar a hombres casados. Argumenta que el celibato sacerdotal es una tradición de la Iglesia que se remonta a los tiempos de los Apóstoles. En cuanto al papel de la mujer, teme que la Iglesia no tarde en imitar el ejemplo de las asistentas pastorales que ya pronuncian homilías y celebran la liturgia de la palabra en alemán.
En el curso de una entrevista de media hora de duración concedida el pasado 10 de junio en la República Checa al medio tradicionalista Gloria.tv, monseñor Schneider, obispo auxiliar de Santa María de Astaná (Kazajistán) habla sobre una variedad de temas, como la importancia de la Misa Tradicional, las graves consecuencias del documento pontificio Amoris laetitia y la división en el seno de la Iglesia Católica.
A raíz del documento dado a conocer el pasado 8 de junio (Instrumentum laboris) con vistas al Sínodo Panamazónico a celebrarse en 2019, monseñor Schneider comenta también el problema de la ordenación de hombres casados y los riesgos de dar más prominencia a la mujer en el presbiterio.
Schneider observa que este nuevo documento vaticano es un intento de allanar el camino a la ordenación sacerdotal de hombres casados en esa región concreta del mundo. Afirma que, semejante autorización «equivaldría en la práctica a la abolición del celibato». «Se nota a la legua» –añade, y explica a continuación que sólo un niño dejaría de entender esta consecuencia profunda de la excepción concedida a la región panamazónica.
El prelado alemán señala que la existencia de esos sacerdotes casados «contravendría la Tradición ininterrumpida de la Iglesia». Para monseñor Schneider, «la vida célibe del sacerdote es algo que se remonta a la tradición apostólica, no es una simple norma de la Iglesia». San Agustín ya lo afirmó, así como el Sínodo de Cartago. Según explica Schneider, en el siglo IV ya se sabía que el celibato viene de los tiempos de los apóstoles. (En este caso significa simplemente una vida de castidad. Es posible que algunos sacerdotes ya estuvieran casados, pero en el momento de su ordenación abrazaron la continencia absoluta.)
Como nos recuerda Schneider, a lo largo de la historia de la Iglesia todos los papas han insistido en que sacerdotes y obispos observen una vida de castidad, contra toda oposición –incluso de gobernantes europeos– y contra todo abuso en la práctica. Cuando en el siglo VII la iglesia oriental dejó de observar este principio, «la Santa Sede jamás lo aceptó», explica el prelado.
Por lo que respecta a los ritos orientales que permiten los sacerdotes casados, explica monseñor Schneider que se trata de «una concesión a los clérigos de la Iglesia Ortodoxa que querían regresar a la Católica». Según Schneider, «se los autorizó a mantener una práctica casi milenaria». Ahora bien, la Iglesia Católica Romana «nunca debería ceder», y añade que una alteración de dicha disciplina «se opondría a la Tradición Apostólica e iniciaría una reacción en cadena».
Monseñor Schneider teme que de autorizar la Iglesia la ordenación de sacerdotes casados en la región panamazónica otros obispos y conferencias episcopales querrían hacer lo mismo en sus regiones. «En poco tiempo se habría eliminado el celibato sacerdotal», advierte el prelado, y agrega: «Y eso no debe suceder. Espero, pues, que la Providencia no lo permita».
En cuanto a la posibilidad de que el Sínodo Panamazónico proponga algunas formas de ministerio femenino para la iglesia de su región, Schneider hace una observación parecida: «La ordenación sacramental es imposible», dice. Más bien podría suponer que la Iglesia imitase tal vez el modelo alemán de las asistentas pastorales a las que ya están bendiciendo los prelados germanos. Ya predican homilías y presiden liturgias de la palabra que incluyen la distribución de la Eucaristía. «Se ocupan de todo menos del Canon de la Misa –explica Schneider–. ¡Ya existe!», exclama. Hace décadas que los católicos alemanes ven mujeres en el presbiterio revestidas con un alba y presidiendo celebraciones litúrgicas.
Por tanto, añade Schneider, podría ser que en la región amazónica se hiciera como en Alemania. «Espero, y ruego a Nuestro Señor, a la Providencia de Dios, que no lo permita», repite una vez más Schneider.
Al concluir esta parte de la entrevista, el prelado insiste en la importancia de proteger y salvaguardar «la perla que nos encomendó el Señor».
Al mismo tiempo, el obispo de Astaná anima con estas palabras a los católicos fieles en vista de la crisis de la Iglesia: «Donde el pecado abunda, la gracia sobreabunda», y se le nota la alegría en la voz al decirlo. Donde reina tanta oscuridad, «brilla una luz, la gracia, más todavía». En sus viajes por el mundo él mismo observa que por todas partes hay bolsas de resistencia que mantienen la fe. «Por todo el mundo veo al Espíritu Santo actuando. Quiero decir que en muchos grupos reducidos, numerosas familias jóvenes, la juventud, muchos seminaristas y sacerdotes, se vive la Fe». Esos católicos procuran vivir con arreglo a la moral y dar ejemplo.
Para monseñor Schneider, quienes ostentan el poder en la Iglesia –él los llama la nomenklatura eclesiástica– «están empapados del espíritu del mundo, del espíritu naturalista, les falta la fe sobrenatural». Aunque hayan accedido a cargos eclesiásticos, explica el prelado, y «ejerzan autoridad sobre los pequeños y los puros, e incluso traten de acabar con ellos», y tengan también «el poder en cuanto gobierno, y dinero, reputación, respaldo mediático, y gocen del elogio público, ¡nosotros tenemos la Fe!», exclama.
«Ustedes tendrán el poder, pero nosotros tenemos la Fe». Esto es lo que, según el obispo Schneider, pueden decir los fieles sencillos a las autoridades eclesiásticas. «Somos más ricos y tenemos más poder». Para él, el Espíritu Santo ya está preparando una primavera de la Iglesia. «El campo todavía está cubierto de nieve, pero ya se ven los copos pequeños que anuncian la llegada de la primavera. Me refiero a todos los grupos pequeños [repartidos por el mundo] que carecen de poder, que son excluidos, pero con Dios son poderosos». Este obispo rebosante de fe concluye con estas palabras: «Además, la Madre de Dios es nuestra Madre, la Madre de la Iglesia, y estamos en sus manos. Y ella es la vencedora de todas las herejías».
Maike Hickson
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)