Muerte preciosa de una joven justa

Meditación XIV

Composición de lugar. Represéntate a una joven buena en el lecho del dolor, admira su paz.

Petición. Muera, oh Jesús mío, la muerte del justo.

Punto primero. Profundamente impresionada te considero, hija mía, con la meditación del fin pésimo de la joven pecadora. Mas, consuélate, que en tu mano está evitar tanta desgracia… No todas mueren así. Consuélate con la contemplación de la muerte de la joven justa… acércate al lecho del dolor… nada hay aquí que repugne ni dé pena al corazón… ¿No ves? Su sonrisa angelical es un destello de la alegría de su alma, un trasunto de la gloria de los cielos… Su pasado la llena de consuelo y de paz… su vida, aunque ha sido alguna vez empañada con alguna ligera mancha de pecado, las lágrimas de penitencia y dolor se la han borrado… ha recubierto las roturas que los extravíos de su mocedad hicieron en la blanca estola de su inocencia, con hermosas perlas recamados de oro que le dan más brillo y esplendor.

Punto segundo. Su estado presente la alegra, porque su conciencia tranquila, en paz con Dios, con el prójimo y consigo mismo, es un banquete de felicidad… ¡Oh hija mía! ¡qué gozo da a esta alma el recuerdo de las buenas obras! El cuarto de hora de oración, al que deberá quizás su salvación y la felicidad de que ya goza; las comuniones, confesiones, obras de caridad espirituales y corporales, sobre todo las veces que se ha vencido a sí misma y ha celado la gloria de Dios, la forzarán a exclamar: ¡Oh Dios mío! Jamás podía pensar fuera cosa tan apacible el morir ¡Benditas obras, benditas penitencias, que tanta paz me proporciona en este último instante!

Punto tercero. Pero lo que más alegra al alma justa en la hora de la muerte es el porvenir… La muerte acaba con todos los dolores y miserias y pecados… y abre la puerta de la vida, de la paz y felicidad eternas… Para el corazón que gime y llora en este destierro es alegría grande el anuncio de que se acaba su destierro, y se abre la patria… Que muero porque no muero, canta el alma que espera y ama a Dios, y con una de mis hijas repite en el lecho del dolor: Ven, muerte, tan escondida – que no te sienta venir, – porque el gozo de morir – No me torne a dar la vida… El Angel de paz, mensajero de su Amado, hace resonar en sus oídos: Ven del Líbano, esposa mía, querida mía, amiga mía, hermosa mía… ; pasó ya el tiempo del invierno, del trabajo, de la lucha y del dolor; ven a descansar eternamente en los brazos de tu Amado… Voy, responde al alma fiel, y desatada ya de esta cárcel y de estos hierros, sube, el cuello reclinado en los dulces brazos del Amado, a descansar en la celeste Sión… Así mueren los justos, hija mía: más bien que muerte es un sueño plácido, un despertar feliz en la aurora de la vida eterna… Contempla el cuerpo muerto que fue morada de una alma justa… la sonrisa del alma, que es como el último beso de paz y amistad que le ha impreso al despedirse por unos días de él, está pegada a sus labios… Su frente serena…todo su rostro, aunque lleva señales de profundos padecimientos, respira reflejos de gloria y majestad. Atrae, asís como el cuerpo del alma pecadora inspira repulsión y horror… ¿te agrada esta muerte? Pues vive como los justos, que la muerte es el eco de la vida.

Padre nuestro y la Oración final.

Fruto. Aprenderé a morir bien, viviendo santamente, obrando siempre como si a cada instante hubiese de morir. Me preguntaré antes de obrar: Si hubiese de morir ahora ¿cómo obraría, pensaría, hablaría?

San Enrique de Ossó

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Meditaciones diarias de los misterios de nuestra Santa Fe y de la vida de Cristo Nuestro Señor y de los Santos.

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