En este capítulo VI, dedicado al sacramento del Orden, estudiaremos los siguientes aspectos: naturaleza, institución, materia y forma, ministro, sujeto, efectos y los grados de este sacramento. Y como epílogo al mismo, haremos un estudio de cinco apartados que hoy en día están siendo cuestionados: el celibato sacerdotal, el traje talar, la necesidad de la reforma de los seminarios, el diaconado permanente y el sacerdocio de la mujer.
1. Nociones generales
La Iglesia es un organismo cuyos miembros tienen funciones diversas y armónicas. Todos están al servicio de los demás, pero cada uno realiza ese servicio de manera distinta. Existe una jerarquización, un orden, querido por Cristo mismo al fundar la Iglesia (DS 1776).
La voz orden no es un término bíblico. El Nuevo Testamento habla de diversos jerarcas, jefes, vigilantes sagrados, presbíteros, diáconos, etc., pero nunca utiliza la palabra orden con sentido eclesial-sacramental. En la época patrística se toma el término orden del uso grecorromano para expresar con él el contenido bíblico.
Desde el primitivo cristianismo, orden significa un grado clerical y el acto sagrado por el que un individuo es incorporado a dicho grado.
El Orden es el sacramento por el que «por institución divina, algunos de entre los fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y regir» (CIC, c. 1008).
Ordenar corresponde exclusivamente a la autoridad cuyos representantes supremos reciben el título de «ordinarios» y cuyas prescripciones son llamadas «órdenes». Pero en la Iglesia esto no tiene lugar mediante un mero nombramiento.
El uso de los Santos Padres y de los ritos litúrgicos más antiguos[1] restringe el uso del término orden a la colación de un oficio sagrado, distinto y superior a las funciones que corresponden a los laicos, en el que, previa la elección del candidato, se requiere un rito especial. Se exceptúa el caso del Sumo Pontífice, que es un elegido, no ordenado Papa, puesto que su potestad es singular y suprema.
El oficio sagrado así conferido es de suyo permanente y susceptible de grados, cuyo conjunto constituye la Jerarquía eclesiástica. A cada grado corresponde una potestad peculiar, superior a la del grado inmediatamente inferior.
2. Notas históricas
El Orden en la Iglesia no es mera continuación del orden de la Sinagoga, es decir, del pueblo de Israel. En el Antiguo Testamento encontramos autoridades desde el momento en que Israel se constituye como pueblo: Moisés, Aarón, los setenta presbíteros. Es un pueblo de sacerdotes cuyo fin principal es el culto (Ex 19:6).
Algunos autores han insistido en la analogía existente entre el sacerdocio judío y el cristiano, sin embargo, aunque no pueda negarse cierta semejanza exterior, las diferencias son sustanciales. La Carta a los Hebreos, cuando compara el sacerdocio del Antiguo Testamento con el del Nuevo Testamento, lo hace para contraponerlos. El sacerdocio veterotestamentario es figura del nuevo[2]; éste no es continuación de aquél, ya que las autoridades eclesiales instituidas por Cristo, son tan originales como la Iglesia misma por cuya estructura vienen exigidas.
- Viviendo aún los Apóstoles, el Nuevo Testamento menciona oficios desempeñados de manera estable por algunos miembros de la comunidad: los obispos presbíteros (Hech 11:30; 1 Tim 5:17; Fil 1:1; Tit 1: 7-9; etc.) y los diáconos (Hech 6: 1-6). Los primeros actúan con frecuencia colegialmente (1 Tim 4:14) y, al morir los Apóstoles, desempeñan la triple función de aquéllos. La sinonimia entre «obispos» y «presbíteros» en el Nuevo Testamento no permite distinguir aún entre ambos términos. Los diáconos desempeñan un oficio supeditado a los obispos y presbíteros.
Esta situación se refleja también en la Didajé (15,1) y en los escritos de los Padres apostólicos.
- En San Ignacio de Antioquía (ss. I-II), encontramos ya un notable desarrollo, o unos testimonios más explícitos, puesto que en toda iglesia particular existen perfectamente diferenciados: Obispo, presbíteros y diáconos, jerarquizados por este orden.
- Un siglo después la claridad documental es todavía más meridiana. A mediados del s. III la Tradición apostólica de San Hipólito de Roma recoge una praxis previa con respecto a las fórmulas de ordenación, cada una de las cuales perfila sin posibilidad de dudas el oficio sagrado que corresponde a cada grado del Orden. Obispos, presbíteros y diáconos son constituidos mediante la imposición de manos y una oración concomitante en la que se piden eficazmente las gracias específicas para desempeñar las funciones propias de cada caso, que se mencionan de forma explícita en la ordenación de cada uno
Es importante advertir que, además del Obispo, presbítero y diácono, la Tradición apostólica habla también de otros oficios y estados: confesores, viudas, vírgenes y subdiáconos. Tenemos aquí la base de las llamadas órdenes menores, que tienen una antiquísima y rica tradición en la Iglesia. De hecho, desde finales del s. II la Iglesia fue instituyendo otros grados inferiores al diaconado, cuya misión consistía en ayudar en las funciones cultuales y en el ministerio pastoral. En Oriente hubo lectores y subdiáconos; en Occidente se crearon subdiáconos, acólitos, exorcistas, ostiarios y lectores, jerarquizados por este orden.
Las diversas órdenes menores fueron en un primer momento órdenes estables, es decir, mantenidas por sí mismas; pero luego se convirtieron en peldaños transitorios y necesarios para ascender a las órdenes superiores: diaconado, presbiterado y episcopado.
- En la reforma litúrgica realizada por Pablo VI tuvo dos partes. En primer lugar por la Const. Apostólica Pontificalis Romani recognitio (1968) el Papa aprobaba los nuevos ritos de la Ordenación del Diácono, Presbítero y Obispo. Luego por el Motu Proprio Ministeria quaedam (1972) se suprimía la tonsura vinculando la entrada en el estado clerical con el diaconado; y se establecía que las «órdenes menores» se denominasen en adelante «ministerios»; que estos «ministerios» no se reservan sólo a los candidatos al sacramento del O., sino que pueden ser confiados a liacos.
De esta forma el Orden quedaba estructurado en tres grados (episcopado, presbiterado y diaconado); a los que se unen dos ministerios (acolitado y lectorado).
3. El sacerdocio de Cristo[3]
“Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la Antigua ley era figura de Él, y el sacerdote de la Nueva ley actúa en representación suya”.[4] Jesucristo es el “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim 2:5), el único sacerdote de la Nueva ley, que nos ha redimido mediante el sacrificio de la cruz[5].
Este sacrificio de la cruz, también único y realizado una vez por siempre, se actualiza en el sacrificio eucarístico. De modo semejante, el único sacerdocio de Cristo se hace presente por el sacerdocio ministerial; por eso sólo Cristo es el verdadero Sacerdote; los demás son ministros suyos.
Como nos dice Pío XII en su encíclica Mediator Dei: “Es al mismo Cristo Jesús, Sacerdote, a cuya sagrada persona representa el ministro. Este, ciertamente, gracias a la consagración sacerdotal recibida se asimila al Sumo Sacerdote y goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo (a quien representa)”.
En la Carta a los Hebreos, Cristo es presentado como el Gran Sacerdote de la Nueva Alianza. Más aún, es sobre todo en su cualidad de sacerdote, como Jesús aparece sentado a la diestra del Padre (Heb 8:1). Se trata, pues, de un reinado sacerdotal y de un sacerdocio regio.
El Salmo 110 ya había descrito al Mesías como rey-sacerdote: “Oráculo de Yahvé a mi Señor: Siéntate a mi diestra en tanto que pongo a tus enemigos por escabel de tus pies (…). Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (vv. 1 y 4). En el Nuevo Testamento se cita con frecuencia este Salmo, entendiéndolo como profecía mesiánica.[6]
Junto al Salmo 110, con su clara profecía en torno a la naturaleza sacerdotal del Mesías, es necesario tener presente la clara afirmación en el Antiguo Testamento de que el Mesías salvaría a su pueblo mediante sus sufrimientos. En este aspecto, se destacan sobre todas las profecías del Siervo de Yahvé (Is 42: 1-7; 49: 1-9; 50: 4-11; 52: 12-53). El hecho de que la muerte de Cristo haya sido entendida por Él mismo como sacrificio, implica la afirmación de que es sacerdote. En efecto, ofrecer el sacrificio es el acto propio del sacerdocio. Así pues, la afirmación del sacerdocio del Mesías no sólo se encuentra en aquellos lugares en que se le llama sacerdote, sino que se encuentra también, aunque en forma implícita, en aquellas otras afirmaciones de que se entregaría voluntariamente por los hombres ofreciendo su vida por el pecado (ls 54:10), contenidas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
El autor de la Carta a los Hebreos no sólo hará del sacerdocio de Nuestro Señor el tema central de su mensaje, sino que presentará toda la obra mesiánica de Cristo como una mediación sacerdotal, designándole como Gran Sacerdote de la Nueva Alianza. Él es sacerdote según el orden de Melquisedec: con un sacerdocio eterno. Podemos decir que, en Jesús, la consagración sacerdotal es la misma unión hipostática, porque es por ella como su humanidad ha sido constituida puente y mediación perfecta, entre Dios y los hombres.
Dos veces propone la Carta a los Hebreos expresamente un concepto de sacerdote, y las dos veces lo presenta relacionado con el sacrificio (Heb 5: 1-2 y 8:3): Todo pontífice, tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados (5:1).
Es esencial al sacerdote el pertenecer a la familia humana “tomado de entre los hombres”, y el “haber sido elegido y constituido por Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados”.
La Carta pone de relieve que todas estas características: verdadera humanidad, vocación divina, consagración, relación al sacrificio, se dan plenamente en Cristo (cfr Hebr 2: 11-18; 9:26; 10: 5-10).
¿Por qué dice la Carta a los Hebreos que Cristo es sacerdote según el orden de Melquisedec?:
- Porque Melquisedec significa rey de justicia, y rey de Salem significa rey de paz, mientras que el reino del Mesías será el reino de la paz y de la justicia (7: 1-2);
- Porque Melquisedec, sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio ni fin de su vida se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre (7: 3);
- Porque fue él, Melquisedec, quien bendijo a Abraham y quien recibió de él los diezmos, mostrándose en esto la superioridad de Melquisedec sobre Abraham y, en consecuencia, la superioridad de Cristo, de quien Melquisedec era tipo (7: 4-10).
Las referencias a Melquisedec ponen de relieve que el sacerdocio no le viene a Jesucristo por herencia carnal. Él no es de la tribu de Leví, sino de la de Judá y, al mismo tiempo, manifiestan también que con el nuevo sacerdocio de Cristo ha sido abolido el sacerdocio aarónico (7: 11-19).
Una de las más poderosas razones en que se apoya la afirmación del sacerdocio de Cristo es el carácter sacrificial que tuvo su muerte. Este sacrificio, al mismo tiempo, viene descrito como muy superior a todos los sacrificios antiguos, que eran sólo su figura y que recibían su valor precisamente de su ordenación a él. El valor de este sacrificio es superior a todos no sólo por el sacerdote que lo ofrece, sino por la víctima ofrecida de valor infinito, y también por la perfección con que se unen en un mismo sujeto el sacerdote que ofrece y la víctima ofrecida.
Esta perfecta identidad existente entre el sacerdote que ofrece y la víctima que es ofrecida lleva a su plenitud la unidad entre sacrificio interior y sacrificio exterior, la adoración a Dios en espíritu y verdad (Jn 4:23).
En los Evangelios, Jesús habla de su cuerpo que se ofrece en comida, y de su sangre como sangre de la alianza que será derramada por muchos para la remisión de los pecados (Mt 26: 26-28).
El mismo lenguaje sacrificial encontramos en San Pablo: Cristo, nuestra pascua, ha sido immolado (1 Cor 5:7), se ha ofrecido como oblación y hostia por nosotros (Ef 5:2), como víctima por el pecado (2 Cor 5:21). Parecidas expresiones sacrificiales referidas a la muerte de Cristo encontramos también en 1 Pe 1: 18-19 y en el Apocalipsis (Apoc 5).
El sacerdocio de Cristo comienza en la Encarnación (Heb 2: 10-18), al tomar una naturaleza humana, y como consecuencia poder actuar como “mediador” entre el hombre y Dios; llega a su culmen en el Sacrificio del Calvario (Heb 9: 26-28) y se perpetúa por toda la eternidad en el Cielo(Heb 10: 11-15).
4. Sacerdocio común y sacerdocio ministerial
Ni el sacerdocio de los fieles y ni el sacerdocio ministerial suceden, ni se suman al sacerdocio de Cristo, sino que son participación en ese sacerdocio. No suceden, porque el sacerdocio de Cristo es eterno, y Cristo por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo, y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos (Heb 7: 24-25). No se suman al sacerdocio de Cristo, porque no es posible sumar ni otra oblación ni otra víctima al sacrificio que ya tuvo lugar en el Calvario. Este sacrificio se actualiza en la Eucaristía, sin añadir nada esencial a lo acontecido en el Calvario. Es el mismo Cristo el Sacerdote que, en la celebración eucarística, se ofrece a Sí mismo al Padre por el ministerio de los sacerdotes con inmolación incruenta
Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia un Reino de sacerdotes. El grupo de los creyentes es una comunidad sacerdotal; pero hay dos modos de participar en el sacerdocio de Cristo: el común (de todos los bautizados) y el ministerial (de los que han recibido el sacramento del Orden).
La diferencia entre el sacerdocio común y el ministerial es de esencia y de grado. El sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal. El sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común y en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos.
Desgraciadamente, después del Vaticano II se ha visto, por influjo protestante, una fuerte tendencia a difuminar aristas y a diluir el sacerdocio ministerial en el sacerdocio común de todos los fieles. Con ello, se ha favorecido la crisis de la identidad sacerdotal y el abandono de muchos sacerdotes al haber perdido el sentido específico de su vocación. Como ejemplo, baste aducir aquí la desaparición de los dos distintos Confiteor en la Misa del Novus Ordo (el del sacerdote celebrante y el de los fieles), así como la omisión de la oración Placeat tibi, sancta Trinitas inmediatamente antes de la bendiciónfinal -en dicha oración se aludía al sacrificio ofrecido por el celebrante por él y por los fieles, con distinción, mihique et omnibus pro quibus illud obtuli-, aparte de otros muchos lugares en los que se aludía a la distinción entre el celebrante y los fieles.[7]
Las promociones del laicado, además de parecer olvidar que la jerarquía eclesiástica es de institución divina, suelen estar aquejadas en el fondo de una desafortunada visión del sacerdocio ministerial. Para ellas el sacerdocio ministerial está colocado arriba, en una situación de superioridad, mientras que los seglares, en cambio, están situados más bien abajo, en clara situación de inferioridad. La verdad es que, si bien es cierto que la Jerarquía está integrada por el sacerdocio ministerial (siendo los restantes miembros del Cuerpo Místico los simples fieles), no ha de perderse de vista el concepto neotestamentario de la autoridad cristiana. El sacerdote es un ser segregado, más bien que un ser superior: ex hominibus assumptus et pro hominibus constituitur. Ha sido puesto para servir a sus hermanos, y con el mandato expreso, además, de considerarse a sí mismo como el último de todos.[8]
5. Naturaleza del sacerdocio ministerial
- Es una participación especial en los oficios sacerdotales propios de Cristo Cabeza; es decir, el sacerdocio ministerial constituye jerárquicamente a quien lo posee, cosa que no hace el sacerdocio común.
- A través del ministro ordenado, Cristo se hace presente en la Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño (gobernar), Sumo Sacerdote del sacrificio redentor (santificar), Maestro de la verdad(enseñar). Es lo que la Iglesia expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del orden, actúa “in persona Christi capitis”.
- Atribuye, por lo tanto, una participación en los oficios de enseñar, santificar y gobernar que es peculiar y que no da el sacerdocio común.
- Proporciona un poder especial sobre el Cuerpo sacramental de Cristo, y por lo tanto sobre su Cuerpo Místico. Los seglares pueden, por ejemplo, enseñar, pero no “ex oficio”, lo que quiere decir que podrán ser teólogos, pero no predicadores.
- En cambio la oblación victimal, es propia de las dos maneras de sacerdocio, aunque el sacerdocio ministerial esté llamado a vivirla de una manera particularmente intensa (y aquí la diferencia de grado entre el uno y el otro).[9] El sacerdocio ministerial, además de representar a Cristo ante la asamblea de los fieles, “actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico” (CEC, 1552).
- El hombre que posee el ministerio sacerdotal no es un representante de la comunidad, ni es elegido por ella, ni puede serlo; pues, en este sentido, la comunidad no necesita representantes, ya que es toda ella un Pueblo de sacerdotes (1 Pe 2:9). El sacerdote es un hombre llamado directamente por Dios; lo que se conoce con el nombre de vocación: «Ninguno se toma por sí este honor, sino el que es llamado por Dios» (Heb 5:4).
- Como participante en los oficios de Cristo Cabeza, el sacerdocio ministerial menos aún puede ser una representación de la comunidad, la cual, aunque integrada en Cristo, no lo está en sus funciones capitales, y en este sentido el sacerdocio ministerial solamente puede recibir su función jerárquica de la misma Cabeza.[10]
6. Los grados del sacerdocio ministerial
Tal como nos dice el Catecismo de la Iglesia católica: “El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos; es pues, el sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado” (CEC, 1546).
Este poder sagrado se refiere fundamentalmente a la Eucaristía, al perdón de los pecados y a la predicación de la fe. Además, después de la resurrección y de manera muy especial, Cristo confirmó el poder supremo a Pedro.
Estos poderes habrían servido de poco si hubieran desaparecido con los Apóstoles. Por esto, Cristo les mandó que los transmitieran; y así lo entendieron y practicaron ellos: impusieron las manos sobre los que eligieron (Hech 6:6); constituyeron presbíteros y obispos para gobernar la Iglesias locales (Hech 14:23), para administrar los sacramentos, para vigilar la buena doctrina y fomentar las buenas costumbres (2 Tes 3:2).
El ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de obispos, presbíteros y diáconos.
De éstos, el episcopado y el presbiterado son dos grados de participación ministerial en el sacerdocio de Cristo, y la expresión “sacerdote” se aplica tanto a los obispos como a los presbíteros. No se aplica en cambio a los diáconos, que no constituyen un grado de sacerdocio sino de servicio, destinado a ayudar a servir a aquél. De todas formas, los tres órdenes se confieren por un mismo rito sacramental de ordenación, el sacramento del orden (CEC, 1554).
6.1 La plenitud del sacerdocio: el episcopado
Los obispos, a través de una sucesión apostólica ininterrumpida, son los transmisores de la semilla apostólica. La consagración episcopal confiere las funciones de santificar, enseñar y gobernar. En consecuencia los obispos hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor, y Sacerdote, y actúan en su nombre.
Pertenece a los obispos:
- Conferir el sacramento del Orden y, ordinariamente, la administración de la Confirmación y la bendición de los óleos y de algunas cosas destinadas al culto.
- Gobiernan sus diócesis con potestad ordinaria bajo la autoridad del papa, y son ellos quienes confieren a los presbíteros cualquier potestad de regir que puedan tener sobre los demás fieles.
- Predican autorizadamente la Palabra de Dios.
Por otra parte, cada obispo tiene, como vicario de Cristo:
- El oficio pastoral de la Iglesia particular que le ha sido confiada.
- Al mismo tiempo tiene colegialmente con todos sus hermanos en el episcopado la solicitud de todas las Iglesias.
- Y, en virtud de la consagración episcopal y por la comunión jerárquica con la cabeza y miembros del Colegio, todos los obispos forman parte del colegio episcopal.
6.2 El presbiterado: colaborador del obispo
La función ministerial de los obispos, en grado subordinado, fue encomendada a los presbíteros para que, fueran los colaboradores de los obispos para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo.[11]
Los presbíteros aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes, sin embargo están unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza.[12]
- La potestad de los presbíteros se extiende a consagrar el Cuerpo y la Sangre del Señor, perdonar los pecados, apacentar a sus súbditos con las obras y la doctrina, y administrar los sacramentos que no requieren el orden episcopal.
- Los presbíteros son colaboradores de los obispos e instrumentos suyos.
- Los presbíteros sólo pueden ejercer su ministerio en dependencia del obispo y en comunión con él.
- Los presbíteros, instituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, están unidos entre sí por la íntima fraternidad del sacramento. Forman un único presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo servicio se dedican bajo la dirección del obispo.[13]
6.3 Los diáconos, ordenados “en orden al ministerio”
En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, a los que se les impone las manos para realizar un servicio y no para ejercer un sacerdocio.[14]
La potestad de los diáconos consiste en:
- Asistir al obispo y al presbítero en las funciones litúrgicas, sobre todo en la celebración de la Santa Misa.
- Administrar el Bautismo, asistir al Matrimonio cuando les sea debidamente delegado, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias…
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Concluimos así este primer artículo. En el próximo hablaremos de la Institución de este sacramento, de la materia y la forma del mismo.
Padre Lucas Prados
[1] Cfr. San Hipólito, Traditio apostolica.
[2] Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, «único mediador entre Dios y los hombres» (1 Tim 2:5). Melquisedec, «sacerdote del Altísimo» (Gen 14:18), es considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio de Cristo, único «Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec» (Heb 5:10; 6:20), «santo, inocente, inmaculado» (Heb 7:26), que, «mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados» (Heb 10,14), es decir, mediante el único sacrificio de su Cruz.
[3] Ocáriz, Mateo-Seco, Riestra, El misterio de Jesucristo, 2º ed. Eunsa, 1933, pp- 256-270.
[4] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q. 22, a. 4; Commentarium in epistolam ad Haebreos, c.7, lect. 4.
[5] Catecismo de la Iglesia católica, 1544.
[6] Cfr Mc 12:36; Mt 22:44; Lc 20:42; Rom 8:34; 1Cor 15: 27-28; Hebr 5:6.10; 6:20; 7: 1-10.
[7] Alfonso Gálvez, Sociedad de Jesucristo Sacerdote, Notas y Espiritualidad, Shoreless Lake Press, New Jersey, 2012, p. 194.
[8] Alfonso Gálvez, Comentarios al Cantar de los Cantares, vol I, Shoreless Lake Press, New Jersey, 1994, p. 195.
[9] Alfonso Gálvez, La Fiesta del Hombre y la Fiesta de Dios, Shoreless Lake Press, New Jersey, 2011, p. 159, nota 23.
[10] Cfr. Ef 4: 15 16; Col 1:18; Ef 1:22.
[11] Vaticano II, Presbiterorum ordinis, 2.
[12] Vaticano II, Lumen gentium, 28.
[13] Vaticano II, Presbiterorum ordinis, 8.
[14] Vaticano II, Lumen gentium, 29.